El director se para detrás de su atril, hace un mínimo gesto con sus manos y marca el inicio de la pieza sinfónica. En 41 casas de los barrios de Retiro, Villa Lugano, Balvanera, Mataderos, Villa Soldati, el Bajo Flores y Ciudad Evita, 41 chicos jóvenes entre 18 y 26 años que integran la orquesta juvenil de Aeropuertos Argentina 2000 interpretan el preludio de la ópera Cármen de George Bizet.
No es en vivo ni está hecho en simultáneo porque los retrasos y las dilaciones que podrían provocar la más mínima falla en la conexión a internet echarían a perder todo el esfuerzo. Desde sus casas, en plena cuarentena obligatoria por la pandemia de coronavirus y con ayuda de un metrónomo que reemplaza la presencia del director, cada uno ejecuta su pieza. A través de un fino trabajo de edición, cada fragmento se superpone al otro y el resultado es una muestra cabal del talento y el sacrificio del ensamble juvenil.
La orquesta se desarrolló a comienzos de 2016 como una iniciativa del empresario Eduardo Eurnekian. Los integrantes, que son 41, están becados en sus estudios artísticos.
Todos ellos, jóvenes oriundos de barrios y zonas vulnerables de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano, recorrieron un camino similar: empezaron a hacer música como una actividad complementaria a sus estudios escolares, siguieron en el conservatorio y recalaron en este ensamble.
“Es una maravilla el entusiasmo de los pibes por salir adelante y tomar la iniciativa de ponerse a estudiar aunque estén en cuarentena”, dice a Infobae Néstor Tedesco, violonchelista del Teatro Colón desde hace más de 30 años y director de la orquesta. “Para muchos de estos chicos la exposición a la música significó una iluminación y hubo muchos que quedaron completamente prendidos. Esos son lo que hoy son parte de este proyecto. Es una carrera larga, de muy largo aliento y hay que estudiar mucho”. Pero todos estudian. “Hay algunos que estudian música en el UNA, otros en el conservatorio Manuel de Falla y otros de la ciudad. Incluso algunos de ellos además de música estudian otras cosas, están en el CBC o integran alguna banda municipal”.
El video fue idea suya: “Fue toda una ingeniería de ellos y mía. Uno de los chicos colaboró editando el sonido y mi hija Florencia editó el video. Es una manera de aprovechar la cuarentena de una forma creativa. Estos pibes generan eso. Tienen ese vínculo con lo que hacen que en lugar de estar haciendo cualquier otra cosa están haciendo música”.
Sara Lugos tiene 20 años, vive en la Villa 31 y toca la flauta traversa en la orquesta. Sara tenía cuando era chica dos vecinas, Wanda y su hermana, a las que siempre escuchaba tocando el clarinete y el violín. No había cumplido todavía 6 años pero ya estaba llena de curiosidad y aceptó la invitación de sus vecinas a que fuera a concierto con su mamá y probara los instrumentos. Cuando escuchó el ensamble de flautas no lo dudó, decidió que también quería tocar ese instrumento y empezó a estudiar en la escuela Bandera Argentina, que hoy es el Polo Educativo Mugica.
“Nunca habíamos visto un instrumento. Fue un cambio radical porque no sólo nos gustó porque era lindo tocar, sino porque también conocías cosas que no te imaginabas que existian. Conocer la cultura, relacionarse con otro tipo de personas, estaba muy bueno. Estuve tocando más o menos tres o cuatro años y ahí decidí que quería dedicarme a esto”, dice sonriente desde una videollamada.
Carlos Montaño tiene 23 años, también vive en la Villa 31 y toca el violín en la orquesta. Su primer encuentro con el instrumento fue muy similar al de Sara porque se produjo a través de un conocido del barrio y al igual que ella, él también supo desde ese momento que quería ser músico. Actualmente, además de música estudia también Ingeniería en Sistemas en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) y lo cuenta sin que se le mueva un pelo de la cara. “Es cuestión de organizarse”, dice con seguridad.
“El instrumento me enseñó la disciplina, que es indispensable para cualquier carrera. La música te deja prácticamente la mente siempre trabajando. Vos te ponés una canción e inconscientemente ponés a trabajar la memoria, por ejemplo. Grandes científicos fueron músicos. Einstein por ejemplo fue violinista”, explica Carlos.
“Yo la cuarentena la estoy aprovechando para estudiar bastante”, dice por su parte Dafne Pugliese, que tiene 18 años, vive en Villa Madero y también toca el violín. La música se le apareció a ella como una posibilidad cuando era muy chica y un compañero de taekwondo le contó que estaba aprendiendo a tocar el violín. Dafne entró entonces en una orquesta y, cuando tenía 13 años y veía tocar a su profesor y a un compañero mayor con mucha experiencia, decidió que quería ser como ellos. “Ahora tengo una profesora que se preocupa por cómo estoy yendo e intentamos hacer clases en vivo. Generalmente no se escucha bien y no se puede ver bien la postura, eso complica las cosas. Pero le ponemos onda”.
“Hacer el video fue todo un tema, principalmente porque teníamos que estar todos coordinados y lleva un trabajo editar todo para que quede bien”, dice Carlos. Ese trabajo estuvo en las manos de Alexander Pavlotzky, que tiene 23 años, vive en Mataderos y toca el trombón en la orquesta. Con sus conocimientos de sonido, Alexander logró sincronizar todas las partes para que quedara sin errores el fragmento de la ópera. Lo que se escucha en el video no está grabado aparte sino que es el sonido real de cada uno de los músicos de la orquesta.
“La calidad del sonido era muy diferente entre algunos videos. Todos los grabamos con nuestros celulares. Fue un trabajo muy dificultoso y de muchos días pero estuvo divertido”, dice él, que se inició en la música por su mamá, que había estudiado en su juventud y le dio una formación básica: “Ahí decidí ser músico para siempre, fue como descubrir otra vida”, explica.
La orquesta ensaya habitualmente en un salón de la Organización Sionista Femenina Argentina (OSFA) que les cede sus instalaciones. Ahora, lógicamente, ya no es posible. Mientras tanto, y por el tiempo que dure la cuarentena, todos los integrantes de la orquesta ensayan cómo pueden en sus casas y envían periódicamente tareas al director, que les indica consignas para que practiquen y luego les hace una devolución. “Con el video mostramos que a pesar de la cuarentena le ponemos pilas”, dice Sara.
“La mayoría de estos chicos a veces se encuentran en situaciones difíciles para hacer su música”, señala Tedesco. “Dos o tres no pudieron mandar el video porque viven en dos piezas con otras siete personas y no pueden ponerse a tocar. Otro chico me dice ‘Néstor, estoy buscando el horario porque me ponen música al lado a todo volumen todo el día’. Son realidades distintas. Algunos de los chicos me contaban que en la Villa 31 en este momento es prácticamente vida normal. Hay gente que no puede estar metida todo el día en las condiciones de su casa y sale a caminar o lo que sea”.
“Afortunadamente hoy en día cualquiera tiene un celular y eso permitió que hagamos este video. Ellos son pibes que de alguna forma rompen los estigmas de que todos los jóvenes que viven en barrios carenciados son lo peor. A mí me gustaría ver en Buenos Aires dónde hay un chico estudiando violín o clarinete en cuarentena”, se pregunta. Y se responde inmediatamente: “Hoy, en la Villa 31”.
Néstor sabe que el coletazo de la pandemia y el aislamiento social tendrá un impacto negativo en la actividad artística, pero no pierde la ilusión de que el tiempo “perdido” sea también una oportunidad. “Me renueva la idea de que cuando uno está en una situación de crisis, el hecho de tocar un instrumento acompaña mucho. Estos chicos no están haciendo macanas en la calle o mirando la tele, están tocando violín, clarinete, corno. Son instrumentos muy complejos, que pertenecen a la tradición musical europea y que la gente se sorprende al escucharlos cuando viene una orquesta de afuera o cuando va a al Colón”.
Para Néstor el arte “trasciende a las clases sociales” y hace noble al ser humano. “En este momento tan difícil para todos, los chicos tienen una herramienta fundamental en sus manos que es un instrumento. Es un mensaje de esperanza. La música tiene esa energía que vitaliza el ser humano. Fijate que la influencia de los del alrededor empujó a que cada uno busque una experiencia parecida. Y ellos mismos ahora se están convirtiendo en personas que, sin proponérselo directamente, hacen bien a su alrededor y lo enriquecen con habilidades que se adquieren con esfuerzo”, concluye.
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