"Abrir las piernas no para tener un guagua (bebé), no para que entre un tipo sino para hacer música. Empoderarnos con dos palos y golpear, y no para hacer violencia sino para hacer música...”, Mujer Salvaje (2019).
La música es el lema, es el objetivo y el camino que recorre Legüereale, el grupo (o grupa o comunidad, como se definen) de mujeres que detrás del bombo legüero se parieron a sí mismas. Lo asumen con orgullo. Como un ave fénix, de sus propias cenizas emergieron nuevas alas y del fuego vibracional que las envuelve se reconstruyeron para conjugarse con los sonidos del instrumento al que podaron sus raíces para darle una nueva identidad: ser tocado por manos de mujeres que no hacen folclore.
“Nuestra música son muchos lenguajes que conviven”, aseguran quienes cada vez que tocan sus bombos, sudan, bailan, gritan, gimen... Y ese protagonista entre sus piernas, o a la altura de sus vientres, es el amante elegido para que el éxtasis sea parte del arte que crearon y que las convirtió en las primeras en conformar un colectivo femenino y feminista de La Plata que se expresa a través del instrumento creído para varones.
“El bombo genera esa acción contundente porque es fuego y es tierra que abre un canal de comunicación muy potente entre las mujeres que lo tocamos”, resume Yanil Abu Aiach a Infobae. La directora, creadora, compositora y mentora del ensamble asegura que esa grupa “es la comunidad en la que nunca nos va a faltar nada porque nos retroalimentamos en la supervivencia de la selva en la que vivimos. Es una red, pero también es inclusiva y eso también está bueno decirlo”.
“Yo no vengo del palo musical. El bombo fue el primer instrumento con el que me conecté y la profundidad de su latir lleva a un montón de sensaciones corporales y también nos lleva a trabajar con cosas propias muy internas como enfrentar los miedos y las emociones que se presentan mientras se lo ejecuta. Cuando eso pasa no hay palabra que explique o describa lo que realmente se siente”, agrega otra de sus integrantes, Leticia Farignon.
Más que un grupo de música
Legüero es el bombo más conocido del folclore. El que ejecuta es el bombisto y entre ellos el más conocido fue Vitillo Ábalos. Se lo llama así porque sus primeros percusionistas aseguraban que el poder de su sonido se escuchaba a más de una legua. En la provincia de Santiago del Estero es común escuchar la invitación “¡Vení a legüereale!” cuando se propone a otro a reunirse para tocar el bombo. Esa invitación fue tomada por el grupo de mujeres que aceptó el desafío. Yanil Abu Aiach, su directora y creadora, cuenta su historia.
—¿Cómo nace este ensamble de mujeres bombistas?
—Siempre fui amante del bombo y en 2012, cuando se crea la grupa, tuve la iniciativa de convocar a un ensamble de bombos, lo que también fue una decisión bastante política de romper con la idiosincrasia de la tradicionalidad del folclore. En ese momento trataba de poner en jaque la historia del ritmo para resignificarlo como estilo y también de resignificar al bombo dentro de lo que era lo afrodescendiente.
—¿Cuál fue el resultado de la convocatoria?
—Ese taller fue en La Plata cuando no era común y se llenó de mujeres potentes y determinadas que se fue trasformando en un proyecto que luego se convirtió en algo más fuerte: una comunidad, como nos gusta autodefinirnos. Una grupa...
—¿Qué rol jugó lo político en esa construcción?
—Como feministas entendemos que fue una construcción colectiva, comunitaria porque tenemos familiaridad y convivencia. Considero que el vínculo es lo más importante para construir una propuesta contundente desde lo personal y desde lo artístico.
El ensamble está formado por músicas, cantoras y bailarinas y en la puesta en escena conjugan la fuerza del ensamble de bombos y tambores con instrumentos melódicos, la canción y la danza en un concepto integral.
—¿Cuándo llega el bombo a tu vida o cómo nace el deseo de tocarlo?
—¡Siempre me gustó y lo estudié sola! Fui muy autodidacta y tomé clases de percusión en general, pero mi referente fue una bombista que vi tocando en Salta que me marcó a fuego cuando era piba y ahí mismo había otra piba zapateando entre un montón de hombres... ¡Verla me partió la cabeza! Y tiempo después, un nene de 12 años me invitó a tocar el bombo a una peña y yo nunca había tocado. Ese fue mi primer contacto.
—Y desde lo físico imagino que también descubriste sensaciones intensas al tocarlo...
—¡Si! En esa primera experiencia en la que toqué el bombo me conecté mucho con su vibración porque el instrumento se coloca en un lugar de la pelvis donde la mujer mueve una vibración muy fuerte. Es muy loco lo que el bombo genera en lo femenino, lo veo. Tengo muchas alumnas, el 90 % de quienes llegan al taller lo son, y se hace una descarga muy fuerte porque esa vibración grave que tiene hace que podamos abrirnos y ponernos en función de receptividad, pero con entrega. Es una energía transmutadora, una forma de decir y logré encontrarme con mi energía masculina dentro de la construcción de mi femeneidad porque el bombo genera esa acción contundente. ¡Ese instrumento es fuego y tierra a la vez!
—Al bajar del escenario ¿cuál es la sensación?
—La palabra que más me resuena y aparece en esos momentos es gratitud porque, cómo está todo hoy, poder tener un espacio de pertenencia así, con lo complejo que es lo vincular, para mí es muy gratificante. ¡Me quedo muy manija! Y ahora hay más gente nueva en la comunidad.
—Se autodefinen como una comunidad ¿qué experiencias, de las tantas que vivieron en ese rol, sentís que las marcó como colectivo?
—Hemos hecho viajes todas juntas, en grupo, en los que pasamos hasta seis meses tocando en la calle, sobreviviendo juntas por el mango cuando el objetivo, por ejemplo, era ir al Caribe colombiano y tocar en la calle. Ese es, por ejemplo, el viaje que más nos marcó y que significó intercambiar experiencias con otras mujeres de Latinoamérica y vernos en espejo con ellas. ¡Eso también nos marcó! Estuvimos en Bolivia y compartimos con hermanas de un ensamble, Warmi Tambor.
—Y justamente de esas experiencias nació el nuevo disco...
—¡Exacto! Se llama La paz del fuego y es una evolución de lo que ha pasado en la banda en éstos 7 años porque la vida de cada una se ha ido modificando y eso también se refleja en la otra y genera que la música que se quiera construir ser interpelada de manera constante, por el espejo de la otra. En ese sentido se activa la comunidad porque hay contención desde la experiencia individual... Sean experiencias piolas como difíciles, pero siempre hay una contención grupal que alivia el proceso de la otra.
—¿De qué manera se potencian como colectivo?
—Desde lo vincular. Como mujeres potenciamos el aspecto receptivo y la escucha. Nosotras, como mujeres, tenemos que corrernos del lugar de la personalidad que creamos para abrirnos al lugar de la convivencia. Sabemos que hoy somos un poco mejor gracias a los vínculos, gracias a que otras mujeres supieron cómo transmitir con amor a la otra en esa convivencia y también en el afán de llevar a cabo un proyecto que nos apasiona porque aquí se pone en juego el arte y la capacidad de transformar todo lo que nos sucede en ese espacio comunitario.
—Justamente desde lo que las une, el arte, ¿cómo es el momento de la composición en el que conjugan componer música, cantarla, crear una danza que a la vez fusiona otras...?
—Me gusta componer y poder combinar desde todos los aspectos de la música y eso tiene que ver con lo que hoy me copa... Y porque soy muy inquieta entonces me animo a hacer lo que tengo que hacer para contar algo que siento sea cantándolo, desde la percusión o bailando. Esa composición luego es aprobada por todas porque esto no es unilateral.
Legüereale tiene composiciones propias y en su nueva obra incorpora el sonido de la guitarra, el violoncelo, el ronroco, la flauta traversa, cuencos e instrumentos de viento americanos y asiáticos.
Leticia Farignon es trabajadora social y forma parte de Legüereale desde sus inicios. Fue la búsqueda de un lugar dónde tomar clases de danza folclórica la que la llevó al encuentro con Yanil, que daba esa clases. Allí mismo se encontró con el bombo. Un día se animó a tocarlo y no hubo vuelta atrás.
“La vibración que me genera en lo corporal fue maravillosa, la que me sigue generando porque toca una fibra sensible. El bombo es el instrumento que nos une y late con nosotras, es el corazón de Legüereale. Y Legüereale ha ido mutando. Somos parte de una mutación permanente porque no nos gusta lo estático”, asume y resume su experiencia como bombista a Infobae.
Por estos días, sus bombos no dejan de sonar puesto que se están preparando para presentar el nuevo disco, La paz del fuego que “fue consecuencia de las vivencias del colectivo en La Paz al lado del Ensamble Warmi Tambor de Bolivia”, revela Yanil sobre el trabajo que les llevó 2 años y medio, y sobre el que asegura “tiene que ver con la propia oscuridad, con la existencial propia de cada una".
En ese tono lo contrapone al material anterior que invitaba a “la celebración o al encuentro”, en cambio este “busca la posibilidad de tocar fondo y conocer nuestra parte más fuerte, de abrazarnos a la otra de manera que no nos queme porque La paz del fuego tiene que ver con esto y es necesario para afrontar algunas cuestiones, pero también es un poco peligroso si no se tiene contención”.
El disco “La paz del fuego” invita a la introspección para conformar una metáfora acerca del poder creador y destructor del fuego en sus infinitas formas, en la búsqueda por expandir la llama propia.
Mujer Salvaje, el documental que refleja la convivencia de los ensambles de mujeres músicas de Argentina y Bolivia
En 2015, Legüereale viajó a La Paz, Bolvia, y participó de un encuentro de mujeres músicas. La que subió a ese micro que las trasladó, cámara en mano, fue la documentalista Nadia Martínez. Simplemente las dejó ser e inmortalizó todo en el documental Mujer Salvaje.
“¡Fue una experiencia enriquecedora! El nombre de la obra tiene que ver un poco con eso también, Mujer Salvaje. Cuando llegamos a la reunión eramos 25 mujeres que no dijimos una palabra, sacamos los instrumentos y nos pusimos a tocar y cantar durante tres horas. Después de esas tres horas de tocar y mirarnos las caras, recién ahí, nos pusimos a conversar”, recuerda la directora del conjunto sobre el encuentro que define como mágico.
El colectivo de mujeres de Bolivia “están en un proyecto de feminismo diferente porque culturalmente hay una diferencia grande respecto al de Argentina y tienen un proceso grande", opina y asumen que en ese intercambio fueron cayendo fichas en ambas comunidades porque “fue enriquecedor por donde se lo mire: salieron nuevos debates, nuevas preguntas y conocimos la cotidianidad de otra forma de grupo integrado por chicas de 20 años hasta mujeres de 60″.
Como comunidad de músicas bombistas se hermanaron y buscan que esa alianza quede también reflejada sobre el escenario. “El empoderamiento y la fuerza es mayor si es desde lo colectivo. Así vivimos la vida”, finaliza Leticia.
*El ensamble de mujeres bombistas, Legüereale, presentará su nuevo disco “La Paz del Fuego” el jueves 12 de marzo a las 21:00 en Sala Hasta Trilce (Maza 177). Artista invitada: Agustina Leoni
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