El 1° de marzo, cuando la crisis por el coronavirus parecía un tema de otros continentes, en Buenos Aires nació Isabella. Nació un día antes de que su hermano -de 2 años y medio, naturalmente celoso y demandante- empezara el jardín. Hasta el viernes pasado, Verónica, la madre en cuestión, hizo malabares en medio de la cuarentena (o postparto) para combinar la adaptación al jardín de un hijo que salía corriendo y llorando de la sala al grito de “¡No mamá, con vos!” con los tiempos de teta de la beba, que esperaba afuera a upa de la abuela.
Era un caos pero igual servía. El jardín era la forma de que Gennaro estuviera, al menos una hora por día, a cargo de alguien que no fueran ni ella ni su mamá, las mujeres de la familia, que es donde recaen mayormente las tareas de cuidado. Pero el domingo por la noche, a la cuarentena de la maternidad se le sumó otra, la del coronavirus. Su mamá, además, es mayor de 60 y está en el grupo de riesgo.
Verónica, desde la razón, coincidía en que era “responsable” la suspensión de clases pero la sensación que tuvo cuando se confirmó fue más allá de la razón:
—¿Qué sentiste?
—Ya me sentía ahogada y me terminé de ahogar—se ríe, para no volver a llorar.
Nueve años estuvo buscando embarazos, cinco años se fueron en tratamientos de fertilidad y la pequeña Isabella, que hoy cumple 16 días de vida, nació en medio de una pandemia. Sólo la conocen los abuelos: el resto de familiares y amigos de los padres la vieron por foto. Una de las razones es que el sobrino mayor de Verónica estaba de viaje de estudios en Alemania cuando estalló la ola de contagios en Europa, tuvieron que sacarle un pasaje de urgencia para que pudiera volver antes de un posible cierre de fronteras y todavía está en aislamiento.
Verónica trabaja de manera independiente (alquila juegos de livings de exteriores y gazebos para eventos) y, al ser un trabajo informal, no sólo no tiene licencia paga por maternidad sino que se quedó con pocas alternativas: todos los trabajos que tenía agendados se suspendieron y el único ingreso familiar pasó a ser el de su pareja. El padre de las criaturas también trabaja de manera independiente y en un taller, por lo cual la opción de hacer tele-trabajo y repartir las tareas de cuidado no es opción. Tampoco, en este contexto de dinero justo y pedido de “distancia social”, es opción contar con dinero extra para un niñera.
“Menos mal que tengo a mi mamá”, repite Verónica, y pone sobre la mesa lo que se conoce como la “feminización de las tareas de cuidado”. Natalia Gherardi, directora ejecutiva del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA) lo explica: “La feminización de las tareas de cuidado significa que la resolución directa de los temas vinculados a la vida cotidiana de la familia o la gestión de los mecanismos para resolverlos están en la cabeza o en las manos de los mujeres”.
“La cuarentena y la suspensión de clases traen a la vida cotidiana un tema que hace mucho tiempo venimos investigando las académicas feministas y que hoy, por primera vez, resuena en la agenda política, y tiene que ver con la distribución desigual de las tareas de cuidados”, explica a Infobae Eleonor Faur, doctora en Ciencias Sociales y autora de “El cuidado infantil en el siglo XXI”. “La responsabilidad de los cuidados se ha feminizado desde hace ya varios siglos, y a pesar de todas las transformaciones que hay en nuestra sociedad -más derechos y aspiraciones de las mujeres, mejores niveles educativos, transformaciones en el mercado de trabajo- este es uno de los temas que menos ha cambiado”.
Y sigue: “Esta medida sanitaria de suspensión de clases claramente pone sobre el tapete esta desigualdad. Hay que pensar cómo se distribuye esta crisis de otra manera para que no sean siempre las mujeres las que estemos sosteniendo los cuellos de botella en el funcionamiento de una sociedad”.
Habrá que ver cómo se implementan, especialmente en el sector privado, pero la decisión de dar licencias a los empleados públicos que deban cuidar a sus hijos que no asistan a clases y puedan justificar que no tienen con quién dejarlos, podría ir en ese sentido. Se anunció anoche; también instaron a los privados a fomentar el trabajo desde casa.
“Frente a un contexto en el que la organización social del cuidado es estructuralmente desigual entre mujeres y varones (...) la promoción del trabajo desde los hogares y la justificación de inasistencias en forma igualitaria entre lxs progenitorxs o personas adultas a cargo de niñxs tanto en el sector público como privado dispuesto por el gobierno nacional es fundamental para reducir las desigualdades en la distribución de las tareas de cuidado y promover estándares más justos. Estas disposiciones permitirán mitigar los distintos efectos económicos, sociales y de cuidado que surgen como consecuencia de esta emergencia sanitaria que atravesamos”, dijo anoche el ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad mediante un comunicado.
Gennaro empezaba la tercera semana de adaptación al jardín. La semana pasada, en medio de la lluvia, se había caído y Verónica terminó -otra vez con su mamá, la beba y a una semana de haber atravesado una cesárea-, en la guardia para que le cosieran el tajo en la pera.
Ya sabe que, cuando todo pase, va a tener que volver a hacer la adaptación de cero. Mientras tanto, Verónica ahora está encerrada literalmente en su casa: sin visita, sin besos ni franeleo para los chicos y con las ventanas cerradas, porque también le tiene miedo al dengue. Llama a la ambulancia si alguno de los chicos está congestionado pero también con temor, porque no sabe con qué paciente pudo haber estado en contacto ese o esa profesional de la salud.
“La cuarentena por la maternidad ya es difícil, angustiante. En cualquier postparto de por sí te dan ganas muchas veces de tirar todo a la mierda y ponerte a llorar”, dice Verónica, y coinciden muchas madres, que ya abandonaron el manual de “la mami feliz” y ya no dudan en contar, sin culpa, el lado B de la maternidad. “Es difícil pero al menos podés salir a dar una vuelta de manzana o pedirle a alguien que te la cuide media hora para salir a despejarte. Las dos cuarentenas juntas son mucho peor, ni siquiera podés salir, no tenés ni cinco minutos para tomarte un respiro”.
Sobre ella recaen todos los cuidados de la recién nacida y del varón, que acababa de dejar los pañales y hay que llevarlo al baño corriendo a cada rato: todo el trabajo doméstico y de cuidados que, al no ser pago y al estar hecho por alguien de la familia, se considera “trabajo invisibilizado”. Pasó un día de encierro y Gennaro ya camina por las paredes: “Mami, ¿qué quiero?”, le pregunta.
“Esta situación muestra por qué son necesarias las políticas de cuidados, el problema es que no las pensamos antes. Si una trabajadora independiente y monotributista tuviera hoy acceso a una licencia por maternidad, por lo menos tendría asegurado su ingreso durante los próximos tres meses. Eso le permitiría a su pareja tener margen de no tener que irse todo el día para garantizar el ingreso y participar de las tareas de cuidado”, explica Gherardi.
Es que el anuncio del Gobierno del domingo estuvo desprovisto de un enfoque de género: “Creo que es una medida necesaria pero debería anunciarse en forma conjunta con la mitigación del impacto en las familias”, sigue Gherardi.
“Pensemos incluso en las mujeres trabajadoras del sector formal, por ejemplo, una operaria de una fábrica, que no puede hacer tele trabajo. Le avisan el domingo a la noche que al día siguiente no hay clases, ¿qué hace? Todos tienen que poner su parte pero volvés a dejar a las mujeres expuestas”. Hubo reclamos de este tipo durante todo el lunes, por eso por la noche se anunció la licencia para padres cuyos hijos vayan al colegio.
También deja expuestos a los chicos, porque muchas madres y padres tuvieron que salir a trabajar el lunes y los chicos quedaron solos en sus casas. Ni hablar de las mujeres que, por ejemplo, trabajan como empleadas domésticas y viven con el dinero que ganan por día: si están en negro, no van para quedarse con sus hijos, no cobran.
“Es que a todas estas desigualdades de género se le suman las desigualdades de clase”, explica Faur. “Por lo tanto, quienes más cuidan en nuestra sociedad son las mujeres de mayor vulnerabilidad socioeconómica y muchas de ellas son quienes venden su fuerza de trabajo como servicio doméstico para paliar dificultades de cuidado de hogares de clase media. Entonces hay que tener respuestas integrales que permitan sostener los ingresos de trabajadores y trabajadoras que viven al día y están pasando situaciones críticas”. A ellas no les sirven las licencias.
La semana pasada, en el marco del Día Internacional de la Mujer trabajadora, el Banco Central difundió una campaña llamada “Mujeres y brecha económica”. Decía, entre otras cosas, que las mujeres dedican más del doble de horas a trabajos no remunerados que los varones (a hacer las tareas domésticas, cuidar niños o adultos mayores), que por consiguiente tienen menos margen para participar de un trabajo pago y que, aunque tienen mayor formación educativa, ganan en promedio un 27% menos que los hombres.
El tema es una oportunidad para volver a echar luz sobre la importancia de diseñar políticas públicas de cuidados, durante y después de esta crisis: “Es la primera vez que una crisis de este tipo trae rápidamente la pregunta ‘¿cómo vamos a hacer con los cuidados?’”, cierra Faur. “Esto me parece importante en términos de concientización social: aunque la distribución de las cuidados sigue siendo muy desigual, hoy ya somos muchas las que estamos diciendo que necesitamos respuestas creativas y comunitarias de redistribución de los cuidados para que esta situación no recaiga siempre sobre nosotras”.
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