“En el cielo las estrellas, en el campo las espinas y en el medio de mi pecho… ¡la República Argentina!”
Esta popular cuarteta no es anónima. La escribió un inmigrante gallego que llegó de polizón y tuvo una vida apasionante.
Antes que nada, como buen locutor de radio, te invito a escuchar una canción. Hace click aquí, por favor:
Miguel Mateos cantó “Los argentinitos”, un gran tema que grabó en 1995 y en el que incluye una cuarteta muy conocida.
Hay muchas versiones modificadas de esta rima, y quizás el lector las esté recordando. Algunas tienen intención humorística, otras contenido sexual y muchas están cargadas de descalificación política. Si uno hace click en youtube encuentra un montón de ejemplos, que van desde lo divertido a lo escatológico.
Todos nacen del formato de aquellos cuatro ingenuos octosílabos, que durante generaciones fueron repetidos en miles de actos escolares. Nenas y nenes impecables, con guardapolvos almidonados, compartieron el fugaz estrellato que brindaban los actos patrios y se llevaban la mano al pecho para enfatizar las tres últimas palabras: “¡la República Argentina!”
Eso era lo que les habían indicado, que hicieran el ademán, y estos chicos eran obedientes.
Muy distinto de aquel otro, el chaval que iba a la escuela en San Xurxo de Sacos, una aldea del municipio de Cotobade, en Pontevedra. El galleguito era muy inteligente, pero tenía problemas en el colegio, donde los curas le imponían una disciplina que a él le parecía insoportable. Para colmo, su mamá hacía causa común con los sacerdotes y amenazaba con dejarlo internado como pupilo.
De tal modo que José Piñeiro -así se llamaba- decidió irse de su casa. Y de la escuela. Y de Galicia. Pero no a otro lugar de España, sino a la Argentina para buscar a su papá, que era ingeniero y llevaba un año viviendo y trabajando en Buenos Aires, donde dirigía construcciones civiles.
Una noche se escapó, sin llevar mucho más que la ropa que tenía puesta. Llegó al puerto de Vigo y esperó en el muelle. Cuando vio la oportunidad, aprovechó y se metió en un barco que estaba a punto de zarpar para el Río de la Plata. Y así, de polizón, cruzó el Atlántico.
Era 1893. Y él tenía 14 años.
Cuando llegó, no pudo encontrar a su papá. Alguien empezó a contarle que don Gustavo Piñeiro se había ido a Montevideo, a supervisar una obra. José preguntó cómo se hacía para viajar a ese lugar, pero le dijeron que no fuese:
-Tu papá murió hace unos días, tuvo un altercado con un albañil y lo mataron de un puntazo… nadie sabe bien qué pasó.
Solo, sin familia en Buenos Aires, golpeado por la noticia de la trágica muerte de su padre, el adolescente José Piñeiro comenzó su vida de inmigrante en la Argentina.
Primero trabajó en un almacén. Y allí fue lo que entonces se denominaba “el mozo”, muy distinto de quien actualmente se encarga de servir las mesas. El mozo era una mezcla de peón de limpieza, mandadero, lavacopas, repartidor y todo lo que hubiese que hacer. Y dormía sobre el mostrador del almacén.
Muchos años después, él mismo evocaba esa etapa de sus primeros años en nuestro país:
-Quería salir de peón para ser algo en la vida… Por eso compré muchos libros y copié centenares de páginas para aprender caligrafía… Tuve una letra tan pareja que me dieron trabajo de calígrafo para pasar manuscritos.
El chaval que había dejado su casa en la aldea gallega, el polizón que se encontró con la terrible noticia del asesinato de su papá, el lavacopas, empezaba a mostrar su temple y su voluntad. Rubén y Jorge Piñeiro, sus nietos argentinos, lo cuentan con admiración:
-Gastaba la mayor parte de lo que ganaba en comprar papel, tinta y plumas para mejorar su caligrafía… Y además desarrolló una gran habilidad para el dibujo técnico. Y ya entonces leía incansablemente.
Poco a poco fue evolucionando. Hizo de todo y aceptó los desafíos que se le presentaban. Se empleó como guarda en una línea de tranvías, vendiendo los boletos. Luego fue acomodador de un cine, del que meses después terminó siendo el dueño. Poco después tuvo una empresa de mudanzas:
-Era un campeón, el tipo no se detenía ante nada… Le metía, le metía, le metía -dice Rubén, su nieto, que es consultor en comunicaciones.
A ese mundo, el de las comunicaciones, llegó José Piñeiro en 1910, cuando tenía 31 años. Fue cuando entró a trabajar en un periódico quincenal de la colectividad gallega. Se llamaba “El despertar gallego” y era fuertemente anticlerical y opositor a la corona española. Jorge, su nieto, relata un singular episodio que sucedió en la redacción:
- Era el año de los grandes festejos del Centenario… Y entre las grandes personalidades del extranjero, vino a la Argentina la infanta Isabel de Borbón, tía del rey Alfonso XIII… El periódico era bastante famoso en la comunidad gallego y en el mundillo intelectual y político español en Buenos Aires. Por eso no llamó la atención que -pese tener una línea editorial contraria al Rey- entre las actividades oficiales de la infanta se incluyese una visita a la redacción de “El despertar gallego”… Mi abuelo tenía allí un socio, que era José Carballas Rey… ¡Eran muy pobres! Sólo tenían un par de zapatos, que los usaba José Rey para distribuir el periódico en la calle. De modo que mi abuelo estaba descalzo y así se mantuvo toda la visita, detrás de un escritorio…
Muy pronto se incorporó a las grandes revistas de la época. Escribió en Caras y Caretas, publicó en Fray Mocho, colaboró en PBT.
Pero su obra cumbre la había escrito casi diez años antes. Aunque nadie lo sabía.
Cuando ya hacía 8 años que el galleguito polizón estaba en Buenos Aires, fue a visitar a su prima Generosa Piñeiro, que vivía en la localidad de La Paz, en la provincia de Entre Ríos. Era 1901 y José Piñeiro tenía 22 años. Generosa estaba casada con un italiano de apellido Dopazo, propietario de un almacén, y tenían una hija que se llamaba Carmencita, que acababa de cumplir 4 años.
Era una nena muy despierta y si bien todavía no iba al colegio, era la mascota de la Escuela No. 1 José de San Martín. Justamente por eso, las maestras -que estaban preparando el festejo del 25 de Mayo- le habían pedido a Generosa que Carmencita participase de la fiesta y dijera algún verso. Nada mejor que rescatar de los archivos cómo contó el episodio el propio José:
-Por entonces yo intentaba ser poeta y amaba los clásicos, sobre todo a Lope de Vega… También sentía mucho cariño por la poesía de Gustavo Adolfo Becquer… Y mi prima me pidió que le escribiese un versito a la nena, para que lo dijese en la fiesta de la escuela, que era al día siguiente… Tenía que ser algo fácil, porque Carmencita apenas balbuceaba… Y entonces se me ocurrió: “En el cielo las estrellas, en el campo las espinas, y en el medio de mi pecho, ¡la República Argentina!”… Tras repetirlo muchas veces, la nena lo aprendió de memoria…
Según los relatos familiares, que han atravesado ya tres generaciones, José improvisó la cuarteta en unos pocos minutos y sin hacerle ninguna corrección.
El día siguiente amaneció frío y con neblinas. Muy temprano y abrigados, la nena, sus padres y el tío salieron para la escuela. A las 8 en punto comenzó la ceremonia, con el izamiento de la bandera y la ejecución del Himno. Hubo un par de discursos y llegó el turno de Carmencita. Con la gracia propia de su corta edad, dijo la cuarteta de corrido. Y su ingenuo énfasis patriótico recibió el premio de un prolongado aplauso. Muchos años después, aquella nena convertida en la docente Carmen Dopazo de Giménez sería maestra y directora de esa misma escuela en la que recitó la famosa poesía.
Por su parte, José regresó a Buenos Aires esa misma noche.
Y olvidó completamente el episodio.
Su vida siguió adelante con toda clase de cambios y alternativas. Hoy su nieto Jorge nos ayuda a armar el rompecabezas:
- Tuvo sus cuatro hijos con María García… Luego enviudó y viajó a Mar del Plata, donde se enamoró de Alejandra Orejas, que sería su mujer hasta el final de su vida. En Mar del Plata fue administrador y también redactor del semanario “Los aliados” y luego ingresó como jefe de publicidad del diario La Capital, del que llegó a ser subdirector. Tiempo después volvió a Buenos Aires y como dibujante proyectista diseñó la estación del tren de Villa Urquiza…
Hasta que otra estación de tren le hizo recordar aquel versito de las estrellas y las espinas.
Transcurría la década del 50. José Piñero estaba esperando el tren en la estación de Capilla del Señor. A su lado, en el andén, dos chicos estaban jugando. Más allá, sentados en un banco, los padres.
De repente, uno de los chicos le dice al otro:
-En el cielo las estrellas, en el campo las espinas… ¡Y en el medio de mi pecho la República Argentina!
Desde aquel frío 25 de Mayo de 1901 en la entrerriana ciudad de La Paz, José había escrito muchísimos otros versos y aquellos se le había borrado de la memoria. Por eso, en ese momento sintió una emoción tremenda. ¿Cómo podía ser que medio siglo después un chico repitiera aquella estrofa? En un reportaje del diario La Razón del 1ero. de febrero de 1966, lo evocó de esta manera:
-Yo no lo podía creer… Le pregunté a la criatura dónde lo había aprendido… Me acerqué a los padres y les consulté también a ellos… “Deben haber sido las maestras…” me dijeron…
La escena incluyó un detalle que ahora nos revela su nieto Rubén:
-Cuando ocurrió eso, cuando mi abuelo escuchó al chico decir el verso, no pudo contener el llanto… Y de entrada no se animó a decirle a los padres de los chicos que esa emoción se debía a que él había creado esa cuarteta 50 años antes…
Y su otro nieto, Jorge, completa la descripción:
-Les preguntó dónde quedaba la escuela, para hablar con las maestras… Y cuando fue, se sorprendió porque ellas le dijeron “…pero si esto lo saben todos los chicos…” Pero nadie supo decirle de dónde procedía… Creo que recién en ese momento tomó conciencia de que esa modesta copla ya formaba parte del patrimonio colectivo.
Ese día, cuando llegó a su casa, José le dijo a su familia lo que había sucedido. Hasta ese momento, él jamás había contado que había escrito aquella ingenua rima patriótica.
-Imaginate -dice Jorge, su nieto- fue una sorpresa para todos, porque por supuesto que conocíamos esos versos, que eran tremendamente populares… Pero nunca imaginamos que el autor era nuestro abuelo… Y la referencia a la Escuela de La Paz certificaba absolutamente la historia… Mi papá, Rubén era director de Publicidad de Odol y se conectó con Nicolás Mancera… El abuelo estuvo en su programa Sábados Circulares y también fue entrevistado en el diario La Razón… Pero eso fue todo… Él nunca le dio demasiada trascendencia, no era creído para nada… el versito no se transformó en un hecho importante de su vida… Tampoco lo registró en Argentores ni en la Propiedad Intelectual… No hay derechos, es anónimo… Mi abuelo nunca le dio un valor comercial…
La gran pasión de José Piñeiro era la radio. Anticipándose a lo que luego fue el Diexismo, la búsqueda de emisoras lejanas, se pasaba muchas horas escuchando onda corta. Eso también forma parte del recuerdo de su nieto Jorge:
-Tenía una radio enorme… No un combinado, sino un aparato exclusivamente de radio… Creo que había puesto una antena… Escuchaba distintas emisoras, les escribía a los programas de muy diferentes países… Les hacía sus sugerencias y siempre recibió respuestas a sus iniciativas. Una radio de Alemania lo declaró “amigo dilecto” y otra de Canadá destino que se lo distinguiera con una invitación especial a la Exposición Universal de Montreal. Pero había tenido dos infartos y los médicos le aconsejaron que no viajara en avión.
En el 2001, cuando se cumplieron 100 años de aquel 25 de Mayo en el que Carmencita dijo los famosos versos, en la Escuela Provincial No. 1 José de San Martín de La Paz, en homenaje a aquel inmigrante gallego y a su inspiración se descubrió una placa que “mantendrá vivo el espíritu de aquella copla para nosotros y para los hijos de nuestros hijos”.
Era muy joven y hacía pocos años que había llegado a la Argentina cuando compuso la cuarteta. ¿Cómo le había nacido ese sentimiento patriótico? Hoy sus nietos ofrecen la emocionada respuesta:
- Yo no sé, nunca lo supe, que pensaba él a esa edad… Pero siempre comprobé que él tenía y sentía un amor enorme y una enorme gratitud por la Argentina… A diferencia de otros extranjeros que llegaban al país y que siempre estaban pensando en volver a su lugar de origen, a su terruño… A él no le importaba nada, él estaba feliz en la Argentina…estaba enamorado de la Argentina … Nunca volvió a España… Este gallego todo el tiempo amó a la Argentina y se sintió agradecido y abrazado por la Argentina…
-Los últimos años de su vida los pasó en Mar del Plata, ciudad que amaba… Vivía en la calle México, cerca de la avenida Libertad… Le escribió poemas y cuartetas a todos los chicos del barrio… Y no sabemos si alguna de ellas se ha transformado también en algo muy popular…
No, no lo sabemos, pero es muy probable que alguna copla de esas que repetimos espontáneamente, también la haya escrito José Piñeiro. Y que esté dando vueltas en el canto callejero o en alguna tribuna. Casi como un lírico testamento, antes de morir en Mar del Plata en 1967, a los 88 años, había dicho en una entrevista:
-No me importa morir, pero quisiera llegar por lo menos a los 100 años así los vecinos tienen quién les haga versitos cuando se casan. Por acá no hay ningún poeta, ¿sabe? No es como antes… Ahora la gente habla de los cohetes y de las máquinas, olvidándose de todo lo lindo que tenemos cerca nuestro. Y para recordarlo Dios hizo a los poetas, ¿sabe? Yo no soy importante, pero a los vecinos les gusta que les dedique sonetos cuando hacen alguna fiesta celebrando algo. Soy el poeta del barrio, ¿no es lindo eso?
Cuando el galleguito polizón se escapó de San Xurxo de Sacos no podía imaginarlo, claro.
Pero del otro lado del mundo lo esperaba la gloria: ser el poeta del barrio.
Seguí leyendo: