El ránking de las diez mejores historietas argentinas

Igual que con las pizzerías o con las heladerías, cada uno tiene sus gustos. Un fanático de las tiras hizo esta lista y propone que los lectores hagan la suya propia

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El Eternauta
El Eternauta

En estos días de cuarentena, el cronista no deja de agradecer todo lo bueno que le ha deparado la vida.

Por ejemplo, el tesoro de la lectura. Como nunca -y como siempre- leer nos salva. Atenúa la angustia, calma el dolor y mitiga la soledad, pero además nos entretiene.

Y mi primera lectura fue una historieta.

Se llamaba “Periquita” y la protagonista era una nenita decidida y ocurrente, antecesora de María Luz y de Mafalda. Los expertos saben que su creador fue Ernie Bushmiller y que su nombre original era Nancy. Su mejor amigo, Sluggo, aquí fue conocido como Tito y era el coprotagonista de la tira. La imagen de Periquita y Tito tomando un ice-cream, con dos sorbetes metidos en un mismo vaso, está fija en la memoria de muchos de mis contemporáneos.

Periquita
Periquita

Periquita se publicaba en la contratapa del diario El Mundo, el matutino que llegaba a mi casa todos los días. Esa presencia cotidiana despertó mi curiosidad infantil. Y tanto le insistí a mi mamá preguntándole “¿qué dice aquí?” que finalmente ella me fue enseñando a leer, cuadrito por cuadrito.

Luego me hice lector de Patoruzito, una revista semanal cuyo título proponía las aventuras del caciquito como tema central.

Esperábamos los jueves con ansiedad, porque ese día salía Patoruzito, que incluía historietas fantásticas, tanto humorísticas como serias. Entre las primeras, -de diseño caricaturístico- “Langostino” de Ferro o “Don Pascual” de Battaglia. Y las serias -con ilustraciones de estilo clásico- tenían estrellas imbatibles: “Rip Kirby” de Alex Raymond, “Hernán el corsario” de José Luis Salinas, o “Tucho de canillita a campeón” de Athos Cozzi y Dante de Palos.

A esta altura, debo declarar mi preferencia por la palabra “historieta”, que prefiero usar siempre en lugar de “cómics”, “tebeo” o “manga”.

Hay grandes ejemplos, tanto a página completa como en tiras de tres cuadritos publicadas consecutivamente.

Mafalda
Mafalda

Según el diccionario, una historieta es un “Relato o historia explicada mediante viñetas o recuadros que contienen ilustraciones y en el que algunas o todas las viñetas pueden contener un texto más o menos breve”. También se ha dicho que una historieta es una novela gráfica. O un relato dibujado. Para los fanáticos del género -recuerdo que Federico Luppi lo era, como lo es mi colega locutor Pancho Ibáñez- leer una historieta es disfrutar de una narración que puede transcurrir en el espacio sideral, en el far west o en una carrera de autos. No hay límites para el escenario, que no depende de ningún presupuesto de producción: alcanza con la imaginación del guionista y la destreza del dibujante.

Pero lo que seduce de la historieta es la secuencia, el ritmo con el que nos cuentan la aventura. Y como en el cine, cada cuadrito compone un plano diferente. Por eso los grandes historietistas pasan de una panorámica a un plano corto y luego buscan un enfoque desde abajo o una mirada cenital. Los textos, inscriptos dentro de los clásicos “globitos”, son el condimento indispensable para comprender la escena. La brevedad suele ser un mérito y en algunos casos la ausencia total de palabras colabora para crear una verdadera maravilla. Una demostración clásica de esto es la famosa despedida de Terry y Jane, en la historieta “Terry y los piratas”, del maestro Milton Canniff. Por cosas como esta muchos consideramos a la historieta el noveno arte:

Terry y los piratas, despedida
Terry y los piratas, despedida en la nieve

Los pibes de la década del 50, los adolescentes de los 60´, fuimos muy lectores de historietas. Gozamos con revistas como Misterix, Rayo rojo, Puño fuerte, Bucaneros, Fantasía o El gorrión, entre varias más. Y luego llegaron cuatro títulos que se dividieron el mercado: por un lado, las popularísimas Intervalo y D´Artagnan. Y paralelamente, las dos publicaciones que marcaron la revolución en el estilo historietístico nacional: Hora Cero y Frontera.

En estas últimas brilló la inspiración de Héctor Oesterheld. De él tengo un documento maravilloso. Es la dedicatoria del primer volumen de “El eternauta”, que proponía un encuentro que trágicamente jamás se pudo concretar:

La dedicatoria de Oesterheld
La dedicatoria de Oesterheld

Sí, tuvimos mucha suerte, porque había revistas para elegir. Además, entre todas estas alternativas aparecían “las mexicanas”, que nos trajeron a Archie, a los superhéroes y a los personajes de Hanna y Barbera.

A todas las comprábamos, las leíamos, las releíamos. Y las guardábamos, como fervorosos coleccionistas. Muchas de esas revistas, perfectamente ordenadas por fecha, acompañaron mudanzas, atravesaron casamientos y hasta subsistieron a divorcios. Finalmente, terminaron en los puestos de Parque Rivadavia y cada tanto sobreviven en Mercado Libre.

Sin embargo, en algunas familias sucede algo asombroso. Y un ajado ejemplar de Condorito o de Anteojito, que fue del abuelo, hoy entretiene a la nieta de seis años.

La historieta sigue ejerciendo un mágico influjo en los chicos. Ese es el motivo por el que florecen los talleres de expresión historietística en muchos barrios, en los que nenas y nenes crean sus propios relatos dibujados.

Y aunque el formato cambie y la plataforma de publicación sea el smartphone y no el papel, la magia de una buena historia relatada en una secuencia gráfica es invencible.

Confieso que no he leído a los clásicos, que mi formación ha omitido a los griegos y que carezco del rastro que deja una educación elevada. ¡Y se nota! Pero todos los guionistas, los Ray Collins, los Oesterheld, los Wadel, los Trillo, los Saccomanno y los Robin Wood (ojo, no confundir con Robin Hood) han estimulado mi fantasía. Y Pratt, Zoppi, Altuna, Breccia, como tantísimos maestros del dibujo, me transmitieron la forma de contar mucho con poco.

Todos lo hicieron con un mismo objetivo: entretener. La historieta, tal como nosotros la hemos disfrutado, no quería demostrar nada. Era relato puro, sorpresa y emoción. Si quieren un ejemplo máximo, ahí está “Corto Maltés”, la obra máxima de Hugo Pratt como guionista y dibujante.

De muchas de estas historietas quedan originales en el país. En la Biblioteca Nacional, en las colecciones privadas, en los archivos de algunas familias.

Y también en el Museo Severo Vaccaro, de la calle Lima 1035, en la ciudad de Buenos Aires. Es decir, allí estuvieron. La casa está cerrada desde hace muchos años y nadie sabe qué destino tuvieron las obras de Divito, Lino Palacio, Landrú, Solano López, Mordillo, Ramón Columba, Garaycochea, Quino,Caloi, Dante Quinterno, Cao, Sábat y cientos de artistas más. Se dice que hubo intrusos, que entró agua, que se cayó un techo.

Algún funcionario debería romper el candado de la puerta y registrar el lugar.

Será una manera de cumplir con el eterno e ingenuo mandato de la historieta: “continuará”.

Bueno, aquí va mi lista. Hacé la tuya, lector.

La fantástica calidad del género explica las coincidencias, justifica las diferencias y absuelve las omisiones.

El Eternauta
El Eternauta

- “El eternauta” - Un clásico absoluto. Para muchos, la mejor historieta argentina de todos los tiempos. Héctor German Oesterheld fue el guionista y Francisco Solano López el dibujante. Apareció en 1957 en la revista Hora Cero, de la editorial Frontera. Oesterheld había comenzado su carrera en la Editorial Abril, donde en 1952 hizo los textos de “Gatito”, una singular historia para chicos ilustrada por Hugo Csecs. Su versatilidad le permitió afrontar al mismo tiempo una tarea absolutamente distinta y desde 1953 a 1957 escribió en “Más allá”, la revista que inauguró el género de ciencia ficción en la Argentina. En la revista Misterix, de la misma Editorial Abril, Oesterheld escribía los guiones de “Bull Rocket”, un piloto de pruebas dibujado por el italiano Paul Campani. Cuando éste dejó la tira, su lugar lo ocupó Solano López. Ese fue el primer gran éxito que compartieron, hasta que llegó “El eternauta”, la obra cumbre de la pareja. Esta extraordinaria historieta, que comienza con una invasión extraterrestre, ha tenido con el tiempo diversas interpretaciones de carácter ideológico. Y hace pocas semanas Netflix anunció que la convertirá en una serie, dirigida por Bruno Stagnaro.

Lúpin
Lúpin

- “Lúpin” - La historieta le dio el nombre a una revista de culto. Sus lectores eran fanáticos del material técnico y científico que aparecía en la sección de los “planitos”. Una enorme cantidad de ideas prácticas que servían para armar avioncitos, barriletes, telescopios, dínamos y objetos vinculados con los hobbies más diversos. “Lúpin” (castellanización de la acrobacia aérea looping) era la historieta principal, creada por Guillermo Guerrero, quien además dibujaba las tiras “Mosca Kid” y “Al Feñique”. Su socio Héctor Sidoli “Dol” hacía “Bicho y Gordi” y “Resorte, el ayudante del profe”. Guerrero era además piloto civil y la historieta era casi autobiográfica, incluso porque las facciones de “Lúpin” eran una caricatura de él mismo. Y de alguien más: desde sus épocas de intendente de Río Gallegos, a Néstor Kirchner lo llamaban “Lúpin” por su parecido con el personaje. Unos años antes de eso, en 1974, un pibe de Ituzaingó llamado Fernando Caldeiro escribía al “Correito de Gordi” pidiendo unos planos. Con el tiempo se convertiría en el ingeniero Frank Caldeiro, astronauta de la NASA, donde declaró: “Mi vocación por la ciencia nació leyendo Lúpin.”

Patoruzú, número 1, hecho íntegramente
Patoruzú, número 1, hecho íntegramente por Quinterno

- “Patoruzú” - El monumento de la historieta nacional, un superhéroe telúrico. Fue la base de una gran empresa de comunicación gráfica y audiovisual que aún perdura. Todo nació en 1928, cuando el joven dibujante Dante Quinterno tenía 19 años y comenzó a publicar en el diario Crítica la historieta “Aventuras de Don Gil Contento”, donde aparecería un tehuelche ingenuo y pajuerano: Curugua - Curiaguagüigua”. Muy pronto pasó a llamarse Patoruzú, porque pronunciar su nombre “le descoyunta las mandíbulas” según admitió su propio creador. En 1935 Patoruzú debutó como protagonista de una tira propia en el matutino El Mundo y menos de un año después salió a la calle la revista Patoruzú, con su inconfundible formato apaisado. Generoso, ético, solidario, noble, Patoruzú se transformó en un símbolo de las virtudes del arquetipo argentino. Una legión de dibujantes y escritores se formaron al lado de Quinterno, que en 1942 estrenó “Upa en apuros”, la película de dibujos animados en colores que sentó las bases de esa industria en el país. Walt Disney lo admiraba, René Goscinny -co creador de Asterix- no pudo evitar su influencia. Las empanadas de la Chacha, la lealtad de Ñancul y las vivezas de Isidoro lo siguen acompañando, lo mismo que una popularidad que se renueva a través de las generaciones.

Langostino
Langostino

- “Langostino”- No tiene contra. Por sus méritos como historieta y también porque en el mundo del dibujo hubo poca gente tan querida como Eduardo Ferro, su creador. La altísima calidad del dibujo y la perfección narrativa se pusieron al servicio de una sucesión de aventuras, nacidas de la desbordante imaginación del autor. Langostino es un “navegante independiente” que vive situaciones sorprendentes, en las que muchas veces es protagonista Corina, su pequeña embarcación. La hidalguía del protagonista es tan grande como su curiosidad y eso asegura entretenimiento permanente para el lector. Sin ser un héroe, se enfrenta con toda clase de peligros y los supera más con inocencia que con arrojo. “Langostino” se publicó durante 15 años en Patoruzito y otra gran virtud de Ferro fue que no decayó ni se repitió. Al contrario, cuando la historieta reapareció ocasionalmente en otros medios lucía renovada, tanto en el diseño como en los argumentos. Y eso fue más evidente en el libro que Ferro publicó en la editorial Hyspamérica y se acentuó luego en su temporada en la revista La Maga, donde alcanzó un altísimo nivel.

Don Pascual
Don Pascual

- “Don Pascual” - Única, irrepetible. Tuvo varios nombres: “Mangucho y Meneca”, “El sapo Felipe”, “Mangucho con todo” y este -el más conocido- “Don Pascual”. Su creador se llamaba Roberto Battaglia y hace un año (el domingo 24 de marzo de 2019) publicamos aquí en Infobae su misteriosa historia: en pleno éxito profesional se fue a vivir a Estados Unidos, donde dejó de tener contacto con colegas y amigos. Se alejó de todos, misteriosamente. Y también dejó de dibujar. Mucho después se supo que había muerto. De esa manera quedó trunca una carrera extraordinaria, en la que “Don Pascual” fue su creación máxima. Este almacenero de barrio, encabezaba el elenco, pero la grandeza estaba en la riquísima gama de personajes secundarios: Mangucho, su dependiente; Meneca, la novia de Mangucho; Taraletti, un cartero de enorme dentadura y pies descalzos; Zazá, la enamorada del almacenero; Agustín, el malvado primo de Don Pascual; Grappini, un policía aficionado al trago; Felipe, un sapo de costumbres muy humanas; el Doctor Pulguetti, un filósofo que vivía en la calle; Titina, una enigmática áspid, y varios más. Dueño de un dibujo dinámico, casi de animación, y con una fantasía incontenible, Battaglia incorporaba detalles surrealistas, como los dos mozos gallegos que dialogaban en un segundo plano: -¿Are you Manolo?… -Yes, I am…

El Loco Chávez y Pampita
El Loco Chávez y Pampita (la original)

- “El loco Chávez” - Es la gran comedia costumbrista porteña de la historieta nacional. Sus creadores fueron el guionista Carlos Trillo y el dibujante Horacio Altuna. Empezó a publicarse en 1975 en la contratapa del diario Clarín. El protagonista -Hugo Chávez, periodista- apareció inicialmente como corresponsal de un diario argentino en el exterior, hasta que vuelve para trabajar en la redacción. El cuadrito que reflejó ese momento, el 26 de febrero de 1976, con Chávez exclamando “¡por fin!” en el aeropuerto de Ezeiza, fue un punto de inflexión. A partir de allí, “El loco Chávez” afirmó su identidad y se popularizó. El personaje era humano, romántico, un poco vago, amigo de sus amigos y resignado hincha de Racing. Esto último generó la empatía que generan los desafortunados, del mismo modo que despertó admiración por sus experiencias eróticas con Pampita, la bellísima fotógrafa que era su novia. La enorme tirada de Clarín en esa época favoreció el éxito de la tira, que se convirtió en un reflejo de la vida cotidiana. Las escenas y los diálogos en el bar “El buen trato” -al que iba Chávez con su jefe Balderi y otros amigos- llegaron a tener fuerte contenido crítico. Finalmente, en 1987, la historieta llegó a su fin: Chávez y Pampita decidieron casarse y se radicaron en España. Sin dejar de desearles felicidades, miles de lectores lo lamentaron.

La Vaca Aurora
La Vaca Aurora

-“La vaca Aurora”- Pocas historietas tuvieron tan largo recorrido, a través de diferentes publicaciones. Mirco Repetto fue su creador como guionista y dibujante. En 1939 publicó en el diario socialista “La Vanguardia” la historieta “Don Alfonso”, en la que se destacó un curioso personaje secundario: era una vaca. Se llamaba Aurora, al año siguiente se independizó y apareció en la revista “Cara sucia”, del uruguayo Billy Kerosene. En 1949 pasó a la revista “Mundo Infantil”, donde estuvo hasta 1956. Muy pronto reapareció en “Anteojito”, donde fue descubierta por otra generación de lectores. Así supieron que un boticario llamado Nicodemo compró una vaca a la que le gustaba bailar y a la que le encantaban los bombones. El tipo era excéntrico y decía que si las vacas comen pasto y dan leche, comiendo manzanas podían dar sidra. Y también le daba de comer cemento, para que produjese leche fortificada. Aurora se movía frecuentemente como un bípedo, no hablaba pero se daba a entender y vivía aventuras delirantes: una vez hizo una guerra en la que combatía con sifones de soda y en otro episodio se hizo monarca de un reino de súbditos que vivían con hipo. Una colorida escultura en cemento de La Vaca Aurora estuvo en la puerta de una quinta en Paso del Rey, donde Mirco Repetto vivió muchos años.

El Conventillo de Don Nicola
El Conventillo de Don Nicola

-“El conventillo de Don Nicola”- Tiene todos los ingredientes de una historieta entretenida: acción, aventuras, conflictos y sorpresas permanentes, con el soporte de un dibujo excepcional. Pero además de eso, Héctor L. Torino -su autor- elaboró una pintura de una época de Buenos Aires. La acción transcurre en un conventillo del barrio de la Boca y Don Nicola es el encargado, es decir el responsable de la administración de ese inquilinato colectivo. La diversión está asegurada y surge en cada cuadrito, con los insólitos habitantes del lugar: el detective Buscapié, los sabios Turbina y Lamparita, el maestro Esculapio y el mago Fuyito, entre muchos otros. No faltan el aristócrata venido a menos, ni la bella vecina de la que todos están enamorados. Y al mismo tiempo, a la manera de Alberto Vaccarezza en sus sainetes, Torino usa los mejores recursos del costumbrismo. Las diferentes nacionalidades se manifiestan por la vestimenta y por las formas de hablar, en un pintoresco contraste que jamás cae en la xenofobia. En el conventillo puede ocurrir cualquier cosa, una celebración de Carnaval o un viaje al espacio. Hoy se puede disfrutar todo su historial (de 1937 a 1950) en https://www.facebook.com/groups/EdicionesTorino

Vito Nervio
Vito Nervio

-“Vito Nervio” La gran historieta policial de Argentina. Empezó a publicarse en Patoruzito en 1945 y en el primer capítulo el protagonista Vito Nervio -un detective privado- va camino al Registro Civil para casarse. Pero advierte que ha olvidado los anillos en su oficina y regresa a buscarlos. Allí se entera de que un peligroso criminal se ha fugado y se lanza a buscarlo. Por supuesto, la boda nunca se realizó. Desde entonces y hasta que dejó de publicarse, en 1959, la obra tuvo una acción cinematográfica con riesgo permanente y aventuras exóticas. Los primeros realizadores fueron el escritor Mirco Repetto (el mismo de La vaca Aurora) y el dibujante Emilio Cortinas. Un año después, Leonardo Wadel empezó a escribir los argumentos y poco después Alberto Breccia se hizo cargo de los dibujos. En ese momento nació una dupla excepcional. Wadel desarrolló el perfil de un detective más valiente que racional, lo llevó a remotos parajes y en un inesperado giro de la trama hizo que se enamorara de la malvada Madame Zabat, su peor enemiga. Por su parte, Breccia realizó el trabajo más puramente historietístico de su carrera, que luego se volcó a un grafismo mucho más denso. El Vito Nervio de Alberto Breccia tuvo una composición audaz, un asombroso manejo del blanco y negro, junto a secuencias en las que se alternaban los enfoques de grandes planos con expresivos close-up. En alguno de los diálogos Vito Nervio decía que era “un detective criollo”. Y así quedó en la historia del género.

El Sargento Kirk
El Sargento Kirk

-“El sargento Kirk”- Cuando apareció en la revista Misterix, en 1953, provocó asombro. Era un western, sí, con todos los ingredientes clásicos: indios, cowboys, diligencias, soldados y duelos en la polvorienta calle principal del pueblo. Pero tenía otro sabor. Empezando porque Kirk efectivamente era sargento, pero había desertado del ejército. Y luego de haber vivido entre los indios Tchatoogas empezó a vivir como un marginal en las inmensa praderas del oeste, acompañado de tres amigos que tenían similares desventuras. Ellos eran el indiecito Maha, el doctor Forbes y El Corto, un ex cuatrero. El guionista -Héctor Oesterheld- creaba situaciones en las que el humanismo diluía la clásica diferencia entre buenos y malos. Y Hugo Pratt, en su consagratorio trabajo como dibujante, logró un relato visual donde la acción no daba respiro, en el marco de un detallismo asombroso de la fauna, la flora y las vestimentas. El sargento Kirk fue una verdadera bisagra en el arte de la historieta en la Argentina. Marcó un antes y un después, como Piazzolla en el tango. Esto mismo se lo dije a Hugo Pratt, un tarde de 1978 en Radio Belgrano. Y Hugo me contestó: “¿Hai visto?… è che siamo entrambi italiani…”.

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