La muerte de Liliana Giménez es una tragedia. Tenía 44 años, un esposo, dos hijos adolescentes, era profesora de Literatura en una escuela rural de Villa Giardino, Córdoba, y enseñaba en una cárcel de mujeres de la capital cordobesa. Dirigía y propulsaba el proyecto educativo Rotas Cadenas, una revista literaria que escribían presidiarias del Complejo Penitenciario Bouwer. Su adiós tiene paradojas literarias. El martes 31 de marzo publicó en sus redes sociales una idea burlona, hoy interpretada como un triste presagio. Alguien le había pedido que la mantuviera al tanto de su salud, ella, en su respuesta, satirizó su destino: “'Murió de unas fiebres misteriosas'. No fui escritora, pero tuve un final ad hoc”.
Su agonía es autobiográfica. Lilipad -así se hacía llamar en Twitter- relató sus días de enferma sin saber que iban a ser sus últimos. En su narración, afloran referencias a la literatura, reseñas sobre la muerte, dejos de ironías y críticas al sistema de salud. Allí, donde se había definido como una “especialista en arrear gente” y quien había iniciado “su discurso de despedida” después que le picara una carabela portuguesa, Liliana retrató su padecimiento. Hoy, su narración se vuelve protesta.
El domingo 29 de marzo escribió: “No me siento bien y le dije a marido que se fijara si había dos puntitos de sangre en el almohadón y se rió. Aguanten las referencias literarias”. Alguien le pidió que no dijera eso, en un deseo solapado para no convocar a la desgracia. “¿Vos decís que no vaya hacia la luz? Se estrellaba contra un foquito”, le respondió con simpatía. Ese mismo día, primero aclaró que sentía un “clásico” dolor de columna. Y luego, más severa, apeló al sarcasmo: “38,3 hasta luego amigos, los quise”. Había percibido un incipiente malestar dos días antes. Pero su preocupación se activó cuando el termómetro denunció 38°.
Ese domingo comenzó su suplicio. Ya se habían cursado nueve días del aislamiento social, preventivo y obligatorio dictado por el presidente Alberto Fernández como escudo a la pandemia del coronavirus. Se comunicó con su obra social, Administración Provincial del Seguro de Salud (Apross) de la provincia de Córdoba. Padeció a los fundamentalistas del protocolo de seguridad sanitaria por el Covid-19. Le recetaron paracetamol y le aconsejaron reposo.
El lunes 30 de marzo graficó su padecimiento: “Como si me hubiera caído de un camión en movimiento. Pero ahora tengo febrícula nomás. Ningún otro síntoma preocupante”. “Hace siglos que no me daba tanta fiebre”, notificó. También se había ilusionado con lo que marcaba su termómetro. “No llegué a 39, así que bien”. No había llegado la noche. Un tuit del día siguiente reportó un nuevo cuadro de situación: “Actualización: anoche 39,6° pese al paracetamol. Dice Apross que aumente la dosis, pero que no vaya a los centros de salud. No califico para Covid-19 ni para dengue”.
“La obra social de los empleados provinciales tiene un protocolo. Si pasas el cuestionario, videollamada y si no alcanza te mandan médico a tu casa”, explicó. Ese último día de marzo, se aventuró a imaginar su epitafio con ribetes literarios: “Murió de unas fiebres misteriosas”. Informó que le habían aumentado la dosis y la frecuencia, que no se había manifestado otro síntoma y que le habían estimado un plazo de recuperación en 72 horas. A su respuesta, le había incorporado un emoji descriptivo de su incertidumbre.
“El chusmerío alcanza nuevos niveles con los grupos de Facebook de los pueblos en donde se encargan de escrachar a los que se enferman o son sospechosos de ello, sus familias y cualquiera que haya tenido contacto. Como si enfermarte fuera tu culpa”, escribió en Twitter el primero de abril. Su salud había mostrado indicios de recuperación, “no como me gustaría, pero mejor”, indicó. Dedicaba sus horas de reposo a corregir tareas de sus alumnos. Su respeto por la cuarentena era sagrado. Sus amigas revelaron lo que sugería su tuit: le asustaba la estigmatización y la persecución a quienes quebraran el aislamiento.
El primer día de abril se propuso pensar dos planes a encarar en cuarentena. “Proyectos febriles: Empecé guaraní en Duolingo. Abrir tik-tok ya no parece tan mala idea”. El jueves 2 de abril se autodenominó como “una paciente obediente en sexto día de fiebre en casita”. Al tuit le agregó una cara de llanto. En un intercambio por redes sociales, repitió que ya comunicó con la obra social y con el 107, y explicó: “No nos cubre médico a domicilio acá y mientras sea solo fiebre me prohíben ir. Estoy recansada. Va bajando, pero muy lento. Ahora me dijeron que alterne con novalgina”.
“Hace tanto que estoy en cama que cuando hago dos pasos se me acalambra el gemelo”, puso el viernes 3 de abril. El sábado, luego de varios intentos, finalmente consiguió que un médico particular la revisara. Tenía diagnóstico, tratamiento, le había bajado la fiebre y, con ello, la angustia. “Ocho días de fiebre me llevó que un médico se acercara. Por tema coronavirus, sí tenés fiebre ‘esperá por otros síntomas’ y estamos empezando. Fleming cómo te amo”, tuiteó. En las preguntas que sus seguidores le hacían, actualizó el reporte: “Ya no tengo fiebre y tener diagnóstico y tratamiento lo es todo. Estaba ansiosa y preocupada. Aparte la fiebre llegó a 40° y después fue bajando. Un dolor…”. El diagnóstico, amigdalitis, y el tratamiento, una inyección de penicilina. Cuando alguien le preguntó, asustada, qué era lo que estaba pasando, ella resumió: “Están cuidando que no colapse el sistema de salud, pero parece que tenemos uno muy endeble”. Ese 4 de abril publicó como noticia y con orgullo su logro del día: subir a la terraza.
El domingo 5 de abril la fiebre volvió y su interacción se redujo a subir una foto de sus gatos. El lunes, su tuit más viralizado y dramático. Acumula más dos mil likes y una carga emotiva pesada: “Después de nueve días de agonía por el sistema de salud, finalmente me llevan a internar. Besos a todos”. Al interés de una seguidora, le amplió el escenario: “Me dejaron seis días de fiebre esperando por un médico. Era amigdalitis pero leudó”. Días antes se habían comunicado con el dispensario de La Falda, desde donde le indicaron que se acercara a realizarse unos estudios. Su marido la acompañó. La radiografía de tórax mostró una neumopatía. Se activó el protocolo por Covid-19 y la trasladaron de urgencia a la Clínica La Falda.
Jorge Soria, subsecretario de salud de Villa Giardino, informó en diálogo con La Estafeta Online, un portal de la ciudad cordobesa, que él mismo se presentó en el domicilio de la mujer cuando el viernes 3 de abril ella se comunicó por primera vez con el establecimiento sanitario local. Ese día, la Municipalidad recién tuvo conocimiento de su caso. “Fui a atenderla a su domicilio y le dije que se acercara al dispensario, pero me dijo que en ese momento no podía. Hablamos a dos metros de distancia y le dije que lo más común en esta época eran las amigdalitis o las bronquitis. No fue un diagnóstico. Le pedí que se controlara la fiebre y que nos mantuviera al tanto de cómo evolucionaba”, apuntó Soria.
Al día siguiente, acudió al dispensario acompañada por su marido. La noche del lunes fue su última noche. No la pasó bien. Le realizaron el hisopado de rutina y la conectaron a un respirador. “Sólo usaba un cuarto de un pulmón”, precisó su hermano Hernán. El martes 7 de abril por la tarde Liliana Giménez falleció. La causa: neumonía. No resistió un paro cardiorespiratorio por la falta de oxígeno. El resultado del reactivo dio negativo. Nunca tuvo coronavirus, pero murió por sus efectos: la desidia y el abandono del sistema de salud. Su familia analiza iniciar acciones legales.
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