- ¡Hola, buen día, las seis de la mañana!
El saludo tempranero se modificó con el correr de los años, porque el horario del programa se fue extendiendo progresivamente. Lo previo había sido “las seis y media de la mañana” y antes de eso, “las siete de la mañana”.
Lo invariable era la cortina musical, creada por Mario Clavell, en la que el coro decía: ”La mañana de Julio Lagos, las noticias, su comentario… El milagro de cada día, la ilusión de un mundo mejor… La mañana de Julio Lagos, la mejor información!”
Seguramente es discutible si ofrecíamos “la mejor información”, pero les aseguro que poníamos la mejor intención para que cada día se inaugurara con la ilusión de que valía la pena comenzarlo.
Pasamos por varias radios: El Mundo, Láser, Viva, Feeling, Aspen, Sinfo, San Isidro Labrador. Pero la idea había nacido en 1971 en Radio Belgrano, con el nombre de “Charlando las noticias”, con la producción de Alberto Mata. Y lo que hoy se ha convertido en el prime time de las emisoras, con una duración de tres horas, apenas duraba media hora, en dos bloques de 15 minutos cada uno. Porque salíamos al aire en vivo de 8 a 8:15, y de 8:45 a 9 de la mañana. En el medio iba “Felizmente Ford”, un programa grabado con Ricardo Jurado, uno de los mejores locutores de todos los tiempos.
Aquel “Charlando las noticias” también tenía su musiquita identificatoria, que muchos recordarán: “Papapapápapá… papapapapapáááá…”, al que yo le agregaba el silbidito en el medio. Era una versión de voces aceleradas, que había adaptado el tema de la comedia musical The fox, de Lalo Schifrin. Fue el sello de nuestras mañanas durante mucho tiempo.
En ese breve espacio, dábamos los títulos, hacíamos comentarios, reiterábamos los datos del tiempo y procurábamos ofrecer una ágil agenda informativa. Cumplidos los primeros 15 minutos, el inolvidable operador Roberto Siciliano disparaba la cinta grabada con el programa de Jurado y yo me iba al pasillo para tomar un café con leche y para producir la entrevista telefónica en vivo que se agregaba en el segundo segmento. No había equipo de productores, lo hacía yo mismo y dejaba la comunicación enganchada para volver al micrófono cuando terminaba la audición de Ford. Todavía recuerdo aquella mañana en la que -fuera del estudio- llamé al almirante Isaac Rojas, un personaje que jamás concedía entrevistas. En esa época yo no era conocido y él creyó que lo llamaba un homónimo mío muy famoso, el general Julio Lagos:
- ¡General, cómo le va!
- Un momentito, almirante…- le contesté, y salí corriendo al estudio. Roberto tomó la línea y me abrió el micrófono:
-Buenos días almirante Rojas, le habla Julio Lagos, de Radio Belgrano.
- Ah, no m’hijo… Buenos días.
Pese a fracasos como éste, el programa fue un éxito. Y en 1973 pasamos a Radio Continental, donde inauguramos la ida y vuelta. Es decir, a la edición de la mañana le sumamos el regreso, que salía a las 18 hs.
Fue justamente una tarde -la del martes 13 de agosto de 1974- que hice por última vez “Charlando las noticias”. Cuando faltaban unos minutos para empezar, Randall -mi compañero operador de entonces- me hizo señas de que tenía una llamada telefónica. Salí del estudio, fui al control y tomé el auricular. Lo que escuché me heló la sangre:
-Lo llamo en nombre del consejo supremo del ejército revolucionario del pueblo. Le comunico que usted está condenado a muerte, por sus comentarios en contra de nuestra lucha armada.
Un rato después estuve en el aire, sin comentar una palabra de lo sucedido. Como les dije, fue la última vez. Nunca volví a hacer “Charlando las noticias”, que fue continuado por el locutor Luis Garibotti.
Curiosamente, en mi carrera hubo otro martes 13 que marcó un hito. Fue el martes 13 de mayo de 1997. Yo estaba en FM Aspen y ese día -por primera vez en la Argentina- comenzamos a transmitir por internet.
Desde entonces, regularmente, en vivo y en tiempo real, la transmisión de broadcasting salió al aire simultáneamente por streaming.
De esto hace 23 años. Quizás, la edad de muchos lectores, a quienes les resulta muy difícil imaginar cómo era el mundo sin Instagram (se lanzó en 2010), Twitter (empezó en 2006), WhatsApp (nació en 2009), LinkedIn (comenzó en 2003) o Facebook (arrancó en 2007).
¿Y cómo era la radio sin internet?
Desde su creación en 1920, durante los primeros 77 años de su existencia, la radio llegaba hasta donde lo permitía la potencia de su transmisor y la altura de su antena. Y era imposible escuchar un programa de AM desde otro país o en diferido.
Internet vino a cumplir nuestro sueño de radio. Fue como una alfombra mágica, que por primera vez nos permitió estar en todas partes, a cualquier hora del día, hablándole a una audiencia millonaria que superaba infinitamente a nuestros oyentes cercanos.
Esa revolución tecnológica coincidió con un dato de la Argentina de esa época: había casi un millón de compatriotas viviendo fuera del país. En su mayoría eran jóvenes y residían en lugares de elevado desarrollo tecnológico. Como ellos eran idóneos con los nuevos procedimientos y disfrutaban de buenas conexiones en su casa y en el trabajo, rápidamente tuvimos una enorme audiencia en el mundo.
No crean que este locutor es un nerd o un especialista en cibernética. Mi origen de cronista habituado a la máquina de escribir Olivetti era una barrera para la comprensión de esas transformaciones. Y si llegué a usar internet fue de casualidad.
En 1996 se había constituido Startel, una compañía en la que estaban fusionadas las empresas Telefónica y Telecom. Eduardo Torres, uno de sus directivos, me invitó a la presentación en la Argentina de algo que se estaba mencionando mucho y que se llamaba internet. Era una reunión a media mañana, en el centro de Buenos Aires.
Como para decir por la radio “Hola, buen día, las seis de la mañana…” yo me levantaba antes de las cuatro, cada madrugada, y como el tema tecnológico no me atraía para nada, no fui. Sin duda, muy descortés de mi parte.
Sin embargo, Torres y su grupo de colaboradores -Carlos Mazalán, Sebastián Bort, Guillermo Cacchione, entre otros- tuvieron la tolerancia de pasar por alto ese faltazo y me invitaron nuevamente. Así que un par se semanas más tarde, muerto de sueño, estuve en una oficina de la calle San Martín. Café, medialunas, y una pantalla en el medio de la sala. “Proyectarán diapositivas”, pensé. Y me preparé para una verdadera plomada.
Los muchachos estaban un poco nerviosos. Me di cuenta de que parte de la demostración no andaba bien. Algo escuché sobre la lentitud de la señal. Después supe que se trataba de la demora que ocasionaba la conexión de la época, vía Dial Up.
Y cuando ya estaba a punto de levantarme, saludar e irme a dormir, se iluminó la pantalla. Recuerdo que la imagen se iba formando desde arriba, en forma descendente. Y por fin, apareció la Casa Blanca. Y luego la foto de Bill Clinton, que estaba cumpliendo su primer mandato como presidente de los Estados Unidos. Nada emocionante ni que justificara mi presencia allí.
Hasta que en la pantalla apareció Socks, el gato de la familia Clinton. Y maulló. Cuando escuché eso, se me fue el sueño y pregunté:
- Esto, este Interntet…, ¿tiene sonido?
Cuando generosamente comenzaron a desasnarme, me di cuenta de que internet era radio pura.
Dos años después, en 1999, ya habíamos superado las resistencias que inicialmente provocó la novedad. Pero no fue fácil. Una productora comercial me reprochaba que le dedicara tiempo a lo que ella denominaba “una moda para una elite”. Su opinión ha sido arrollada por la realidad: hoy internet tiene 4.540 millones de usuarios.
Por su parte, a una productora periodística le molestaba que yo chateara simultáneamente con los oyentes mientras hacía el programa. Me decía que no perdiera el tiempo, sin entender que muchas veces un oyente lejano, que estaba escuchando mi entrevista a un ministro, enviaba una pregunta que en algunos casos resultaba lo mejor del reportaje. Claro que también era difícil que el ministro entendiera que “Carlos, desde Madrid, le pregunta cuándo se firma el acuerdo…”. En muchos casos, quizás el ministro pensaba que le estaba macaneando.
Gracias a internet pude disfrutar de algunos de los momentos más emocionantes de mi carrera: las reuniones compartidas periódicamente con los oyentes. Nos hemos encontrado docenas de veces, en Buenos Aires, en Barcelona, en Madrid o en París, estableciendo una confraternidad que aún hoy se mantiene viva.
Y entonces, en 1999, instalé una webcam en el estudio. Hubo personas que pusieron el grito en el cielo. Es algo común que aquellos que no se destacan por tener iniciativas propias juzguen las ajenas. “Eso no es radio, es televisión”, fue un comentario habitual. Habitual, sí. Y también absolutamente equivocado.
Puse la cámara en el estudio para establecer un vínculo más con el oyente, para desarrollar una comunicación paralela a la que salía por la transmisión de audio. Así fue que desarrollamos una serie de juegos visuales, que en nada interferían el desarrollo del programa. Y que alentaban la participación de ese sector de la audiencia, que utilizaba el chat para expresarse. Hoy todo eso lo hacemos con WhatsApp, que nos permite tener una relación cada vez más cercana con el oyente.
Pero además la cámara en el estudio nos permitió facilitarle un recurso de venta al equipo comercial, que podía ofrecerle a una empresa de agua mineral los segundos convencionales en la tanda y una bonificación por tener la botellita sobre la mesa, para que se la viese a través de la cámara.
No, definitivamente la cámara en el estudio no es televisión, es radio. Más radio. Y hay que crear distintas situaciones todos los días, para aprovechar esa herramienta.Infortunadamente, no sucede. En cambio, hoy en todos los estudios de radio hay pantallas encendidas con la imagen de los canales de televisión, evidenciando una subordinación que la radio no merece. Habría que recordar, dando vuelta la frase, que “esto es radio, no televisión”.
En diciembre de 2006 recibí el llamado de Juan Carlos García Bissio, por entonces director de Radio del Plata:
- Juliazo, tengo para ofrecerte una tira de dos horas, de lunes a viernes ¿Te interesa?
Como suele suceder en esta actividad, yo estaba mal de trabajo. Que me llamara el director de una de las radios más importantes de Buenos Aires, para ofrecerme una tira de dos horas, era un sueño. El “Gallego” García Bisio, un veterano de muchas batallas con quien me unía una vieja confianza, agregó:
- El horario es de 4 a 6 de la mañana.
Creo que sólo por ese antiguo conocimiento no lo mandé a la pequeña canasta de castigo, que estaba en lo alto de las naves antiguas. ¡De 4 a 6 de la mañana! Un horario de madrugada, fuera de la franja competitiva. Sin embargo, en un segundo pensé que era la gran oportunidad para intentar algo novedoso:
- Bueno, dale. Eso sí, lo hago todo en la calle. Las dos horas en exteriores.
Sospecho que estuvo a punto de mandarme a mí al mismo destino que yo había previsto para él unos segundos antes. Y finalmente me contestó:
- ¡Vos siempre el mismo! Estás loco, lo que te ofrezco es para hacer una cosa tranquila, con los audios de día anterior.
Insistí. Le dije que era la oportunidad para experimentar con un formato nuevo. Que a esa hora no había mucho que perder. Que…
- No sé -me dijo- lo seguimos hablando dentro de unos días.
Pocas mañanas después, en el café París de Vicente López, frente a la estación, nacía “Despierto y por la calle”. Y en febrero de 2007 salió al aire ese ciclo, que estuvo dos años en Radio del Plata y que luego hizo una breve temporada en Radio 10.
El ciclo tuvo una gran audiencia, logró el reconocimiento de la crítica, ganó varios premios y posteriormente estuvo en Radio Brisas de Mar del Plata con el nombre de “Julio todo el año” y en Radio Rivadavia fue “La radio sos vos” durante todo 2010. Ese año, cuando la radiofonía argentina cumplió 90 años, un mediodía regalé 90 aparatos de radio en distintos barrios de Buenos Aires.
Mi idea es que la radio salga a la calle. Para ver y también para que la vean. La radio ejerce una fascinación única en el público y cuando se pone en acción se convierte en una atractiva novedad callejera. De hecho, ofrece un espectáculo gratuito. El locutor con sus auriculares y el micrófono con el cubo identificatorio de la emisora imponen presencia. Y la unidad móvil con el logo de la radio es un extraordinario aviso de vía pública en movimiento.
Hemos vivido infinidad de historias, algunas divertidas y otras dramáticas, nos hemos sorprendido con personajes inesperados, fuimos a mercados y hospitales, trabajamos con lluvia y hasta con nieve, nos pasó de todo.
Cada vez que salí a la calle fui en tren de conquista. Eso es lo que buscamos: conquistar oyentes. Ese es nuestro objetivo, más oyentes. Nuevos oyentes. Es verdad que hemos estado en lugares solitarios, oscuros, alejados y desconocidos. Es cierto que hemos respondido a llamados que nos convocaban a domicilios a los que ingresamos sin la menor protección. Pero a su vez, los oyentes también creyeron en nosotros y no tuvieron temor. Nos abrieron la puerta de sus casas, compartimos el ascensor, entramos a sus habitaciones, tomamos café en sus cocinas, cantamos en sus patios, viajamos en sus autos y los visitamos en sus lugares de trabajo.
Esta es la radio que siento, la que no sigue una agenda diseñada por otros medios, la que tiene lenguaje propio.
La radio, que es un arte y un oficio, y que está cumpliendo 100 años.
El 27 de agosto de 1920 los jóvenes Enrique Telémaco Susini, César Guerrico, Luis Romero Carranza, Miguel Mujica e Ignacio Gómez hicieron la primera transmisión de radio en el mundo, desde la azotea del Teatro Coliseo. Hasta ese momento sólo se habían experimentado pruebas aisladas. Pero fueron ellos -“los locos de la azotea”- quienes comenzaron a transmitir radio con sentido de programación y con continuidad.
Todos nosotros somos deudores de esos pioneros. Y también de la enorme caravana de músicos, técnicos, actores, escritores, cantantes, periodistas, locutores y anunciantes que construyeron nuestra actividad durante diez décadas.
Igual que Alfredo Di Stéfano, que en el fondo de su casa le hizo un monumento a la pelota de fútbol con la inscripción “Gracias, vieja”, yo tendría que agradecerle a la radio con un pequeño monumento a la Spica, aquella legendaria radio portátil. Y diciendo también “Gracias, vieja” expresarle todo lo que le debo.
La radio me dio algo invalorable: poder acompañar a miles y miles de oyentes, ser parte de sus vidas. Y al hacerlo, fui forjando la mía.
Esta radio nuestra que está festejando su Centenario. Con mi corazón lleno de gratitud, espero que recupere su esencia. Que se libere de la política y de los políticos, que la han herido casi de muerte. Y que vuelva a ser de nosotros: los creadores, los artistas, los soñadores.
Los locos de la azotea.
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