A comienzos de 1956, nuestro país sufrió una importante epidemia de poliomielitis, que afectó a alrededor de 6500 personas, y que la histeria desatada llevó a la gente a pintar todo con cal, usar lavandina para la higiene, mientras una vacuna recién terminaba de desarrollarse.
Puede parecer inverosímil, pero algunas madres lo hicieron. Envolvían a sus bebés en una suerte de sábana o manta, dejándole solo libre la cabeza. El resto, cuerpo y extremidades, quedaban inexorablemente apretujados simulando una momia. Esta costumbre, que es difícil identificar su origen, el saber popular decía que servía para proteger de la implacable poliomielitis a los bebés, que eran sus víctimas preferidas. Esto ocurría ya a fines de 1955, cuando habían comenzado a aparecer, en la Argentina, un número elevado de casos de esta enfermedad. Y las cifras fueron en aumento, hecho que el gobierno de facto de Pedro Aramburu en un primer momento pretendió ignorar, a pesar de que diarios insistían en informar lo contrario.
La Polio
Siglos atrás, la polio era llamada la “debilidad de las extremidades inferiores”. En 1840 había sido descripta en Alemania por Heiden y cincuenta años después por Medin, en Suecia. Luego de varias epidemias en distintos puntos del globo, había empezado a propagarse, en forma preocupante, a principios del 1900.
Tal como la define la Organización Mundial de la Salud, la de Heiden Medin es una enfermedad muy contagiosa, transmitida por un virus que afecta principalmente a niños. El contagio se realiza de persona a persona; el virus puede estar presente en la materia fecal, en el agua o en alimentos. Luego de alojarse en el intestino, ataca al sistema nervioso, pudiendo causar la muerte, parálisis o dejar otro tipo de secuelas motrices.
Los argentinos sabían de lo que se trataba. Aún recordaban la epidemia de 1942, no solo en la ciudad de Buenos Aires, sino en puntos importantes del interior del país, que hizo que familias con hijos pequeños abandonasen todo para salvarlos, en medio del desconcierto de las autoridades sanitarias.
Las vacunas
La primera buena noticia provino de los Estados Unidos. En marzo de 1953 el médico Jonas Edward Salk anunciaba que había descubierto, en investigaciones desarrolladas en la Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburg, la vacuna contra la polio. Explicó al mundo que consistía en un virus inactivo, y que luego de dos dosis inyectables, desarrollaba anticuerpos en el 90 por ciento de los casos probados, y que una tercera dosis, llevaba la efectividad al 99 por ciento.
El polaco Albert Sabin, a quien el antisemitismo había obligado a abandonar su país en la década del 20 y radicarse en los Estados Unidos, tomó como punto de partida lo investigado por Salk. Demostró que el virus infectaba a la persona a través del sistema gastrointestinal para después propagarse por la sangre. Así fue como desarrolló una vacuna oral con virus vivos debilitados, que resultó más eficaz que la inyectable de Salk, ya que ampliaba el período de inmunidad.
Verano de 1956
Mientras tanto, en nuestro país la población veía cómo los niños contraían esta enfermedad y la inacción de las autoridades dejó al descubierto falta de previsión e imprevisión ante este mal implacable.
Fue la gente la que primero reaccionó. Era pleno verano. Baldeaba las veredas con lavandina y pintaba con cal tanto los cordones de la calle como el tronco de los plátanos. Se creía que así se rechazaba al virus. Y se colgaba del cuello de los niños, una bolsita blanca con alcanfor, que es una planta medicinal, el alcanforero, que las abuelas recomendaban para hacer frente a la tos, el catarro y la congestión nasal. Había quienes lo usaban para combatir los malos olores.
El gobierno adquirió pulmotores, ya que esta afección comprometía los músculos de la respiración, y la voluntad de médicos y enfermeras hizo lo imposible en los centros asistenciales para tratar a los pacientes, que llegaron a ser cerca de 6500; de ellos, falleció el 10 por ciento.
En un momento, la alarma prendió en los vecinos Uruguay y Brasil, que no tenían la epidemia, y se había estudiado un posible cierre de las fronteras. Ya con el invierno y las campañas de vacunación, la situación quedó controlada y tiempo después llegaba la famosa “Sabin”, que en un primer momento se suministraba con un terrón de azúcar, por su sabor amargo. Así, Argentina se transformó en el primer país libre de polio en América Latina.
Salk murió de un paro cardíaco en 1995. Sabin en 1992, y nunca obtuvo el Nobel de Medicina, que sí lo recibieron sus colegas Enders, Weller y Robbins por estudios vinculados, claro que si, a la poliomielitis. En la actualidad, muchos de aquellos niños afectados por esa enfermedad y que padecen grados de parálisis, son hoy adultos que testimonian que ante la improvisación del Estado y la falta de políticas adecuadas, el que sale perdiendo siempre es el más débil.
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