La pareja argentina de músicos que pasa la cuarentena dentro de una casa rodante en España

Carmela y Fernando partieron en agosto del año pasado con el objetivo de recorrer Europa. La pandemia los encontró a bordo de “La Gitana”, la camioneta-casa donde pasan sus días y sobre la que ya recorrieron más de 10 mil kilómetros

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Carmela y Fernando a bordo
Carmela y Fernando a bordo de "La Gitana", la casa rodante que compraron en Italia para recorrer Europa

Cuando Carmela León y Fernando Bernstein pusieron un pie en el aeropuerto de Barcelona hace ocho meses atrás planeaban mirar a los ojos al desafío que se interpusiera en su camino. Con algunos pocos ahorros en el bolsillo, y después de haber trabajado durante un mes en la Isla colombiana Múcura como músicos, saltaron hacia el sueño de conocer cada recoveco alcanzable del planeta. Pero todo cambió con el COVID-19. De golpe, se encontraron con el confinamiento obligatorio en España por culpa de un virus que no estuvo en el imaginario de nadie.

“La idea era viajar por Europa y de paso realizar el trámite del pasaporte de Carmela. Viajamos a dedo desde Navata, un pueblo catalán, hasta Genova, cruzando toda la Costa Azul en ocho autos diferentes y un camión. La primera noche de ese recorrido nos agarró en Frejus, una ciudad francesa a unos pocos minutos de Cannes. El muchacho que nos llevó hasta allí nos comentó –en un inglés peor que el nuestro– que al lado de la autopista había un bosque donde podíamos tirar la bolsa de dormir sin problemas. Así que eso hicimos... ¡Justo había luna llena, así que dormimos con la luz prendida!”, relata a Infobae Fernando, un quilmeño de 30 años que comenzó en la música como baterista pero hoy se gana la vida tocando el bandoneón, la guitarra o el handpan en la calle o en algún sitio privado que les abra la puertas. Carmela es una actriz, cantante y pintora de 25 años, que egresó de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático y alternó su vida entre viajes por Latinoamérica en los que subsistía con distintas changas y su participación en obras teatrales.

Así iniciaron una travesía que hoy tiene a esta pareja de artistas argentinos echando raíces en España dentro de una casa rodante en medio de las restricciones que imperan en uno de los países más castigados por la pandemia, con un estado de alarma que impuso el gobierno el pasado 14 de marzo y que se extenderá –al menos– hasta el 26 de abril.

“Cuando uno está entregado a la vida, sintiendo que absolutamente todo lo que pase va a ser perfecto y estará bien, no creo que nada malo pueda pasar. Porque esto que creemos ‘malo’ desde nuestro ego, viene a traernos una enseñanza, un aprendizaje que nos permite superarnos como seres. Se trata de vivir aquí y ahora, no hay nada más real que eso”, reflexiona Fer sobre este road trip que tuvo su bandera de largada el 21 de agosto del año pasado y en el horizonte todavía no tiene la llegada a la meta.

"La Gitana", así bautizaron al
"La Gitana", así bautizaron al vehículo que compraron para recorrer Europa

El spoiler de esta particular historia dice que el presente los tiene a ambos pasando la cuarentena en una finca en el medio de los montes de la ciudad española de Málaga, pero los capítulos previos incluyeron desde dormir en la puerta de una iglesia de la italiana localidad de Prato –"Nos habían dicho que ahí podrían darnos cama, pero Jesús no atendió el timbre, así que dormimos en la mismísima puerta de la casa del Señor", bromean–, hasta la incorporación al equipo de La Gitana, una autocaravana Ford Transit modelo 89 que le compraron a “dos nonos muy gentiles y simpáticos” en Italia y donde grabaron un disco que acaban de publicar con el aporte de tres músicos argentinos que conocieron durante el viaje.

El primer punto fijo marcado en el mapa era Pescara, en el centro de Italia, con vista al mar Adriático y donde Fernando tiene familiares lejanos por parte de sus abuelos, los mismos que le permitieron obtener la nacionalidad de ese país: “La idea era pasar unos días con la familia ahí y volar a Grecia para tramitar el pasaporte de Carmela, pero en el camino ella vio debajo de un puente a nuestra amada Gitana. Ese mismo día mandamos un mensaje de Whatsapp al número que mostraba el cartel y alrededor de las 21 fuimos a verla por dentro. Nos esperaban Osvaldo y Marissa. La vendían porque él sufría de la vista y ya no podía manejar. En el momento que subimos, ella abrió la heladera y vimos que tenía Genziana (un típico licor abbruzzese). Al comentarle que nos gustaba, sacó cuatro vasos y brindamos. Alguna vez habíamos investigado los valores de los motorhomes en Argentina, pero eran realmente imposibles de alcanzar. Acá en Europa (especialmente en Italia y Alemania), los precios son muy inferiores. Y bueno...”.

Después de sacar su documento italiano, traducir su licencia de conducir y conseguir el dinero definitivo, la pareja se instaló en su nueva casa (“Una elección filosófica”, aclaran) y redireccionó los objetivos de la travesía: “Vivir viajando, conociendo sitios y personas nuevas que enriquezcan nuestras personalidades. Trabajar con la música en la vía pública o en lugares privados, llevar nuestra esencia de lugar en lugar, cambiar de paisaje y sentir que siempre pero siempre “estamos donde hay que estar” (como dice nuestra canción)”.

Una de las tantas vistas
Una de las tantas vistas que tuvieron en su casa rodante durante la aventura

Pasaron un tiempo haciendo música en la Costa Amalfitana, hasta que optaron por retornar a Cataluña y allí subsistieron con el dinero que hacían con sus ritmos en el metro de Barcelona. Otra vez pusieron en marcha a La Gitana: la noche del 31 de diciembre los encontró en las calles del país vasco haciendo música a la gorra. En Galicia pusieron la brújula 800 kilómetros al sur para aparcar en Sevilla, aunque el camino previo decidieron hacerlo por tierras portuguesas: pasaron por Oporto, Lisboa, Peniche, Nazaré, Ericeira, Lagos y finalmente arribaron a destino. Trabajaron gracias a su música en el Patio de Banderas, a la salida del imponente castillo Alcázar. Sin embargo, una vez más era el turno de entrar en acción para La Gitana, la tercera integrante del equipo: atravesaron unos 400 kilómetros más para pisar Cadiz y luego arribar a las costas malagueñas.

“La idea era aquietar y estabilizar un poco. Allí comenzamos a trabajar muy bien. Es una ciudad donde el turismo es frecuente todo el año y el trabajo callejero está asegurado, siempre y cuando la Policía no te eche, no haya lluvia o los turistas te quieran. Así pasábamos nuestros días, encontrando un equilibrio muy sano entre trabajo, ocio, estudio y turismo. Entonces apareció la cuarentena y todo se transformó...”, explican.

“Nuestro barrio era el Muelle Uno, una de las zonas más transitadas por el turismo. Una zona portuaria con playa y vista al mar y sus atardeceres llenos de gaviotas. Era todo muy poético, pero no se podía trabajar, ni circular. Cada vez que salíamos de La Gitana para ir a comprar algo, la policía nos paraba –¡hasta tres veces en 5 cuadras!– y nos preguntaba: ‘¿dónde vas? ¿de dónde venís? ¿vives en una caravana? vale, venga, pues anda y vuelve rápido’”, imita Fer con su voz rasposa entre risas a las fuerzas de seguridad.

“Habíamos comprado todo el equipamiento necesario como para grabar música de manera muy casera y humilde, así que aprovechamos el tiempo y nos lanzamos a lo que fue Caza de Aire (nuestro primer EP como dúo) jugando a encontrar rimas y ritmos en modo rap-cuento-relato”, describe sobre el material artístico que se terminó de cocinar en plena cuarentena. Antes de marcharse del país, Fernando era parte de Cisne Elocuente, una banda que tuvo su disco producido por el legendario Litto Nebbia y contó con un singular éxito en el under porteño; al mismo tiempo, se encargaba de administrar el pequeño teatro de Boedo La Maza, a donde también vivía.

La pareja argentina en Sadernes,
La pareja argentina en Sadernes, Catalunya

El clima de tensión predominante en esa zona de España los empujó a moverse unos pocos kilómetros por una ruta hasta un parque natural de Málaga cercano para “cambiar un poco el paisaje y caminar por la montaña y sus bosques”. Con un poco de dinero ahorrado por la música callejera, la dinámica fue comprar provisiones y “perderse” por el camino hasta encontrar un buen sitio donde quedarse durante la cuarentena. Sin embargo, nuevamente la pandemia los correría: se ubicaron en un pequeño poblado de mil habitantes a unos minutos de donde estaban, pero debieron marcharse. “Estacionamos y a las dos horas vino la Policía a echarnos, pero no sólo del parking, sino ¡del pueblo!”.

La camioneta-casa cuenta con baño, cama matrimonial, heladera, dos mesas, ropero y capacidad para cinco personas, aunque lo que más disfrutan es la cantidad de ventanas “para mirar nuestro patio que es el mundo”. Convivir las 24 horas del día en ese espacio obviamente que expone sus complejidades, aunque para eso también están preparados: “Si tenemos un mal día, también es bienvenido. A veces simplemente sucede y no está mal. Podemos tomarnos el recreo de no hacer nada. Depende lo que necesitemos. Casi siempre terminamos charlando y alcanzamos un encuentro, donde nos disolvemos y unimos fuerza. Varias veces nos pasó antes de hacer música, que tuvimos que llorar, reír, abrazarnos mil veces y recordar lo que hacemos y el para qué".

“Nosotros transitamos normalmente, siempre y cuando sea un traslado para hacer compras. La excepción también es que nuestro vehículo ademas de ser auto, es casa; y eso cualquier Policía lo entiende. Los cuidados higiénicos que tenemos son los mismos de siempre. Los básicos. En cuanto al virus, obvio que cumplimos las reglas que sabemos, lo del metro de distancia y los guantes en el supermercado, etc. Pero nosotros tratamos de no perseguirnos con la idea del peligro, no solo hoy... sino que siempre nos mantuvimos en ese eje”, advierten.

Al costado de la ruta se desarrolló el último capítulo de su travesía por Europa, mientras el próximo ya está en plena producción: “Volvimos al lugar anterior. Estuvimos unas semanas trabajando en el disco, caminando por el bosque, meditando y tocando mucha música... Hasta que un día pasó un hombre, frenó, nos saludó y nos preguntó si necesitábamos algo. Le comentamos que sería ideal tener un poco de electricidad para cargar los aparatos electrónicos porque se nos había roto el panel solar y necesitábamos comunicarnos con nuestra familia. Se fue y a la hora apareció con dos porciones de torta, y nos ofreció que al otro día podía llevarnos a una finca donde podíamos quedarnos un par de días. Así fue como llegamos a este sitio en el medio de Los Montes de Málaga...”.

Con más de 10 mil kilómetros a bordo de La Gitana y alrededor de 26 ciudades visitadas, mientras comentan que el silencio en sus oídos solo es interrumpido por los pájaros y las cabras en el medio del paraíso natural que los tiene ahora como protagonistas, se despiden con su lema: “Estamos donde hay que estar. Simple y complejo. Se trata de vivir aquí y ahora. No hay nada más real que eso. El resto es proyección y suposición”.

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