Desde enero comenzó a leer lo que pasaba en China. Veía como avanzaba esa enfermedad silenciosa que mataba a cientos. Y empezó a investigar. Una semana antes de que se suspendieran las clases, previo a la recomendación oficial de la cuarentena, reunió a su esposa y sus tres hijas pequeñas para anunciarles que tenían que despedirse. Aislarlas era su modo de protegerlas. Su esposa dudó, sus nenas no entendían por qué. Les explicó que era necesario para que ellas estuvieran bien y que volverían a verse en unos meses.
Desde entonces, cada noche a las 9 en punto se asoma a la ventana a escuchar los aplausos de la gente. Y los siente como una “caricia al alma”.
José Manuel Viudes es neumonólogo y gerontólogo del Hospital Italiano. Sabe que muchos de sus pacientes serán los blancos más vulnerables de esta pandemia. Y también intuye con certeza que él puede ser uno de los que se enfermen. Lo demuestran los casos de médicos y enfermeras registrados en España e Italia, con una sospecha latente: cuanto alguien se expone al contagio, más fuerte resulta. “Nosotros sentimos todos los días que vamos a ir al campo de batalla. Con pocas herramientas y con chances de 12 a 15 por ciento de contraer la enfermedad”, afirma.
Compara el coronavirus con una película de Schwarzenegger llamada “Depredador”: una lucha contra un enemigo invisible que viene de otro mundo, como es Oriente, que está fuertemente armado y que cuando lo vemos ya es tarde. Ese es el gran problema. “Como no sentís nada, pensás que no te pasa nada. Y tenemos miles de personas asintomáticas desparramando el virus”.
Cree que es más importante comprar kits de diagnósticos que respiradores, porque para cuando un paciente tiene que llegar al respirador es el último paso. “No seamos Italia, seamos Corea del Sur: obsesivos, ordenados y metódicos”, repite.
Por eso este médico confía en hacer llegar el mensaje: lo único que puede ayudarnos es lavarnos las manos, casi obsesivamente, y aislarnos. Lo pide especialmente por los adultos mayores, sus pacientes. “Esa población, los mayores de 60, son lo mejor que nos pasó en este país. Son los que nos dieron el ejemplo, los honrados, los obsesivos, los trabajadores. Son los que nos construyeron nuestra casa, nos pagaron la facultad, nos compraron nuestro primer auto... Son una generación Premium y nosotros tenemos que demostrar que estamos a la altura para poder cuidarlos. Es una población que quiere vivir, que se van a cuidar; lo que pasa es que tenemos que darle elementos y ayudarlos”, dice.
¿Cómo? Lo primero, cuidarse uno: “Nos quedan tres semanas para utilizar la única herramienta que tenemos y la más eficaz. Lavarse las manos con agua y jabón es una herramienta trasversal, socialista y justa porque está al alcance de todos”, asegura Viudes. Aunque no haya agua, pasarse jabón o detergente. Si no, alcohol en gel, que forma una película de protección. Pero, además, aislarse.
“Este enemigo ingresa a nuestro cuerpo asintomáticamente y destruye nuestro sistema de defensa y lo inflama. En la mayoría de los caso, al cabo de 14 días, el cuerpo lo elimina. Pero en esos 14 días uno puede contagiar a todos los que lo rodean. Y podemos lastimar a nuestros mayores, pero también a los bebés de los que nadie habla porque está descripto que hasta el 2 por ciento termina en terapia intensiva”, afirma.
Los jóvenes, además, no están indemnes de las consecuencias y todavía es un misterio las secuelas que dejará este virus en el cuerpo, a largo plazo.
“El problema en los adultos mayores de 60 años, pero sobre todo mayores de 70, es que este virus que entra al cuerpo se encuentra con un sistema inmunológico no en sus mejores condiciones. Y si encima esa persona tiene alguna enfermedad como diabetes, problemas cardíacos, presión arterial, obesidad y EPOC o asma, esas defensas no son suficientes para poder terminar con este enemigo, con este depredador".
"Pasa algo extraño: como el sistema inmunológico de los pacientes mayores tienen tanta experiencia en fabricar misiles contra esos enemigos que no lo logra identificar, dispara los misiles. Entonces se produce una inflamación crónica en esos días de disparar misiles que dan en el blanco. Esos misiles van contra el organismo y entonces se crea una agresión severa en el pulmón (distrés). Cuando sucede eso, el paciente necesita un respirador”, explica.
Qué medidas hay que tomar
“Los mayores no tienen que ir a un supermercado, no tienen que ir a la panadería, no tienen que ir a la farmacia. Todos los abuelos tienen un familiar, un sobrino, un nieto, un vecino e incluso el gobierno de la ciudad consiguió 5 mil voluntarios para que hagan ese trabajo", dice.
Ellos deberán dejar la bolsa de lo que compren afuera de la causa. Lo que se traiga de afuera "hay que rociarlo, generosamente, con una dilución de lavandina y agua (10 centímetros cúbicos de lavandina en un litro de agua) y dejar que actúe 15 ó 30 minutos.
Después se mete la bolsa a la casa y llevarlo a un lugar que se arme como “zona de riesgo”, una zona despejada en donde saque lo que se trajo de la calle. La bolsa si es de tela, al lavarropa; si no, se descarta. Lo de adentro de la bolsa se lava. Las verduras y alimentos, también.
Dentro de la casa, hay que cuidarse de los “enemigos invisibles”. Uno de esos enemigos es el papel. Las personas reciben los impuestos en papel, leen el diario en papel y eso puede convertirse en “un caballo de troya”, pese a los cuidados intensivos si no se tiene en cuenta.
“Mi consejo es el siguiente. Tomo el diario o el sobre con la derecha y abro la puerta o todo lo que tenga que abrir con la mano izquierda, o viceversa. Hay una sola mano contaminada con el producto. El diario lo llevo a una zona de riesgo. Lo leo ahí, lo guardo en una bolsa y lo deposito en el basurero. Y me lavo las manos. No paseo con el diario por la casa. Y limpio la zona de riesgo”, explica.
Todo esto vale también para la gente más joven. Para gusto de este médico, los jóvenes salen demasiadas veces de su casa durante esta cuarentena. “Salir tres veces al supermercado, son tres opciones para traer el virus”, repite.
Al llegar, hay que sacarse los zapatos, dejarlos afuera, entrar y poner todo en esa zona de contaminación, incluidas la llaves, la plata o lo que sea. Ahí, una vez más, tirar el spray con agua y lavandina. Como entramos a la casa con las manos y la ropa sucia, las manos se limpian con agua y jabón, y la ropa se lleva al lavarropas a 60 grados. De ahí, bañarse, cabeza con shampú incluida. “Nunca sabemos dónde puede estar la gotita del coronavirus y tener la mala suerte de haberla traído”, explica.
Barbijos, guantes, ¿sí o no?
Para Viudes, el barbijo común es un ni. Como el virus es muy pesado, los barbijos de tela no protegerían a un contagiado que se acerca demasiado. Sin embargo, “evitaría que nos llevemos la mano a la cara".
"Cincuenta veces por día un adulto se lleva la mano a la cara, al ojo o a la boca. Si uno tiene puesto el barbijo y usas unos lente, de sol o de leer, probablemente seamos más consciente de lo que estamos haciendo y lo evitaríamos”. El problema es creer que uno puede relajarse y descuidar los otros recaudos. Para un paciente frágil, el barbijo sí es una recomendación.
Los guantes, en cambio, los desaconseja ciento por ciento. “Primero, los guantes los tiene que usar el personal de salud que está en contacto con un paciente contagiado. Y, segundo, estamos dando una sensación falsa de que uno está tranquilo y no tiene contacto con el virus. Probablemente, el virus se quede mucho más adherido a ese guante que a la mano ya que en esa superficie viven más tiempo". Además, advierte, sacarse los guantes es "algo muy difícil, muy metódico, que ni siquiera los médicos a veces lo hacemos bien”, explica.
Por qué los jóvenes no deben sentirse a salvo
El gran problema que tienen los médicos en esta enfermedad es que la gente más joven piensa que no le pasa nada. “Hay un grupo de médicos que son extremadamente optimistas con respecto a esta pandemia y les han dicho a los jóvenes que ellos no se van a enfermar y que si se van a enfermar van a tener una gripe. Eso no es mentira, pero el problema de esa verdad es que los jóvenes, que son los que más transmiten este virus, se creen inmunes y son los que están rompiendo este aislamiento social”, señala Viudes. Pero los casos médicos en el exterior están mostrando que no hay garantías de salud para nadie: “Hay una chica de 25 años, sana, que desde hace 15 días sufre una tos que no la deja respirar, o un joven de 30 con los pulmones destruidos después del coronavirus”, señala.
Además, muchas de esas personas jóvenes pueden tener hijos. “Del 2 al 5 por ciento de chicos menores de un año van a ir a un respirador. Yo tuve la mala suerte de tener a mis mellizas cuando nacieron y que tuvieran que ir a un respirador, y no se lo recomiendo a nadie, es algo muy triste”, confiesa. Pero además, agrega, “la posibilidad de que ese 1 o 2 por ciento aumente en las zonas vulnerables en la Argentina es aún mayor”. A todo esto hay que sumarle que el invierno no empezó.
"Cómo queda el cuerpo de las personas que logren sobrevivir a esto es algo por descubrir”, advierte. Lo que sí se sabe es que deja más falta de aire y más tos que lo normal. “Nosotros estamos viendo muchas tomografías, tengo un amigo que hace imágenes en España, y es impresionante: pacientes asintomáticos que van por ACV, ellos hacen una radiografía de todo el cuerpo y se están viendo lesiones pulmonares impresionantes, asintomáticas”, señala.
Otro dato que nadie está diciendo, advierte Viudes, es que “a los fumadores probablemente les va a ir a peor que a uno que no fuma. Porque aparentemente por distintos mecanismos, produciría una alteración en sus defensas y es un pulmón más inflamado crónicamente. Es una buena oportunidad, ahora que estamos solos y en aislamiento para dejar de fumar”.
Los síntomas y el contagio
“Días antes de que tengan síntomas, los pacientes ya están transmitiendo el virus. Entonces si nosotros podemos encontrar pacientes de riesgo sin síntomas, estaríamos llegando antes y aislandolo antes de los grupos de riesgos”, dice. Por eso su recomendación al Gobierno sería concentrar los esfuerzos en comprar kits para hacer las muestras de hisopado a la mayor cantidad de gente y así, usando la “big data”, concentrar a la población donde haya un foco y tratarla allí para aislar la infección (el método conocido como ‘supresión’).
Uno de los puntos más sensibles que exhibe esta pandemia es que si bien es una enfermedad que ataca a ricos y pobres por igual, los sectores más vulnerables pueden correr con peores chances. “Ya sabemos que el 30 por ciento de nuestra población tiene pocos recursos, pero no solo eso: tiene poca información. Y esta enfermedad se cura con información y obedeciendo”, remarca.
“El primer síntoma más frecuente sigue siendo la fiebre. Un paciente que tiene 38 grados o más es un dato muy significativo”, sostiene. Pero ”si a eso se le suma si tiene una tos muy frecuente, dolor de garganta y dolores musculares, como en un resfrío” ya es algo para llamar a los números de emergencia y no ir a la guardia. “Con dos síntomas de estos, yo hoy diría que es coronavirus hasta que se demuestre lo contrario y hacerle inmediata el kit de testeo”, señala.
El profesional insiste: “Lo peor que nos puede pasar es lo que le pasó a Italia. Entonces ellos decían: todo paciente que tenga síntomas que venga y nosotros, como somos buenos médicos -y es verdad-, lo vamos a curar. ¿Qué pasó? Vinieron los pacientes con coronavirus a las guardias y contagiaron a las embarazadas, a los infartados, al de apendicitis y al personal de salud. Que es un tema importante: 12 por ciento del personal de salud se contagió”
Cómo se prepara, entonces, un médico que sabe que puede enfermarse
"Ahí tenemos una falencia… Los médicos nos creemos fuertes, inmunes y tenemos que estar preparados para un enemigo que va a dejar muchos ancianos en el camino... Los que hacemos gerontología tenemos una relación empática con ellos y cada baja va a significar para nosotros una sensación de angustia, de tristeza, que puede traducirse en inmunodepresión a largo plazo y depresión... Y necesitamos estar fortalecido por nuestros seres queridos”, admite este profesional.
Lo que él decidió hacer, antes que se suspendieran las clases, fue sacar a sus hijas del colegio y pedirle a su mujer que se fueran de Buenos Aires.
“He perdido el contacto con ellos, solo telefónico y fue muy duro despedirme de mis hijas. Tengo tres hijas chicas y ellas no entendían por qué teníamos que estar separados. Me fue muy difícil explicarles a ellas por qué el papá no las va a ver durante dos meses por un bien mayor, cuando supuestamente para un niño el bien mayor es estar con su padre. Así que es muy difícil para mí, pero lo hice por ellas pero también como un ejemplo para la población, para que sepan que el ejemplo debe partir desde nosotros. Debemos aislarnos y tener el menor contacto posible con nuestros seres queridos”.
Cuando le preguntan si cree que él va a contagiarse, no duda en responder: “Sí”. El 12 por ciento de los trabajadores de la salud en España e Italia se han contagiado. Pero “además hay un problema que todavía está en estudio -señala-, no conocemos todo, pero aparentemente a mayor exposición de carga viral, o sea cuanto más pacientes con coronavirus veamos, podría producir una reacción inmune mayor, así que somos una población de altísimo riesgo”.
Pese a todo, el médico es optimista. Cree que la suerte de aprender de lo que se vivió en Asia y en Europa es una oportunidad que no se puede desaprovechar. Aconseja la “resiliencia” para transformar lo negativo en positivo. Y estar muy pendiente de nuestros mayores para ayudarlos con lo que necesitan: “Es la mejor forma de demostrarles cuanto los valoramos”.
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