El 23 de diciembre de 1969, Juan —un mono caí de un kilo y medio atrapado en la selva misionera— fue introducido en una nave y enviado al espacio desde el Centro de Experimentación y Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsados, ubicado en el departamento Chamical, en La Rioja. Hacer de un mono un “astronauta”, impensado hoy con cualquier animal, fue parte del Proyecto BIO de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE). Una carrera -la espacial-, que nuestro país inició en 1961 con el cohete Alfa Centauro, que se elevó dos mil metros en la Pampa de Achala, en Córdoba.
Juan es parte de la primera triada de animales vivos que Argentina envió al espacio. Antes que él volaron el ratón Belisario y la rata Dalila.
La historia de Belisario, el ratón enviado fuera de Órbita
Eran las 10 de la mañana del 11 de abril de 1967 y en la Escuela Aerotransportada de Córdoba se preparaba la primera misión espacial: Belisario, un ratón, iba a convertirse en el primer ser vivo en ser introducido en una cápsula acoplada a un cohete Yarará para salir de la órbita de la Tierra como parte del Proyecto BIO de la CNIE.
Antes de que el ser humano fuera lanzado al espacio en un vuelo tripulado, por decisión de un grupo de científicos, otras especies animales fueron utilizadas para probar las consecuencias e investigar los efectos biológico que tendría en ellos ese tipo de viajes. La perra soviética Laika, en 1957, si bien no inauguró este tipo de misiones, fue la más famosa. A ella siguieron decenas de perros y monos. Argentina fue la primera nación en realizar estudios de experiencia biológica de todo tipo y en abril de 1967 se creó el Proyecto BIO que consistía en lanzar a órbitas animales vivo, entre ellos monos y ratas.
El auge de la llegada del hombre a la Luna había abierto las ilusiones de los hombres que querían dejar de ver el espacio como un interrogante. Y Argentina quiso estar a la alturas de los Estados Unidos y la URSS.
Belisario nació en el bioterio del Instituto de Biología Celular de la Universidad de Córdoba, con un peso de 170 gramos, y fue elegido por los científicos que consideraron que fue, entre otros individuos de su especie en el mismo laboratorio, el que más rápidamente se adaptó al uso del arnés y del chaleco. El lanzamiento se realizó con él adentro de una cápsula acoplada a un cohete Yarará.
El experimento estaba a cargo del ingeniero aeronáutico Aldo Zeoli, el vicecomodoro Cáceres, el comandante Hugo Niotti, el comandante Cueto y Ernesto Abril. Los aspectos biológicos eran responsabilidad del doctor Hugo Crespín.
Poco después de las 10 de la mañana, el cohete alcanzó una aceleración inicial de 20 G y una altura de sólo 2300 metros. El paracaídas se abrió a los 28 segundos de vuelo.
Los vientos, en pleno otoño de 1967, hicieron que la cápsula cayera más allá de los límites de la pista y debió ser rastreada desde un avión. Cincuenta minutos más tarde, el ratón fue rescatado sano y salvo, muy nervioso y con 8 gramos de peso de menos.
Durante ese vuelo se registraron sus datos de respiración y su ritmo cardíaco y también las temperaturas internas y externas a la que fue sometido.
Belisario fue llevado al Instituto de Biología Celular, donde había nacido y vivió hasta morir. Cuentan los historiadores de este tipo de misiones que ninguno de sus hijos tuvieron alteración alguna.
La historia de Juan, el mono considerado “astronauta”
Corría 1969 y Argentina se concentraba en desarrollar una política espacial iniciada en 1967, cuando había enviado al espacio al ratón Belisario. La búsqueda se orientaba a perfeccionar cohetes, desarrollar una forma directa y autónoma para poner satélites en órbita. A largo plazo también se consideraba realizar vuelos con humanos.
Según los científicos, el experimento al que fue sometido Belisario “permitió poner a punto los dispositivos sensores e inmediatamente después queríamos ir a algo mucho más importante: un hombre pequeño, un mono", aseguró uno de los científicos que participó de la misión.
El experimento estaba en marcha: un mono iría al espacio. Fuera de Órbita, sus signos vitales serían monitoreados y se lo traería de regreso con vida. Ese era el objetivo. Con esos objetivos y plan ordenado, Gendarmería Nacional capturó un mono caí en Misiones. Pesaba 1,4 kilogramos y medía 30 centímetros.
Juan viajó en el Canopus II, un cohete sonda de unos cuatro metros de largo y 50 kilos de carga útil, desarrollado en Argentina, que alcanzó cerca de 90 kilómetros de altura hasta la mesosfera, ya que internacionalmente se considera que el límite entre la atmósfera y el espacio se encuentra a los 100 kilómetros de altura.
“No me voy a olvidar nunca cuando miré a Juan por la escotilla antes de despegar. Le daba el reflejo del sol. ‘¡Qué lindo si te pudiera volver a ver!’”, le dije. Luis Cueto, ingeniero del Proyecto BIO.
Pocos meses antes, el Apolo 11 había llegado a la Luna y el viaje del mono Juan fue considerado como un hito para Argentina, ya que entonces solo Estados Unidos, la URSS y Francia habían enviado seres vivos al espacio.
El equipo del Proyecto BIO tenía como principal objetivo monitorear los signos vitales de Juan en tiempo real durante el vuelo y regresarlo con vida a la superficie. De cara a ese primer objetivo, varios nodos fueron conectados al cuerpo del animal y esa información era transmitida casi en tiempo real al Centro de Experimentación de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales mediante un sistema telemétrico desarrollado para la misión. Más tarde sería utilizado en aviones de la Fuerza Aérea Argentina para monitorear el estado de los pilotos.
El mono Juan viajó sedado, para mantenerlo quieto, pero consciente. Su cuerpo fue cubierto por un chaleco impermeable y fue sentado en un asiento diseñado especialmente para que le redujera los efectos de la aceleración sobre su cuerpo del animal. Estaba recostado de manera tal que entraban de forma transversal al cuerpo y, gracias a eso, su vida no corrió peligro.
De los veinte monos que habían viajado al espacio lanzados por naves de distintos países hasta entonces, solo la mitad habían regresado con vida.
Ese asiento estaba en el interior de una cápsula (presurizada y contaba con una reserva de oxígeno de entre 15 y 20 minutos) ubicada en la punta del cohete Canopus II, que ya había realizado dos vuelos de prueba.
El cohete despegó el 23 de diciembre de 1969 desde la base espacial ubicada en una llanura desértica a más de 450 metros sobre el nivel del mar.
En 5 minutos, el cohete que trasportaba al mono superó los 7 kilómetros, tras lo que se apagaron sus motores y siguió en ascenso, por inercia, varios kilómetros. En ese momento, un medidor registraba 800 °C de temperatura externa y 25 °C en el interior de la cápsula. La nave llegó a los 82 kilómetros de altura. Ahí, el motor se separó y cayó a tierra, la reducción de velocidad desplegó un pequeño paracaídas.
Hasta ese momento, el pequeño primate respiraba a través del oxígeno de la cápsula presurizada y, según los científicos, los instrumentos no indicaban alteración alguna en su salud. Recién pudo respirar aire cuando la nave estuvo a 3 mil metros de altura: se abrió una escotilla y una turbina comenzó a ventilar el interior del habitáculo que ocupaba. Inmediatamente, se desplegaron otros dos paracaídas más grandes y comenzó el suave aterrizaje.
La nave con Juan cayó en la salina La Antigua, a 60 kilómetros de Chamical.
Una vez localizado el cohete, fue trasladado a la base de operaciones de la que partió Juan. El cohete fue desarmado. Cuando se abrió la escotilla se encontraron con la mirada inquieta del mono que movía las manos muy lentamente.
El encargado de sacar a Juan, alzó en sus manos el pequeño asiento y mostró al mono al resto de los presentes. El vertiginoso viaje duró en total 15 minutos.
Juan no fue devuelto a la selva, por el contrario, luego de servir de experimento vivió en cautiverio en el zoológico de la ciudad de Córdoba. Murió después de 2 años.
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