La situación de las casi 2 mil personas que quedan a bordo del crucero Celebrity Eclipse, varado en Estados Unidos, es cada vez más inquietante. El barco turístico había sido rechazado por Chile, donde debía desembarcar el 15 de marzo, y tuvo que navegar 10 días más hasta el puerto de San Diego, donde bajaron principalmente turistas europeos y norteamericanos. Allí se confirmó que una de las pasajeras que descendió estaba infectada con coronavirus, al igual que tres miembros de la tripulación que todavía siguen a bordo.
El barco, que zarpó los primeros días de marzo, es el encierro de lujo desde hace un mes de las casi 4 mil personas -entre 2650 pasajeros y 1221 miembros de la tripulación- que partieron de Buenos Aires, recorrieron Uruguay, Puerto Madryn, Cabo de Hornos, Ushuaia, Punta Arenas, el estrecho de Magallanes, los fiordos chilenos y Puerto Montt. Se suponía que esa travesía de placer duraría dos semanas. En el medio, sin embargo, se produjo el estallido a nivel global de la pandemia del la enfermedad COVID-19 que lleva ya más de 900 mil contagiados en 170 países y 47 mil muertos.
La primera complicación fue en Chile. Cuando los pasajeros, en su enorme mayoría mayores de edad, se aprontaban a desembarcar con sus valijas, no solo los trabajadores portuarios se negaron a recibirlos, sino que el gobierno chileno decidió cerrar todas las fronteras terrestres y marítimas para el tránsito de personas extranjeras y no les permitió ni siquiera acercarse al puerto para abastecerse de víveres y combustible. Debieron hacerlo en Valparaíso desde un punto alejado de la costa, desde donde el gobierno de Sebastián Piñera permitió además que bajaran solo 65 pasajeros chilenos a través de lanchas de rescate.
Desde ahí, las autoridades de la empresa naviera Celebrity Cruise tomaron la decisión de que el barco continuara navegando 10 días más para llevar a todos los pasajeros hacia la ciudad de San Diego, Estados Unidos, el único puerto que les permitía atracar y desde ahí gestionar vuelos para su regreso.
Luciana Rossi, una marplatense de 73 años que viaja en el buque junto con tres amigos, antes de emprender la travesía, dijo entonces en comunicación con Infobae que para ellos significaba “un trastorno” ir hasta California estando a dos horas y media de Buenos Aires. Pero no había otra opción.
Sin embargo, cuenta a este medio un miembro de la tripulación, la mayoría decidió relajarse y hasta tomarlo “como una extensión de sus vacaciones”. Hasta ese momento no había casos sospechosos ni confirmados de coronavirus en el barco y el capitán decidió brindarles todos los servicios gratis de comida, bebida e internet, seguía habiendo actividades programadas y podían usarse todas las instalaciones.
Cuando llegaron a San Diego este lunes, sin embargo, la situación global ya era muy distinta que cuando estaban varados en Chile: más fronteras cerradas, más vuelos cancelados y la gestión de visados completamente interrumpida.
Allí se efectuaron distintos controles de salud a los aproximadamente 2 mil pasajeros norteamericanos y europeos que pudieron descender y el martes por la noche confirmaron que una mujer que había recibido atención médica a bordo dos veces con dificultades respiratorias y síntomas de bronquitis estaba en realidad infectada con coronavirus. También dieron positivo tres miembros de la tripulación que permanecen en el barco aislados en habitaciones individuales.
Después del descenso de la mayor parte de los pasajeros, quedaron a bordo cerca de mil miembros de la tripulación y 200 pasajeros, principalmente latinos: los pasajeros argentinos -que serían aproximadamente 66- pero también bolivianos, uruguayos, mexicanos, brasileros, peruanos y cubanos.
Amalia Diaz Krall tiene 68 años, es de Capital Federal y está en el crucero junto a dos amigas de 60 y 75 años. Desde este miércoles a la noche está aislada en su camarote, como todos los otros pasajeros, por decisión de la empresa que fue comunicada por el capitán.
El crucero de lujo de 315 metros de largo y 122 mil toneladas, con capacidad para casi 3 mil pasajeros, spa, 11 restaurantes y hasta cuatro piletas está ahora cerrado a la circulación y los pasajeros reciben la comida directamente en sus habitaciones.
Hasta ayer, sin embargo, todos podían circular por todas las instalaciones y la duda que atormenta a pasajeros, tripulantes y sus familiares es cuánto tiempo estuvieron expuestos al virus sin saberlo. Algunos manifiestan que se sienten “engañados”. “Ahora hay que extremar las medidas de precaución, sí, pero esa medida se tomó solo con los sudamericanos y ya sabiendo que había tres miembros de la tripulación con el virus”, dice Amalia.
Hace algunas horas que Amalia presentó síntomas de fiebre, al igual que otro pasajero argentino. Fue atendida por un médico en el barco, quedó en observación y la medicaron. “Necesitamos volver a casa”, ruega. “Hemos sido más que pacientes con todas estas vicisitudes. Nos están condenando”.
El plan hace unos días era que todos los pasajeros sin permiso para ingresar a Estados Unidos y la tripulación bajaran del barco en el puerto de Acapulco, México el 4 de abril próximo. Pero las novedades podrían cambiar los planes. Varios de los argentinos a bordo se comunicaron y están siendo asesorados por el consulado de Los Ángeles pero aún no tienen respuestas. No saben cuánto tiempo seguirán dentro del barco y, si lograran descender, cómo y cuándo podrían volver a sus hogares.
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