En San José, un pueblo uruguayo de 100 mil habitantes, es la hora de la siesta. Pero no todos duermen. En su joyería Verde Esmeralda, con anteojos negros romboidales y vestido con una camisa blanca con dibujos de tigres y rosas grises, con lo tres primeros botones abiertos que dejan ver una cadena de oro con una cruz de oro y marfil que perteneció a su padre, Luis Mario Vitette Sellanes -ex ladrón, 64 años- mata el aburrimiento a su manera: saca del cajón de su escritorio una pistola con silenciador y dispara desde unos diez metros a un blanco de chapa que ya tiene decenas de agujeros.
Cerca del blanco, reposa una de las reliquias de su local: un reloj hecho con una escultura de madera de La Inspiración, obra firmada por Francis Mareau, valuada en tres mil dólares. Más arriba, en la pared, hay una foto de Vitette de niño: la misma sonrisa que ahora.
“Esto no lastima a nadie, es de juguete”, dice el ladrón del siglo. El 13 de enero de 2006, Vitette y otros cinco ladrones se llevaron 19 millones de dólares de las cajas de seguridad del banco Río de Acassuso. Ese día, el llamado hombre del traje gris fue el negociador del robo y usó una réplica de arma. Durante más de tres horas logró engañar a más de 300 policías que rodeaban la manzana, mientras era apuntado por francotiradores y un grupo de elite de hombres con escudos, armas largas y botas pesadas esperaba un señal para irrumpir en el banco.
Ahora, la atmósfera que rodea al también llamado “Hombre del traje gris” está rodeada de paz y felicidad. Está retirado del delito, se casó y tuvo un hijo que ahora tiene cuatro años. Vitette a veces juega como un niño. Dice que ha algunas noches se desvela y sale al jardín de su casa con el mate, en cuero y calzoncillos, a practicar tiro al blanco con la misma pistola.
En ese contexto escribió su primer libro, El ladrón del siglo (Planeta), con prólogo de Víctor Hugo Morales, que ya va por la segunda edición. Andrés Calamaro posó con el libro y se refirió a Vitette como el “ñeri del delito charrúa”.
En la película El robo del siglo, que hasta ahora fue vista por dos millones de espectadores, es interpretado por Guillermo Francella. “Hablé con Guillermo y le conté que era de Racing como él. Su actuación es muy buena, más allá de que algunas cosas de la película no representan la verdad. Y sigo enojado por inventar el personaje de mi hija”.
-La verdadera historia está en mi libro, aunque al robo del siglo le dedico apenas un par de capítulos. Yo puedo escribir sin apoyarme en el resto, sin mencionar a nadie, pero el resto necesita nombrarme para escribir la historia. Estoy feliz no sólo porque me impacta ver mi nombre en la tapa de un libro, como autor, sino porque en ventas resultó un éxito.
En el libro, Vitette cuenta cómo su vida de escruchante (entrar en las casas en ausencia de sus ocupantes) se cruza con un amor platónico. Ella se llama Gisselle.
-Hay personas que lo leyeron y lloran con el final del libro, ¿pensó que iba a generar eso?
-Es una historia de amor y delito. Una historia real. Pensaba en Gisselle mientras estaba en el túnel del robo...(Vitette tiene los ojos llorosos, toca la cruz de su pecho). Perdón, cuando hablo de ella se me hace un nudo en la garganta. Prefiero no hablar de ella.
Vitette vive un gran momento. Su libro será adaptado a la pantalla grande, recibió tres propuestas para participar en documentales (uno sobre su vida y otros dos sobre el robo del siglo) y otra editorial le propuso escribir su segunda obra. “Pero nobleza obliga, no voy a cambiar de camiseta justo ahora”. Este año dio alrededor de cincuenta entrevistas: en diarios, revistas (entre ellas Society de París), y televisivas. Desde El País de España y New Yorker hasta la BBC, la CNN en español y la cadena Sputnik de Rusia.
“Pero en pocos días firmaré una exclusividad con la gente del documental y no podré dar notas, pero de esas cosas se ocupa mi mánager Guillermo Otero”, dice el hampón retirado que es seguido en Twitter por 22 mil personas.
De robar joyas a venderlas
De ladrón de joyas a joyero, el cambio en el ex ladrón se da en todo sentido: en su casa hay cuatro perros guardianes, 16 cámaras de seguridad, alarma. En su negocio también hay cámaras que registran el local y la calle. Y sensores. Hasta sigue un protocolo de seguridad para abrir y cerrar su local, que queda cerca del centro de San José.
En un momento de la entrevista con Infobae, un vecino interrumpe y golpea la puerta del local. “Me están filmando”, dice Vitette. Pero el hombre insiste. Golpea y le pide que abra. Vitette se saca el micrófono, va hacia su escritorio, agarra la pistola y el hombre se va. E hombre del traje gris, que ahora luce una camisa al estilo Tony Montana, el narco interpretado por Al Pacino en Scarface, asoma medio cuerpo, adopta posición de tiro y dispara.
Enseguida larga una carcajada. “Pobre, le di en el trasero, pero esto no lastima”, dice y muestra la escena en una de sus cámaras. Se ve al hombre a punto de cruzar la calle, dándose vuelta después de que el balín impactara en su nalga derecha. Vitette repite el momento varias veces, en velocidad y ralentizada, y a las imágenes le faltan ser en blanco y negro par parecerse a un fragmento de una película de Chaplin.
En su joyería entran desde personas pudientes y en situación de calle (que piden comida o ropa) hasta turistas que van por una foto o un autógrafo. No pueden creer que el hombre experto en robar joyas ahora las fabrique y venda. Como comerciante, Vitette es todo lo contrario al personaje mediático que se muestra pendenciero, sobrador y egocéntrico. Hasta tiene otro tono de voz, más pueblerino, y atiende con cordialidad. En el local hay joyas, alhajas, relojes de todo tipo y reliquias.
-¿Cuánto me sale el arreglo de este anillo, Don Mario? -le pregunta una señora.
-Nada, se lo hago en dos minutos. Si le cobro por esto, sería un chorro -dice Vitette y se ríe.
-Hasta hoy muchos piensan que en esta joyería se venden las joyas robadas en el banco...
-¿Puedo ser tan tonto para hacer eso? Además las joyas son lo primero que un ladrón se deshace. Pero arman mentiras. . Acá han venido fantasiosos y fantasiosas a preguntar si hyo vendía algo que hubiera pertenecido a cierta figura del espectáculo. A la señora televisión...
-¿Mirtha Legrand?
-Sí, pero dejémoslo ahí. He tenido millones de dólares, pero nadie los ha visto.
-¿Qué pasó con el botín?
-Después del robo la banco, gasté mucho más de lo que robé.
Vitette propone una visita a su hotel Don Quijote, cerca de su casa. Se relaja en el jacuzzi, donde piensa ideas para sus próximos libros. Uno de ellos podrían incluir historias delincuenciales.
“Vengan, les mostraré mi otro lugar secreto y sagrado, tan sagrado que no puede ser fotografiado”, y se dirige a una escalera de madera que da a una sala donde hay cuadros, una biblioteca y una máquina de escribir. Vitette se sienta a escribir en su computadora mirando a una ventana. En la mesa hay un mapamundi. Muestra un fragmento de su próximo libro y es potente. Pide que no trascienda.
“En ese libro contaré muchas cosas hasta ahora inéditas. Estoy escribiendo. Son cuestiones relacionadas al robo al Banco Río pero con la verdad, llena de sinsabores, traiciones, quedadas cosas ajenas, mucha mentiras, delaciones”, avisa.
Su nombre es casi una marca registrada. Dos grupos le dedicaron canciones, unos raperos lo homenajean, hay remeras con su cara, compuso canciones satíricas y también de otro tono para la ficción de El ladrón del siglo con su amigo Sergio Zajdenberg. Además, en Tucumán bautizaron a un caballo “Vitette” en su honor. Suele ganar en las cuadreras y lo llaman “el pingo de los pobres”. No todo tiene que ver con su fama. También participa en eventos solidarios y aceptó dar una charla para un grupo de personas internadas en una granja que trata problemas de adicción. Vitette confiesa que hubo un tiempo que consumió drogas duras. Pero ahora ni alcohol toma, apenas, y en ocasiones especiales, una copa de champán.
Un paseo
Luego, Vitette se sube a su auto negro, un Hyundai FX coupé, al que bautizó Refusilo Negro, e invita a Infobae a dar una vuelta por su pueblo natal. Viejos, jóvenes, y hasta algunos niños, lo saludan y el toca bocina, devuelve el saludo y sonríe. Entra en una pizzería, pide una de muzzarella por metro y un cliente le pide sacarse una foto. Sobre el mostrador, Vitette lee el título de tapa del diario local La Semana, que anuncia: “Policía investiga diversos hechos de sangre ocurridos en los últimos días”. El ladrón del siglo comenta que la inseguridad está difícil.
Por si acaso, Vitette aclara: “La cupé estuvo detenida más tiempo que yo, arbitrariamente. Estuvo en Uruguay, vinculada al robo del siglo. El Juez Rafael Sal Lari ordenó que se entregase a mí con prohibición de circular. La tuvé en la cochera de mi mamá 10 años hasta que por inacción de los juzgados argentinos, en Uruguay la liberaron. Los fiscales Marcelo Vaiani y Julio Novo y Gastón Garbus dicen que salió y entró muchas veces al territorio argentino y suponían que en ese vehículo salió dinero del país. Fue arbitrariedad o envidia. Vendi mi auto anterior en 30 mil dólares y compré este en 40. Y se documentó en la causa”.
Al llegar a su casa, para nada fastuosa, con un cuarto, un living y el baño, lo espera su esposa Elicet y su hijo Lucciano, de cuatro años. El nene lo abraza y le pide que jugue con él. Los dos se sientan y ponen autitos sobre una pista de cartón que construyó su padre y tiene hasta gomería, estacionamiento y taller mecánico.
El niño salta, le dice papá “Marito”. Su madre le dice que no, que le diga Luis. “Mi esposa odia al Marito, porque es el personaje que refleja mi lado inmoral, el del ladrón. El otro día Luccianito dijo ladrón del siglo y lo retó, es que me escucha hablar y repite. Si sale ladrón, lo desheredo”, dice Vitette.
-¿Nunca se vio tentado de volver a robar?
-¡No! Mi retiro es definitivo. Me han hecho propuesta por redes sociales e inmediatamente los bloqueo. También tengo muchos trolls. Me dicen: “Callate, vos no robaste nada”. Ya sé que sangran por la herida.
-¿Su familia ayudó para que tomar la decisión de dejar de delinquir?
-Si. Mi último robo no fue el del siglo. Fui el único de la banda que siguió robando. Grandes robos. De hecho estuve a punto de hacerme de los millones de dólares de un presidente de facto que no puedo nombrar, cuando entré en su departamento. Y me detuvieron. Mi familia lo es todo para mí. Estoy enamorado de mi hijo y Elicet es el amor de mi vida. El delincuente tiene mala vida, no puede tener familia. La familia es sagrada. Si tiene familia, tiene que cambiar de oficio. No se puede dejar la vida en prisión y que tu familia sufra contigo. La familia del ladrón, por más que sean marginales, drogadictos, prostitutas, o que vendan papelitos o sean adictos, no se toca. Soy católico aunque voy a misa una vez por año, mi catolicismo no pasa por la Iglesia. Y me gusta leer el Antiguo Testamento. Y una vez leí la vida de Eclesiastés, que se cree que es el seudónimo de escritor del Rey Salomón. Y dice una frase que me marcó: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Hay tiempos de llorar, y tiempos de reír, tiempos de nacer y tiempos de morir, tiempos de destruir y tiempos de edificar”. Y se me ocurrió decir que había tiempos para robar y tiempos para trabajar. Hoy, y así será por el resto de mi vida, son tiempos de trabajar.
Por un momento, Vitette se va al vestidor y vuelve con el mítico traje gris que usó en el asalto más importante de la historia criminal argentina.
“¿Pueden creer que hubo gente que me ofrece dinero y me pide que lo subaste”?, cuenta Vitette mientras muestra el mítico traje gris con el que entró en el banco. “Ya no tengo ganas de ponérmelo, a lo sumo en el documental. Pero estoy cerrando mi etapa con el famoso robo. Ya está, es pasado. Mi historia es más grande que ese hecho del que habló todo el mundo”, dice.
Vitette nació en una familia decente, con creencias religiosas. Pero en un momento de su vida, cuando abrazó al hampa como un salvavidas que lo rescatar a de su naufragio personal, vivió momentos de zozobra. De no tener para comer, de salir en libertad y no tener adónde ir. De dormir en un auto viejo. O de pernoctar, solo, en hoteles alojamiento para dormir un par de horas y ordenar su ropa lavada en laverap. Iba a pizzerías baratas a comer una porción. No tenía dónde caerse muerto. Era, como suele decir él, un bichicome. Conoció la marginalidad y también el buen vivir, cuando iba a cabarets de moda a tomar una copa de champán. Todo eso es pasado.
Mientras Vittete cierra su negocio, Infobae da una vuelta por el pueblo. A las seis de la tarde, las calles de San José siguen desiertas. Algunas personas toman mate en la vereda. En una iglesia adventista, que cabe en una pequeña casa, un hombre toca el piano ante veinte sillas de plástico hasta ahora vacías. Lo único que está abierto son los bares lúgubres que parecen de otro tiempo. Cualquiera puede pasar a las 9 de la mañana, a las tres de la tarde y a las diez de la noche, y es probable que encuentre a los mismos hombres, en la misma posición, enismismados, jugando al casín y bebiendo sobre la barra.
Son El Farolito (con un dibujo gigante del rostro de Carlos Gardel en la fachada) , La Esquina, El Camionero y Cantinflas, que parecen fotocopiados. Tienen fonola y juegos electrónicos de los ochenta en los que algunos puede apostarse. “Si Marito se presenta a intendente”, lo votamos, dice un hombre de unos setenta años, carpintero. A su lado, otro hombre con la piel ajada y los ojos tristes, bebe sin parar. “Llevo diez horas tomando. Vengo de enterrar a mi madre. Y no quiero volver a casa y que ella no esté, y encontrarme con su ropa”, dice.
El carpintero cuenta que él comnstruyó el cajón donde descansan los restos de esa mujer. Y también construyó la barra donde se emborrachan hasta que sus pasos se vuelven tambaleantes y sus palabras jeroglíficos. En una pared, un cartel chamuscado dice: “Sé sano, fuerte y alegre”.
Vitette entra en el bar, los saluda y los abraza. Les regala yerba y ropa. Y algo de dinero que, les sugiere, no gasten en bebida. Esos hombres lo abrazan emocionados y lo único que no saben es qué harán cuando lleguen a sus casas.
Vitette sale del bar, los saluda y arranca en su auto. Sus ojos vuelven a llenarse lágrimas. Pero pone una cumbia uruguaya y baila mientras maneja. A su costado, una señora lo saluda. El toca bocina, acelera, y se pierde en la ruta camino a su casa. Su lugar en el mundo.
Seguí leyendo: