Argentina era una cosa difusa. Su intelecto había concebido un estereotipo del país nutrido por lo que vio, lo que estudió y lo que leyó. Cuando tenía menos de diez años, en la televisión persiguió a “Marco, de los Apeninos a los Andes”, un dibujito animado basado en un relato breve de ficción de la novela Corazón del escritor y novelista italiano Edmundo de Amicis. La trama narra las aventuras de un niño de 10 años que viaja a la Argentina a rastrear a su madre enferma, una inmigrante que había desembarcado en busca de trabajo. Cuando tenía edad escolar, descubrió que Latakia, su ciudad natal en Siria, se ubica a 35° latitud norte y que Buenos Aires se halla a los 38° latitud sur. Y en Google notó que los climas y los paisajes de ambos países son similares.
Leyó El beso de la mujer araña del escritor argentino Manuel Puig. La novela, publicada en 1976, le sirvió de acceso a la literatura latinoamericana. La internacionalidad de los cuentos de Jorge Luis Borges, las imágenes expatriadas de los libros de Ricardo Piglia, un interés especial por la bibliografía de la Guerra de Malvinas le había suministrado contexto. Quería venir, conocer y comprobar la Argentina que había aprendido. Aunque en calidad de turista.
Okba Aziza tiene 33 años, tez morena, barba. Cumple con los clichés de apariencia -según los cánones dominantes- de un hombre de origen árabe. Nació en Siria, en Latakia, una localidad bañada por las aguas del Mar Mediterráneo. “Vengo de una familia de clase media, mi mamá es enfermera y mi papá es recaudador de impuestos. Vivía una vida normal con mis hermanos y mis padres”. Estudió literatura en lenguaje inglés una la universidad y obtuvo una beca para cursar una maestría en Essex, Inglaterra. Se fue a fines de 2011: la guerra civil y de poder había estallado meses antes.
La Primavera Árabe se propagó de Túnez, Libia y Egipto a otros países de la región. En Siria, las manifestaciones pacíficas brotaron en un enfrentamiento sanguinario entre partidarios oficialistas y opositores. El conflicto bélico aún perdura. Van nueve años de lucha armada. Según cifras de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados), la agencia de la ONU destinada a los refugiados, más de 7.000 niños fueron asesinados o mutilados y más de 3.000, reclutados para combatir, hay 6,2 millones de desplazados internos y 5,6 millones de habitantes debieron huir.
Cuando Okba terminó la maestría en Londres, decidió volver a Siria: “Quería ver si podía ayudar en algo. Preferí estar en mi pueblo”. Volvió a trabajar en la universidad y, a través del fenómeno de los desplazamientos internos, entró en contacto con gente de Alepo, uno de los principales focos de conflicto. “Fueron años muy tristes”, graficó. En Latakia, donde vivía, sobrevivió dos veces a un ataque. “Una vez subí al colectivo, dos cuadras después cayó un misil donde me había subido. Murieron como veinte chicos de la universidad. Otra vez, explotó un cochebomba en una plaza, donde había pasado caminando un minuto antes. Sentí por la espalda toda la fuerza explosiva de la bomba”.
Tenía miedo y sentía impotencia: no quería que lo reclutaran para la guerra y comprendió que no podía hacer nada para ayudar a los damnificados. Un día, lo convocaron para hacer un trámite de inscripción en el servicio militar. Tenía treinta años. Cuando salió de la oficina, le mandó un mensaje a una amiga que vivía en Argentina: “Me quiero ir de acá. ¿Hay alguna forma de estudiar o trabajar en Argentina? Por favor, avisame”. “Tenía mi trabajo, mi vida acá y no quería dejarlo todo así. Quería salir del país legalmente”, explicó. Ella le pidió sus datos personales y le contó de un programa especial de visado humanitario basado en un modelo de patrocinio comunitario de personas refugiadas. Se llama “Programa Siria”. Esta acción es implementada por el gobierno argentino con la colaboración de ACNUR y OIM (Organización Internacional para las Migraciones), el aporte financiero de la Unión Europea y el “Mecanismo de Apoyo Conjunto para Países de Reasentamiento Emergentes”.
“Nunca me había imaginado estar en el ejército ni aprender algo del ámbito militar. No quería tener relación con las armas. Mi arma es la palabra y la acción civil -indicó-. Llegó un momento en el que no pude quedarme más, no había futuro ni ninguna forma para formarme. Si me quedaba ahí, iba a terminar en el ejército y me iban a obligar a participar en la guerra. ¿La guerra contra quién? Nadie lo sabe. El gobierno dice que es contra el terrorismo. La oposición dice que es contra el régimen. Pero todos están luchando por sus propios intereses”.
Okba buscaba una segunda oportunidad. Penaba atravesar una edad avanzada como para empezar de nuevo, para aprender un idioma y para vincularme con gente nueva. Pero estaba dispuesto. Su mamá Abla no quería que se fuera. “En Siria también hay mucha corrupción -contextualizó-. Ella me decía ‘vamos a pagarle a los oficiales para que te quedes en casa’. Pero si yo estaba en contra de todo eso, no podía aceptarlo”. Su papá Ghazi, en cambio, lo había aceptado con tristeza. Un hermano había muerto, el otro estaba en Alemania trabajando como periodista. Sus amigos también habían empezado a emigrar en auxilio de un porvenir.
Llegó a Buenos Aires el 15 de mayo de 2017. Lo que había visto, estudiando y leído no era tan así. Su segunda vida tuvo un comienzo difícil. Recaló en Tristán Suárez. Vio calles de tierra y casas sin agua corriente. “Sabía que Argentina era un país muy rico en recursos, pero la pobreza que vi me sorprendió. En Siria también hay pobreza, pero hasta las villas tienen servicios básicos y no hay gente que viva en la calle”, comparó. A los dos meses, sin hablar aún el idioma, comenzó a dar clases en empresas. Mientras trabajaba, aprendía español. Al poco tiempo, viró su enseñanza a la formación educativa primaria.
“Fue un cambio tremendo. En Siria, mis alumnos eran universitarios, de 18 años para arriba. En mi primera semana con alumnos de cuarto grado le dije a mi supervisora que no podía hacerlo. No sabía nada de español y los chicos gritaban mucho”. Pero después, no. Le costó poco vincularse y superar la frustración de la barrera idiomática. “De los chicos aprendí a no tener ninguna forma de discriminación, a ser inocente e inteligente al mismo tiempo, a resolver las cosas de manera práctica y creativa”, expresó. Y valoró la apertura mental de los niños argentinos, en contraste con su propia crianza: “En Siria, lamentablemente, los niños sufren mucho por las restricciones sociales, religiosas, políticas”.
“¿Hablás en español? Te voy a enseñar una palabra cada día”, le dijo una alumna. “Ahí está el profe sirio”, repetían a coro quienes lo veían en la escuela. “Era la novedad del colegio -describió-. Una vez una mamá vino a verme porque tenía la necesidad de conocerme. ‘Porque Okba me dijo que hiciera ésto, porque Okba nos pidió tal cosa o qué bueno mañana tengo inglés’, todo eso me contó la madre. Fue muy especial para mí. Y me empezaron a invitar a los asados, pasé Año Nuevo con la familia de un alumno".
Hizo cuarto y quinto grado con el mismo grupo de alumnos a pedido de las familias. Le obsequiaron un cuaderno con dibujos que habían hecho en homenaje por el día del maestro. Lo trajo a la entrevista con Infobae. Los enseñó uno por uno. Se distinguía un velo de orgullo y devoción en su exposición. Chicos de diez años dibujaron banderas de Siria, le manifestaron expresiones de agradecimiento, escribieron “te quiero” en árabe, recrearon un partido de fútbol entre Siria y Argentina que había terminado 1 a 1, le dedicaron la leyenda “mi casa es tu casa”.
“La principal riqueza del país es el recurso humano”, dijo. Nunca sintió rechazo ni se sintió excluido: “La bienvenida que me dieron acá fue increíble. No hay xenofobia ni escuché frases del estilo ‘andate a tu país’. Argentina es un país que siempre tuvo problemas con la economía pero que nunca les cerró las puertas a la gente de afuera. No dicen que la culpa de los problemas es de los refugiados o de los extranjeros”. Aprecia los principios de aceptación al diferente y del respeto por la diversidad. Pero la valorización más alta la asocia a la integración, a la conformación de su identidad como si fuese un argentino más.
“Argentina no es Siria pero tampoco es Suecia -declaró-. Soy feliz pero no vivo una vida genial. Si yo no trabajo ocho horas por día, no puedo vivir. Y no recibo plata de ningún gobierno, ni soy un refugiado con beneficios. Sufrí para buscar una garantía de propiedad como cualquier otra persona y tengo los mismos problemas que cualquiera para pagar la luz. Eso es, justamente, lo que me hace sentir que éste es mi lugar. Soy uno más. Vivo una vida cotidiana parecida a la de mi vecino, nos unen la esperanza y los problemas”.
Su conciencia, de vez en cuando, cae en la ambigüedad: “Extraño mucho Siria, pero siento que vivo una vida doble. En mis sueños siempre estoy en Siria queriendo pasar la frontera. Incluso, a veces, pienso que estoy en Siria pero con gente que habla otro idioma. Hace dos meses, cuando estuve en San Martín de los Andes, me imaginé en Siria. Me desperté y me pregunté por qué la gente no estaba hablando en árabe”. Hace tres años que Okba no ve a sus padres. No puede volver por una cuestión burocrática. Le encantaría regresar a su pueblo, pero para volverse a ir: asume que su futuro está en Argentina, con un programa que permita la interacción entre ambas comunidades con preferencia por la causa de los refugiados como él.
Es un refugiado sin el velo dramático que envuelve a los refugiados. “Soy un refugiado porque extraño a mi país, porque soy un exiliado, pero no por la gente de acá. La persona refugiada no eligió su situación, no nació como refugiada. Es una obligación para sobrevivir. Pero por algunas situaciones difíciles tuvo que pasar por ese capítulo de su vida. Y necesita otra oportunidad como cualquier persona en el mundo. Yo me siento integrado. No soy un refugiado que no pudo integrarse. Argentina está poblado de descendientes de inmigrantes. Y lo dicen orgullosos. Es un país maravilloso por su gente”.
Lo firma un sirio que en su juventud quería visitar Argentina, inspirado por los textos de Puig, Borges, Piglia o por el viaje de Marco, ese niño italiano protagonista de un dibujito animado que llegó al país para recuperar su vida. Como si se tratara de una metáfora, él ensayó el mismo camino: “Okba, de Medio Oriente a los Andes”.
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