Según indica el Servicio Meteorológico, será un fin de semana lluvioso. Lo fue también el pasado miércoles y la Paragüería Víctor se llenó de clientes. El local existe desde 1957, en tiempos donde su fundador -un inmigrante español- confeccionaba los paraguas desde cero, y sólo existían en color negro.
En el 2020, la historia es otra. El paraguas adoptó distintos tamaños, diseños y colores. El avance tecnológico reemplazó toda puntada artesanal, aunque Don Elías Fernández Pato, de 89 años, se resiste y revive con dedicación este oficio en vías de extinción.
Lejos de cualquier superstición, en su local de Boedo los paraguas se despliegan bajo techo, “aquí se abren siempre, si no se prueban no se venden... y digamos que tan mal no me fue”, le cuenta a Infobae desde su taller, en el subsuelo de su tienda ubicada en Independencia 3701.
En la planta baja del local funciona la venta de paraguas. Abajo está el santuario de Elías: asoman las varillas, resortes, hilos de colores y agujas, todo perfectamente ordenado. "Vengo todas las mañanas hacer la compostura, pero la verdad es que hay poco para hacer porque los paraguas ya vienen casi descartables, no vale la pena repararlos”.
Al local entran los fieles clientes a comprar piezas nuevas o reparar esas reliquias de las que no quieren desprenderse. “Hago las composturas que sean necesarias. Yo no le miento a los clientes, si no sirven que los tiren a la basura. Sólo los de buena calidad hay que evaluar si vale la pena reparar, porque hoy a veces cuesta más barato comprarse uno nuevo que arreglarlo”.
-¿Usted nunca se moja?
-Pues, sí...a veces sí. Es el colmo del paragüero.
Elías vino de Galicia, España. Llegó a Retiro con 19 años huyendo del servicio militar en tiempos del régimen de Francisco Franco. Un tío suyo, que ya estaba instalado en el país. lo invito a probar suerte en la tierra prometida. “Viaje casi veinte días en barco, cuando pisé tierra me llevé una gran sorpresa, se decían cosas muy buenas de la Argentina. pero entre el calor y el desorden, no me gustó nada. Una vez que empecé a recorrer los barrios, me enamoré”.
A los pocos días de su llegada, su tío murió, y Elías debió mudarse a la casa de unos primos. Ellos le transmitieron el amor por este oficio, eran vendedores ambulantes de sombrillas y paraguas. “Les pedí poder ayudar, aunque no me dejaron. Mi tía me decía “ya tendrás toda la vida para hacer esto”... Y sí, ¡lo tuve!”.
Pero antes de lanzarse de lleno a la confección y venta de paraguas, trabajó en una papelera de Berisso. De ahí, cuenta, sacó muchos de sus futuros clientes. Hasta que un día se cansó, quiso independizarse y le llegó la oportunidad que tanto esperaba. “Salí a la calle a vender al grito de “¡paraguas, paraguas!”, recorrí Avellaneda a pie. De tarde volvía y los arreglaba. En poco tiempo superé lo que ganaba en la fábrica”.
Autodidacta, observador y metódico, al casarse se animó a dar vida a su propio local. Eligió Boedo para hacerlo. “Estaba a unos metros del actual. Nació como un negocio familiar, mi mujer fue la que me enseñó a coser a mano y luego en máquina, que era a pedal. Comprábamos la tela, la mandábamos a impermeabilizar y después se montaba en la estructura con todos su implementos. Era un trabajo largo”.
En esa época sólo se hacían en color negro, y a lo sumo en azul marino. El tamaño siempre era grande o mediano, con puños en madera.
Durante años era habitual dedicarse a la compostura de este accesorio para lluvia. “En un momento se pensó en crear un sindicato de paragüeros porque éramos muchos, inclusive gente que lo hacía desde su casas sin un comercio propio. Ahora creo que se cuentan con los dedos de una mano”.
Al poco tiempo su pequeño lugar creció y tomó vida en la esquina de Independencia y Colombres. Desde su fachada se puede notar que conserva su espíritu original. Tal es así que fue reconocido por el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires por ser “Testimonio vivo de la memoria ciudadana”.
La variedad de paraguas que hoy ofrecen en el local es extensa. Se exhiben desde la vidriera y siguen en su interior. Parten desde los 600 pesos. Hay para hombres, mujeres y niños. Grandes, medianos, para llevar en la cartera, plegables, de 24 varillas, manuales, automáticos, con protección UV, con vara de madera, chinos, de marcas premium y el más exclusivo, un modelo inglés que alcanza los 24.000 pesos.
Por qué varía tanto el precio: el secreto está en la estructura. "Sube el valor cuando aumenta la calidad del armazón”.
El experto aconseja nunca guarda el paraguas mojado. “Una vez que se usa hay que dejarlo abierto para que se seque o secarlo manualmente, eso extiende su durabilidad”.
-¿Elías, quién va seguir con su legado?
-No sé quién me ve a reemplazar cuando me muera. Estoy aquí porque sigo en esta Tierra. La verdad es que no creo que sea muy útil aprender esta labor.
Mientras tanto, entre puntada y puntada, todas las mañanas Elías hace que su oficio cobre vida, aunque sea por un tiempo más.
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