En medio de una pandemia, el actor hollywoodense Mark Ruffalo vuelve a convertirse en superhéroe; esta vez no es un Avenger, pero se le parece mucho. El comprometido actor se mete de lleno es una historia verdadera que tiene mucha relación con cómo tratamos al planeta y a un elemento esencial: el agua.
Ruffalo se pone en la piel de un abogado que busca justicia ambiental en el film, que se estrenó el jueves, El precio de la verdad (Dark Waters, su título original). Lo interesante es que la película se basa en una historia real de la pelea de un empleado de una multinacional poderosa.
Todd Haynes (Far from Heaven, Carol) se aventura en un territorio inexplorado para contar la historia que se hizo pública tras un explosivo artículo que destapó una crisis urgente de salud pública y corrupción a los más altos niveles. Todo empezó el 6 de enero de 2016, cuando el suplemento dominical del New York Times publicó la fascinante crónica de Nathaniel Rich sobre la labor del abogado de Cincinnati Rob Bilott. Empleado por el despacho de abogados de Taft Stettinius & Hollister LLP, Bilott se convirtió en un insospechado defensor que sacó valientemente a la luz los peligros de un producto químico que llevaba años contaminando una comunidad rural, y castigó al gigante corporativo DuPont, responsable de promocionar sus usos.
La saga se desarrolla como una historia de terror: los Tennant, una familia que llevaba generaciones trabajando la misma propiedad, empezaron a perder su ganado de manera alarmante. Los animales, antes dóciles, se volvieron malos y agresivos. Su piel se cubrió de lesiones, sus ojos tenían cercos rojos, les colgaba baba blanca por la boca, tenían los dientes ennegrecidos. Convencido de que la causa era el efluente del vertedero cercano de Dry Run, donde la fábrica de Washington Works, propiedad de DuPont, se deshacía de sus residuos, Wilbur Tennant pasó años buscando inútilmente respuestas.
Desesperado, recurrió finalmente a Bilott, que había pasado tiempo de niño cerca de la granja de los Tennant en Parkersburg, Virginia Occidental. "Cuando nos abordaron inicialmente los Tennant para que intentáramos ayudarlos a averiguar qué era lo que estaba sucediendo en ese vertedero, el mundo con el que yo trataba era de materiales regulados y recogidos en listas, así que pensamos que podría tratarse de algo bastante sencillo", recuerda Bilott. "Los ayudaremos a averiguar qué es lo que debería ir a ese vertedero y echaremos un vistazo a los permisos; descubriremos cuáles son los productos químicos que están llevando en realidad y qué podría estar excediendo los límites", dijeron.
Después de casi un año, Bilott descubrió exactamente con qué estaban tratando. “Un producto químico sin regular que no encajaba en ese mundo, lo que condujo a un proyecto muy diferente y mucho más grande”, comenta el abogado. La sustancia en cuestión es ácido perfluorooctanoico, o PFAS, que se remonta a 1951, casi dos décadas antes de que se fundara la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA) en 1970.
Lo que el abogado descubrió era escandaloso. DuPont comprendía desde hacía tiempo que podía causar todo tipo de secuelas, incluso letales. Aun así, según el artículo de Rich, para 1990, la compañía se había deshecho de 7100 toneladas de residuos de esa sustancia en el vertedero de Dry Run. El efluente líquido de ese vertedero llegaba a los terrenos en los que pastaba el ganado de los Tennant. A partir de ese momento, Bilott se propuso como objetivo hacer justicia no solo con los Tennant, sino también con todos los demás que se hubieran visto expuestos al PFAS, o “productos para siempre”, como se denominan, dado que no se descomponen y permanecen para siempre en el organismo del sujeto.
Para Mark Ruffalo, leer el artículo de Rich hizo que saltaran sus alarmas personales. Tanto como artista y como persona comprometida con el medio ambiente con una perspectiva global, Ruffalo sentía que una película sobre la lucha de Bilott podía representar una convergencia de su dedicación a su oficio y al ambiente. Ruffalo, que lleva luchando desde hace tiempo contra la crisis climática y milita el aumento del uso de energías renovables, cofundó Water Defense en marzo de 2011 para concienciar al público sobre el impacto de la obtención de energía en el agua y en la salud pública; al año siguiente, ayudó a poner en marcha The Solutions Project, como parte de su misión de difundir ciencia, negocios y cultura que demuestren la viabilidad de las energías renovables.
Recientemente se celebró el día de los ríos sanos y, en ese contexto, Infobae dialogó con Alejandro Sturniolo, directivo de la Asociación Latinoamericana de Desalación y Reúso de Agua (ALADyR): “La historia (por el film) está basada en una situación real que nos suena conocida. Después de todo, hemos estado contaminando el planeta desde la revolución industrial, producto de lo cual se generaron importantes catástrofes. Pero aquí se habla de algo distinto. En los últimos años hemos estado hablando de contaminantes emergentes o nuevos contaminantes como los microplásticos y las superbacterias, pero seguramente a partir de la película muchísimas personas comiencen a incorporar una nueva sigla a su vocabulario de la contaminación, PFAS, que resume el nombre de la sustancia química perfluoroalquiladas, o también llamados ‘productos para siempre’.”
El experto comentó que se trata de compuestos de una elevada estabilidad química, por lo que se les da un uso masivo en aplicaciones industriales y en objetos de nuestro consumo cotidiano como sartenes de teflón, envoltorios de comida rápida, ropa resistente al agua, productos de limpieza, anti-manchas y de higiene personal como champú o hilo dental y cosméticos como esmalte de uñas.
“Existen cerca de 4.000 tipos de PFAS y se han usado ampliamente durante más de 50 años en los cuales el aire y el agua fueron contaminándose, así como nuestra salud. Al mezclarse estos sin tratar en nuestras fuentes de agua segura, generalmente ríos o reservas de agua, los tratamientos de agua convencionales no evitan que los PFAS lleguen a nuestros hogares”, explicó.
Sturniolo agregó: “Se calcula que en los Estados Unidos estos productos químicos se encuentran en el torrente sanguíneo de casi todos, incluidos los recién nacidos y hasta 110 millones de personas pueden estar bebiendo agua contaminada con PFAS. Como dice Ruffalo, se pagan los costos de un sistema a través de nuestra salud y se están viendo en ella las consecuencias para cada una de las millones de sustancias que hemos creado”.
Los expertos latinoamericanos debaten en estos momentos el mejor accionar para afrontar estos riesgos: “La normativa en la materia, que regula las actividades que generan pasivos ambientales, avanza más lentamente que la realidad y aún queda la que no está a la altura de las circunstancias. Es imposible buscar sustancia por sustancia y declarar de a uno por uno cada nuevo contaminante. Por eso debemos responsabilizarnos más seriamente por nuestros efluentes y actualizar los tratamientos de aguas. Las tecnologías para solucionar esta problemática existen y tienen más de 40 años disponibles, solo debemos darle al tema la seriedad que merece”, concluyó el experto argentino.