Nota aclaración del autor: Esto que ahora publica Infobae en exclusiva no fue contado por Ricardo Canaletti y Rolando Barbano en el libro El Golpe al Banco Río, ni por Luis Beldi en el libro El Robo del Siglo-la historia secreta, ni por Rodolfo Palacios en el libro Sin Armas ni Rencores, ni por Ariel Winograd en la película El Robo del Siglo. ¿Saben por qué? Porque ellos no participaron del Robo al Banco Río de Acassuso. Este Capítulo 22 de mi libro El Ladrón Del Siglo de Editorial Planeta no se cuenta en ninguna de las obras antes mencionadas. Lo que cuento ahí es la verdad por que lo cuento yo que sí estuve ahí, ¿se acuerdan ? Firmado: Luis Mario Vitette Sellanes (Marito)
Marito: Luis Mario VItette Sellanes, el negociador de la banda que actuó con traje gris.
Donatello: Fernando Araujo, el cerebro del robo, que se hacía llamar así por el pintor y la tortuga ninja. Los unían los túneles, las artes marciales y las alcantarillas.
Marciano: Sebastián García Bolster, alias “ingeniero”, constructor de herramientas para abrir las cajas y del dique. Le decía Marciano porque en las reuniones no comía, no tomaba agua, hablaba poco.
Beto: Rubén Alberto de la Torre, entró primero en el banco disfrazado de médico y con arma de juguete,
Paisa: Julián Zalloechevarría, robó autos para la banda y fue el chofer de la fuga.
Doc: Ladrón fantasma uno. Nunca cayó. Entró en el banco.
Nene: Ladrón fantasma dos. Nunca cayó. Entró en el banco.
No había sido un año sencillo para Marito. Sus visitas diarias a Gisselle eran un remanso, el momento de calma que tan bien le venía. Pero en paralelo llevó una vida frenética y atareada, planificando, ensayando, comprando un sinfín de cosas y realizando robo tras robo para financiar esas mismas cosas. Cuando aceptó participar en el gran proyecto tenía mucho dinero. Pero al separarse de su esposa Alicia se fue con lo puesto, así que ahora necesitaba generar y generar. Porque los gastos eran muchos. Como por ejemplo cuando fue con Beto a comprar una camioneta Volkswagen. Se la compraron a un señor, pagó Marito cinco o seis mil dólares en efectivo. Cuando el tipo vio que tenían mucho dinero, dijo: “Ah, pero no iba incluido el tubo de GNC. Yo lo necesito para trabajar”.
—¿Qué tubo? —se sorprendió Marito.
La camioneta estaba acondicionada para funcionar a gas natural.
—¡Sí, sacalo, amigo! —le dijo Marito de inmediato.
Lo que menos querían era andar barato, a gas. Iban a funcionar a nafta y media horita apenas. Así que el tipo tuvo que desmontar la instalación para el gas, que pensaba cobrarles unos dólares más.De inmediato llevaron la camioneta a un lugar conocido, a que le hicieran chapa, pintura, luces. Se le ajustó todo, y se le cortó el piso para construirle un portón con un malacate. Se invirtió un montón de plata en la camioneta.
Ahora faltaban dos autos más, para llegar al banco.
Marito salió en su camioneta con el Paisano, el Paisa, por la provincia de Buenos Aires. En determinado momento el Paisa le dice: “Pará, pará, pará, pará”. Marito paró, y su socio bajó y retrocedió caminando una cuadra. En una esquina había visto un Ford Escort impecable, con un tarro encima, indicador de que estaba a la venta. Allí fue el Paisa, se puso a conversar con un señor mayor, mirando el auto por arriba y por abajo. Se lo pidió para dar una vueltita, y salieron ambos. El dueño alardeaba de que le había agregado un sistema de cierre centralizado que ese modelo no traía de fábrica, y le indicó cuál era el botón que lo accionaba. Dieron una vuelta manzana. En cuanto volvieron el Paisano, que iba manejando, hizo el amague de bajar, pero se quedó frente al volante hasta que se bajó el señor mayor. Entonces el Paisa accionó el botón de cierre, trancó las puertas, arrancó arando con el Ford, y el dueño quedó atrás, sin poder hacer nada.
Espectacular. Un descuido de auto. Todo un profesional.
Salieron a la mañana siguiente, porque les faltaba otro vehículo, y el Paisa le dijo a Marito: “Pará ahí”, frente a un lavadero de coches en la Provincia de Buenos Aires. Filas y filas de coches para lavar, se ve que era un comercio muy exitoso. Al rato el Paisa vio llegar un Volkswagen Gol. El conductor se bajó y le dio la llave al del lavadero, que se metió adentro. Le dan el ticket al conductor, y se retira. Allá fue el Paisano. Encaró a otro de los que estaban trabajando, no al que recibió el coche. Al Gol ya la lo habían mojado, y estaba en la segunda etapa del lavado, donde le pasan jabón. El Paisano fue como desesperado con cien pesos en la mano, y le dijo al otro empleado: “¡Por favor, por favor, se llevaron a mi hija de la escuela para el hospital, dejalo así nomás!”. Y le dio los cien pesos. Lo apabulló tanto al hombre que no le pidió el ticket ni nada. El paisa subió al auto y se fue.
Espectacular. Un profesional de verdad. Así consiguieron los tres autos. Dos robados y uno comprado.
Necesitaban una bomba hidráulica, que se tenía que apoyar en la pared de atrás. Así que primero fueron Marito y el Marciano a la tornería de un amigo, que les hizo unos caños telescópicos de aluminio con trabas, que todavía ni el tornero ni Marito entendían cómo iban a ser utilizados. Pero eran parte del plan Aquí también Marito tuvo que pagar un platal, y se fueron con sus caños misteriosos a dejarlos en la guarida. Después, Marito fue con Donatello a comprar la bomba hidráulica, de doble acción, muy bien ideada. De nuevo fueron a la provincia de Buenos Aires, a uno de los más locales más reconocidos que trabaja con bombas hidráulicas, y Donatello explicó qué era lo que quería, y lo hicieron. Otros miles de dólares de Marito invertidos en el proyecto.
Ya tenían la bomba hidráulica y el apoyo telescópico. El asunto iba viento en popa.
Otro día Marito, con Marciano y Beto, fueron hasta el Tigre. Marito apeló a su lado histriónico y entró en una guardería, la Río Reconquista, a comprar un gomón semirigido con motor fuera de borda, impostando ser un millonario. Dijo que era para divertirse un poco los fines de semana. Una señora que estaba allí inmediatamente agarró la plata, les hizo un recibo y no preguntó mucho. Más miles de dólares. Cargaron en la camioneta el gomón y el motor Yamaha de 15 caballos de fuerza, apto para empujarlo que fuera.
Siguieron dando vueltas en el Tigre. En un momento se bajó el Marciano, demoró un poco, y volvió a buscar a Marito, que era el de la plata. Había encontrado un segundo gomón, sin motor, que era justo lo que estaban buscando. Lo compraron, lo echaron arriba de la camioneta y se fueron.
Con Donatello se ocuparon de comprar los equipos para comunicaciones, las radios. Donatello compró una cerradura, y Marito compró una chapa de un centímetro de grosor. En el taller del Marciano le aplicaron una prensa hidráulica que él usaba para su trabajo, y la cerradura aquella reventaba al aplicarle dos toneladas y media o tres de presión. El equipo hidráulico empujaba cinco o seis toneladas al máximo. Más que suficiente.
Los meses pasaban. Junto con el Nene, Marito compró todo lo necesario para construir un dique. Mucha madera, mucho hierro, lingas de acero, destorcedores, poliuretano expandible para tapar las grietas. Bajo las instrucciones del Marciano fueron al lugar elegido y lo construyeron. Volvieron al mes para ver cómo estaba… y había desaparecido. El Marciano, que fue quien lo diseñó, había cometido un error de cálculo y ubicó mal las lingas de acero. En cuanto empezaron a acumularse toneladas y toneladas de agua, el dique no aguantó y la corriente se lo llevó. Todos los fierros reforzados, las tablas, no quedaba nada. Y había costado un platal.
De nuevo a comprar todo, y esta vez fue todo el grupo a colaborar en la construcción. Cuando se dieron por satisfechos con la nueva versión más recia, se fueron y volvieron un mes después, luego de unas lluvias muy fuertes. De camino a donde estaba el dique iban temiendo lo peor, pero no. Ahí estaba, parado, estoico, resistiendo. Inamovible, conteniendo el embalse perfecto que necesitaba,
Los gastos se iban sumando, y Marito no daba abasto buscando recursos. Pero se había comprometido a financiar la operación, y cumplía como un caballero. Comida, combustible, herramientas que se rompían, cascos, zapatos para la construcción, hierros, y más madera, y más tablas, y más herramientas, gasto y gasto y gasto.
Tuvieron que hacer un sistema de ventilación y hubo que comprar una bomba de aire, y cañerías de PVC con unos codos.
“Y bueno”, pensaba Marito, “uno está en condiciones de ganar lo que está en condiciones de invertir".
Marito sabía bien que nada es gratis en la vida. Y mucho menos un tremendo proyecto como el que estaban encarando. Ellos, sus socios, lo pensaron, pero había que ejecutarlo. Y a Marito le gustaba pensar que era el ejecutor. Otros se podrían adjudicar el derecho de decir que fueron el líder, el cabecilla, el mentor, el pensador, pero el ejecutor sin dudas era él.
Estaba todo muy bien pensado por Donatello y por el Marciano, los miembros originales del grupo, los que quedaron filmados adentro del banco cuando estaban haciendo inteligencia, meses antes. Cuando todavía no había ningún otro integrante en la banda. Eran ellos dos no más. Marito intuía que los dos pensaron el plan al detalle, mil veces, hasta que se quedaron sin fuerzas, sin gente y sin plata. Y por suerte, lo encontraron. Por suerte, el Doc lo invitó. Porque sin él no lo hubieran podido concretar nunca, y para él era un placer participar y ejecutar un plan tan perfecto, tan meticuloso, tan desmesuradamente grande. Valían la pena los gastos, los robos para financiarse, las cerrerías, el trabajo. Era un plan que valía la pena todo eso, y más. Y las clases de teatro, también.
Lo que nunca se discutió es que Marito iba a ser el negociador. Quien hablara con su contraparte del grupo Halcón.
Así que, para prepararse para el papel, fue a clases de teatro, que descubrió que le gustaban mucho. De la televisión sacó el nombre de una actriz prestigiosa, muy prestigiosa, que daba clases de actuación, y allá fue. Disfrutó mucho las clases, aunque se reía por dentro a veces pensando en la cara de la señora si llegara a enterarse de para qué papel se estaba preparando. Y en los ratos libres, leía y releía su ejemplar de Situaciones de crisis con toma de rehenes, de Héctor Luis Yrimia, y aprendía cada detalle.
Y así, por fin, llegó la mañana del 13 de enero de 2006, fecha que iría a queda en los anales del delito argentino y del mundo.
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