Transcurrían los primeros días de marzo. Karina Acevedo, profesora de bordado de 48 años, esperaba que la atendieran en una farmacia de una clínica de rehabilitación de Funes, en el Gran Rosario. Su marido había superado una neumonía aguda en un sanatorio y estaba en plena recuperación.
Acevedo prestó atención al diálogo entre dos empleadas de la farmacia: “A este ritmo no sé si nos van a quedar barbijos. Se nos van a acabar pronto”. La psicosis por la compra del insumo médico en el inicio de la epidemia del coronavirus comenzaba a asentarse. Esas palabras fueron la raíz de un emprendimiento solidario que hoy la ex docente de escuela primaria lleva adelante junto a otras ocho mujeres en el oeste de Rosario.
Mediante una pequeña empresa autogestionada, las nueve compañeras de entre 40 y 48 años se dedicaron a fabricar barbijos para aquellos vecinos de los barrios más necesitados que estén obligados a abandonar la cuarentena obligatoria debido a sus responsabilidades laborales.
Acevedo y sus compañeras llevan adelante la agrupación “Delas”, que vende cada barbijo apenas a $24, cuando en una farmacia tradicional cuesta más de $50, si es que queda stock.
“La vida me dio muchísimos golpes a lo largo de los años. Perdí a mi único hijo cuando él tenía seis años y mi marido se enfermó mucho. Hace siete años espera un trasplante de hígado y ahora está en una clínica de rehabilitación porque se salvó de milagro de una neumonía”, le explicó Acevedo a Infobae.
La docente forma parte desde hace 10 años del Centro de Emprendedores del Oeste (CEO), una organización subsidiada por la Municipalidad de Rosario. En diciembre, propuso a la coordinación del centro armar un grupo de mujeres bordadoras y empezar a fabricar ropa y artículos domésticos a base de jeans reciclados.
“Yo llevaba durante años dando clases de bordado en el centro. Por eso, agarré a las ocho chicas que las consideraba responsables y comprometidas con su trabajo para armar este grupo. Y le puse Delas porque es el grupo ‘de las’ que podemos, ‘de las’ que sufrimos, de las que estamos siempre listas para ayudar”, reflexionó.
Ante el drama del coronavirus en la Argentina, el diálogo escuchado en la farmacia sirvió de disparador para un proyecto que cambiaría la vida de las nueve bordadoras. “Me di cuenta de lo difícil y lo caro que iba a ser conseguir barbijos para la gente humilde como nosotras y les propuse a las chicas hacer un cambio radical: ‘Vamos a fabricar barbijos’, les dije”, relató Acevedo.
"Al momento de empezar con los barbijos teníamos sólo 1.500 pesos en la cajita. Usamos toda esa plata para comprar la tela de los barbijos. Por eso, le tengo que agradecer toda la vida a la casa ‘La cueva del Peluche’ y “Telas Martina’ que nos dieron las primeras telas como para empezar con esto”, agregó.
En un principio, Karina ofreció el garage delantero de su casa para armar la sala de bordados, pero una vez que el Gobierno nacional instaló la cuarentena total en todo el país, la confección de los barbijos se trasladó al trabajo remoto.
“Un día, la policía detuvo a dos de las chicas que venían a bordar y eso paró toda la producción. Ahí nos dijeron que hiciéramos el pedido de excepcionalidad a la Municipalidad, al menos para poder llevar y traer material”, describió la organizadora de la agrupación.
Desde entonces, el plan de trabajo quedó diseñado de tal manera que Karina cortara la tela, se la enviara de alguna manera a las ocho compañeras. Luego, cada una bordaría los barbijos en su casa, para luego retornar el material terminado a Acevedo, quien sería la responsable de entregarlo.
“El nivel de solidaridad que tenemos es asombroso. Una vez, a una se le rompió la máquina y otra compañera, que tiene experiencia en el bordado industrial, le dio indicaciones para arreglarla mediante el WhatsApp. Nosotras empezamos a trabajar a las 5 de la mañana y, por ahora no tenemos horario de cierre”, relató Acevedo.
Con el correr de los días, los pedidos de barbijos pasaron de representar un elemento de precaución a convertirse en una necesidad extrema. “No te das una idea a la cantidad de gente que le entregamos. Desde repartidores y colectiveros, los chicos que trabajan en la estación de servicio, hasta una empresa de distribución de gaseosas que no consigue barbijos en el mercado farmacéutico grande. Nos llegó a llamar el jefe policial de una comisaría de San Lorenzo para que le vendiéramos barbijos a sus efectivos”.
“Y los pedidos nos llegan cada vez con más insistencia. Hace unos días, una vecina vino llorando porque sus dos hijos tienen que salir a trabajar en el rubro gastronómico y ella no encontraba barbijos para darles en ningún lado. Pero aquí estamos nosotras, para ayudarlos. Una tiene que hacer de psicóloga en estos días también”, afirmó la docente.
Además de los pedidos particulares, la agrupación Delas fabrica paquetes de 50, 100 y hasta 1.000 barbijos. “Nosotros priorizamos a la gente que está en riesgo en la calle o en los hospitales, a los que viven en los hogares más humildes y a las farmacias. El otro día me llamó el director del Hospital Geriátrico Provincial de Rosario, quien me dijo que me iba a encargar un pedido grande”, detalló.
Mientras el tema de la tela, Karina lo tiene resuelto, todavía no cuenta con todo el material necesario para la confección de barbijos. “Nos faltan dos cosas, que estamos viendo cómo poder conseguirlas. Nos falta hilo blanco y nos faltaría al menos una máquina industrial. Estamos haciendo todo con las máquinas domésticas. Con esas máquinas, la chica que los hace más rápido recién puede fabricar 100 barbijos por día. Con la máquina podríamos hacer series”, se lamentó la organizadora del proyecto solidario.
“Nosotras somos mujeres comunes de barrio. Por ahí, andaremos todas mal peinadas, sin arreglarnos las uñas. No somos fashion. Pero dejamos el alma en esto. Las chicas tienen sus hijos, alguna tiene que bordar los barbijos y a la vez cuidar a los nenes. En la vida hay gente que tiene mucho y no mira a su alrededor. Yo miro y me conformo con poco, con sentarme en mi casa con mi mamá que tiene 87 años y ver que esté protegida y que haga bien la cuarentena”, analizó Acevedo.
Y en medio del temor cada vez más creciente por el incremento de contagios del virus Covid-19 en todo el país, la bordadora intentó aferrarse a la esperanza de la solidaridad nacional: “Después tendríamos que ver lo que quedó del Coronavirus. Porque nosotros vamos a salir de esto. Los argentinos vamos a salir, no nos va a pasar como en Italia. A nosotros no va a ser tan grande lo que nos va a tocar. Si nos llega a tocar algo tan grande no sé si tendremos los medios necesarios como para salir adelante”.
Un barbijo por un alimento
“La pobreza nos hace creativas”, fueron una de las primeras palabras que Claudia Fleitas le dijo a Infobae en otra charla telefónica. La mujer de 43 años y madre de dos hijos es la coordinadora de un grupo de 20 chicas (y unos pocos hombres) que hace 12 días lanzaron un proyecto solidario en el centro Molino Blanco, correspondiente al Movimiento Popular Libertador San Martín, en el sur de Rosario.
El grupo de mujeres comenzó a confeccionar barbijos con el lema de “un barbijo a cambio de un alimento no perecedero”. El objetivo del reparto del insumo médico es poder ayudar a las cientos de familias sumergidas en una pobreza extrema en los barrios más vulnerables del sur de la ciudad santafesina.
A diferencia de Acevedo, Fleitas encontró invertido el objetivo de su proyecto: intentó aprovecharse de la psicosis colectiva de hace una semana y media por conseguir barbijos para poder sumar la mayor cantidad de alimentos posibles para repartir.
“Esto del coronavirus nos encontró a nosotros ya en un contexto económico muy desfavorable para todos nuestros barrios. Por eso, intentamos aprovecharnos un poco de la psicosis colectiva que se armó en los días anteriores al anuncio de la cuarentena para tratar de juntar alimentos. Esa es la verdad”, afirmó Fleitas.
“La situación es límite y la campaña está planteada un poco para calmar la psicosis, salir del individualismo y apostar al trabajo colectivo. Hay que reforzar la solidaridad, la empatía y la organización ante esta situación. Es la única salida”, agregó.
Fleitas advirtió que gracias al trueque del barbijo y la comida, desde la agrupación entregan una bolsa de alimentos a cada necesitado. También le dan una pequeña charla con los modos de uso del barbijo y las recomendaciones de higiene y cuidado ante el coronavirus dictadas por el Ministerio de Salud del Gobierno nacional.
“Nosotros nos plantamos ahora ante dos batallas. La primera es la salud, con el coronavirus y el dengue, que está muy desarrollado en los barrios carenciados del sur de la ciudad. Y la segunda es lo social, el hambre. Cuando se habla de todo este problema de la cuarentena y el estar encerrado durante tanto tiempo, donde primero se siente es en el cuerpo, en el estómago”, analizó.
Fleitas indicó que con el pasar de los días, comenzó a cambiar el público que se apresentaba en el centro de asistencia social. “Se empezaron a acercar vecinos que nunca habían ni pisado el centro. No sabían ni quiénes éramos. Algunos estaban pidiendo barbijos, pero hay cada vez más personas viniendo a buscar la comida. Gente que nunca habíamos visto”, reflejó.
El estrato social en el que se mueven Fleitas y su grupo de bordadoras les permitió ser testigo de las primeras secuelas económicas de los ya siete días de cuarentena obligatoria en los representantes del mercado informal.
“Hay gente que viene y nos dice que no tiene manera de ganar algo de plata. El otro día llegó un señor para buscar un barbijo. Es cortador de césped y nos dijo que la policía no le dejaba salir a la calle para hacer su trabajo. Vino a pedirnos el barbijo con la idea de que así sí lo iban a dejar. Es algo muy triste”, se lamentó la coordinadora del grupo.
Y reveló sus temores, ante un potencial brote de contagio de coronavirus entre las zonas más marginales del sur de Rosario: “Si la cuarentena se extiende, esto va a estar muy complicado. Esto va a crecer. Y la única manera de sostener la paz social es con empatía, llevándoles comida a los que menos tienen. Estamos fortaleciendo las redes comunitarias de contención para poder traer un poco de tranquilidad a los vecinos”, afirmó.
Y completó: “También estamos en contacto con los centros de salud de acá para que nos digan sobre algunos síntomas que nosotros no estamos viendo, porque tampoco somos los omnipotentes del barrio que nos la sabemos todas. Hay que acompañar a otras instituciones porque sino, estamos al horno”, advirtió.
En principio, en los últimos días, el grupo de bordadoras de el Molino Blanco recibió una noticia con mucha ilusión. Desde la compañía de café La Virginia se les ofreció comprar unos 3.000 barbijos. Ese dinero será destinado a la obtención de alimentos no perecedero para sumar cada vez más bolsas. En tanto, también se prepara otro lote de 3.000 barbijos para la cartera de Desarrollo Social de la provincia de Santa Fe, en el marco del programa “Nuevas Oportunidades” para jóvenes.
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