Raúl Alterman recibió el telegrama a través de la ventanilla de la puerta de su departamento. Intrigado, inmediatamente bajó la vista y comenzó a abrirlo. No advirtió que el cartero continuaba mirándolo mientras introducía una mano entre sus ropas para sacar un arma ni que por el pasillo aparecía un segundo hombre armado. Sin haber sentido el peligro, cayó muerto con un balazo en el pecho y otro en el cráneo.
El asesinato a sangre fría de Alterman tuvo lugar el sábado 29 de febrero de 1964, hace 56 años, en el primer piso “9” de Azcuénaga 783. La víctima tenía 31 años y lo mataron miembros del Movimiento Nacionalista Tacuara por izquierdista y por judío.
La organización juvenil a esa altura ya era ampliamente conocida: Tacuara se había declarado desde sus inicios en combate contra “la bandera roja judeo-marxista” y había protagonizado varios hechos de violencia, pero nunca había llegado tan lejos.
Los asesinos jamás reconocieron al de Alterman como un crimen antisemita y, en cambio, durante la investigación judicial aseguraron que eligieron a la víctima por su orientación política. Esto, de todas maneras, no significaba gran cosa, porque a los tacuaristas les resultaba difícil diferenciar entre un judío y un comunista. “El hecho de que un buen porcentaje de comunistas sean israelitas –se leía en un escrito de la defensa-, como ocurre realmente y estamos en condiciones de probar, provoca, en el caso de autos, una coincidencia. Pero nada más que eso”.
Pero eso no fue lo peor. Tal vez por su condición de izquierdista, tampoco la representación política de la comunidad judía en ese entonces condenó el crimen como un ataque antisemita.
Violencia y muertes en Rosario
Cinco días antes del crimen de Alterman, el salón del sindicato de los cerveceros de Rosario fue escenario de una asamblea regional de la Confederación General del Trabajo (CGT). Asistieron unas 300 personas, de los cuales más de la mitad “pertenecían o eran simpatizantes de tendencias comunistas”, según la crónica que publicaría el diario La Nación.
Algunos miembros de Tacuara habían ido armados al acto, con el objetivo de generar violencia. Avanzada la noche, comenzaron a provocar a los asistentes, con gritos como “Ni yanquis ni rojos: argentinos”. Sin embargo, cometieron un gravísimo error de cálculo: no supusieron que sus adversarios no sólo serían más numerosos sino que también estarían armados. La noche terminó en un tiroteo feroz, en el que la peor parte se la llevó la derecha nacionalista: murieron dos miembros de Tacuara, Eduardo Bertoglio y Víctor Militello, y un militante del sindicalismo peronista, Antonio Giardina.
Al día siguiente, Tacuara dijo en un comunicado que la CGT rosarina “ha faltado gravemente al patriotismo en cuanto ha permitido la intromisión de comunistas en su mesa directiva”. Y finalizó con una amenaza que contenía los lugares comunes de la derecha nacionalista: “Tacuara sabrá imponer violentamente su propia justicia para vergüenza y escarmiento de la oligarquía liberal y sus mucamos rojos”. En pocas horas se vería que no era simple retórica y que estaban dispuestos a pasar a la acción.
Con olor a servicios de inteligencia
La Iglesia de San Domingo, de la esquina de Belgrano y Defensa, fue escenario de una misa en homenaje a los muertos de Rosario en la mañana del sábado 29 de febrero. Cuando terminó, un grupo de miembros de Tacuara se juntó a tomar un café en un bar sobre la avenida Belgrano.
Allí se diseñó una extraña venganza por los hechos de Rosario, con una víctima cuya elección resulta incomprensible. ¿Quién era Raúl Alterman? Un hombre que a los 31 años vivía con sus padres -inmigrantes judíos polacos- en un departamento de dos ambientes de la calle Azcuénaga. A pocas cuadras, la familia tenía un pequeño taller de confección de carteras, en el que trabajaban padre e hijo.
Alterman había sido militante político en el pasado. Había apoyado a Arturo Frondizi durante la campaña electoral para las elecciones de 1958 y durante la primera parte de su presidencia. Luego, como otros jóvenes de izquierda, se había desencantado con el gobierno y se había acercado al Movimiento Popular Argentino (MPA), un pequeño partido de izquierda.
Eran tiempos de protestas sindicales en la Argentina y de paranoia de los factores de poder ante el crecimiento del marxismo en el continente. En ese contexto Frondizi había lanzado el Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado), que daba amplias facultades a las fuerzas de seguridad para realizar detenciones y allanamientos sin intervención judicial.
Dos veces había sido detenido Alterman por actividades comunistas y otras dos veces había sido allanada su casa en busca de “elementos subversivos”.
Sin embargo, luego de la caída de Frondizi, en marzo de 1962, Alterman había abandonado la actividad política. “Sólo se ocupaba de su trabajo en el negocio. Regresaba con su padre temprano, cenaban y veían televisión hasta las 11 de la noche. Así todos los días”, contaría, después del asesinato, el portero del edificio al diario Crónica.
Alterman no era un dirigente, ni siquiera un militante político conocido. Jamás había aparecido en un diario. ¿De dónde sacaron su nombre los miembros de Tacuara? ¿Quién les dio su dirección?
Durante la investigación judicial, los imputados asegurarían que eligieron a Alterman no sólo porque había estado en el sindicato de cerveceros de Rosario durante la noche del tiroteo. También, porque estaba vinculado al grupo guerrillero marxista que en el momento del crimen marchaba por el monte salteño, dirigido por el periodista Jorge Ricardo Masetti e inspirado por el Che Guevara desde Cuba. Pero no pudieron aportar ninguna prueba o ni siquiera un indicio de semejantes afirmaciones, que no eran ciertas.
Aparentemente, el nombre de Alterman lo aportó Fernando Vicario, el único de los participantes en el crimen que nunca fue detenido. Jamás se develó el misterio de por qué Vicario lo conocía y por qué lo vinculó con situaciones con las que Alterman, evidentemente, no tenía nada que ver. La participación de servicios de inteligencia, que se decía que utilizaban a Tacuara como herramienta para operaciones ilegales, fue una hipótesis que cobró fuerza por la misteriosa desaparición de Vicario después del crimen.
Un piloto olvidado, la clave
En el bar de la Avenida Belgrano, en la mañana del sábado, los miembros de Tacuara sortearon con servilletas el rol que cumpliría cada uno en el asesinato de Alterman, se separaron y quedaron en volver a encontrarse al mediodía en otro bar, esta vez en Rivadavia y avenida La Plata, para encarar la operación.
Disfrazado de cartero y con una pistola calibre 32 iría Wenceslao Benítez Araujo. Estaba a punto de cumplir 20 años, vivía con sus padres en Palermo y realizaba el curso de ingreso a la Facultad de Derecho de la UBA. Detrás de él, en el pasillo del edificio y con una 45, se ocultaría Vicario, un joven de 23 años que había cursado el primario y el secundario en un colegio alemán de Palermo. Otros tres miembros de Tacuara también participarían, para cubrir la operación y facilitar la huída, en un taxi que esperaría en la esquina de Córdoba y Azcuénaga.
Todo salió tal cual lo planeado. El único descuido fue que, en la huida, Benítez Araujo dejó olvidado en la escalera del edificio el piloto que vestía al llegar, para ocultar su disfraz de cartero. Ese fue el elemento que permitió esclarecer el crimen. En el forro interior tenía una inscripción con tinta indeleble que decía “2517 6-M”. Investigadores de la Policía Federal recorrieron entonces tintorerías con el piloto, hasta que una de Güemes y Acevedo reconocieron la inscripción y les dijeron que correspondía a la calle Malabia 2517, 6º “M”.
En esa dirección, apenas tres días después del asesinato de Alterman, detuvieron al dueño del piloto y uno de los participantes en el asesinato: Alberto Miguel Mansilla, apodado el “Bebe”, de sólo 18 años e hijo de un doctor en Ciencias Económicas de Barrio Norte.
Detrás de Mansilla cayeron Benítez Araujo y otros dos miembros de Tacuara participantes en el crimen: Luis Barbieri y Nicanor de Elía Cavanagh. Quien nunca fue encontrado fue Vicario, el hombre que señaló a Alterman.
En el desarrollo de la causa judicial, sin embargo, algunas cosas fueron sorprendentes.
El juez de instrucción rechazó la acusación de la querella de homicidio doblemente agravado por odio racial o religioso y alevosía y en cambio les imputó a los acusados homicidio simple, porque creyó la versión de la defensa de que sólo habían pretendido “darle un susto” a Alterman.
Seguramente influyó que el fiscal, Mario Soaje Pinto, pareció mostrarse bastante de acuerdo con el crimen de los tacuaristas. “A despecho de lo que se piense sobre su oportunidad y aun de la licitud del procedimiento, no podrá negarse que está fuertemente fundamentado en el acendrado patriotismo de todos ellos, que reaccionan contra el avance solapado y artero del comunismo, que amenaza con destruir los cimientos de nuestra nacionalidad y de nuestra fe cristiana”, escribió en su dictamen
La sentencia -en aquella época no había todavía juicios orales- se conoció el 10 de junio de 1966. Los cuatro detenidos fueron condenados a penas de entre 6 y 14 años de prisión.
Sin embargo, el juez Martín Soto demostró una fuerte identificación con los miembros de Tacuara y prácticamente justificó el crimen. Los asesinos -escribió- “creen firmemente en el peligro del comunismo disolvente, impío destructor del individuo, verdugo de la libertad; están persuadidos de su falacia, de su crueldad, de que donde impera muere la dignidad (…) Esto último también lo creen los hombres libres de este país”.
El clima de la época evidentemente favorecía el fanatismo anticomunista de Tacuara. Dieciocho días después de esa sentencia fue derrocado el gobierno constitucional de Arturo Illia por el general Juan Carlos Onganía, quien se propuso combatir al marxismo, y conmutaría la pena de todos los condenados, de manera tal que todos salieron en libertad varios años antes de lo previsto.
Sólo quedó vinculado a la causa el prófugo Fernando Vicario. En 1973, una vez que el peronismo volvió al poder y el Congreso Nacional sancionó una amnistía para todos los presos políticos, su padre gestionó y consiguió que fuera incluido.
En libertad, los condenados tomaron distintos caminos políticos.
La mayor parte se volcó a agrupaciones de la derecha peronista, pero Mansilla -el chico del piloto, cuya caída permitió el esclarecimiento del crimen de Alterman- eligió otra ruta y tendría algunos años después un destino trágico. Recibido de sociólogo se sumaría a Montoneros. Allí militaba en la Columna Norte, que conducía Rodolfo Galimberti, otro ex miembro de Tacuara. Luego del golpe de 1976, Galimberti lo acusó de “infiltrado” y ordenó someterlo a “juicio revolucionario”. El 21 de abril de 1976 Mansilla fue encontrado muerto de un balazo en el Norte del Conurbano bonaerense.
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