Durante 10 días y disputando una durísima carrera de seis etapas, a lo largo de provincias del centro y el norte del país, Ewy Rosqvist (piloto, 32 años) y Úrsula Wirth (navegante, 29 años) fueron la noticia más importante de la Argentina.
Sucedió en 1962.
El año en el que el mundo estuvo al borde de la tercera guerra mundial por la crisis de los misiles soviéticos instalados en Cuba.
El año del suicidio de Marilyn Monroe.
El año del golpe de estado contra el presidente Arturo Frondizi.
El año del penal que Roma le atajó a Delem.
Pero desde el 23 de octubre y hasta el 4 de noviembre de 1962 las dos chicas, ambas nacidas en Suecia, desplazaron todos los temas de conversación en el país. “Las suecas” -como se las llamaba unánimemente- primero despertaron curiosidad, pero inmediatamente fueron consagradas por el periodismo y adoradas por el público.
Desde que llegaron a la Argentina, varios días antes de la carrera, eran reconocidas por la calle y saludadas cuando entraban a algún negocio o a un restaurante.
La empatía fue inmediata, porque las chicas -pelo rubio, ojos celestes- acentuaban su encanto con una sonrisa permanente.
Antes de que se largara la carrera, ya eran las favoritas de la gente.
¿Pero cómo habían llegado a competir nada menos que un Gran Premio del automovilismo argentino?
En 1956 empezó a disputarse el Gran Premio Standard de la Argentina, además del clásico Gran Premio de Turismo Carretera de Gálvez, Emiliozzi, Ciani, Navone, Logulo y tantos ases del automovilismo deportivo. Así lo cuenta en sus memorias el inolvidable periodista Federico Kirbus, “el alemán”:
-Lo habíamos creado, con el doctor Raúl Fernández Aguirre, que era presidente de la Comisión de Carreras del ACA, como complemento del Gran Premio tradicional. Y fui yo también quien, en 1960, comenzó a gestionar por vía epistolar con Karl Kling la participación del equipo oficial Mercedes-Benz, que hizo su primera intervención en 1961.
La idea resultó un éxito. Y a la presencia de los competidores locales se sumó la de marcas extranjeras con sus propios pilotos. De tal manera, en octubre de 1962 estaban inscriptos Volvo, Alfa Romeo, Lancia, Pontiac, BMW y Mercedes-Benz, junto a las nacionales Industrias Kaiser Argentina, Industria Automotriz Santa Fe, Autoar Argentina, Isard, IAFA y Borgward.
Algunos nombres y apellidos de los participantes harán impacto en el corazón de los lectores tuerca: Jorge Cupeiro, Atilio Viale del Carril, Roberto Mieres, Rodolfo de Álzaga, Eduardo Rodríguez Canedo y Gastón Perkins, entre los más conocidos.
El equipo Mercedes-Benz estaba representado por cuatro autos: dos modelo 200 SE y dos del 300 SE. Estos últimos eran de mayor potencia y sus pilotos fueron el alemán Eugen Bhoringer y el argentino Carlos Menditeguy. En cuanto a los más pequeños, los 200 SE, los iban a correr otro alemán, Peter Khunne, y la sueca Ewy con su compatriota Ursula como acompañante. El ex corredor de Fórmula 1 Karl Kling era el director deportivo (“Rennleiter”), tarea que compartía nada menos que con Juan Manuel Fangio, su antiguo compañero de escudería y por entonces presidente honorario de Mercedes-Benz en la Argentina.
En total se habían anotado 287 competidores, de los cuales finalmente largaron 258. El Gran Premio tenía siete categorías divididas por cilindradas y se disputó a lo largo de 4.624 kilómetros, en seis etapas: la primera desde Pilar a Carlos Paz, en Córdoba; la segunda atravesaba San Luis y Mendoza y terminaba en San Juan. La tercera cruzaba La Rioja y llegaba a Catamarca. La cuarta concluía en Tucumán, la quinta transitaba por Santiago del Estero y finalizaba en Córdoba. Y la sexta y última etapa, luego de recorrer Santa Fe, arribaba a Arrecifes donde estaba la meta. De ahí, los autos se dirigían en caravana al Autódoromo de la ciudad de Buenos Aires.
En realidad, para ser sinceros, la noche de la largada simbólica frente a la sede del Automóvil Club Argentino en la Avenida del Libertador, nadie creía que Ewy y Úrsula podrían llegar a ser algo más que un dato pintoresco de la carrera. Diez días después ellas demostraron que por algo las habían elegido para correr el Gran Premio.
Pero hasta ese momento, eran pocos los que conocían que Ewy ya era una de las mejores mujeres piloto del viejo continente.
Ewy Rosqvist venía de ganar el Campeonato de Rally de Europa de manera sucesiva en 1959, en 1960 y en 1961.
Su apellido de soltera era Jönsson. Había nacido en Herrestad, una zona rural del sur de Suecia, en 1929. Sus padres eran gente de campo, granjeros. En su libro “Fahrt durch die Hölle” (“Conduciendo por el infierno”) evoca su infancia:
-La granja era como una fortaleza. Por un lado el establo, perpendicular al granero. Más allá el garaje y luego la vivienda, que consta de dos pisos y tiene un techo saliente. El mar Báltico se encuentra a veinte kilómetros de distancia y el viento fresco aullaba a menudo cuando jugábamos en la granja con mis hermanos. Pasamos un tiempo feliz juntos, padre, madre, cinco hijos, nuestras 50 vacas, caballos, pájaros… Nuestro padre nos enseñó a montar.
Y sigue contando:
-A los siete años comencé en la escuela del pueblo. Cuando llegó la guerra, debimos dejar nuestros caballos. Pero después la guerra pasó. Para el trabajo en el campo mi padre compró tractores y maquinaria. Y cuando terminé mi escuela secundaria mi padre me mandó a una escuela agrícola, donde aprendí sobre la cría de animales. Luego trabajé como asistente de Ernst Palsson, que era nuestro veterinario. Su distrito era muy grande y conocí a muchos granjeros. Poco después me fui a Estocolmo, donde estudié y me recibí de asistente veterinario. Con el diploma, regresé orgullosa a casa y comencé a trabajar en el campo. Pero había que visitar muchas granjas y precisaba un auto. Mi papá metió la mano en el bolsillo y me compró un Mercedes 170 S.
Más que el principio de su carrera como veterinaria, este fue el punto de partida de destino como corredora de autos. Porque con ese Mercedes 170 -el mismo que fuera taxi en Buenos Aires- Ewy manejó incansablemente:
-Iba a granjas lejanas, viajaba entre 150 y 200 kilómetros por día, casi siempre por caminos de tierra y grava, por el medio del campo.
Allí nació la mujer piloto de carreras. Al mismo tiempo, conoció a su primer marido:
-En 1952 conocí a Yngve Rosqvist, un joven ingeniero rubio de hombros anchos. Nos casamos en 1954 y nos instalamos en el pueblo de Skurup, entre Malmö e Ystad. Allí compramos una hermosa casita. Mi esposo y mi suegro eran apasionados conductores de autos. Mi esposo participó en carreras pequeñas y mi suegro conducía en rallys. Un día me dieron el papel de “tercer hombre” en el Rally del sol de medianoche. Entonces decidí participar en el mismo rally en 1956. No me fue bien, pero insistí. Firmé contrato con la fábrica Volvo y gané cuatro veces la Copa Damas en The thousand lakes rally de Finlandia, manejando un Volvo P444. A pesar de esos éxitos, comenzaron las dificultades en mi matrimonio. Me pasaba mucho tiempo fuera de mi casa y surgieron desacuerdos con mi esposo, que terminaron en divorcio. Porque creo en el amor, me casé. Y porque creo en el amor, me separé de mi marido… Un gran muchacho que me inculcó la pasión por el automovilismo.
Ursula Wirth había nacido en Sundsvall, sobre el golfo de Botnia, en Suecia. Allí conoció a Ewy compartiendo la atención a los animales de la zona. No sólo coincidieron en la actividad veterinaria sino también en la necesidad de manejar rápido por los caminos rurales. El resultado fue que pocos meses después corrían ralíes juntas. Desde el primer momento, la pericia de Ewy como piloto se apoyaba en el exhaustivo trabajo de Ursula como navegante:
-Ursula hacía unas hojas de ruta que sólo ella entendía y tenía tantas referencias que si se salteaba una era casi imposible volver a retomar el camino. ¡Pero nunca se equivocó en carrera!- afirmó Ewy.
Y un periodista relató su experiencia, luego de hacer un viaje de demostración en el asiento trasero del auto de las suecas:
-Se abrochan los cinturones de seguridad… Ursula corrige las anotaciones que había hecho un momento antes y comienza a hablar… “50 metros débil a la derecha… cien metros en línea recta”… El auto pareció ser succionado por un hueco, una lluvia de tierra golpeó contra el parabrisas… se enderezó… “cien metros en línea recta… largo… izquierda… derecha ángulo recto… más”… Ursula baja la mano, la velocidad desciende… “300 metros, recto”… En un segundo, vuelve a acelerar… El velocímetro baila como un sismógrafo, trepa a 140, se desliza a 90 ú 80 en una curva pronunciada, llega a 110-120 en las pequeñas curvas… Ewy es reflexiva y precisa como una máquina de datos que sigue las órdenes de Ursula… Nunca había visto a dos personas tan subordinadas entre sí, en una ocupación en la que está en juego su vida.
Así eran: minuciosas, organizadas, absolutamente profesionales. Cuando llegaron a la Argentina, en octubre de 1962, recorrieron previamente la ruta de la carrera. Hicieron una etapa diaria, descansaron la jornada siguiente y anotaron las características del camino por el que iban a correr días después. De ese modo, antes de largar, ya tenían armada la hoja de ruta con todos los detalles.
Tenían que contrarrestar las chances del poderoso Volvo 122 S de 1.800 cc. que iba a conducir el consagrado Gunnar Anderson. O el poderío del Pontiac Catalina de 400 HP tripulado por Jorge Cupeiro. Incluso en su propia escudería, los modelos 300E tenían más chances que el 220 SE, de menor potencia, que ellas iban a conducir con el número 711.
Un rato ante de largar, Juan Manuel Fangio les dijo:
-Manejen como siempre… Vayan tranquilas y dejen que los rivales se eliminen entre ellos, ya que la carrera es muy larga. Piensen sólo en el auto y en el camino.
La primera etapa, rumbo a Córdoba, se hizo a una velocidad impresionante. La caravana nocturna parecía volar por la ruta y Carlos Menditeguy era el puntero. Le había sacado más de dos minutos a su compañero de equipo Bhoringer, quien era perseguido por los Volvo 122. Las dos chicas suecas viajaban más tranquilas. Y Ursula, recordando las palabras de Fangio, iba anotando todos los autos que fueron encontrando abandonados, al costado del camino.
Cuando el lote puntero llegó a Berrotarán, Bhoringer intentó pasar un vado cubierto de agua. Al hacerlo, la toma de aire de los inyectores absorbió mucho líquido y el alemán tuvo que abandonar. A Menditeguy le había pasado lo mismo, pero después de casi media hora su acompañante pudo sacar las bujías y continuaron la marcha. Beneficiadas por estas alternativas, las suecas quedaron al frente del pelotón. Pero cuando llegaban a Carlos Paz, Menditeguy recuperó el terreno perdido y casi sobre la línea de llegada superó al 711 de las suecas.
Sin embargo, ellas le ganaron en tiempo por un segundo. Menditeguy protestó airadamente, diciendo que le había sacado 300 metros a Ewy Rosqvist y que eso equivalía a cinco segundos. En medio del alboroto, se detuvo a saludar a sus admiradores y a firmar autógrafos. Viendo esto, Fangio le pidió que se apurase porque apenas le quedaban 10 minutos para entregar el auto en el parque cerrado.
No se sabe bien qué pasó. Pero el popular “Charly” llegó a la zona de neutralización con un retraso de un minuto y diez segundos. Automáticamente quedó descalificado. Menditeguy, indignado, aseguró que un alemán lo había entretenido hablándole y lo demoró. No hubo acuerdo y Menditeguy terminó ofuscado, a los gritos y se fue al aeropuerto para regresar a Buenos Aires.
Las suecas ya eran punteras. Y lo serían hasta el final de la carrera.
Pero en ese primer tramo había ocurrido otro incidente, que tuvo un único testigo: el querido periodista, relator y comentarista Julio Ricardo. En el bar Tolón, de Santa Fe y Coronel Díaz, me lo contó:
-Yo trabajaba con Luis Elías Sojit en las transmisiones de automovilismo, por la entonces Radio Libertad. Tenía a mi cargo la conexión desde el avión Cessna, que fue una de las tantas genialidades de Luis Elías. Sobrevolábamos la ruta y relatábamos lo que veíamos allí abajo, a unos pocos metros. Recuerdo perfectamente que el 711 de las suecas se iba acercando al auto que iba delante de ellas, el Volvo que piloteaba Gunnar Anderson. La distancia se iba achicando, cada vez más. En un momento dado, casi quedaron pegados y era evidente que el Volvo no iba a poder sostener su posición ante el avance de las suecas. Lo lógico, lo elemental, es que ante la evidencia de la superioridad mecánica del vehículo que viene detrás el de adelante le deje paso… ¡Pero Anderson no lo hizo! ¡Más aún, comenzó a desplazarse en zig zag para impedir que lo superaran!… Una y otra vez, el Mercedes trataba de pasar por la izquierda y el Volvo se corría para la izquierda y le cerraba el paso… El Mercedes entonces intentaba pasar por la derecha y el Volvo se corría para ese lado… Hasta que las suecas se fueron a la banquina y corriendo un riesgo enorme lo pasaron por allí… Fue una maniobra increíble, que por un lado puso de manifiesto la mala fe de Anderson pero que además demostró el coraje y la pericia de Ewy Rosqvist…
Cuando muchos años después le preguntaron a Ewy qué recordaba de ese Gran Premio de 1962 en la Argentina, contestó:
-¡Argentina es un país enorme, parece que no se termina nunca!… Y recuerdo especialmente el afecto de la gente… Donde parábamos nos rodeaba el público. Y en los hoteles, el recorrido hasta nuestro cuarto estaba lleno de flores… Y como la gente se agolpaba afuera, en la calle, nosotras salíamos al balcón y le tirábamos flores… Y lo otro que me quedó grabado es el avión de la radio que nos seguía por toda la ruta… Jamás vi algo igual, ni en Europa ni en ninguna otra parte donde corrí…
Cuando terminó la última etapa en Arrecifes y concluyó el Gran Premio, sólo quedaban en carrera 43 autos. Las suecas ganaron de punta a punta, recorriendo los 4.624 kilómetros en 34 horas 51 minutos 3 segundos, lo que estableció un promedio de casi 127 kilómetros por hora. Llegaron a la meta con una diferencia de 3 horas 8 minutos y 25 segundos sobre Boris Garafulic, con Volvo, el corredor que llegó segundo, que era de otra categoría. Pero en su propia categoría, la “G”, la diferencia que marcaron sobre Marcelo Borchardt, su escolta que manejaba un Jaguar 3.800 cc. fue de medio día: 12 horas y 1 segundo.
Este fantástico desempeño deportivo fue récord absoluto, pero estuvo a punto de no concretarse porque Ewy y Ursula pidieron desertar de la competencia. Fue cuando se enteraron de la muerte de su compañero de equipo Peter Khume, que corría con otro Mercedes y tuvo un vuelco fatal en la segunda etapa. Demostrando gran altruismo, dijeron:
-En señal de duelo, queremos abandonar…
Pero nuevamente Juan Manuel Fangio les habló:
-El mejor homenaje que pueden hacerle es seguir en carrera y ganarla…
Así lo hicieron. Y entraron en la historia, desafiando todos los riesgos en una geografía desconocida para ellas.
De manera unánime, el periodismo de la época se hizo eco de esa hazaña deportiva jamás igualada.
El diario Clarín, en la portada del lunes 5 de noviembre de 1962, se ocupó de la crisis de los misiles y de la negociación del ministro Alsogaray con el FMI. Pero publicó una sola foto, a un tercio de página: las bellas ganadoras, aún con el casco puesto, apoyadas en la trompa del Mercedes cubierto de flores y rodeadas de aficionados. El título dice: “Rubias, bellas, suecas y ¡campeonas del camino!”
En la revista “Vea y Lea”, con el título “Las dueñas del Gran Premio” y la firma de José Ramón Luna, se puede leer:
“No entraba en los cálculos de nadie que Ewy Rosqvist y Ursula Wirth, cumpliendo una proeza inusitada, ganarían las seis etapas en las que se dividió la carrera y, lo que es más notable, batiendo en las últimas cinco todos los récords anteriores. Si se piensa que nadie en el duro esfuerzo que exige a los corredores y máquinas una competencia de esta naturaleza, por caminos de todo tipo, en que el peligro acecha en cada curva, con diferencias de altitud que alcanzaron los 3.000 metros, no puede menos que pensarse que las deportistas suecas han sido templadas en el duro yunque de los campeones.”
“Ases y Motores”, una clásica publicación especializada, se sumó a la admiración que despertaron las corredoras suecas y titula: “Eva y Ursula, dos muchachas que desbordaron calidad y coraje”. Y agrega: “En el cielo criollo del automovilismo, brillan dos estrellas suecas ganadoras del Gran Premio”.
La revista “El Gráfico” -donde yo escribía en esa época- les dedicó la tapa de la edición 2.247 con el título: “¡Sin precedentes!” , en una cobertura especial de gran despliegue fotográfico. Federico Kirbus, un periodista cuya mención reiteramos con admiración intacta, había escrito:
-El binomio femenino vestía pantalones estrechos con raya y su aspecto impecable al bajar del auto motivó que se pensara que disfrutaban de aire acondicionado, porque algunos confundían la suspensión neumática (aire) con climatización (aire).
A la semana siguiente, publicamos una nota que hacía hincapié en el remando prejuicio de que las mujeres manejan mal, tantas veces utilizado por los humoristas. Miguel Coronatto Paz, Abel Santa Cruz, Landrú, Aldo Cammarota, Hugo Moser y Ácido Nítrico (Norberto Firpo) respondieron a la encuesta, que incluyó un fantástico dibujo de Carlos Garaycochea.
Hace pocos meses, esta extraordinaria demostración de capacidad de conducción, resistencia física y valentía, tuvo un nuevo e inesperado homenaje.
La empresa inglesa fabricante de autitos de colección Matchbox, ahora integrante del grupo Mattei, lanzó al mercado reproducciones exactas de aquel Mercedes-Benz 220 SE, con Ewy al volante. Y lo hizo con esta afirmación publicitaria:
“Para romper estereotipos sobre géneros y juguetes e inspirar a las niñas y futuras mujeres al volante, celebrando la victoria del piloto Ewy Rosqvist en el Gran Premio de Argentina de 1962. Y demostrar con la historia de las suecas que las mujeres, cuando se lo proponen, no tienen límites”
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