El edicto policial estaba fechado el lunes 23 de febrero de 1976 y la Policía de Córdoba tomó la precaución de que “los festejos debían evitar que se atentara contra las buenas costumbres”. Los dos puntos de la reglamentación eran breves y no dejaban lugar a dudas:
-Se prohíbe el uso de disfraces que atenten contra la moral y la decencia públicas: uniformes militares, policiales, vestiduras sacerdotales y los que ridiculicen a las autoridades del Estado u otras naciones.
-Está permitido de 9 a 19, jugar con agua en buenas condiciones de higiene, globitos y pomos.
Expiraba por entonces el gobierno de María Estela Martínez de Perón. Hacía exactamente dos décadas que la llamada Revolución Libertadora había establecido los feriados de carnaval, esa fiesta de origen pagano convertida en la fiesta de la cuaresma. Incorporado a la liturgia cristiana, los carnavales significaban la algarabía para después pasar 40 días de serenidad y llegar así a la conmemoración del martirio y asesinato de Jesús.
Si esto último es el legado cultural de la principal religión monoteísta, en la Argentina de aquel 1976, esos carnavales de miedo fueron un prólogo de miedo para que 30 días después llegara una larga noche de terror de la dictadura inaugurada el 24 de marzo.
Para Coco Romero, músico, investigador del Carnaval y tallerista desde hace más de cuatro décadas, esos edictos de Córdoba iban en la misma dirección de las disposiciones tomadas por gobiernos conservadores de principios del Siglo XX y agudizados por el primer golpe militar que encabezó el general José Félix Uriburu en 1930.
-El propio Roberto Arlt se ocupó de esto hace ya casi 90 años en las Aguafuertes porteñas del diario El Mundo –dice Romero en diálogo con Infobae-. Y si vamos más atrás, fíjense que desde los primeros carnavales en la época de la colonia se prohibían las máscaras. Era la mirada de la Inquisición. Las fiestas populares son aquellas en las cuales se mezclan el rey y el esclavo.
Las máscaras son el símbolo que permite, al menos de un modo fugaz, romper con la visión jerárquica de la sociedad. Lo dice, sin vueltas, Joan Manuel Serrat, en Fiesta: “En la noche de San Juan/ cómo comparten su pan/ su mujer y su galán/ gentes de cien mil raleas”. Sin embargo, el cantautor catalán advierte más adelante: “Se acabó/ que el sol nos dice que llegó el final/ Por una noche se olvidó/ que cada uno es cada cual”.
Romero había hecho la conscripción en ese 1976, su propia compañera de entonces fue secuestrada y desaparecida. Se llamaba Marta Virginia Esain y una baldosa -en la calle Bulnes, a media cuadra de la avenida Rivadavia- la recuerda en la vereda de la Escuela de Cerámica donde había estudiado. Marta fue secuestrada a los 22 años y muchos años después encontraron sus restos.
-Los carnavales son fiestas que preceden al cristianismo –dice Romero-. Hoy Rey Momo es la marca de una espuma. Momo, en la mitología griega era el hijo de la noche y el sueño.
Era la manera que tenían los antiguos griegos de poner en el Olimpo la burla, la ironía. Momo usaba máscara, se reía de otros dioses.
“Permiso de disfraz”
Si no fuera por la tragedia que marcó la Argentina de aquellos años, resultan grotescas las condiciones impuestas para que alguien podía disfrazarse.
Obtener el “permiso de disfraz” no era simple: “Quedan sometidos a disposiciones del presente edicto –decían las autoridades policiales cordobesas en febrero de 1976-, los juegos, los festejos y el uso de disfraces en ocasión de la celebración de las festividades de carnaval”.
Estaba totalmente prohibido disfrazarse de militares, policías o usas “vestiduras sacerdotales”.
Además, debían exhibir ese permiso “sobre el pecho, en lugar visible, facilitando la identificación de las personas”. No eran todos iguales: “Los permisos para el sexo masculino serán de color azul y los que se extiendan para el sexo femenino de color blanco”. Una manera de aguar la fiesta, valga la paradoja, era esta aclaración: “Se reitera la necesidad de la portación del documento de identidad a la persona que viste disfraz, no obstante poseer el permiso respectivo”. Por si esto era poco: “Será condición indispensable para el otorgamiento del permiso de disfraz, la obtención previa del Certificado de Buena Conducta”.
Llega la dictadura de marzo del 76
Aunque para los carnavales de 1977 faltaba mucho, Jorge Rafael Videla se ocupó tempranamente de eliminar lo que otro general, Pedro Eugenio Aramburu, había establecido: que los lunes y martes de carnaval fueran feriados. El boletín oficial lo publicó el 9 de junio de 1976 los borró de la lista de días festivos. Ese día se cumplían dos décadas del levantamiento frustrado del general Juan José Valle contra la dictadura de Aramburu.
-Hay quienes dicen que los militares no prohibieron el carnaval sino que lo desaparecieron, ¿Usted qué piensa? –preguntó Infobae.
-Con ese decreto terminan con los feriados, pero el festejante del carnaval nunca va a desaparecer. Los militares prohibían reuniones donde hubiera más de tres personas. Sin embargo, con “La fuente del 78” actuamos hasta el final de la dictadura.
-¿Tomaban medidas de precaución? ¿Se movían con criterios de clandestinidad?
-Nosotros usábamos la metáfora. Militábamos en la cultura y el arte en espacios públicos, clubes. No éramos clandestinos. Pero teníamos que soportar la persecución. Por ejemplo, en Mar del Plata, en febrero de 1979, nuestra banda actuó en la primera semana de un ciclo de conciertos en La Botonera. En la segunda o tercer semana, cuando estaba tocando Alejandro Medina, uno de los fundadores del rock nacional, llegó la policía y terminó todo.
La murga y el rock, según Romero, fueron ríos subterráneos que en aquellos años generaron espacios de encuentro, de resistencia y de contracultura.
Poner el cuerpo
Romero comenzó a dar talleres de murga en el Centro Cultural Rojas en 1988 y desde entonces nunca paró. Cuando cuenta sus inicios en plena dictadura subraya que La Fuente fue un espacio liberador.
-Aunque parezca contradictorio, nos salvó la vida poder hablar de lo que estaba pasando. Yo compuse un tema (“Dónde fueron los murgueros”) con el que terminábamos todos los recitales. Ahí cuento mi infancia feliz. Y me decía “¿Cómo van a prohibir la alegría?”. Cuando actuábamos, los pibes se movían al ritmo de la murga y coreaban “Eoeoeoeo, dónde fueron los murgueros, eoeoeoeo dónde fueron a parar”. Las catacumbas culturales fueron una manera de resistencia.
En aquellos La Fuente participó de muchos festivales, actuó en Obras Sanitarias, en el estadio de Vélez.
-Cantar lo que pasaba nos curó. Y para los jóvenes que nos escuchaban esos momentos eran tirar una esperanza hacia adelante, encontrarnos en un tiempo distinto.
A pocos días de iniciar el evento “La Constelación Carnavalera del Rojas y el Arte 2020”, después de 32 años en ese centro cultural de la UBA, sonriente, Romero les dice a estos cronistas:
-Había miles de jóvenes que peleábamos por vencer a la dictadura con nuestras armas, y nuestra arma durante todo el período de la dictadura fue la cultura. Hay que “carnavalizar”, somos todos iguales y, además, con la murga se aprende a soportar la burla. Vean, en Cádiz (España) -lugar emblemático de la murga-, el alcalde se sienta en la primera fila y tiene que aceptar los sarcasmos como uno más. Esos son espacios creativos, el camino de lo artístico recupera y crea valores.
Cuando se le pregunta a Romero dónde se formó, contesta:
-Soy un autodidacta formado en la resistencia cultural durante la dictadura.
Los carnavales en la periferia
Facundo Carman es más joven que Romero. Era niño cuando se produjo el golpe de Estado de 1976 y hoy es uno de los que dirige “Los Amantes de La Boca”. Se trata de una de las murgas más numerosas de la ciudad de Buenos Aires.
-Es un barrio con gran tradición de carnaval. Las agrupaciones de Carnaval seguían saliendo como podían durante la dictadura militar –dice Carman, politólogo y bibliófilo, además de murguero de alma.
Eso sí, lo hacían en territorio bonaerense.
-Los corsos se hacían en la provincia de Buenos Aires –cuenta Carman-. En general los organizadores eran los Bomberos Voluntarios de la zona, de buena relación con la policía y los clubes vecinales. La diferencia era que no dejaban cantar en los escenarios, había solo desfiles.
Cuenta que en la Capital, el intendente Osvaldo Cacciatore autorizaba a los Amigos de la Avenida de Mayo a que durante algún fin de semana se cortara el tránsito y se realizaran, bajo estricto control, algunas actividades que pretendían remedar un deslucido festejo de carnaval.
Las murgas debían pedir permiso a los Amigos de la Avenida de Mayo para poder formar parte de las actividades. A su vez, “los Amigos” pasaban la información a la Policía Federal que tenía bajo estricto control las actividades.
-Las murgas podían desfilar pero de ningún modo subir al escenario –dice.
Desaparecidos
Carman supo que dos murgas, una de Temperley y otra de Mataderos, sufrieron el secuestro y desaparición de algunos de sus integrantes.
-Las desapariciones tuvieron que ver con su militancia en la Juventud Peronista y no por ser murgueros –aclara Carman, y agrega:- Todavía hoy no tenemos un registro exacto, porque el colectivo murguero no se encontraba organizado. Sólo tenemos datos sueltos de lo que pasó.
Los cronistas pidieron a Carman si recuerda la letra de alguna canción que represente la resistencia cultural de la murga en aquellos años.
-Sí, hay unas estrofas de una canción de murga de 1982. No tiene nombre y fue escrita por un poeta anónimo de La Boca. La canción completa era más larga. Dice así: “Señores pido un minuto, un minuto de atención/ Voy a contarles una historia que viví yo en mi Nación/ Fue un 24 de marzo del año 76/ Se acabó la democracia, los milicos al poder/ Dijeron que era un proceso de reorganización/ Y en menos de siete meses nos vendieron la nación/ Y bajaron los salarios como baja un ascensor/ Y de pronto subió el dólar y el yankee se enriqueció/ Los obreros no tenían para comer y tomar/ Ni una botella de vino ni ese kilito de pan/ Ay dios mío que desastre que fue esa navidad/ Ni una sidra ni un pan dulce para poder festejar”.
-¿Y qué recuerdo te queda del fin de la dictadura?
La imagen que Carman tiene grabada es la de la noche del 10 de diciembre de 1983, cuando Raúl Alfonsín asumía la presidencia después de siete años de dictadura. Hubo festejos en muchos barrios donde las murgas se hicieron presentes.
-Yo recuerdo haber estado en Almirante Brown y Pedro de Mendoza, acá en La Boca. Y por la noche hubo un incesante desfile de vecinos bajo el nombre de Unión Boquense, que unía a todas las murgas del barrio. Yo era adolescente y estaba fascinado con ese mundo desde chico. Lo que yo digo es “Nunca más”.
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