La primera epidemia de la que ha quedado huella documental, gracias a un testigo directo, el historiador Tucídides, fue la peste que asoló Grecia en los años 430 a 426 a. C. y que habría causado decenas de miles de muertos, entre ellos el estratega militar y estadista Pericles, que dejó su marca en la historia de Atenas. Aunque en su Historia de la Guerra del Peloponeso, Tucídides dejó una crónica de esta epidemia, no se sabe con exactitud de qué enfermedad se trató. Es uno de esos misterios que apasionan a los historiadores. Hasta hoy los especialistas no se decantan entre tifus o fiebre tifoidea.
En el año 81, muere el emperador romano Tito cuando, en medio de una epidemia de peste, participaba personalmente del auxilio a los enfermos. Por falta de fuentes documentales, tampoco se sabe con precisión de qué tipo de peste fue víctima.
Entre los años 589 y 590, es el turno del papa Pelagio II de caer víctima de otra peste en Roma, llamada de Justiniano. Cuando muere el pontífice, el 8 de febrero del año 590, el terror a la peste entre los romanos alcanza el paroxismo.
<b>Guerra bacteriológica</b>
Hasta el siglo VIII más o menos, tiempos carolingios, la peste atacó a Europa en distintos momentos. Luego vino una pausa de varias centurias, hasta que hizo una horrorosa reaparición, en su forma bubónica (por los “bubones”, o ganglios inflamados que causaba en genitales y ojos) hacia el siglo XIV, desde Asia.
En cierta forma, se trató de una modalidad básica de guerra bacteriológica, porque los mongoles, en 1344, en el asedio a la ciudad de Cafa (o Kefe, hoy Feodosia, en Crimea), arrojaron cadáveres contaminados con el bacilo de esta terrible enfermedad por encima de las murallas para vencer la resistencia de sus habitantes. En la huida de la ciudad, marineros europeos se llevaron consigo al enemigo invisible hasta Marsella, ciudad mediterránea del sur de Francia que fue la puerta de entrada de la peste.
Esta vez fue el poeta Boccaccio quien dejó testimonio escrito en su Decamerón de esta reaparición de la peste que en espacio de meses se llevaría hasta un 40 por ciento de la población de ciertas regiones. Y en los casi 40 años que duró, los muertos ascendieron a millones.
<b>Estigmas</b>
Al conquistar América, los españoles llevaron consigo la viruela, que diezmó las poblaciones autóctonas; a cambio, trajeron consigo la sífilis…
El capitán Martín Pinzón, socio de Cristóbal Colón en su aventura americana, fue la primera víctima europea de la sífilis, en 1493, un año después de su llegada al Caribe.
Hasta el descubrimiento de la penicilina, cinco siglos después, esta enfermedad venérea socialmente descalificante, hizo estragos. Algunas de sus víctimas ilustres fueron el poeta Charles Baudelaire, y los pintores Paul Gauguin y Henri de Toulouse Lautrec.
Balduino el Leproso o Balduino IV, que obviamente debía su apodo a la enfermedad que padecía, fue rey de Jerusalén desde 1174 hasta su muerte en 1185. Eran los tiempos del Reino Latino de Jerusalén (que duró 200 años), instaurado por los occidentales tras la conquista de Jerusalén durante la primera cruzada.
La lepra, enfermedad muy estigmatizante, que por años se creyó mucho más contagiosa de lo que era en realidad, hizo estragos en el físico del joven, que usaba una máscara para esconder las huellas en su rostro y estaba casi ciego. Murió muy joven, a los 24 años -había ascendido al trono a los 13, tras la muerte de su padre-, pero se mostró hiperactivo pese a la enfermedad, al punto de ganarse la admiración y el respeto de sus coetáneos. E incluso el de su enemigo Saladino, al que había derrotado en el campo de batalla.
El Imán de Ispahán escribió sobre él: “Ese joven leproso hizo respetar su autoridad al modo de los grandes príncipes como David o Salomón”. La figura de Balduino, también llamado “el Santo”, se volvió símbolo de heroísmo. En los últimos tiempos, su figura ha sido rescatada por el cine.
Varios siglos más tarde, en Argentina, el Cura Brochero (1840-1914), hoy santo -fue canonizado por el papa Francisco en 2016-, contrajo la lepra mientras atendía a los pobladores olvidados de las sierras cordobesas.
También en América, la escritora y religiosa sor Juana Inés de la Cruz contrajo la peste en México en 1695 mientras atendía a otras monjas en el Convento de San Jerónimo donde vivía. La epidemia, particularmente letal, ya que nueve de cada diez religiosas enfermas morían, también se llevó a Sor Juana, el 17 de abril de 1695, a los 46 años de edad.
<b>Gran epidemia de cólera en Europa</b>
La epidemia de cólera en Europa, en la década de 1830, dejó varias víctimas notables.
Uno fue Jean-Francois Champollion, considerado el padre de la Egiptología; se trata del estudioso que acompañó a Napoleón Bonaparte en su expedición militar, colonizadora y científica a Egipto y allí logró descifrar la escritura jeroglífica. Contrajo el cólera en París en marzo de 1832 y murió con sólo 41 años de edad.
El filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel fue otra de las víctimas célebres de esta epidemia que diezmó a Europa. El autor de Fenomenología del espíritu murió en Berlín el 14 de noviembre de 1831, mientras preparaba una reedición de esa obra, dejando inconcluso el nuevo prefacio.
La misma pandemia de cólera se llevó al entonces presidente del Consejo de Estado de Francia, Casimir Périer (jefe de gobierno bajo la monarquía semi-constitucional de Luis Felipe de Orléans), quien contrajo la enfermedad luego de una recorrida por los hospitales y murió el 16 de mayo de 1832.
También Carlos X de Francia, el último rey Borbón, depuesto por la Revolución de 1830, murió de cólera, en el exilio.
<b>San Martín, “al borde del sepulcro”</b>
La misma epidemia de cólera casi acaba con la vida de José de San Martín y de su hija Mercedes. Así lo contó el propio Libertador, en carta a su amigo Bernardo de O’Higgins: “El cólera nos invadió a fines de marzo y mi hija fue atacada del modo más terrible. Yo caí enfermo de la misma epidemia tres días después; figúrese Ud. cual sería nuestra situación, no teniendo por toda compañía más que una criada; afortunadamente, el día antes de la enfermedad de Mercedes, el hijo mayor de nuestro amigo, el difunto general Balcarce, había llegado de Londres (se hallaba en nuestra compañía y para en nuestra casita de campo, en que estábamos a dos leguas y media de París) y éste fue nuestro redentor y sin sus esmeros cuidadosos hubiéramos sucumbido. Mercedes se repuso al mes, pero yo, atacado al principio de la convalecencia de una enfermedad gástrica-intestinal, me ha tenido al borde del sepulcro y que me ha hecho sufrir innumerables padecimientos por el espacio de siete meses”.
La enfermedad fue la ocasión para estrechar lazos con Mariano Balcarce, con quien más tarde San Martín casaría a su hija.
<b>La Gran Gripe del siglo XX</b>
Ya en el siglo XX, la gran gripe o gripe española fue particularmente letal, con 50 millones de víctimas fatales en todo el mundo.
El pintor Gustav Klimt -muy conocido por su obra “El beso”- murió por esta enfermedad en 1918.
La gripe también atacó, aunque no mató, al rey de España, Alfonso XIII, al primer ministro británico, David Lloyd George, al presidente estadounidense, Woodrow Wilson, y al káiser alemán Guillermo II. Es decir, a los grandes protagonistas de la política mundial de la época.
Dos consagrados escritores franceses fallecieron durante la epidemia: el poeta Guillaume Apollinaire y el autor de Cyrano de Bergerac, Edmond Rostand.
Francisco de Paula Rodrigues Alves, presidente constitucional del Brasil entre 1902 y 1906, reelecto a fines de 1918, no llegó a asumir su segundo mandato porque contrajo la gripe española y murió el 16 de enero de 1919.
En la Argentina, la epidemia de cólera del año 1867 fue fatal para el presidente en ejercicio, Marcos Paz, que murió el 2 de enero de 1868. Era el vicepresidente electo, y se encontraba a cargo del Ejecutivo, por la ausencia del primer mandatario, Bartolomé Mitre.
<b>Casos no confirmados</b>
Sobre la muerte del gran conquistador Alejandro Magno -prematura, a los 33-, y cuya tumba permanece secreta hasta hoy, se han tejido muchas hipótesis; entre ellas, la de que fue víctima de la malaria, la fiebre tifoidea o el llamado virus del Nilo, aunque otra hipótesis es que fue envenenado.
La muerte del célebre compositor ruso Piotr Ilich Tchaikovsky, en San Petersburgo, el 6 de noviembre de 1893, es atribuida a la epidemia de cólera que vivía esa ciudad. Pero se cree que el artista bebió deliberadamente agua contaminada para provocarse la muerte.
Casos varios
El médico sin título, astrónomo y adivino Nostradamus (Michel de Notre-Dame) vivió en tiempos de pestes reiteradas, y en una de ellas perdió a toda su primera familia: esposa y dos hijos.
El corsario y vicealmirante inglés Francis Drake murió de disentería, que en una de sus variantes era causante de frecuentes epidemias en los barcos, frente a la costa de Panamá, el 28 de enero de 1596, y fue sepultado en el mar.
La combativa Anita Garibaldi (Ana Maria de Jesus Ribeiro), esposa brasileña de Giuseppe Garibaldi, murió de fiebre tifoidea, el 4 de agosto de 1849, mientras ella y su esposo huían de Italia tras la derrota de la República.
<b>Epidemia moderna</b>
Finalmente, una epidemia más cercana en el tiempo, que irrumpió causando gran temor, pero también estigmatización y negación, fue la del SIDA, en los años 80.
El filósofo Michel Foucault, las estrellas del ballet, Jorge Donn y Rudolf Nureyev, el cantante Freddie Mercury y el actor Rock Hudson fueron algunas de sus víctimas célebres.
Todavía está por escribirse la historia de las epidemias de este siglo, pero ya sabemos que la actual, causada por el hasta ahora desconocido coronavirus Covid-19, será recordada por su velocidad de propagación y su alta contagiosidad.
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