Nadie sabe qué hacer en este mundo. Ni los gobernantes ni los gobernados saben hoy cuál es su rol. Vemos la confusión poblar el mapa. Cada país con un manual distinto para el mismo virus.
Ahora, acá, México.
Ahora, acá, el territorio del presidente AMLO, Andrés Manuel López Obrador, que la semana pasada fue muy criticado por haber saludado (con la mano) a la madre del Chapo Guzmán, el capo narco preso en los Estados Unidos. “Es una mujer de 92 años y se merece todo mi respeto. La peste es la corrupción, no un adulto mayor”, explicó. “Por eso mismo”, le dijo una periodista, “no pensó que por su edad la ponía en riesgo”.
AMLO dudó, el tampoco sabe qué hacer en este mundo. Es una falta de respeto dejarla con la mano tendida, una falta de humanidad, dijo al fin.
Quién sabe qué, lo correcto.
Ahora, acá, hay más de 3 mil argentinos varados. La cifra sube porque en México muchos argentinos recién ahora reportan su situación o simplemente porque siguen llegando, dado que las fronteras del país aún están abiertas. En el mundo son más de 10 mil los argentinos varados a la espera de volver a casa. Algunos días salen noticias, declaraciones de un funcionario u otro que se aventuran a anunciar medidas. A veces surgen rumores de un vuelo que saldrá desde Cancún, a veces surgen rumores de que el tiempo afuera será mayor de lo esperado.
Lo cierto es que quién sabe qué hacer en este mundo. Todos, acá y allá, nos preparamos para lo peor a la espera de lo mejor. La información que nos llega a quienes esperamos es francamente desprolija: Aerolíneas anunció un vuelo de regreso desde Cancún para el 6 de abril. Las fuentes de la compañía aseguran que los cupos de ese vuelo los maneja el consulado según criterio de vulnerabilidad. Sin embargo, múltiples fuentes oficiales confirman que eso no es así: se trata de un vuelo comercial que Aerolíneas envía para empezar a traer a los pasajeros que ya tenía un pasaje, y se suman algunas plazas para que el consulado indique los casos más vulnerables. Una vez identificados, a esas personas se les ofrece comprar un ticket por 600 dólares. Después de esa lista, si queda algún lugar se ponen a la venta en la web y dejan que empiecen los juegos del hambre: el remanente no supera los 30 o 40 lugares, con suerte. Por supuesto, ya está lleno, y todos acá deseamos que allí vayan casos vulnerables.
¿Podemos hablar de repatriación? Hoy por hoy, no. Solo se autorizan vuelos comerciales, pasajes pagos camuflados de repatriación. Son únicamente por la aerolínea de bandera. El último verdaderamente de repatriación fue el de la Fuerza Aérea Mexicana que se llevó 300 argentinos a cambio de traer mexicanos varados. El nombre técnico: evacuación.
La estrategia del gobierno no me parece mal (esto ya lo escribí al momento de saberme varado). El manejo de la comunicación, otra historia. Si bien los diplomáticos intentan dar respuesta a cada caso, la verdad es que no hay una línea de acción definida y los 3 mil que somos recibimos informaciones diferentes cada día. Poco a poco la incertidumbre supera a la ansiedad. El cierre de fronteras es una medida necesaria y entendible. La espera, su consecuencia lógica. Pero cada día se parece más a la espera de Godot que de algo cierto. Somos, también, un reflejo de lo que vive el mundo.
La principal limitación es la regulación de ingresos permitidos vía Ezeiza, ordenada por el Ministerio de Interior a instancias del de Salud: solo pueden aterrizar 700 argentinos por día a fin de implementar un regreso controlado (350 pasajeros provenientes de una zona de riesgo, Europa o EEUU; y 350 pasajeros de vuelos regionales).
A su vez están la limitaciones operativas de Aerolíneas Argentinas: la compañía tiene solo 10 Airbus 330, los aviones de largo alcance que pueden operar rutas a Estados Unidos, Europa o el Caribe. En cada uno de esos destinos hay argentinos varados. Solo en Cancún se estima que hay cerca de 2 mil. Y aunque están armando cronogramas, todavía no se definen.
Desde el consulado envían un mail a cada argentino varado diciéndole que si están cortos de plata, hablen con sus familiares y amigos para que los ayuden (esto es literal, lo envían en un pdf oficial), y las ayudas económicas que anunció el canciller Felipe Solá (“el mayor plan de asistencia consular de toda su historia”), aún no se implementaron. Se estima que serán entre 25 y 32 dólares por día para cada argentino que acceda. Quien lo pretenda debe presentar una declaración jurada demostrando su falta total de medios para sustentarse y la falta de medios de su familia. Recién ahí se puede iniciar el trámite, que dificilmente rescate a nadie.
“No es una ayuda distinta a la que ofrecen regularmente los consulados o embajadas en cualquier otro momento, pero básicamente hay que estar en la indigencia para que te den algo”, me dijo preservando su identidad un funcionario de gobierno (no destinado en México).
Pero hoy, a mi manera de verlo, no hay mejor ayuda que una respuesta sincera. Ni un tuit del canciller anunciando lo que sueña poder hacer y no hará, ni un reclamo de un argentino inventando su propia vulnerabilidad.
“Hay muchos varados que llenan el formulario e inventan enfermedades críticas para que los subamos a un avión”, me dijo otro funcionario. Por otro lado, hay miles de argentinos con paciencia gastando la última migaja de sus ahorros para seguir soñando con la vuelta. Algunos entienden que acá ya perdimos todos, otros intentan ser de los que pierden menos. “Hace unos días se fueron un aviones de la Fuerza Aérea mexicana que llevaron 300 argentinos. Unos me reclamaban: ¿ese por qué sube? Porque es diabético, le decía yo. ¡Y yo soy asmático!, me respondió”. Me lo contó otro diplomático que prefiere no ser nombrado, árbitros de este nuevo teatro de guerra.
Y otra vez: ¿a quién podemos juzgar por no saber qué hacer en una situación completamente inusual? Mientras trabajan por atender a los varados, los funcionarios se exponen a contraer la enfermedad. De hecho, han optado por tener un contacto cada vez más remoto para resguardarse. Y por otro lado, mientras los varados esperan en un país que no es el suyo, sin un sistema de salud que los contemple y en muchos casos sin los medicamentos que necesitan, cada uno de ellos se expone a enfermarse lejos de su patria. ¿A quién podemos culpar si su desesperación se convierte en enojo y ese enojo de pronto en egoísmo? Como decía Borges de la patria: nadie es culpable hoy, pero todos lo somos.
Mientras, situación presente en Ciudad de México:
Aquí, ahora, una taquería. Espero afuera, con barbijo y a metros de distancia de los otros. Un grupo de tres amigos entran al restaurante con una alegría indomable. Se sientan, piden tres gaseosas ("tres refrescos"), y unas gringas (plato típico mexicano).
Su comida llegará antes que la mía, de modo que los puedo ver devorar con la mano. Detengo para mí el instinto de culparlos, quién sabe qué será lo correcto en estos días, me digo por enésima vez (o por primera). Mis ojos ahora están susceptibles a cuidados que antes hubieran despreciado. Me preparé para que en este viaje la prudencia fuera un chaleco y un casco mientras cubría un conflicto armado en Medio Oriente. Terminé en México y la prudencia resultó ser el constante lavado de manos y la distancia social. Exactamente lo opuesto a lo que viajé. ¿Quién nos dirá de qué, en esta casa, sin saberlo nos hemos despedido?
Somos personas buscando una respuesta. Todos en el mismo barco. Tal vez hiciera falta mayor crudeza, como la que desplegó el presidente de El Salvador, Nayib Bukele: “Hemos cometido errores, demasiados. Hemos tratado de hacer lo mejor y hemos fallado”, escribió luego de que se le fuera de las manos un plan para repartir subsidios a las poblaciones vulnerables. Y sobre el final, una sentencia que resuena como un golpe de cruel lucidez en la pandemia: “Ya estamos comiéndonos unos a otros cuando ni siquiera ha empezado la verdadera crisis. Dios nos ampare. Aunque ya no sé si lo merecemos”.
Son tiempos en que, de a poco, va aflorando nuestro canibalismo.
Pero afloran también:
-La mujer que me ofreció hospedaje gratis.
-El argentino que recibió a más de 20 compatriotas en su hostel y les da cama y comida.
-La red de restaurantes, también de argentinos, que da cenas gratis.
-Los mexicanos que ayudan a los argentinos en Cancún.
-la gente que, desde donde esté, elige siempre ponerse en el lugar del otro.
-Los médicos que siguen yendo a trabajar.
-La gente que desde el balcón aplaude para bien.
-La consciencia de nuestra pequeñez.
Que la fuerza nos acompañe. Y que comiencen los juegos de la humanidad.
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