“Querido Papá
Héroe de Malvinas:
Gracias por el Héroe que fuiste y serás por siempre. Gracias a todos los caídos y ex combatientes de Malvinas… No paro de pensar en lo representativo del brazalete con esa cruz que portaste en Malvinas y que después se transformó en ese guardapolvo blanco que usaste los 25 años como médico defendiendo a capa y espada la Salud Pública…No sabés los grandes capitanes de equipo que tenemos hoy en nuestros Hospitales para luchar contra el enemigo identificado como COVID19!”
Así comienza la carta que Luciana, una joven abogada de 31 años le escribió a su papá, Hugo Ricardo Scherbarth, veterano de la guerra de Malvinas, fallecido sorpresivamente a los 63 años de un aneurisma. Su hija, la menor, a la que ella llamaba cariñosamente “lauchita”, encontró hace un tiempo en la escritura un camino liberador y, por qué no, sanador.
Todos lo conocían como “el alemán”, un corpulento médico nacido en Miramar el 29 de noviembre de 1954. Con 27 años, era uno de los “tres viejos” de la compañía A del Regimiento 7.
Indirectamente, sin haberla vivido, conocía de los horrores de la guerra. Su mamá Carlota, había logrado escapar de su Berlín natal en medio de la Segunda Guerra Mundial. En Argentina se casó con Otto Scherbarth, un techista que se jactaba de haber hecho el ochenta por ciento de los techos de esa ciudad balnearia. Carlota vivió un desarraigo desgarrador, al no volver a ver nunca más a la familia que había quedado en esa Alemania dividida y destruida. Si hasta su casa había quedado pegada al Muro de Berlín. La muerte la sorprendió el año que había decidido viajar.
Hugo cursó Medicina en la Universidad Nacional de La Plata. Para costearse los estudios hizo de todo: cartero, techista, lo que viniera. Le tocó cumplir con el servicio militar en el Regimiento 7 con la clase 62, debido a las prórrogas por estudio que había pedido. Fue cuando lo sorprendió la guerra.
A Malvinas
Tenía 20 años cuando se casó con Graciela, una fonoaudióloga y maestra, que trabajaba en una escuela en Florencio Varela. Como le faltaban unos pocos finales para recibirse de médico, integró el grupo de sanidad de la compañía A. Estaban apostados cercanos a Monte Longdon.
El soldado Luis Humberto Conte lo recuerda perfectamente. El sábado 12 de junio, “a las 11 y 30”, remarcó específico, había sido herido en su costado izquierdo. Fue llevado a un puesto de socorro, donde Scherbarth le hizo las primeras curaciones con lo que tenía a mano, ya que la existencia de vendas había ido para los heridos de la compañía B. Como pudo, Scherbarth le vendó el brazo y lo mandó al puesto sanitario. Pero Conte, sabiendo que podía estar parado, pretendió volver al combate. Fue un subteniente quien le quitó el fusil, le dijo que la guerra para él había terminado, y el propio Scherbarth junto a otro soldado se lo llevaron. Conte, que sueña con volver a las islas pero que las tres sesiones semanales de diálisis que se aplica hace ya 19 años se lo impiden, aún tiene esquirlas que son peligrosas extraer, pero con las que son sencillas convivir.
Conte también recuerda que el viernes de la semana anterior Scherbarth, junto a otros soldados, tuvo la ingrata tarea de recuperar los restos de cuatro soldados que habían pisado una mina terrestre.
Hugo volvió al continente en el Canberra; de ahí, a Campo de Mayo y luego de pasar por el regimiento, a su departamento en La Plata, donde lo esperaba su esposa. Tenía veinte kilos menos.
Conte, recién jubilado, vive en Lomas de Zamora, se ganó la vida como portero en la escuela de su barrio, y nunca más vió más al médico que lo asistió en el infierno de Monte Longdon.
La posguerra
Scherbarth vivió con intermitencias sus recuerdos del conflicto. Por tiempos se encerraba en su hermetismo, que blindaba con su carácter fuerte y con su personalidad. Por momentos, se abría y contaba del compañerismo, de lo aislados que se sentían. Muchos de los soldados veían en él una figura paternalista, que podía darles un consejo, al ser unos pocos años mayor.
Con su esposa se radicaron en Mar del Plata. Allí nació su hija, prematura, “su milagro”, decía él, hoy una abogada como Federico, su hermano dos años mayor. En esa ciudad fue uno de los cofundadores del Centro de Veteranos y le tocó dar los primeros discursos, en una posguerra de veteranos olvidados y marginados.
Fue jefe del servicio de Reumatología del Hospital Interzonal de la ciudad y especialista en Autoinmunidad. A sus pacientes les hablaba directo, a los ojos, y era cuando esa personalidad hosca dejaba entrever la sensibilidad propia del que está curando.
Falleció el 17 de abril de 2018, meses antes del nacimiento de Faustina, su primera nieta.
La carta continúa así:
“Como dicen “solo muere lo que se olvida” y como pueblo argentino te aseguro que recordamos día a día no solo la lucha por la soberanía de nuestras Islas, el heroísmo que tuvieron los caídos y los Ex combatientes, sino que también estamos sintiendo en carne y hueso lo que significa una batalla en este campo de miles de kilómetros que parece estar minado…y no por ingleses sino por un virus que no nos permite besarnos, abrazarnos, compartir.
Además te quería contar que entiendo una de las luchas que han tenido… que hoy el que padece del COVID19 no sea estigmatizado… ¿cuánto sabrán ustedes de esa estigmatización, no? Cuánto tiempo han luchado por el reconocimiento social de un pueblo al que fueron a representar, por el que muchos dejaron la vida y tantos otros como vos y las familias sufrieron y sufrimos horrores la posguerra…
De un día para el otro nos vimos privados de cruzar fronteras, de caminar libremente, muchos están en la trinchera velando por nuestra salud y seguridad y desplegando todas las estrategias frente a la incertidumbre que atravesamos. Otros esperando el regreso de lxs médicos, personal de fuerzas de seguridad, personal sanitario… tal como las familias, las mujeres esperaban el regreso de Ustedes los Héroes de las Islas. ¡Hoy hemos recobrado el valor del tiempo!
También te quería decir que entiendo el dolor de esa frialdad de ausencia de contacto… porque esta parada forzada ha logrado borrar el verdadero contacto humano.
Los tiempos que estamos atravesando son difíciles, la memoria y la experiencia de Ustedes recorre nuestras venas y a muchos nos sirve de motor. Las palabras han comenzado a tener de nuevo validez. ¡Claro que Duele!… hemos tenido bajas… pero todos los días nos levantamos en este campo de batalla al grito: ¡vamos Argentina! ¡por la Patria! ¡Por volver a ese encuentro!
Me quedo con una de las últimas charlas que tuvimos y que me sorprendieron de vos “el Alemán, el rudo, el médico, el soldado, el de la voz gruesa”… que con una voz quebrada me dijiste: “frente a un problema de salud hay que ser muy preciso en el diagnóstico pero también hay que dar AMOR a quien tenemos enfrente.”
Hoy parafraseo lo que tanto he escuchado en los discursos del 2 de abril… ¡SOLIDARIDAD, ARGENTINA UNIDA, HONOR, PATRIA! ¡GRACIAS HÉROES!
Luciana Scherbarth, Lula, tu lauchita…
Su hija conserva lo que llama la “caja de los tesoros”, donde están prolijamente acomodadas el brazalete con la cruz roja que su papá usó en Malvinas, la medalla de identificación, condecoraciones, restos de un jabón, un sobre de azúcar, una cédula de notificación y algunas cartas que escribió desde allá, las que pudieron llegar. Un puñado de recuerdos de un veterano de guerra atesorados por el amor de una hija.
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