Micaela tiene 20 años y hace poco recibió la noticia: el pediatra que abusó sexualmente de ella durante toda su infancia -vecino y amigo íntimo de la familia- había sido condenado a prisión. Precisamente por eso -por su historia, por saber en carne propia cómo opera un abusador- esta vez rompió el silencio y pidió ayuda de inmediato. Así, en plena cuarentena y apenas detectó los primeros signos, denunció a su abuelastro por abuso sexual.
“Yo sé cómo empieza, sabía lo que podía venir después si me quedaba callada”, cuenta Micaela a Infobae. Fue el 8 de abril -casi tres semanas después del inicio de la “cuarentena total”- que Micaela escribió en Twitter: “Ayer abusaron de mí, hice la denuncia, pedí la exclusión y no me la quisieron dar hasta el lunes mandar la orden (casi una semana después de la denuncia). Mientras tanto, tengo que estar viviendo ahí porque tengo que cuidar a mi abuela de 81 años con enfermedad, mientras él pasa por la casa como si nada”.
Después arrobó al presidente y escribió la palabra “ayuda”. Por la noche volvió a escribir: “Todavía no recibí ayuda de ningún superior. Por favor, estoy desesperada”. La persona a la que Micaela denunció es el marido de su abuela, de unos 70 años. Micaela estaba viviendo con él y con su abuela desde el inicio de la cuarentena. Ya a salvo -obligada por sus padres a irse de esa casa tras la denuncia- Micaela cuenta su historia a Infobae.
El abuso sexual en la infancia
Micaela cree que los abusos pudieron haber empezado antes pero su primer recuerdo es de cuando tenía 4 años. El pediatra era amigo íntimo de su familia -de hecho, más que amigos, porque su hijo estaba casado con la tía de Micaela-. Por su status de médico y por la tranquilidad que suelen dar los lazos familiares, se había ganado la confianza de todos.
Sucedían, casi siempre, en la casa de él porque es puertas adentro -en la casa de la víctima, del agresor o de otro familiar- donde suceden el 80% de los abusos sexuales, según las estadísticas del programa “Las víctimas contra las violencias”.
"Me acuerdo de una navidad en su casa que se hizo tarde y me fue a acostar a su cama. Me puso dibujitos y me empezó a tocar. Volvió al comedor, donde estaban mi mamá y mi papá, y enseguida dijo que me iba a llevar un juguito, volvió a entrar a la habitación y volvió a tocarme. Había una pared de distancia con mi familia. Tenía cancha, sabía lo que hacía, sino no te arriesgás a eso”, sigue. Ya de grande Micaela confirmó esa sensación de que se trataba de alguien con experiencia cuando otras chicas del barrio le contaron que les había pasado lo mismo.
“Recuerdo de ir en su auto adelante y que me tocara las partes íntimas. Me lamía el cuerpo, me hacía ver porno y me decía que tenía que aprender porque eso íbamos a hacer nosotros cuando fuéramos grandes. Me ponía el pene adentro de la boca, me eyaculaba en la ropa”.
Micaela empezó a dar señales en casa de que algo no estaba bien. “No dormía, lloraba todo el tiempo, me cortaba el pelo, me agarraban crisis y me golpeaba sola, me lastimaba. Mi psicóloga dice que era la forma de sacarme el estrés. A veces los padres piensan que son caprichos pero yo tenía todo ese dolor adentro y no lo podía sacar”.
Cuando tenía 11 años la violencia escaló: “Se había muerto un familiar y mis papás nos dejaron en la casa de él. Yo siempre dormía con mi hermano pero él no lo permitió. Lo dejó durmiendo en el living y a mí me llevó a la habitación. Después se levantó de madrugada, se me subió encima e intentó violarme. Su mujer no se levantó a ver qué pasaba. ¿No te levantás a ver qué pasa cuando escuchás a una nena llorar?”.
Fue la última vez aunque Micaela necesitó otros dos años para poder contarle a sus padres lo que le había pasado. Pudo hacerlo cuando tenía 13, después de ver a su abusador manosear en público a su prima y enfurecer al ver afuera lo que había padecido en su propio cuerpo. “Yo siempre pensaba ‘esto me lo voy a llevar a la tumba, esto nunca lo va a saber nadie’. Por suerte no fue así. Cuando lo pude contar sentí una mochila gigante que se me había descolgado de la espalda”, sigue.
Junto a sus padres hicieron la denuncia en la Comisaría de la Mujer de San Justo, “y después nos tuvieron años de juzgado e juzgado”. Pero en 2018 y tras la llegada de una nueva jueza –“que hasta me pidió disculpas por todos esos años en los que no se hizo nada”- su abusador fue condenado a casi 11 años de prisión.
Los abusos sexuales durante la cuarentena
En febrero de este año Micaela contó su historia públicamente por primera vez. Fue en su cuenta de Instagram, después de subir una foto de ella cuando era chiquita. “Esta nena hermosa, sonriente, estaba siendo abusada por un señor de 60 años (…) Veo mis videos de chiquita y hasta a mí me sorprende cómo tuve que obligarme a ser fuerte en en vez de preocuparme por jugar a las muñecas”.
A partir de ese momento, Micaela empezó a tener contacto con muchas chicas que le escribían para contarle que les había pasado lo mismo. Ya no era únicamente su propia historia: los puntos de partida, por lo general, se repetían. También la forma en la que los abusos van creciendo por goteo, del comentario obsceno al contacto físico, de la misma forma que sucede con los femicidios: el asesinato es la punta del iceberg, abajo suele haber años de violencia psicológica, entre otras formas de violencia. Estaba acompañada y había conseguido justicia pero las consecuencias en la salud psíquica seguían ahí.
“Tuve depresión, ansiedad, ataques de pánico. No tenía ganas de nada. Eso afectó mucho la convivencia con mi familia”, sigue. Es por eso que, hace poco más de un mes, Micaela se fue a vivir a la casa de su abuela y su abuelastro. “Me fui para estar tranquila y terminó siendo peor”.
Según su denuncia, una semana después de haber llegado y ya en cuarentena, tuvieron que internar a su abuela, que tenía presión alta. “Fui a buscar sus cosas de higiene y encontré un montón de papeles escritos. “‘Te llegó la hora, enferma’, ‘no parás de decirme mogólica', ‘Me hiciste infiel, nunca te voy a perdonar’”. Empecé a hablar con familiares que se habían criado en esa casa y una de ellas me dijo: ‘¿Qué hacés ahí? Ándate ya’”. Llorando -según su relato- le dijo que había sufrido abusos.
Pero Micaela se había ido de la casa de sus padres enojada, por lo que creyó que no podía volver. En pocos días le dieron el alta a su abuela. “Durante dos semanas no dije nada. Muchos me decían ‘pensá en tu abuela, esto la va a terminar de matar’. Ese es uno de los miedos más grandes que tienen las víctimas de violencia: hacerle daño al que se entera”. Tiene sentido, teniendo en cuenta que el 75% de los abusos contra niñas, niños y adolescentes son cometidos por familiares, no por desconocidos.
“Hasta que empezaron los comentarios obscenos. Me preguntó ‘¿qué vamos a comer?’ y después me dijo: ‘¿Te gusta la salchicha? Lástima que no tengo leche’. La segunda vez, una día que yo tenía los labios pintados de marrón, me dijo ‘estás esperando que te violen’. Hasta que una noche fui a la heladera a buscar las botellas de agua, él se paró y me dio una nalgada fuerte y me metió la mano en la vagina. Quedé en shock”.
Dice que se bañó varias veces, que se sentía sucia, que llamó a su ex novio: "Me hizo reaccionar. Ahí me di cuenta. ¿Qué iba a esperar, a que me violara?, si yo ya sé cómo empieza esto. No podía esperar más”. Después llamó a sus padres, “sentí que no iba a poder tolerar una situación así de nuevo”.
Hizo la denuncia en la comisaría de la mujer. “Me dijeron que si me pasaba algo llamara al 911 y que tenía que pedir la exclusión de hogar en mi localidad. Fui a la comisaría de Laferrere. Era viernes, me dijeron que volviera el lunes y me aclararon que no era ‘así de fácil’, que no había juez de turno, que era semana santa y no podían resolverlo rápido”. Fue después de esa respuesta que escribió el tuit del comienzo.
Entre otras activistas feministas, se comunicó con ella Silvina Perugino, Directora Provincial de Situaciones de Alto Riesgo y Casos Críticos del ministerio de las Mujeres, políticas de género y diversidad sexual de la provincia de Buenos Aires. Según explicaron a Infobae fuentes del ministerio, entre otras acciones, elevaron un informe al ministerio de Seguridad detallando el trato que Micaela recibió en las comisarías cuando fue a denunciar.
También se pusieron en contacto inmediato con el fiscal de la causa que ya tomó declaraciones a toda la familia por videollamada e hizo, con el mismo sistema, informes victimológicos (las primeras pericias). Así, la fiscalía número 3 de La Matanza ya investiga un presunto delito de abuso sexual. El pedido de exclusión de hogar, sin embargo, no tiene chances de prosperar porque sólo puede pedirlo una persona conviviente. En este caso, Micaela volvió a la casa de sus padres y acordaron que otra persona se ocupara del cuidado de la abuela -que es parte del “grupo de riesgo”- durante la cuarentena.
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