“Muy bien... Buenas noches a todas y a todos, gracias por esperarnos”. El jueves 19 de marzo a las 21:14, mientras acomodaba dos micrófonos, Alberto Fernández se presentaba en cadena nacional. En la casa de Patricia, en algún rincón de Aldo Bonzi, cenaban con la televisión prendida. Ella y su marido Ernesto dejaron de masticar y se sumergieron en el silencio. El Presidente tenía algo para decirle al pueblo argentino y también a ellos dos. El discurso ratificaba las sospechas periodísticas. Era el anuncio de la cuarentena.
A las 21:17, dijo: “Hemos tomado una decisión en el gobierno nacional que es dictar un decreto de necesidad y urgencia. Por ese decreto, a toda la Argentina, a todos los argentinos, a todas las argentinas, a partir de las cero horas de mañana deberán someterse al aislamiento social, preventivo y obligatorio. Esto quiere decir que a partir de ese momento nadie puede moverse de su residencia. Todos tienen que quedarse en sus casas”.
Pero ellos no podían quedarse en sus casas. Al día siguiente, a las seis de la tarde, iban a ser tres. Patricia se fue a dormir ansiosa, angustiada. No tuvo tiempo de asimilar que el mundo que iba a cambiar con el nacimiento de su primer hijo ya había cambiado. Tenía todo planeado: las visitas, los encuentros, los regalos. A las dos de la mañana se despertó con dolores. A las cuatro y media, se dirigieron a la Clínica Ima de Adrogué. A las seis y media de la mañana del viernes 20 de marzo, nació Bruno Elías, sano y por cesárea, en la semana 38 de gestación con 3,530 kilos de peso.
“A mi marido le prohibieron entrar a la sala. No pudo presenciar el parto. Al final, nos quedamos nosotros tres solitos en la habitación. No pudieron venir los abuelos, los tíos, ningún amigo. Fue algo absolutamente diferente, extraño”, relató Patricia. En su recuerdo permanecerá la más pura felicidad matizada por el lamento, la impotencia por no haber compartido el nacimiento de su hijo con el resto de su familia: “Era un momento súper especial. Todos estábamos ansiosos por el parto. Es nuestro primer bebé: ya había perdido dos embarazos anteriores porque tengo trombofilia”.
Bruno solo vivió en cuarentena. Su cumpleaños estará íntimamente vinculado al paradigma del coronavirus. En el día uno del aislamiento, cuando las restricciones eran rígidas pero su aplicación y sus riesgos aún difusos, los padres adoptaron una posición irrestricta: “Les avisamos a todos que no iban a poder venir a vernos. Mi hermana me llamó y me dijo que había llorado un montón por no haber podido estar con nosotros. Por suerte, nos mantenemos en contacto a través de videollamadas. Mi mamá, el otro día, me dijo que ya lo veía más grande”. Bruno ya tiene un mes de vida. Su abuela materna, quien apenas percibió su crecimiento, eligió ironizar sobre la extensión de la extensión (o la prórroga de la prórroga) de la cuarentena. “Lo vamos a conocer cuando camine, prácticamente”, le comentó a su hija.
La historia de Felipe
Cuando Alberto Fernández anunció el comienzo de la cuarentena, Rosana y Leandro estaban en una habitación de la Clínica Trinidad de Ramos con Luca, su hijo de tres años, y Felipe, su bebé de cuatro horas de vida. Tenían la televisión y la expectativa encendida en las disposiciones del Presidente. Ese jueves 19 de marzo, Rosana tenía un control al mediodía. Esa mañana había interpretado una sensación extraña en su cuerpo como un presagio: en el monitoreo, rompió bolsa. Su pareja, maestro mayor de obra, estaba trabajando en Navarro, a 125 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires.
“Cuando me empecé a sentir mal, lo llamé y él me dijo que le preguntara a la partera si no podía tenerlo ese día. Hacíamos fuerza para que se adelantara. Se dio todo justo, por suerte”, narró Rosana. Para ese entonces, la cuarentena era un hecho, solo faltaba la oficialización y la extensión. A las 17:10, cuatro horas antes del anuncio, nació Felipe con 39 semanas de gestación y 3,300 kilos de peso. Los suegros aceleraron las visitas: el jueves disponía de una ventana de circulación libre hasta el primer minuto del día siguiente.
A Felipe lo conocen los abuelos maternos por una cuestión de cercanía: Leandro y Rosana viven allí, en Monte Grande, mientras están construyendo su propia casa. Y la abuela paterna, que acompañó a la madre en su primera noche, también pudo ver al bebé. “Mis hermanos, mis cuñados, mis amigos todavía no lo conocen. Tener un bebé es una alegría para compartir, lo primero que querés hacer es enseñárselo al mundo, que tu gente lo vea y lo conozca. Ahora están todos desesperados, pidiendo fotos y videos. Yo me muero de ganas de mostrarlo. Es un bajón, la parte más difícil de todo esto”, expresó.
Rosana sacó tres conclusiones: ser madre en cuarentena es ser una circulante clandestina, una madre de un hijo indocumentado y de un hijo desabrigado. Por el período de aislamiento, no funcionan los registros civiles ni mecanismos alternativos de inscripción. Tampoco halló las formas de obtener los permisos de circulación para los controles de protocolo al bebé y los tiempos del puerperio. Contó, para su suerte, con la acreditación de bombero retirado de su padre para superar los controles y concluir con los tratamientos. Y, a su vez, experimenta la escasez de ropa: los días fríos la sorprendieron, los regalos también permanecen en cuarentena y la venta online, con su incertidumbre natural, parece ser la única opción.
“Como verás, nuestra cuarentena no es como la de la mayoría. Acá estamos a full, no podemos llegar a estar aburridos, ni cansarnos de las series. No tenemos tiempo para nada”, relató Rosana, con la contradicción y la nostalgia de las horas libres. Resume sus días como una experiencia. Con su pareja, ya visualizaron los marzos de los próximos años y los diálogos repetidos de sus abuelos, tíos. “Cuando sea más grande, cada vez que cumpla años vamos a estar hablando del coronavirus y la cuarentena. Y ya me imagino: él va a estar harto de que siempre hagamos referencia a lo mismo. Pensar que tuvo unas horas de libertad y después se decretó el aislamiento”, razonó su madre.
GIovanni llegó al mundo... en cuarentena
El día en que Alberto Fernández anunció el comienzo de la cuarentena, Florencia Marochi dejó de trabajar. El aislamiento social, preventivo y obligatorio iba a ser hasta el 31 de marzo, luego hasta el 12 de abril, y el viernes pasado se extendió hasta 26 de marzo. El sábado 11 de abril, en un parto prematuro, nació Giovanni en la semana 37 de gestación con 3,140 kilos de peso. “El regalo más lindo que me pude dar”, describió su madre.
Licenciada en nutrición, empleada de una empresa privada, separada en proceso de divorcio, había encarado a comienzos de 2019 su proyecto de maternidad a través de centros de fertilidad. A los cinco semanas de gestación, tuvo una hemorragia severa: pensó lo peor. En los estudios, identificaron un embrión y latidos. Sebastián Sar, su obstetra, fue también su sostén. En la semana 34 de gestación, empezó a notar en los médicos que visitaba por su trabajo una incipiente atmósfera de temor e incertidumbre. “¿Qué hacés embarazada por acá?”, le cuestionaban. Visitó el Hospital Posadas, que ya había recibido su primer caso confirmado, y le pidieron que no fuera más. El jueves 19 de marzo, el día antes de la cuarentena, comenzó su licencia laboral.
La última vez que Florencia estuvo en Adolfo Gonzáles Chaves, su ciudad natal, fue el 9 de febrero. En Castelar, donde vive hace 8 años, atravesó su embarazo sola. “Ese mismo jueves hablé con mi hermana. ‘¿Por qué no te venís a tenerlo acá?’, me preguntó. Me planteó la posibilidad de volver para que mi hijo naciera allá. Pero estaba hipertensa, tenía que manejar y pensaba que no quería dejar a mi médico, que lo conozco desde el principio del embarazo. Tenía que buscar otra solución para no pasar el parto y la cuarentena sola”. En la ecuación, sumaron la serenidad que le transmitió su médica y la compañía de María Paz, su sobrina de 26 años, que se ofreció a instalarse en su casa. “Y acá estamos los tres, aprendiendo juntos”, graficó.
El sábado 11 de abril por la mañana empezó con las contracciones. Habló con Julieta, su partera. “Bueno, preparate porque hoy nace tu bebé”, le respondió. Despertó a su sobrina y juntas fueron al sanatorio. Las dos ingresaron con barbijos, con respeto por las medidas de seguridad sanitaria. Giovanni nació el día después de la segunda postergación de la cuarentena.
La solución para no sentirse lejos de sus seres queridos en este momento tan importante de su vida: las comunicaciones virtuales. “Está toda mi familia confinada allá. Lo conocieron por videollamada. Es una pena porque se están perdiendo tiempo valioso, pero los llamados y los videos nos ayudan para sentirnos un poco más cerca. Es triste pero sabemos que es algo que va a pasar, que se va a terminar”, indicó una madre enamoradísima de su hijo, un “bebé súper esperado por toda la familia”.
La cuarentena habrá alterado las formas, pero potenció los deseos y reseteó la naturaleza de los encuentros. El aislamiento, para las familias con nuevos integrantes, se mide en videollamadas.
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