El coronavirus y Malvinas: dos guerras desde la mirada de un veterano que se jugó la vida para salvar a su sargento

La lucha contra la pandemia del coronavirus refleja, con la prudente distancia que la analogía impone, similitudes con lo ocurrido con nuestros veteranos en la guerra. En 1982, soldados aislados en sus trincheras frente a un enemigo poderoso. En 2020, gente en cuarentena y el personal de sanidad enfrentando a un enemigo desigual. Las dos batallas, en la voz de Esteban Tries

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Esteban Tries en Malvinas
Esteban Tries en Malvinas

Como ya se hizo costumbre en estas noches de cuarentena, a las 21 puntual, Esteban Tries se suma al aplauso en reconocimiento a médicos, enfermeras y voluntarios que día a día, con temple de héroes, enfrentan la pandemia del coronavirus.

La otra noche, desde su balcón del edificio de Emilio Mitre y Eva Perón, en Parque Chacabuco, al escuchar a un vecino entonar el Himno Nacional, tuvo la idea: ¿Por qué no hacer algo similar el próximo 2 de abril? Como hay que respetar la cuarentena y no es posible hacer actos, ¿por qué no homenajear a los otros héroes, los que quedaron para siempre de guardia en las Islas Malvinas, cantando el Himno y brindarles también a ellos un aplauso?

A la guerra

Para Esteban Tries, clase 61, el domingo de Pascua de 1982 fue inolvidable. Ese día llegó a las islas Malvinas. Era un integrante de la compañía A del Regimiento de Infantería 3, del “glorioso tres de oro”. A fin del año anterior había salido en la primera baja de la colimba como Dragoneante y, como tantos de sus compañeros, cuando se conoció la recuperación del archipiélago corrió al cuartel. “Es que con el tiempo descubrimos que todos los que fuimos a las islas teníamos valores, aún sin saber que los poseíamos”, trata de buscarle una explicación de por qué ese Jueves Santo estaba en el cuartel junto a algunos jóvenes que tenían el telegrama de citación en sus manos y otros muchos solo estaban allí por su voluntad.

Día histórico: los efectivos
Día histórico: los efectivos del Regimiento 3 arriban a Puerto Argentino.

Cuando llegó, su compañía fue destinada al sur de Puerto Argentino, para hacer frente a un hipotético desembarco británico. Luego, los enviaron a la base del Superhill, en la cara que miraba a la capital de las islas. Y, finalmente, el 13 de junio por la mañana, integró el cordón defensivo en el monte Tumbledown.

Siempre en esos pozos de zorro, que permanentemente se inundaban. O, solo cuando se tenía la certeza de que los británicos no atacarían, tenían la suerte de dormir, “en forma horizontal” y un poco más secos, en las carpas individuales.

Infantes del 3 marchando en
Infantes del 3 marchando en la capital de las islas.

La reacción de la gente

Próximo a cumplir los 60 años, Esteban Tries confiesa que demoró dos décadas en hablar de la guerra. Sus hijos sólo sabían que había estado en Malvinas, pero nada más. Y ahora, a días de cumplirse 38 años de la recuperación del archipiélago, ese nuevo aniversario lo encuentra en cuarentena o, por qué no, acuartelado. “Uno se siente muy identificado con lo que está ocurriendo. El pueblo que hoy está encerrado en sus casas es el mismo que en la época de la guerra nos enviaba cartas, nos alentaba, nos mandaba alimentos y ropa. La reacción de la gente siempre es lo más impactante. Como lo que ocurre ahora con la pandemia del coronavirus”.

Hallar a Dios

“En el pozo de zorro uno se siente solo, todo el día mojado, con frío, con hambre, con mucha incertidumbre; se siente impotente”, confiesa a Infobae. “Hasta que te encontrás con el abrazo de un compañero, y de pronto descubrís en los valores del compañerismo, la amistad y la solidaridad que hallaste verdaderamente a Dios”. No era ese Dios que la tradición familiar casi imponía a través del bautismo, la primera comunión o la confirmación, Esteban sintió que allí en la trinchera estaba con Dios, pero cara a cara.

El RI 3 en Malvinas.
El RI 3 en Malvinas.

Tries habla por él, pero parece que lo hace por muchos más. Y cuenta lo que la guerra le enseñó. Como esa lección que comenzó el 1 de mayo cuando los ingleses empezaron a bombardear. “No se veía de dónde venían los proyectiles, todo estallaba alrededor. Fueron momentos terribles”, describió. Hasta que empezaron a aprender, a reconocer el cortante silbido del proyectil, que cuando pasaba a determinada altura significaba que ellos no eran el blanco, y que tal vez esa noche podrían dormir bajo la lona de la carpa, y no parados, con los pies en el agua, dentro de la trinchera. Poco a poco, supo reconocer al enemigo, cómo se comportaba, qué podía esperar en la batalla. Fue una lección que nunca olvidó.

El enemigo que no vemos

Hoy, cuando habla de la guerra, las referencias a la epidemia son recurrentes. "Como las bombas enemigas, no se sabe dónde está el virus, si en mi barrio o en mi edificio. La enfermedad cuenta con la sorpresa y hasta es comparable con los adelantos tecnológicos de los ingleses en 1982. Como cuando ellos atacaban -lo hacían preferentemente de noche- con sus visores nocturnos. Ellos nos veían perfectamente y nosotros ignorábamos dónde estaban. Sabíamos que nos bombardeaban desde sus fragatas, pero estaban demasiado lejos, tampoco las veíamos. Cosa curiosa: al virus que nos ataca tampoco podemos verlo hoy. Tiene esa ventaja”.

Trinchera y cuarentena

Esteban asocia esta cuarentena a los días en su vieja trinchera, a aquella que pudo visitar 30 años después de la guerra cuando regresó a las islas. Tries asegura que allá en Malvinas “no teníamos noción de la muerte inmediata. Luego de las primeras incursiones aéreas, fue como perderle el miedo, lo que nos llevaba a contemplar maravillados los vuelos de los aviones enemigos o los propios. Eran como se mostraban en las películas, pero en vivo y en directo”.

"Muchos pueden sentir que no van a enfermar, como yo quería pensar que no iba a morir. Pero los que violan la cuarentena están cometiendo una irresponsabilidad y, tal vez sin saberlo, cometen un daño a la salud. La guerra también está llena de joda, hasta que se te muere el primer compañero, resume lapidario.

El Sargento Villegas

¿Y qué decir de su superior, de ese sargento que en el cuartel era implacable, inflexible, severo, pero justo? Manuel Villegas era todo eso, pero aún Esteban ignoraba lo que representaría en su vida. Ese mismo sargento, al que tanto había puteado para sus adentros en los cuerpo a tierra y en esa dura instrucción de hacerse soldado, había pedido que Tries, que se había ido en la primera baja como Dragoneante, estuviera con él en la guerra.

Inseparables. Tries y Villegas, en
Inseparables. Tries y Villegas, en la única fotografía que se tomaron en las islas.

“Era un líder, muy exigente, que mantuvo en alto la dignidad del grupo”. Villegas sólo había completado sexto grado y era solamente cuatro años mayor que Tries. Pero con 23 años era el padre de todos. El que aconsejaba guardarse media ración porque no se sabía si al día siguiente habría comida, el que insistía en la limpieza del fusil -al que había que “cuidar como una novia”-, el que estaba presto para un consejo o para un consuelo oportuno.

“Pase lo que pase”

En la madrugada del 14 de junio se había desatado el infierno. Al grupo de Tries le habían ordenado un contraataque al monte Wireless Ridge. “Tendría que haber ido yo adelante, pero fue Villegas. “Pase lo que pase, vamos para adelante, nos repetía. Esa frase se nos había hecho un sentimiento”.

Cuando cruzaron un arroyo y encararon la loma escarpada del cerro, los ingleses abrieron fuego. A Villegas lo alcanzó un proyectil en el vientre. Tenía la cadera destrozada. Aún así, ordenaba a sus soldados que continuaran disparando. Pero ellos teniendo miedo de herirlo, ya que estaba en la línea de fuego.

Durante 20 años Esteban Tries
Durante 20 años Esteban Tries no pudo hablar de la guerra

Así como en el desconcierto y confusión que provoca en los gobernantes y ciudadanos que el país pueda sufrir una epidemia, esa madrugada de sangre y fuego, los soldados no sabían qué hacer, si disparar o rescatar a su sargento que, instantes después, volvería a ser herido en una mano al intentar alcanzar su fusil.

Tries y otro soldado, Serrezuela, arrojaron sus fusiles de forma ostensible, para que los británicos los vieran. Y con las manos en alto se acercaron a su sargento, lo levantaron en medio de tremendos gritos de dolor y lo rescataron de una muerte segura. Los ingleses no les dispararon.

En medio de una corrida desesperada porque el sargento se desangraba, Villegas ordenaba que lo matasen ahí mismo. Y entonces Tries, en esos 600 metros que corrieron sin darse cuenta, vio la otra cara de su superior. Sintiéndose morir, le pidió que fuera él quien le cuente a su esposa cómo había muerto, se acordó de su pequeña hija a la que no vería más, y fue Tries quien interrumpió esa letanía con un “¡usted no se muere, mi sargento!”. Lo llevaron, casi moribundo y desmayado, a un puesto sanitario. En el medio, volcó la ambulancia en la que lo trasladaban. Nada podía salir bien. Si hasta los médicos, al verlo, fueron lapidarios: “Este no pasa de hoy”.

Sin embargo, pasó. Y hubo un futuro.

Durante 20 años, Esteban no habló de la guerra. Fue a visitar a su sargento, convaleciente en el Hospital Militar Central. Lo golpeó su estado, demacrado y deprimido, y decidió no volver más. “Tardé 30 años en comprender qué me llevó a rescatarlo”, se sincera.

En casa lo esperaban papá, mamá, una hermana y una novia con la que se casaría dos años después. Con sus hijos Daniela (31) e Ian (25), hace 5 años, recién pudo hablar de aquellos tiempos comprimidos en 74 días. Rieron, lloraron, se reprocharon y se consolaron. “Creía que Malvinas me había hecho mal, y los años me enseñaron a encontrar lo bueno de la vida en la guerra”.

Fue difícil seguir adelante. “No sabía qué hacer. Formé una vida, pero mal, y sentí que no sabía qué hacer con la mochila que cada vez pesaba más. Hasta que todo dio un giro de 180 grados y la vida tuvo sentido”.

Buscó y encontró a su viejo sargento, al que una bala inglesa en Wireless Ridge lo había marginado para siempre del Ejército, y que ahora se las rebuscaba como chofer y remisero. Hoy son amigos inseparables. Ambos alcanzaron a visitar al soldado Serrezuela, que nunca los había olvidado, y que un cáncer terminal solo les permitió una tarde de despedida.

Villegas, Víctor Hugo Rodríguez y
Villegas, Víctor Hugo Rodríguez y Tries, en la actualidad.

En la retaguardia

“Estamos en edad de cuidarnos del coronavirus”, aclara. “Hoy es como 1982: hay un comandante que nos dice qué hacer, y siento que hoy soy parte de los que durante la guerra permaneció en el continente”.

Esos aplausos, en las noches de la pandemia, en la esquina de Emilio Mitre y Eva Perón, transmiten mucha energía. Tanta que hasta alguno se animó a un “¡Viva la Patria!” que otros replicaron. “Esto es lo que tenemos que demostrar al mundo, que estamos unidos como en el ’82”.

La compañía A se reúne dos veces por año. Puede faltar cualquiera, aclara Tries, menos Villegas y el teniente primero Víctor Hugo Rodríguez, otro de los líderes tanto en el combate como en la posguerra. Y siempre hay tiempo para recordar a los cinco soldados del 3 que quedaron en las islas: Julio Segura, Julio Cao, Oscar Soria, Andrés Folch y José Reyes Lobos. No para llorarlos, sino para dar las gracias, ya que entre todos compartieron los valores de compromiso, trabajo en equipo y una fe que, sea en una guerra o en una pandemia, nos hace creer que habrá un día después.

Y este 2 de abril bien puede ser oportuno cantar todos juntos el himno. Por aquellos héroes en las islas, por estos héroes en los hospitales. Y demostrar que, sin importar la trinchera dónde nos encontremos, estemos unidos. Ya lo dijo el sargento Villegas: “Pase lo que pase, pero para adelante”.

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