El año 1778 no terminaría bien para Juan de San Martín, teniente de gobernador de Yapeyú, un importante centro agropecuario, productor y distribuidor de algodón y tabaco del litoral que los jesuitas habían montado como parte de un vastísimo complejo que sería conocido como las misiones jesuíticas.
Cerca de fin de ese año, hubo un incidente en el trabajo, se perdieron muchas cabezas de ganado, y siete indígenas murieron. El Teniente de Gobernador Juan de San Martín, un hombre bajo y robusto, responsabilizó a un jefe indígena y lo castigó con el cepo. Los naturales, lejos de quedarse con los brazos cruzados, organizaron una rebelión para defender a su cacique que duró varios días.
San Martín estaba haciendo una excelente tarea, aumentando la productividad, creando estancias comunitarias y hasta había organizado un cuerpo armado de 550 hombres, que mantenía a raya a las temibles invasiones de bandeirantes brasileños y a los charrúas.
Había nacido en Cervatos de la Cueza, en Palencia, el 12 de febrero de 1728. De joven se había enrolado en el ejército, con el que peleó tanto en España como en Africa. En la búsqueda de ascensos y un mejoramiento de sus finanzas, y en la creencia que en las colonias tendría oportunidades de progresar, en 1764 fue enviado al Río de la Plata.
Luego de haber estado un tiempo en Colonia del Sacramento, fue destinado a la estancia y calera de Las Vacas, uno de los tantos establecimientos que los jesuitas tuvieron que dejar luego de su expulsión en 1767.
San Martín se encontró con un extraordinario complejo en pleno funcionamiento: hornos de cal y ladrillos, campos interminables y miles de cabezas de ganado. Se preocupó por hacer una prolija administración y así aumentó la producción, lo que le valió el ascenso a ayudante mayor.
Aún era soltero. En Palencia había conocido a Gregoria Matorras, que había nacido en Paredes de Nava el 22 de marzo de 1738, y que ya había pasado los 30 años. Les dio un poder a los capitanes Juan Francisco Sumalo y Juan Vázquez y al teniente Nicolás García Hermete, para que la desposasen en su nombre, cosa que ocurrió el 1 de octubre de 1770. Y en un viaje que el primo hermano de la mujer, Gerónimo Matorras hizo a Tucumán, para asumir como gobernador y capitán general, la trajo con él y así comenzaron una vida juntos.
Enseguida vendrían los hijos. Primero, María Elena, nacida el 18 de agosto de 1771, Manuel Tadeo, el 28 de octubre de 1772 y Juan Fermín, que vio la luz el 5 de febrero de 1774.
Fueron infructuosos sus pedidos para lograr un ascenso en el ejército, ya que su sueldo de capitán no alcanzaba a cubrir los gastos. Sin embargo, le fueron reconocidas sus dotes de administrador y lo pusieron al frente de un punto jesuítico estratégico de mucha importancia, la de Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú.
La cuna del libertador
“Fruto maduro”, es lo que significa, en lengua guaraní, Yapeyú. Fue fundada el 4 de febrero de 1627 por los jesuitas, dándole el nombre de Nuestra Señora de los Santos Reyes Magos de Yapeyú o Nuestra Señora de los Tres Reyes de Yapeyú.
San Martín se encontró con un poblado venido a menos, ya que la ausencia de los jesuitas se hacía sentir. Las comunidades indígenas habían comenzado a desperdigarse, afectando el próspero funcionamiento de esta reducción.
El 13 de diciembre de 1774 el virrey Vértiz anunció a Yapeyú el nombramiento de Juan de San Martín como Teniente de Gobernador. En su nuevo lugar de trabajo, nacerían sus otros dos hijos: Justo Rufino, en 1776 y José Francisco, un 25 de febrero de 1778.
José Francisco
El bebé José Francisco o Francisco José -el certificado original de su bautismo se perdió en un incendio- fue bautizado por Francisco de la Pera, fraile dominico y cura de Yapeyú. Habría sido bautizado como Francisco José aunque la inversión de los nombres fue producto de la costumbre de la familia que lo llamó de esta manera.
Rosa Guarú, que la historia también la menciona como Juana Cristaldo, tal vez porque se usaba ponerles nombres “cristianos” a los esclavos y sirvientes, crió a José. Fue la que le enseñó a caminar y con el que jugaba a la sombra de la higuera que estaba en el centro del pueblo, esa higuera a la que Rosa seguramente le habrá dicho al niño que los guaraníes la llamaban “ibapoy”, esa higuera que en 1986 se desplomó y el estruendo que provocó su caída hizo que la gente saliera de sus casas y los chicos de la escuela. Era la plaza que en su centro tenía una imagen de la Virgen María, tallada en piedra por los guaraníes.
Mientras estuvo al frente de Yapeyú, San Martín creó cuatro establecimientos con familias del lugar. Uno fue La Merced, que daría origen a la ciudad de Monte Caseros; San Gregorio, luego Mandisoví, y finalmente Federación, en Entre Ríos; Jesús de Yeruá en el sur de Concordia y por último Paysandú.
Convirtió al lugar en un próspero centro productor de yerba mate, algodón, tabaco, grasas y cueros que por río enviaba a Buenos Aires.
Luego del incidente de fines de 1778, el fiscal pidió que fuera apartado, pero Vértiz terminó archivando el caso debido a que San Martín había hecho un buen trabajo. Recién sería reemplazado el 14 de febrero de 1781, cuando debió hacer las valijas.
Sus último servicio fue el de apresar a dos contrabandistas y se dio el lujo de capturar una banda con una partida de 10 hombres prácticamente desarmados.
Lo más desgarrador fue la separación del niño José Francisco de su nodriza, Rosa Guarú que una versión asegura que era su verdadera madre, producto de una relación pasajera con Diego de Alvear, un funcionario español que inspeccionaba las antiguas reducciones jesuíticas y que se había alojado en la casa de San Martín. Y que Alvear encomendó a los San Martín la crianza y educación del niño.
Los San Martín le prometieron a Rosa que la mandarían a buscar, pero la realidad fue que la mujer se quedó toda su vida esperando un reencuentro que nunca llegó.
En Buenos Aires
San Martín compró dos casas en Buenos Aires. Una, sobre la calle Piedras, entre avenida Belgrano y Moreno, llamada “casa chica” y otra en Venezuela, entre Bernardo de Irigoyen y Tacuarí, “casa grande”, donde la familia se instaló.
Cuando llegaron, Juan enfermó gravemente. Tan serio fue que acordó con su esposa Gregoria hacer testamento. Sin embargo, se curó.
El niño José, junto a sus hermanos, comenzó a ir a la escuela, y aparentemente era un chico tranquilo, tal como lo afirmó su madre: “El que menos costo me ha tenido ha sido de José Francisco”.
El jefe de familia recibió la orden de regresar a España, junto con un contingente de militares que no tenían destino en el nuevo continente. Con su familia se embarcó en la fragata de guerra Santa Balbina y luego de 108 días de viaje, anclaron en Cádiz el 23 de marzo de 1784.
Curiosidades del destino: el año que los San Martín arribaron a España nacería el que sería rey Fernando VII, al que José Francisco combatiría en Argentina, Chile y Perú.
El capital familiar de los San Martín era de 1500 pesos. Luego de un tiempo en Madrid, se establecieron en Málaga, en una casa de la calle de Pozos Dulces que le alquilaban al coronel retirado Isidoro Ibáñez por 2 reales al día. Las estrecheces económicas lo obligaron a mal vender las dos viviendas de Buenos Aires.
“El indiano”
José comenzó a asistir, mañana y tarde, a la Escuela de las Temporalidades, en Málaga, a tres cuadras de donde vivían. Los padres pagaban 4 reales diarios.
Para sus compañeros, era el “indiano”, debido a su procedencia y su tez oscura. Si bien no sobresalió en sus estudios, demostró una especial habilidad por el dibujo y la música. “Podía haberme ganado la vida pintando paisajes de abanicos”, escribiría muchos años más tarde. Cuando se integró a los círculos sociales en 1812, sobresalía al tocar la guitarra y al bailar.
Su infancia quedaría atrás para siempre el 1 de julio de 1789 a sus 11 años cuando pidió entrar como voluntario en el Regimiento de Murcia. Su uniforme blanco, con el cuello y botamangas azules y el sombrero negro de tres picos marcaría su inicio en el duro oficio de guerrear y conducir.
Luego de 39 años de servicio, su padre pasó a retiro como teniente coronel. Falleció el 5 de diciembre de 1796 y dos años más tarde su viuda pudo cobrar una pensión de 175 pesos.
Gregoria Matorras murió el 29 de marzo de 1813, mientras que Rosa Guarú lo hizo centenaria, tanto que se enteró que José había fallecido por un militar que volvía de pelear en la guerra del Paraguay. Ahí también supo del exilio y de cómo el país le había dado la espalda. Pidió ser enterrada con un relicario que llevaba la imagen de ese niño que había criado y al que no había vuelto a ver.
Con sus hermanos, San Martín se mantuvo en contacto. A Manuel lo había invitado a integrar las filas de su ejército libertador, con Justo Rufino solían verse en los años de exilio, mientras que con su hermana se escribían. Juan Fermín había fallecido en Manila en 1822.
Los restos de la casa de los San Martín en Yapeyú, hecha con ladrillos de argamasa, fabricados en las misiones jesuíticas, son una especial reliquia que guardan las cenizas de sus padres, todo cuidado como si aún el Libertador viviera allí, esperando que su nodriza Rosa lo llevara a jugar a la sombra de la higuera que un día dijo basta.
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