La bandera argentina flamea a 3500 metros de altura. El mástil contiene al viento que hará de la insignia patria retazos de tela curtida por el paso del tiempo. Desde hace 110 años, ese pedregoso suelo jujeño de La Quiaca es moldeado por correteadas, saltos y el roce de alguna soga que quiere jugar con los chicos.
Es que allí, el 27 de septiembre de 1909, se levantó el primer establecimiento educativo de frontera en Jujuy, la Escuela Nacional 25 “General Belgrano”, actual Nº 1, que fue construida gracias al clamor de los vecinos y los trabajadores de esas tierras, que anhelaban un mejor futuro para sus hijos.
Esta es una de las escuelitas primarias cercanas a las fronteras internacionales que se distribuyen en las provincias de Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Formosa, Salta, Jujuy, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz ocupando un total de 9.376 kilómetros de límite con cinco países.
Con el objeto de recordar a quienes ponen sus esfuerzos al máximo para aprender y enseñar en aquellos lugares alejados de las grandes ciudades, el 14 de marzo de 1972 se promulgó la Ley Nº 15.924 y el Decreto Nº 1.531 —refieren a la educación en zonas y áreas de frontera— que conmemora el Día de la escuela de frontera, como una manera de reivindicar a quienes eligen enseñar sin importar cuántos pupitres serán ocupados y a quienes buscan llegar dejando de lado las horas de caminata.
El “Día de las Escuelas de Frontera” fue instituido por la Ley Nº 19.524, sancionada el 14 de marzo de 1972, y tiene el objeto de proteger y desarrollar escuelas en zonas y áreas de frontera, "fundadas con el propósito de que ningún argentino deje de asistir a clase, por más alejado e inhóspito que sea el lugar en que habite”.
Desde hace 9 años, René Enrique Gaspar es vicedirector de la Escuela de Frontera N° 1, fundada en 1909. Allí llegan cada día 615 estudiantes: algunos son habitantes de La Quiaca y otros de la localidad fronteriza de Villazón, Bolivia. Todos pasan en esas aulas la jornada completa. Esto significa que además de aprender desayunan, almuerzan y toman la merienda.
Allí llegó Gaspar hace 9 años, dejando atrás un puesto como maestro en una escuela capitalina. Pronto volverá a hacer las maletas y dejará de ser vicedirector para continuar rumbo y regresar a San Salvador de Jujuy. En diálogo con Infobae, cuenta que la rica experiencia que cosechó en este tiempo lo hizo ganar un cargo para convertirse en supervisor, pero asegura emocionado que en esa escuela de paredes de piedra queda parte de su corazón y su alma.
“Conozco la realidad de ésta escuela, sobre todo, y también la de las otras tres escuelas de frontera de La Quiaca, porque hay cuatro en total. Todas están en el limite con Bolivia. En esta zona limítrofe hemos hecho, en realidad, como una custodia que hace que gran parte de nuestros alumnos provengan del país hermano”.
Sobre eso detalla: “El 35 % de nuestros alumnos son de La Quiaca, y de las zonas periféricas, y el resto provienen de la ciudad de Villazón. Muchos de ellos no están legalizados, en cuanto al pasaje fronterizo. Si bien no hay una reglamentación sobre este tema, como docentes sufrimos mucho cuando nuestros alumnos se enferman o desaparecen porque sus padres viajaron y no sabemos dónde, por ejemplo —lamenta—. Este es el problema más grande porque no podemos ayudarlos y darles la atención que requieren estando en otra ciudad”.
Este problema no es nuevo y su resolución sigue siendo una cuenta pendiente. “En todos estos años, los 9 que llevo aquí y los 109 que tiene la escuela, no se hizo una legislación en cuanto al control fronterizo. ¡Esto lo padecemos mucho! Es más, ayer una niña fue golpeada por una bicicleta en el puente fronterizo y como docentes, en esos casos, buscamos la manera de que la criatura pueda ser asistida y reciba la atención médica que corresponde. Como estas hay otras situaciones difíciles que hacen que como maestros valoremos de otra manera nuestro trabajo en una zona desfavorable... Así, creo, también hacemos patria en esta zona".
El reconocimiento por esa labor no es premiada por el Estado, pero sí es reconocida por sus grandes valores, admite. “La educación es ingrata a nivel ministerial, pero lo hacemos desde la vocación y siempre tenemos el reconocimiento de los niños, su cariño y afecto”.
La primera escuela de La Quiaca: su historia
El 27 de septiembre de 1909 después de la la sanción de la Ley 1.420, tres maestras de grado y 75 niños inauguraron la escuela, que desde entonces educa a niños de la Puna y del sur boliviano.
“Nuestro establecimiento es el primero que se fundó en La Quiaca —cuenta Gaspar a Infobae— y fue construido totalmente en piedra. Aquí padecemos las inclemencias del clima, sobre todo en invierno, cuando el viento golpea más fuerte. Estamos a 3.500 sobre el nivel del mar, y eso hace que se trabaje con todo lo desfavorable que tiene esta zona”.
Aquella primera escuelita que vio llegar a un puñado de estudiantes deseosos de aprender hoy recibe a 615 entre el Nivel Inicial y las salas de 4 y 5 años. Los alberga y acuna. “Esta es una escuela en la que los niños en situaciones vulnerables llegan a las nueve de la mañana y se retiran a las seis de la tarde. Trabajamos con diferentes problemáticas. Muchos de nuestros alumnos necesitan contención emocional y el gran desafío que tenemos es sacarlos adelante”, revela.
Esos grandes detalles, que pueden no darse en escuelas de las grandes ciudades, son los que marcan la diferencia en la vida de los menores. "Los ayudamos con las tareas y les dedicamos tiempo a ellos porque no todos llegan con interés. Este tipo de lugares no son para cualquier docente”, reconoce.
La situación es difícil desde lo emocional y también desde lo físico. “En invierno se complica mucho porque algunos niños no están bien abrigados. Pero aquí reciben comida caliente, pero en esta zona el frío golpea muy fuerte”.
El ex director que está pronto a migrar a otra escuela capitalina cuenta su pasado y dice con orgullo “nací en cuna de escuela porque mi madre era personal de servicio y se jubiló hace 4 años. Llegué aquí cuando colaboraba con ella, que era portera, y hoy es una satisfacción sentirme parte del equipo directivo. Todo lo que me inculcó hizo que llegue a ser hoy vicedirector de una escuela de frontera".
Conmovido al saberse en el tramo final como autoridad en ese rincón de La Quiaca finalizan admite que trabajar en la Escuela de Frontera N° 1 “ha sido dar mi vida y mi alma para estar acá porque nunca tuve hora de salida mientras fui director y vicedirector”.
Gaspar, vecino de la escuela ya que vive a 10 cuadras, reconoce es esfuerzo y el amor de muchos de los docentes que cada semana recorren más de 300 kilómetros para estar al frente de la clase. “Algunos son de San Salvador y hacen ese esfuerzo, pero muchos viven en La Quiaca, donde hace un tiempo funciona un terciario que tiene la carrera de Maestro. Yo me capacité allí”.
hay 26 maestros de grado, especiales 18, en el nivel inicial son 5 mas personal administrativos y de servicio, y quienes se ocupan del comedor escolar
Finalmente, reconoce la destacable e importante labor de los maestros especiales. “Ellos son quienes acompañan a los niños que viven muy solos. Algunos bajo el respaldo de sus abuelos o hermanos mayores o directamente solitos, sin nadie. Es muy dura la situación, por eso lo primero que hago es darles a conocer a los maestros las características de la situación de cada niño, porque no es fácil. Hemos tenido muchos casos de problemáticas familiares y hay gabinete psicológico que ayuda y nosotros trabajamos a la par”.
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