Desde 1955 hasta 1973 los diferentes gobiernos que se sucedieron no pudieron enderezar, en materia económica, la nave del Estado. Más allá de los mandatarios se levantaba un trasfondo infranqueable que era la ausencia de legitimidad en las decisiones. En otras palabras, existía en el paisaje político el hecho maldito de la proscripción del peronismo. Arturo Frondizi cayó cuando fue derrotado en la provincia de Buenos Aires por Unión Popular, un peronismo disfrazado bajo otra sigla. Arturo Illia fue depuesto con el consentimiento de la dirigencia en casi su totalidad, Juan Domingo Perón incluido. La economía radical daba muestras de gran vitalidad, pero los logros que alcanzaba se desvanecían por la falta de reconocimiento del peronismo en el orden político. El presidente de facto Juan Carlos Onganía fue desplazado por la ausencia de política y Roberto Marcelo Levingston por pretender diseñar una solución política al margen de la Junta de Comandantes y, en especial, del Comandante en Jefe del Ejército. Nunca tomo conciencia que ejercía un poder delegado. A fines de marzo de 1971, el teniente general Alejandro Agustín Lanusse asumió la primera magistratura con la intención de conducir una salida ordenada y acordada con los partidos políticos y, si era posible, ser candidato presidencial en la elección general de 1973. El gobierno de la Revolución Argentina termino el 25 de mayo de 1973 sin pena ni gloria. Como terminaron los gobiernos anteriores y culminarían gobiernos posteriores. Daba la impresión que reiteradamente se estaba al borde del precipicio pero la Argentina siempre alcanzaba otra oportunidad, lograba sobresalir, para volver a caer.
Cuando uno se sumerge en los archivos privados de algunos protagonistas de ese momento de los setenta observa que la cuestión central era la política – la generación de confianza—y la economía venia en segundo plano. Ya para ese tiempo el “enemigo sin rostro”, la guerrilla marxista, como una pandemia, comenzaba a extenderse en todos los planos de la actividad nacional. Para Juan de Onis del New York Times, uno de los periodistas extranjeros que más nos conocía “la decisión de restaurar al peronismo como una fuerza política legal, y por lo tanto servir de amortiguador del marxismo extremista, parece ser un reconocimiento tardío de los militares de que Argentina no puede ser gobernada con éxito cuando es proscripto el 30 o el 40 por ciento del electorado.”
El 7 de julio de 1971, en su discurso al país en la cena anual de camaradería con los altos oficiales de las Fuerzas Armadas, Lanusse señaló que el desafío de su gobierno era “lograr el desarrollo económico sin dictadura política”, un anhelo esperanzador para los tiempos que corrían. Tras esto expuso que la orientación de su gobierno era la expansión de la economía, el aumento de la producción de bienes, el pleno empleo y el mantenimiento del salario real, a la par que anunciaba apoyo del Estado a las empresas nacionales. Era para el presidente de facto una “nueva y revolucionaria filosofía”. Como aliciente dijo que “todos los créditos internacionales que tiene disponibles la República” serían volcados a la obra pública y sancionaría un régimen para evitar la desnacionalización de empresas.
Al hablar del costo de vida, el mandatario de facto adelanto un sistema de subasta pública en la comercialización y que se tomarían enérgicas medidas contra las excesivas ganancias de los intermediarios para asegurar el salario real. Para un sector de la opinión pública Lanusse trazo un camino intermedio entre el nacionalismo y el liberalismo. Al establishment le dijo que el Estado no monopolizaría la producción de acero y se estimularía la entrada de capitales extranjeros y a los nacionalistas les aseguro la defensa de las empresas pequeñas y medianas y un rol activo del Estado en un plan de viviendas.
Frente a tales desafíos Lanusse intentó constituir un gobierno de unidad nacional con figuras políticas representativas. El radicalismo, tras varios tironeos internos, cedió a Arturo Mor Roig. El peronismo prefirió abstenerse a pesar de los ofrecimientos a Antonio Cafiero y Alfredo Gómez Morales. Desde Madrid se desconfiaba. El “entendimiento” entre Perón y Lanusse estaba dado en que ambos cumplieran: Lanusse en lograr la salida política y Perón en participar abiertamente en la contienda electoral. El delegado del líder justicialista, Jorge Daniel Paladino, contó que en la primera ocasión en que se encontró con el jefe militar le dijo que si él comprendía cuál era su papel tendría un lugar importante en la historia argentina. Y Lanusse le preguntó “cuál era mi papel”. La respuesta fue “lleve a la democratización a la Argentina y de un paso atrás, o por lo menos al costado… era como decirle no se le vaya a ocurrir ser candidato.”
El último jueves de julio de 1971, durante una reunión de gabinete se trató con inquietud la severa crisis económica. Según escribió Jorge Riabol en La Opinión la situación no era tan grave como la que se registrara en abril de 1962, luego de la caía de Arturo Frondizi, pero tenía varios puntos de semejanza. Si bien el origen de la crisis no fue evaluado por el gabinete, la mayoría de los observadores sostenían que habría que buscarlos en las concesiones del gobierno para satisfacer las demandas sociales y económicas: “aumentó los salarios obreros, dio crédito y protección a los empresarios, suspendió la veda a los ruralistas, ajustó la tarifa de os autotransportes […] El gobierno actuó convencido de que podía volcarse a elaborar el Gran Acuerdo Nacional sin perder tiempo en otra cosa que no sea poner límites a la guerrilla urbana”.
Los resultados no fueron los esperados. “El costo de vida en los primeros siete meses del año 1971 creció un 24%; el Banco Central se ha quedado sin reservas; una síntesis basada en datos del Banco Central, el Consejo Nacional de Desarrollo y el Ministerio de Hacienda y Finanzas prevé para fin de año una tasa de inflación del 45%, que convivirá con un bajísimo nivel de actualidad económica y previsibles conflictos sociales”. A partir de estos y otros datos el problema inmediato era la fijación de la política de precios y salarios. Habrá que observar qué sectores son los más favorecidos y “si lo hace, al mismo tiempo, los otros grupos del país sabrán a qué atenerse.” Roberto Roth, ex funcionario del gobierno de Onganía, aseguró que “para salir de la encrucijada hay que crear confianza con actitudes firmes. Es un sentimiento que la actual conducción económica ha perdido la capacidad para suscitar.” En octubre de 1971 el Ministro de Hacienda Juan Antonio Quillici sería reemplazado por Cayetano Licciardo, pero antes renunciaría Ricardo Gruneisen a la presidencia del Banco Central, mientras la CGT pedía un aumento general de salarios del 29% y la guerrilla realizaba atentados a personalidades emparentadas con el gobierno, como el teniente general Julio Alsogaray.
El 24 de agosto de 1971, el general Alcides López Aufranc, jefe del Tercer Cuerpo, le escribía desde Córdoba su visión del panorama nacional. Presentaba sus dudas sobre las posibilidades de un Gran Acuerdo Nacional porque “el gran dilema es la poca garantía que ofrece Perón para un auténtico y patriótico desprendimiento”. En el plano económico sostenía que “la situación económica es muy grave y lamentablemente no le veo muchas perspectivas, por cuanto las medidas a tomar para superar la crisis tienen un precio político y social que no sé si es posible pagarlo. Pero como hombre de la calle y por lo tanto más empírico que ilustrado, te señalo que si no logramos superar este discutible record mundial la inflación, la situación nacional escapará de control y no habrá ni acuerdo nacional ni nada”.
“Los caminos a tomar para combatirla son bien conocidos, pero cada uno tiene su precio y su oportunidad de aplicación. El primero, que es el de aumentar la riqueza, demanda mucho tiempo y condiciones nacionales e internacionales favorables […] El segundo camino para reducir la inflación, sería disminuir los gastos públicos (personal, servicios, infraestructura, obras públicas, etc.) lo que genera a su vez recesión, desocupación, quebrantos, incremento de las tensiones sociales. El tercer camino, sería la congelación de sueldos y salarios, ejerciendo control sobre los precios de los artículos de primera necesidad, pero cuyos resultados han sido siempre negativos [...] Solo te insisto en que no hay país serio sin moneda sana y que sin moneda sana la inflación es incontrolable.”
En medio del desbarajuste de las cuentas nacionales, el 26 de agosto de 1971, Lanusse recibió a los dirigentes de La Hora del Pueblo, síntesis de los partidos políticos tradicionales, para analizar la situación. No hablaron de economía, la dirigencia solo pretendía fijar una fecha para elecciones nacionales. Paladino en un momento sugirió anunciarlas para abril del año siguiente y Lanusse no se comprometió a concretarlas. Entonces Ricardo Balbín sugirió anunciar en octubre cuándo se realizarían las futuras elecciones y “advierte cierto grado de escepticismo en la ciudadanía”.
En una carta fechada el 20 de agosto de 1971, Paladino informa a Puerta de Hierro: “He empezado a dar una fecha, cincuenta días, en todos los actos donde hablo y en otras declaraciones, para la devolución de los restos de Evita. Este plazo de los sesenta días como máximo que me dio Lanusse. También esto forma parte de la táctica de no sacarle el cuchillo para obligarlos a moverse.
Me dicen que el retardo se debe a complicaciones surgidas con las autoridades italianas por haber inhumado el cadáver con nombre falso. Esto es infantil creo, porque este problema se maneja a un nivel donde esos detalles carecen de importancia. Lo que resulta cada vez más evidente es que están tratando de borrar las impresiones digitales y por eso todas estas vueltas que están dando.”
“Lo que Ud. dice, mi General, del factor tiempo en Nuestro Punto de Vista es tan claro que, a medida que pasan los días, con la ayuda de nuestra táctica de presionar en todas partes, se va reduciendo el campo de maniobras de la dictadura y sus hombres. Algunos se ponen nerviosos. Por ejemplo tuve una larga entrevista con el brigadier Ezequiel Martínez y el amigo Francisco Cornicelli. Este último tradujo la bronca que hay en ciertos círculos porque el juego no les sale bien. En determinado momento me dijo que Perón se negaba a condenar la guerrilla. Estalló: Al final a Perón no le pedimos nada y le estamos dando todo.”
“En pleno embale lo frené: A ver, dígame una cosa, una sola, de las que le dieron a Perón. Se quedó como planchado, porque en ese momento se dio cuenta que en estos 4 meses no había más que palabras. Mucho más sereno, y en otro nivel, Martínez logró tranquilizarlo un rato admitiendo que, efectivamente, no se había hecho nada de lo prometido.”
“No obstante, al rato el coronel volvió a embalarse para decir que a la subversión la vamos a aplastar igual, con Perón o sin Perón. El enojo del amigo coronel prueba mejor que cualquier otra cosa como la dictadura comienza a morderse la cola. Si a la subversión le agregamos la situación económica, y el clima golpista que sigue haciendo su parte, es fácil confiar en el factor tiempo. Siempre que nosotros sigamos presionando cada vez con más fuerza.”
“(…) Mi General: Yo espero viajar a mediados de la semana entrante. Sé que el embajador me está esperando para cumplir una misión que le han encargado, así que todo va a coincidir.” El viernes 3 de septiembre de 1971, el gobierno de facto de Lanusse cumplió con el permanente pedido del peronismo de que se devolvieran los restos de Evita. La ceremonia se realizó en la residencia de Juan Domingo Perón y se formalizó con un acta en la que firmaron los presentes.
Mientras, en el plano económico, para aliviar la asfixia financiera, el gobierno autorizo conceder a través del Banco Nacional de Desarrollo 40 mil millones de pesos a la industria pequeña y mediana, y el 14 de septiembre se conoció que “ante la grave caída de las reservas fueron totalmente suspendidas las importaciones”. La decisión se tomo para evitar la fuga de divisas.
El 17 de septiembre, quince días más tarde de la devolución de los restos de Evita, Lanusse anunció el calendario electoral dentro del marco de lo que denominaba el Gran Acuerdo Nacional. Las elecciones presidenciales se realizarían el 11 de marzo de 1973 y la entrega del poder al nuevo mandatario el 25 de mayo. El anuncio intentaba desarmar el mecanismo de un golpe en ciernes dentro del Ejército.
El comandante de la Armada, Pedro J. Gnavi, -un firme aliado del Presidente- habría de resistir, entre el 2 y el 8 de octubre, una embestida de varios oficiales superiores que objetaban la política del Gran Acuerdo Nacional (es decir, la participación del peronismo en el futuro electoral); el respaldo naval al calendario de elecciones y la incorporación al gabinete de “hombres competentes” de extracción política. La crisis fue superada con el pase a retiro de media docena de almirantes y varios capitanes de navío. De todas maneras, Gnavi tenía los días contados. Lo sucedería el vicealmirante Carlos G. Coda que revistaba como Agregado Naval en Londres.
Al finalizar el conflicto en la Armada, se sublevaron varias unidades mecanizadas del Ejército en la provincia de Buenos Aires que buscaban la cabeza del propio Lanusse. La noche del 8 de octubre el Presidente se dirigió enérgicamente al país: “Un grupo minúsculo de oficiales del Ejército, imbuido de una ideología crudamente reaccionaria, ha pretendido erigirse en árbitro del futuro argentino en un intento absurdo, oscurantista y retrógrado, destinado a torcer el rumbo de la historia y contrario a la tradición de nuestras armas”. Uno de los jefes rebeldes, el coronel Carlos García, acusó al Presidente de “haber renegado de la revolución de junio de 1966”. Exigía volver atrás las agujas del reloj y profundizar el proceso sin límite de tiempo. Falta algo más en este relato. En esos momentos, según recordó Lanusse, la principal preocupación del personal de oficiales bajo el mando de Carcagno, en Córdoba, era la “cuestión social”. En especial “el nivel de vida de los argentinos”. También Lanusse recordará en sus Memorias que el general (RE) Juan Enrique Guglialmeli le hizo llegar un trabajo que revelaba que “el campo estaba virtualmente en bancarrota”. Y, desde un tiempo antes, Lanusse contaba con un cuadro de situación que, sobre la base de un documento castrense, centraba la atención sobre otros rubros de la economía nacional y, en uno de sus puntos se señalaba “el incremento de los quebrantos comerciales” y los rumores “sobre una supuesta política tendiente a arruinar la pequeña y mediana empresa nacional en beneficio de las filiales de los grandes monopolios extranjeros.”
Estas y otras razones hicieron que en septiembre de 1971, el abogado Ismael “Cachilo” Bruno Quijano viajara reservadamente a Washington por disposición de Alejandro Lanusse con la misión de realizar varias gestiones de carácter político y económico ante funcionarios de la Administración Nixon. Tenía que agilizar los trámites ante la banca privada y, además, lograr el otorgamiento de un crédito quinientos millones de dólares. Lanusse consideró a Quijano el operador más adecuado para el caso. Por lo tanto quedaron al margen de las gestiones el Ministerio de Hacienda y Finanzas y la Cancillería. Lo central del mensaje de Quijano en EE.UU. fue el pensamiento del gobierno nacional argentino que intenta traducir en sus entrevistas: lograr la permanencia de Lanusse como mandatario constitucional. Tras esta misión Quijano entraría al Gabinete Nacional como Ministro de Justicia y en febrero de 1972 realizaría un viaje similar a los EE.UU.
En un Memorándum del 15 de febrero de 1972, Perón formula su apreciación de los pasos que podrían dar los militares desde el poder. Primero traza una sucinta radiografía de la situación económica: “En ocho meses de gestión, se han batido todas las marcas en materia de inflación, carestía, fuga de capitales, pérdida de reservas, déficit fiscal y endeudamiento. Todas las concesiones en materia de salarios han sido insuficientes para calmar el clima de protesta social. Hasta la burguesía se ha lanzado a la calle. Hasta los militares más allegados a Lanusse confiesan, ahora, su decepción y admiten que su candidatura es un obstáculo para la salida electoral.”
“No consideramos -termina diciendo- que el futuro Gobierno será de transición y consolidación dentro de la línea de la Revolución Argentina, porque ello no resiste el menor análisis. No creo que nadie pueda aspirar a que el futuro Gobierno se encargue de consolidar el desastre provocado y que, en nombre de la Revolución Argentina, que ha llevado al país al borde mismo del abismo y del cual habrá que sacarlo muy despacio y con sumo cuidado, para que no se precipite en él, pensando que el camino que conduce al abismo, la parte más difícil de desandar, es la que más se acerca al lugar de la caída.”
“Que las Fuerzas Armadas deseen complicarse en ello es a lo que más me resisto a creer, no sólo porque conozco a la Institución sino porque, con lo que ha ocurrido ya, deben estar en claro de una situación que no da para más. Insistir en los mismos errores, con la experiencia de 17 años tan elocuente, no creo que pueda ser posible, a poco que se lo piense, poniendo un mínimo de inteligencia para apreciarlo”.
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