La leyenda del comisario Meneses: puños duros, prostitutas soplonas y subordinados en la Triple A

Evaristo Meneses construyó su propio mito como jefe de Robos y Hurtos de la Policía Federal. Recorrió los bajos fondos y en su mesa de cabaret se sentaron prostitutas, soplones y delincuentes. Pero la leyenda no le impidió caer en desgracia y ver cómo algunos de sus hombres se convertían en asesinos de un grupo parapolicial

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Comisario Evaristo Meneses
Comisario Evaristo Meneses

Puños entrenados en el ring en su juventud, con padre y abuelo de buena puntería, Evaristo “el Pardo” Meneses asumió en 1957 como jefe de Robos y Hurtos a los 50 años. Sin padrinos, había pasado 23 años en la Policía Federal. Ese mismo año, de un ataque al corazón, moría el mítico Eliot Ness, el policía que había metido preso a Al Capone en Estados Unidos. El Pardo en su nuevo cargo tenía un par de oficiales de confianza, dos sargentos y una docena de policías. Como si fuera una réplica de los sheriffs y agentes duros norteamericanos, Meneses y los suyos no usaban uniforme.

Durante el gobierno militar de Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas -uno general, el otro almirante- en la cúpula de la Policía Federal se alternaban jefes provenientes de esas fuerzas armadas. El foco de interés de los mandos era “mantener el orden”, básicamente disciplinar los conflictos laborales y reprimir la resistencia peronista a como diera lugar. Cuando en 1958 Arturo Frondizi llegó a la Casa Rosada por las urnas se mantuvo la misma conducta: el primer jefe policial fue el capitán de navío Ezequiel Niceto Vega, quien pasaba de ser el jefe de Inteligencia Naval a conducir la Federal.

Frente a los métodos dictatoriales y al uso de golpes y picana no existía el contrapeso de una Justicia que colocara a los policías como “auxiliares” de jueces y fiscales. Respecto de perseguir el delito, las patrullas de uniformados actuaban con una autonomía muy grande o, directamente, con instrucciones de terminar con los delincuentes.

Como si fuera una réplica
Como si fuera una réplica de los sheriffs y agentes duros norteamericanos, Meneses y los suyos no usaban uniforme. El comisario se convirtió en leyenda

El autoritarismo no era sinónimo de orden. Los cigarrillos y el whisky de contrabando se conseguían en todos los comercios o por cuentapropistas que vendían a la luz del día. En la Aduana había redes mafiosas que permitían el ingreso de mercadería ilegal.

Las crónicas policiales llenaban páginas con figuras temibles como la de Jorge Villarino (el Rey de la Fuga), Eduardo “el Lacho” Pardo (“asesino de policías”) o de algún criminal juvenil como Oscar Langoni (el primer Ángel Rubio).

Por entonces, además del “sensacionalismo” periodístico, algunas series norteamericanas ganaban televidentes argentinos a raudales. Ballinger de Chicago o Los intocables mostraban a policías de saco, corbata y sombrerito que eran implacables con contrabandistas, ladrones de bancos o mafiosos.

Cuatreros

Meneses nació en 1907 en un pequeño pueblo que, paradójicamente, se llama Cuatreros. Está al lado de Bahía Blanca, sobre el mar. Su familia se mudó a Uruguay y el Pardo alternó labores rurales con el gimnasio de boxeo. Cuando le tocó el servicio militar en la Argentina hizo dos años en la Armada y unos cuantos meses los cumplió en la Fragata Libertad.

Cuando llegaba a los 30, fogueado en el ring, con padre y abuelo buenos tiradores por el hábito de salir a cazar en sus pagos, Meneses se presentó en la Escuela de Oficiales Ramón Falcón. Sacó excelentes notas y en 1937 empezó la vida en la repartición sin más padrinos que sus puños y la mandíbula cuadrada.

Veinte años más tarde estaba en la Comisaría de la Casa Rosada cuando una señora de alcurnia, Iderla Anzoátegui, se lo cruzó en la sede de gobierno cuando ella iba en una comitiva que tenía cita con el almirante Isaac Rojas.

Meneses nació en 1907 en
Meneses nació en 1907 en un pequeño pueblo que, paradójicamente, se llama Cuatreros. Está al lado de Bahía Blanca, sobre el mar. Su familia se mudó a Uruguay y el Pardo alternó labores rurales con el gimnasio de boxeo

Poco tiempo después Meneses se convertía en la celebridad policial que fue durante un tiempo al frente de Robos y Hurtos. El Pardo dejó que Anzoátegui, con algunos varios libros publicados –entre ellos biografías en clave épica de Juana Azurduy y de Domingo Faustino Sarmiento, poemas y cuentos escritos-, se lanzara de lleno a escribir su vida. Meneses contra el hampa salió a las librerías en 1962. Las fuentes de Anzoátegui se limitaron a los relatos del propio biografiado. Pero antes de que el libro saliera a la calle estalló el conflicto.

-Ella solo intercaló suspiros, lágrimas y otras boberías de mujer. Tuve que rehacer todas las pruebas de imprenta para borrarlos –dijo sin vueltas Meneses a la revista Panorama en abril de 1965, que salió con el comisario –ya en disponibilidad- en tapa.

El Pardo había sido un duro con la señora: tres años antes había dejado el nombre de la autora en la tapa pero hizo estampar una leyenda en la primera página de cada ejemplar: “Las ganancias que obtenga con este libro las destinaré totalmente en ayuda del hijo menesteroso del hombre preso”.

Anzoátegui no dudó en buscar un buen abogado defensor. Al momento de la disputa por la salida del libro, Arturo Frondizi era desalojado de la Casa Rosada por los militares y enviado a prisión en la isla de Martín García.

Uno de los doce hermanos mayores del presidente derrocado (Arturo fue el décimo tercer hijo) Silvio, abogado penalista y profesor de Filosofía, fue quien tomó la defensa letrada de la señora Anzoátegui.

Los hilos de esa disputa por derechos de autor no quedarían ahí como se verá más adelante.

Meneses y las soplonas

Meneses, en medio de la corrupción y el autoritarismo, se había ganado un lugar. Lo suyo era calle, olfato, mano dura y mucha noche. Ya se había separado de su esposa cuando recorría los nigth clubs como parte de su rutina.

-Nunca he sido un don Juan. Ese cuento se lo debo a la cuerda floja. La gente que me veía todas las noches por los cabarets creía que yo era un libertino –le dijo Meneses al periodista Carlos Velazco en 1965, apenas unos meses después de que la Policía Federal lo dejara en disponibilidad.

El afiche del documental de
El afiche del documental de Mariano Petrecca sobre Evaristo Meneses

Uno de los boliches que frecuentaba el Pardo era el Little Love, en la calle Viamonte cerca de 25 de Mayo, en pleno microcentro. En los ‘60, marineros de todos los países se mezclaban en los cabarets con gente de toda calaña. Meneses estacionaba su auto en la esquina, entraba, dejaba el funyi en el guardarropa, se sentaba solo en alguna mesa desde la que pudiera ver el panorama, tomaba la precaución de poner su 45 debajo del muslo derecho y pedía whisky. No bailaba pero las chicas de la barra solían acercarse y sentarse un rato con él. Esa era una de sus fuentes más valiosas de información.

Meneses encarnaba al hombre surgido de abajo y que tenía la eficacia de resolver todos los casos poniendo el pecho y, si era necesario, la 45. Sin embargo, unos años después de esa época para él gloriosa, vivió su ocaso en la Federal. En efecto, a fines de 1964, el general Mario Fonseca, a cargo de esa institución, firmó su pase a disponibilidad.

Cuando le dijeron que había llegado la hora de su retiro, Meneses no estampó su firma. Un desaire que los mandos silenciosamente no toleraban. Sin embargo, en el mito de Meneses hubo acusaciones de torturas y no pocas veces él mismo aceptaba que lo suyo era terminar con los delincuentes a su manera.

-Nunca robé a los chorros, nunca los ofendí. Nunca tiré a matar. ¿Las muertes? Son accidentes. Uno se consuela pensando que ha cumplido con el deber. Pero es un momento muy difícil. Hay que conservar la sangre fría porque, de lo contrario, no se pega, y tirar a matar sin pasión, aun para defender la propia vida, es un trance muy amargo –así, se lo dijo al periodista Carlos Velazco. Y esto podía leerse como una conducta recta y decente o, también, como una muestra de la autonomía y la ausencia judicial en la lucha contra la delincuencia.

El retiro de Meneses en 1964 fue durante el gobierno del radical Arturo Illia. Sin embargo, la Policía Federal seguía siendo manejada por un general. Meneses era apenas un hombre que “la calle” quería al frente de la policía. No solo porque los cronistas policiales lo tenían en lo más alto sino porque le temían los bandoleros y hasta los comerciantes de joyas reducidas de la calle Libertad.

Cuando el periodista Velazco, pasados unos meses de su retiro, le preguntó qué haría, Meneses se limitó a contestar:

-Estoy desorientado, No sé qué hacer. Toda mi vida estuve en la policía.

El ostracismo de Meneses lo resolvió con un caballete, témperas y la escritura de algunos cuentos. El general Fonseca, en cambio, cobró notoriedad un tiempo después: siguió al frente de la Federal cuando se produjo el golpe de Estado de Juan Carlos Onganía en junio de 1966. Fonseca fue el que ordenó el allanamiento de la sede de la Universidad de Buenos Aires en Perú y Moreno que fue conocida como “la noche de los bastones largos”, cuando fueron apaleados alumnos y profesores de la Facultad de Ciencias Exactas.

Acusación de torturas

Mariano Petrecca dirigió el documental Evaristo en el que indagó, entre otras cosas, si que hubiera sido un policía duro pero honesto eran motivos suficientes como para dejar de lado la pregunta de si Meneses había traspasado la ley.

El testimonio de Juan Carlos Coral (un socialista de larga trayectoria en los ‘50 quien y luego candidato presidencial en las elecciones de marzo de 1973) pone una señal de alarma. En efecto, Coral cuenta que integró una comisión investigadora de la Cámara de Diputados creada por las denuncias de torturas contra Meneses. También asegura que un grupo de uniformados, cuando se hacía esa incómoda investigación parlamentaria, habría tiroteado el edificio Congreso Nacional mientras iban en el cortejo fúnebre de un policía caído cuando pasaban por la avenida Rivadavia rumbo al cementerio de la Chacarita.

La comisión no llegó a ninguna conclusión, pero lo concreto es que Meneses, al mismo tiempo, fue acusado en los estrados judiciales de torturar a un detenido con picana eléctrica. Fue a fines de 1959, mientras estaba al frente de la división Robos y Hurtos: a raíz de eso pasó detenido 42 días.

Historietas con la imgen del
Historietas con la imgen del comisario

El Pardo negó de modo tajante la acusación y recuperó la libertad. No faltan quienes creyeron que fue una cama contra el policía ejemplar. Sin embargo, escasean los casos de policías condenados por torturas en aquellos años.

En 1962, los resultados de Meneses eran contundentes. Fue felicitado por la Sureté francesa y el FBI estadounidense por esclarecer el robo de lingotes de oro en los depósitos de la Aduana en Ezeiza ocurrido en enero de 1961. Sin embargo, fue cada vez más dejado de lado por la superioridad. Meses después, lo sacaron de un plumazo de Robos y Hurtos.

No había ningún motivo a la vista para que a Meneses lo mandaran a Delitos y Vigilancia. Pese a que fue un descenso y no un ascenso, organizó patrullas de calle muy efectivas y continuó siendo un lobo solitario que por las noches siguió recorriendo boliches donde los delincuentes desparramaban champagne y plata. En esos boliches, muchas chicas le contaban al oído lo que sus clientes les confiaban entre copas y sábanas.

Adscripto a Investigaciones

El Pardo, cuya intuición parecía infalible, quedó sorprendido cuando un jefe le dijo: “Vas como adscripto a Investigaciones”. No había ninguna sanción disciplinaria y la acusación judicial de uso de picana había quedado como expediente cerrado.

Los cronistas de la época creían que se debía a que había pisado demasiados callos. En la Dirección de Investigaciones duró poco: apenas un año después de su nuevo destino, cuando terminaba diciembre de 1964, regresó a su casa del Bajo Flores para no volver nunca más a la policía.

Colaboró un tiempo en el despacho donde se hacían pericias para compañías de seguro manejada por Héctor Fernández y Esteban Izzo, este último un oficial que había estado a su cargo y también fue pasado a retiro. Pero nunca había sido policía de escritorio y no podía salir ya a cazar delincuentes.

Un conflicto que se cruza con un crimen de la Triple A

Fue en ese 1965 cuando el periodista Velazco, libreta de apuntes en mano, fue al estudio que tenía Silvio Frondizi, defensor de la desairada biógrafa Iderla Anzoátegui, en Corrientes y Talcahuano. El diálogo que sostuvieron tiene un final que resulta indispensable subrayar por el tremendo final de la vida de Frondizi.

El periodista de Panorama se sentó frente al filósofo y penalista para decirle el motivo de la visita.

-Ah, es por Meneses –respondió Silvio Frondizi- ¿Le parece que yo puedo hablar de Meneses? ¿Por qué no me hace un reportaje sobre política? Estoy por publicar un libro sobre la influencia del marxismo en el catolicismo. Le aseguro que va a causar sensación… ¿Meneses? Lo vi una sola vez. Hablamos unos minutos y se despidió. Creo que ha pasado a disponibilidad. Usted sabe lo que ocurre con los militares y policías que están en esa situación. No creo que sea correcto caerle encima...

Tapa de la revista Panorama
Tapa de la revista Panorama

En los hábitos del litigio judicial, quedaba claro que Frondizi tenía escaso interés en defender los derechos de autor de Anzoátegui. Mucho más significativo que eso resulta el “no caerle encima” a Meneses.

Nueve años después de la publicación de marras en Panorama, Silvio Frondizi fue asesinado, el 27 de septiembre de 1974, por la Triple A en la puerta de su casa en pleno barrio de Almagro. Su militancia a favor de las ideas revolucionarias en América latina y sus clases de filosofía marxista pudieron haber sido los motivos para que la banda criminal liderada por el entonces ministro de Bienestar Social José López Rega decidiera matar a Frondizi.

Sin embargo, hay un dato inquietante que no puede ser pasado por alto. En Robos y Hurtos, mientras Meneses era jefe, reportaban los oficiales Juan Ramón Morales y Rodolfo Almirón. Ambos fueron figuras clave en la formación de la banda parapolicial formada principalmente por policías de la Federal.

El hecho de que ambos supieran que Frondizi tuvo un litigio menor en los tribunales con Meneses no es indicativo de una trama conspirativa que incidiera en su asesinato. Morales y Almirón fueron parte de la patrulla asesina que terminó con la vida de Frondizi. Los dos policías no habían ido a la Escuela de Panamá ni recibieron instrucción de mercenarios y oficiales franceses como muchos militares formados en el Ejército. En cambio, tenían la escuela de “la calle”: la ley no debía ser un límite para el ejercicio de las armas, la Justicia no era la encargada de establecer castigos.

Meneses versus Meneses

Para 1974, El Pardo vivía en su casa sencilla del Bajo Flores. En el barrio era una institución y puertas adentro pintaba con témperas y acuarelas o, sin mayores méritos, ensayaba algún poema. Nunca lo fueron a buscar para tomar revancha los delincuentes que había metido presos ni cómplices de quienes habían caído abatidos por sus redadas. Pero tampoco fueron a tocarle el timbre jefes policiales para darle un lugar en la institución que lo había sacado de pista.

El Pardo vivía de sus recuerdos, cobraba una jubilación que le permitía mantenerse y su figura fue exhumada por una historieta de los notables Carlos Sampayo y Francisco Solano López, así como por el documental Evaristo de Petrecca. El periodista Velazco dio su testimonio en esa película y una frase suya resume esta historia trunca, donde los claroscuros dan lugar tanto al héroe pero también al policía que actúa más allá de la ley.

-Dos leyendas se disputan su fama –dijo Velazco al documentalista Petrecca-. La de los incrédulos, que le cargan el sanbenito de coimero y matón, atribuido en ciertos ámbitos a todos los policías; y la de los amigos, vecinos y centenares de admiradores, que lo aclaman como un héroe.

El comisario inspector Evaristo Meneses murió solo y casi sin un peso, el 26 de mayo de 1992. Tenía 84 años. Fue enterrado con honores en el Panteón Policial de la Chacarita.

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