Mesa de café de viejos militantes setentistas, recurrentemente hablando de historias. Alguien inicia una frase en tono de confesión: “Bueno...yo en el 55...estuve con los comandos civiles”.
Para mí no es sorpresa la confesión; hace tiempo rastreo ese peregrinaje. Sobre todo en militantes que provienen de la raíz católica. Desde que leí el libro de Florencio José Arnaudo, sobre los Comandos Civiles, quedé impresionado por la similitud de vivencias de aquellos muchachos y la de los jóvenes católicos de clase media que, en los setenta, nos vincularíamos con la lucha armada.
En otras notas he contado la historia de Diego Muñiz Barreto, un “niño bien”, jefe de comandos civiles, que destruyó con una bomba la Escuela Superior Peronista en los 50 y terminó siendo diputado por la JP-Montoneros en 1973. Y la de Mariano Castex, compinche de Diego en el intento de matar a Perón en 1953. Y la de otros jóvenes antiperonistas que terminaron siendo conocidos militantes en los 70 como Rodolfo Walsh, Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Duhalde, Carlos Mugica, Augusto Conte Mac Donnel, Luis Cerruti Costa, Conrado Eggers Lan, Emilio Mignone, Norma Kennedy, Carlos Corach, entre otros. Y la repetición de apellidos de comandos civiles y montoneros; Landaburu, Nogueira, Bourdieu; Botto; Casares; Cullen; Van Gelderen; y por supuesto Bullrich Pueyrredón.
Gustavo, que ya pisa los 80 años, tras asegurarle que no se divulgaría su nombre, accedió a contarme su historia: “Pertenezco al círculo de familias ricas o de la oligarquía de los años 40. Me formé con los jesuitas. Me mandaron pupilo al Inmaculada de Santa Fe, donde en los 60 estuvo de profesor Jorge Bergoglio. Un colegio fundado en 1610 por los jesuitas, con muchísima tradición. Recuerdo que en mi época, en las fechas patrias, los del Inmaculada desfilábamos de saco azul y máuser al hombro. Si bien éramos chicos de la oligarquía, los curas nos llevaban a los hospitales y a las villas a ayudar a la gente. Recuerdo una villa que se llamaba ‘el Piquete’. Por supuesto que el ambiente del colegio era muy antiperonista”.
Así como en 1955 el Inmaculada irradió Comandos Civiles, a mediados de los 70 las familias “bien” dejaron de mandar sus hijos al “Inmaculada” por considerarlo “cuna de montoneros”. Al menos 15 importantes cuadros montoneros pasaron por sus aulas, entre ellos los hermanos Molina Benuzzi, Juan Carlos Soratti,Carlos Laluff y Luis Roberto Mayol.
“Cuando ingresé a la facultad todos mis amigos eran antiperonistas –sigue relatando Gustavo-; éramos los pibes de la oligarquía, todo nuestro ambiente familiar y social era muy antiperonista. Perón era sinónimo de todo lo malo, era ladrón, dictador... había miedo que nos expropien los campos. Había que sacarlos. Era un Boca-River, sin demasiados análisis políticos. Nosotros éramos los buenos y ellos -los peronistas- eran los malos.”
“Una de las primeras cosas que hicimos fue ir a proteger la Iglesia de San Nicolás de Bari, pusimos las mangueras de incendio en las ventanas para repeler un supuesto ataque. Después el obispo nos sacó cagando...”. “También recuerdo que el día del bombardeo el 16 de junio, nos juntamos en una esquina cerca de Plaza de Mayo, con brazaletes blancos; no sabíamos bien qué iba a pasar, pero como a las 11 de la mañana nos dieron orden de desconcentrarnos”.
“Los días después del golpe me tocó acompañar a Gendarmería en el allanamiento a un sindicalista en el conurbano, recuerdo cómo lloraba la mujer. Otra vez durante una huelga de colectiveros, fuimos movilizados a manejar colectivos, íbamos de a dos, armados con pistolas 45.”
“Esas son las cosas que recuerdo de mi paso por los comandos civiles, yo tenía 19 años, como te cuento no tenía mucha conciencia política de lo que pasaba, era más bien una cuestión de pertenencia a una clase, y al grupo de amistades donde me movía”.
“Seguí mis estudios, me recibí y me dediqué a trabajar en mi profesión. Tal vez por la frustración que significó todo lo que siguió a la Revolución Libertadora, yo, como muchos otros jóvenes fuimos modificando nuestra visión de la realidad. No fue un acto individual, varios amigos míos fueron evolucionando en su manera de pensar y entender la historia y la política. En mi caso personal por mi profesión tenía mucho contacto con obreros. Comencé a descubrir la realidad de la gente humilde y trabajadora; las dificultades para sostener sus familias, los dramas que muchos vivían. Aquella enseñanza cristiana, de ‘ponerse en el lugar del otro’, que me inculcaron en mi adolescencia los jesuitas del Inmaculada, me hizo reflexionar y discernir nuevos rumbos en mi forma de pensar y actuar."
"Después de 1966 me acerqué nuevamente a la universidad, donde ya había muchos vientos de cambio. Era un espacio donde se debatían las nuevas ideas. En esas charlas fui descubriendo otra forma de ver el peronismo. Luego alguien me conectó con el padre Carlos Mugica. Comencé a ir a la Villa 31. Y allí ya me vinculé con compañeros militantes del peronismo, y algunos que estaban en la lucha armada. Tiempo después me integré a Montoneros. Por mi profesión, tuve a cargo algunas tareas clandestinas muy importantes. Pero, en el año 75 ya tenía muchas diferencias y varios compañeros míos dejaron la organización por diferencias políticas. Yo decidí mudarme al interior y recomenzar una nueva vida alejado de la militancia. Y aquí estoy….”
En esta historia breve y simple se esconde todo un trasfondo histórico, que todavía no ha sido puesto en debate, como tantos otros temas de nuestro doloroso pasado reciente.
No soy amigo de los juicios apresurados, de las versiones cerradas y de las conclusiones fáciles. Solamente tomar como enseñanza que la historia no es lineal, ni mucho menos binaria. Que la versión de un mundo dividido en bandos de buenos y malos, solo sirve para explicarle a los niños las películas de piratas. Pero en política suele suceder que los “malos” de ayer, son los “buenos” de mañana y viceversa. Y, segundo, que cada hecho histórico hay que analizarlo con la hermenéutica de la época, meterlo en el contexto en el que se desarrolló.
Solo así revisar la historia nos servirá para aprender, y no repetir los errores y desencuentros del pasado.
Aldo Duzdevich es autor de “La Lealtad-Los montoneros que se quedaron con Peron” y “Salvados por Francisco”
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