En su paso por la región, camino al Paraguay, Manuel Belgrano dejó varias huellas documentales de su febril actividad durante los cerca de nueve meses que duró aquella campaña militar; entre ellas, 45 cartas de su puño y letra en distinto grado de conservación, algunas todavía inéditas, que son custodiadas por el Archivo General de la Provincia de Corrientes.
La capital correntina, la ciudad más antigua de nuestro noreste, posee el segundo archivo del país; muy rico en documentación de la etapa colonial y que cuenta por ejemplo, entre tantos otros documentos, con más de un centenar de colecciones de diarios, siendo los más antiguos de 1840.
Correntino por adopción, el historiador Jorge Enrique Deniri, director -”ad honorem”, aclara- del Archivo General de la Provincia de Corrientes, está dedicado a preservar y poner en valor su riqueza documental. Capitán retirado del Ejército, doctor en Historia, ha sido docente en todos los niveles de la enseñanza, colabora semanalmente en el diario Época y ha publicado una veintena de libros.
Con orgullo, explica que el Archivo General de la Provincia de Corrientes es especialmente rico como archivo colonial y que es el segundo del país. La vieja casona, en la calle Carlos Pellegrini, no lejos del puerto, tiene dos niveles de salas cuyas paredes están repletas de biblioratos, cajas y carpetas llenas de documentación, además de espacios para los investigadores que, año a año, previa cita, vienen, incluso desde el exterior, para consultar la documentación.
El año pasado, Deniri publicó Epistolario Belgraniano (Moglia Ediciones), en la colección Revista del Archivo de la Provincia de Corrientes, un estudio sobre 27 de las cartas de Belgrano, con los facsímiles y la correspondiente transcripción.
“Los correntinos no somos conscientes del patrimonio que custodia esta institución”, escribió Jorge Enrique Arce, presidente del Instituto Belgraniano provincial, en el prólogo al libro de Deniri.
La correspondencia publicada en el Epistolario abarca los últimos tres meses del año 1810, del 2 de octubre al 11 de diciembre. Son los tiempos de la preparación de la campaña al Paraguay, que fue la primera de las emprendidas por el flamante gobierno patrio.
El destinatario del grueso de las cartas es Elías Galván, Teniente de Gobernador de Corrientes, y la temática es esencialmente militar, organizativa.
Desde la restauración de la democracia, en 1983, se puso de moda reivindicar a Belgrano por ser un “civil”; una moda que implantó Raúl Alfonsín, reemplazando los cuadros de San Martín por los del creador de la bandera en varios despachos oficiales. Una tradición retomada más recientemente y expresada en frases del tipo: “Mi preferido es Belgrano”.
Todo ello no es más que la proyección al pasado de las categorías y, sobre todo, las dicotomías presentes, huellas de un pasado relativamente cercano que algunos se empeñan en ahondar.
Semejante distinción -civil versus militar- tenía poco sentido en los tiempos de la Revolución de Mayo cuando política y guerra de Independencia se fundían en una sola cosa. Cuando el incipiente gobierno criollo no disponía de un ejército regular organizado -San Martín llegaría recién 1812- y muchos hombres de leyes y de comercio -como Belgrano- asumieron roles militares por vocación patriótica. Y, al hacerlo, se convirtieron en verdaderos jefes, más allá de las falencias que pudieran tener en su formación militar.
San Martín lo entendió muy bien y fue por ello que, en marzo de 1816, recomendó que Belgrano volviese a conducir el Ejército del Norte: “Yo me decido por Belgrano -escribió-; éste es el más metódico de los que conozco en nuestra América, lleno de integridad y de talento natural; no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia, pero créame que es lo mejor que tenemos en la América del Sud”.
Jorge Enrique Deniri reivindica al Belgrano hombre de acción, al que deja de lado definitivamente su faceta de pensador, de hombre que reflexionaba y escribía, sobre comercio, finanzas y jurisprudencia, y “se gana, merecidamente, sus galones de General”, ese “que alza ejércitos, que convoca pueblos enteros al éxodo, que libra batallas desesperadas…”
No era militar de formación Manuel Belgrano, pero de la lectura de la correspondencia publicada por el Archivo correntino surge la imagen de un hombre metódico, organizado, hiperactivo y audaz, que no duda en ejecutar las órdenes que recibe, que no retrocede ante las dificultades de una campaña azarosa, que impone rigurosa disciplina a sus subordinados y se impone a la vez a sí mismo todos los sacrificios necesarios.
La Campaña al Paraguay, decidida en base a información y cálculos políticos erróneos -por mala fe o exceso de optimismo- representó un primer fracaso para la Revolución de Mayo. Puso en evidencia que no todas las provincias compartían las motivaciones y objetivos del movimiento. El Paraguay, ya aislado geográfica y políticamente del resto, albergaba además recelo hacia las intenciones de Buenos Aires, la “aldea” ante la cual la veterana Asunción, llamada “madre de ciudades” porque de su seno partieron varias expediciones fundadoras, no estaba dispuesta a someterse.
En consecuencia, la campaña de Belgrano, a quien la Junta había nombrado para ese fin en septiembre de 1810, tuvo mucho de voluntarismo: en inferioridad numérica respecto a las fuerzas realistas de Paraguay, el ejército improvisado que comandaba no logró despertar en su camino la adhesión entusiasta con la que contaban los patriotas.
Inclusive el Cabildo de Corrientes, a diferencia de los de muchas otras ciudades, fueron escenario y protagonistas de la Revolución, permaneció indiferente al paso de Manuel Belgrano, que sólo encontró un interlocutor válido y predispuesto en el gobernador.
“En todos los documentos del Cabildo de los meses de la Campaña al Paraguay, no aparece ninguna referencia a esa expedición ni a Manuel Belgrano”, dijo Deniri a Infobae.
En el Epistolario el director del Archivo cita algunas referencias indirectas en las actas del Cabildo a la ausencia del gobernador -que normalmente presidía las reuniones- porque “se lo impedían las atenciones de sus ministerios”, por “hallarse ocupado en asuntos del real servicio” o “por pasar al ejército por pocos días”.
El corte temporal que deja afuera 17 cartas que serán objeto de otra edición, lo fundamenta Deniri en que “la maniobra previa por el territorio de Corrientes” es en sí misma objeto de estudio. Para él, “constituye una verdadera hazaña en el terreno” esa travesía de Belgrano con su ejército por la mesopotamia, cruzando ríos, en algunos casos de cien metros de ancho, y a través de zonas pantanosas o con elevaciones que, aunque no muy marcadas, estaban cubiertas de densa vegetación. Además, en temporada de elevadas temperaturas y de abundantes lluvias.
“También creo legítimo -dice Deniri- separar el antes y el después del franqueo [paso del Paraná] cuando la presencia del oponente deja de ser un pronóstico para tornarse certeza. Es frente al enemigo que se mide el calibre de un jefe, la distancia que separa al cuartel maestre del capitán”.
“El franqueo mismo -sigue diciendo- por su envergadura y por haber sido realizado en fuerza, amerita tratamiento aparte, y da especialmente la medida de la intrepidez de Belgrano como comandante, que además de haber impuesto la sorpresa táctica sistemáticamente a su favor (…), no deja tiempo para reaccionar al adversario”.
Casi todas las misivas y cartas de Belgrano, desde los distintos puntos que va tocando en su avance desde San Nicolás, están dirigidas al gobernador Galván y contienen pedidos y órdenes -”Procure usted poner espías en todos los pasos del Paraná hasta Candelaria”; “que (los guaycurúes de Garzas) vengan a servir a mis órdenes al mando de un Capitán que les entienda bien el idioma”; “debemos tratar de inspirar sentimientos patrióticos no solo a los que somos oriundos de españoles, sino con mucha particularidad a los naturales del suelo americano”.
También referencias optimistas a la buena marcha de la Revolución: “Cada vez se afirma más nuestro gobierno”; “nuestros asuntos políticos siguen ya perfectisimamente”.
Y no se ande con contemplaciones con ninguno...
El 11 de noviembre de 1810 escribe para recordar la necesidad de mantener a rajatabla la disciplina: “Y no se ande con contemplaciones con ninguno -le dice al Gobernador correntino-. Si el capitán Arias ofende con su conducta en lo más mínimo el decoro de la Excelentísima Junta, enviarlo a ella, informando lo conveniente; en todas circunstancias es malísimo faltar a la verdad, pero en las que estamos mucho más peor”.
También empieza a expresar su decepción por la falta de entusiasmo que encuentra en su camino. El 11 de diciembre de 1810, escribe: “...no he podido menos de irritarme al ver la cobardía de todos sus moradores (de Itatí) pues solo con sus manos debían defenderse de 50 ó 60 hombres que los invadieron; no observo patriotismo, ni fuego en las gentes de Corrientes, y me es muy doloroso decirlo”.
Pero no desiste. Le pide a Galván que los “excite”, que les enseñe a “acometer con arma blanca”. Que los motive para sumarlos “a los movimientos de los corazones que desprecian la muerte”. “Sólo así lograrán el aprecio mío, y de la Excelentísima Junta”.
También es notorio en toda la correspondencia el recurso -real o efectista- de insistir en que todo se lo hace en nombre del Rey Fernando VII. Así, en la primera misiva escrita desde Santa Fe a Galván, el 2 de octubre de 1810, anunciado su expedición, Belgrano escribe: “Conviene mucho que se vayan mandando algunos individuos de nuestra Santa causa al Paraguay para que propaguen y fomenten las ideas y se comunique la noticia de mi Ejército [que] va a proteger a los PUeblos, restituirlos en sus derechos, quitarles la opresión de los Mandones, darles libertad, separa las trabajas que los tienen abatidos, y desterrar de esa rica Provincia el estanco del tabaco, dejándolos en franqueza de poder comerciar con ese fruto, y demás que posee, sin experimentar los vejámenes que el sistema antiguo les ha causado contra la expresa voluntad del amado Rey Fernando”.
La expedición al Paraguay fue un fracaso, pero Belgrano evitó rendir sus armas e inició una negociación logrando retirarse pacíficamente en marzo de 1811, volver a cruzar el Paraná y estacionarse en Candelaria.
Los refuerzos enviados por Buenos Aires habían llegado demasiado tarde. Por esta operación mal concebida, las culpas recayeron en Belgrano. Pero el error de cálculo sobre el estado de ánimo o la proclividad de los habitantes de la región -indios y criollos- para plegarse a la Revolución era compartido.
A pesar de la derrota militar, la acción de propaganda que llevó adelante Belgrano no fue del todo estéril. El 14 de mayo de 1811 un puñado de jefes paraguayos protagonizó una revolución en Asunción, formaron una junta de gobierno y establecieron comunicación con el gobierno de Buenos Aires. En octubre de ese año se firmaba un Tratado de paz y amistad entre Asunción y Buenos Aires, en el que aparecía la palabra “Confederación”.
Por otra parte, la esforzada expedición de Belgrano le dejó a éste, y a todo el gobierno patrio, un aprendizaje que sería valioso en lo inmediato: con un ejército improvisado y un general autodidacta habían logrado jaquear al enemigo y sostenerse en campaña por varios meses pese a todas las adversidades.
Entre los considerandos de la Resolución de la Junta de Historia de la Provincia, que firma su presidente, Dardo Ramírez Braschi, declarando de interés la obra de Deniri, se señala que la figura de Belgrano “es y debe ser especialmente cara a la mente y el corazón de todos los correntinos, por haber sido quien los convocara y comandara en la valerosa expedición al Paraguay, que fue el bautismo de fuego de Corrientes en la gran empresa Revolucionaria de Mayo”.
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