“Hace unos años tuve un pacientito que murió antes de crecer lo suficiente para que lo pudiéramos operar de una falla en la válvula aórtica. Es tremendo ver a un chico deteriorándose y no poder hacer nada. Entonces me dije que tenía que encontrar una solución”, cuenta el doctor Ignacio Lugones (42), cirujano cardiovascular pediátrico del Hospital General de Niños Dr. Pedro de Elizalde. Esta es la historia de cómo lo logró. Y es épica.
Cuesta creer que un tejido humano parecido a un símbolo de paz haya sido, durante años, el causante del sufrimiento de muchos niños. La válvula aórtica, explica Lugones, “es una estructura con tres compuertas que se abren y cierran por las diferencias de presión: la sangre sale y la válvula se cierra para que no pueda volver hacia atrás. Cuando se enferma, produce esquenosis o insuficiencia. Entonces, hay que cambiarla”.
En los adultos hay opciones. Se le saca a un chancho y se usa su pericardio (la “bolsita” que cubre el corazón) para hacerla, o se hace de titanio. En el primer caso, con los años hay que reemplazarla. En el segundo, el paciente debe tomar un anticoagulante de por vida. El problema, el drama mejor dicho, es que con niños esas opciones no funcionan.
“No hay válvulas disponibles para chicos -explica Lugones-. Por su rápido crecimiento, deberíamos ponerle una por año. Y la más pequeña de metal viene de 17 milimetros, hay que esperar mucho tiempo hasta que el niño crezca. Y a veces no hay tanto tiempo. Por eso se nos ocurrió hacer una que funcione para ellos”.
El plural, el “se nos ocurrió”, incluye al otro héroe de esta historia: su hermano Germán, que es físico. “Hicimos un diseño geométrico. Tratamos de imitar a la naturaleza. Durante seis meses hicimos cálculos, logramos entender la estructura desde la teoría. Y después empezamos a diseñarla en forma tridimensional, en una computadora”.
Se podrían ignorar los nombres de los protagonistas, este texto podría estar escrito en caracteres chinos, e igual la descripción del paso siguiente nos ubicaría sin dudas en la Argentina. “Hicimos una primera prueba de concepto, bien casera: agarramos un rollo de papel higiénico, unos guantecitos de látex, los cortamos con la forma de la válvula, los anclamos en un lugar exacto del interior del rollito, y los testeamos con polenta… ¡y mantenía la polenta adentro, no caía!”, cuenta.
Los peldaños siguientes incluyeron pruebas con animales, a quienes operaron con éxito. Todo eso llevó tres años de desarrollo. Y, finalmente, la presentación en sociedad. “Llevamos los resultados a un congreso, y a la gente de la Universidad de Aarhus, de Dinamarca, le interesó mucho. Me invitaron a trabajar allá. Empecé a viajar e hicimos testeos in vitro: fabricamos la válvula y la pusimos en una máquina que emula a un corazón. Funcionó perfecta”, dice feliz. Hicieron 30 válvulas para probar que todo saliera bien. Pero aún faltaba lo más importante: usarlas en la pequeña aorta de un niño.
Y un día, Lugones fue puesto a prueba.
Luminisa Branduse tiene 28 años, es rumana, vino a la Argentina hace 15 con su familia, trabaja en un local de celulares y vive en Villa Domínico, partido de Avellaneda. Tiene tres hijos. El mayor, Gabriel, tiene 9 años. Su papá, también rumano, se fue cuando Luminisa estaba embarazada. Por eso lleva el apellido de la madre. Nació en el hospital Penna, y le detectaron una insuficiencia cardíaca. A los cinco días lo trasladaron a la Casa Cuna y le practicaron un cateterismo. Hasta el año pasado, llevó el problema como pudo. Pero un día, a Luminisa le dijeron que la vida de su hijo tenía una sola posibilidad de continuar. “Se agitaba mucho, se ponía como morado y transpiraba mucho al dormir. Me preocupaba”, cuenta.
En su camino se cruzó Lugones.
“Hace un año y medio llegó un paciente que no podía ni subir un piso por la escalera. Hablamos con la familia, le explicamos el método, y construimos la válvula con el propio pericardio del niño. Estuvo un día y medio en terapia intensiva, y a los cinco días se fue a la casa. Un año y medio después estaba jugando al fútbol. Recuerdo la fecha: 6 de agosto de 2018”, cuenta el cirujano.,
La mamá de Gabriel nunca le dejará de agradecerle: “Le hicieron la cirugía y fue todo un éxito gracias a Dios. Le cambió totalmente la vida. Está mucho mejor, más aliviado. Está más alto, come mejor, respira mejor, ya no transpira, sale a correr. Es el más terremoto de toda la cuadra, jaja... Hace una vida normal. Antes, en la escuela no aprendía bien, ahora anda mejor. Está más vivo, jaja…”
Pero Lugones no se quedó ahí. El método se fue perfeccionando. Y apareció el jugador que faltaba para cerrar un círculo más perfecto: el Estado.
El BA Laboratorio Tecnológico es el primer espacio integral de fabricación digital y desarrollo de estas características de la Ciudad. Además, es gratuito. En su sede del Centro Metropolitano de Diseño, en Barracas, de lunes a viernes de 10 a 18, se pueden encontrar desde prótesis dentales, dispositivos de lectura Braille, juguetes, piezas de jardinería… y los moldes para las válvulas aórticas de Lugones.
Lorena Horowicz, quien coordina el BA Laboratorio Tecnológico, contó que “El servicio que brindamos es de asesoramiento integral en materialización de las ideas, dentro del cual está la tecnología de impresión en 3D”.
En el Laboratorio, los expertos ayudaron a Lugones a optimizar el desarrollo del molde, a diseñarlo y le recomendaron usar el ácido poliláctico para confeccionarlo, un material amigable con el medio ambiente y esterilizable.
“La válvula se construye con el propio tejido del individuo, lo que imprimimos en 3D son moldes con marcadores para la colocación de las suturas y la triple corona donde va colocada. Es una herramienta vital. Fue una experiencia fantástica. El futuro de muchos de los aspectos médicos pasa por el diseño 3D”, contó el cirujano.
El año pasado, entre 479 proyectos, con esta técnica ganó el primer premio en el programa INCUBATE, que instauró el gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Eso le permitió obtener subsidios y lanzar una start up. Hoy, Lugones quiere que su creación llegue a todo el mundo: “Esta técnica quirúrgica necesita inversión para que se pueda usar a nivel global. De otro modo, siempre dependería sólo de lo que pueda hacer yo. Así que le idea es crear moldes y dispositivos para que esto se extienda a los demás países. Nuestro sueño es que ningún chico más se muera por una valvulopatía aórtica”.
Lugones ya operó a diez pacientes con esta técnica. Chicos que ya no dependen de un milagro. Ahora están en manos de la ciencia.
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