La primera vez que vio porno tenía 13, a lo sumo 14 años. No vio nada violento, tampoco nada que hoy recuerde como desagradable pero lo que sabe es que le pareció “horroroso”. Se ríe Anneke cuando vuelve a ese momento y es que, lo que pasó, fue que no sintió excitación sexual sino todo lo contrario: fue como si estuviera viendo un documental sobre animalitos en extinción.
Desde chiquita leía libros de terror, de ciencia ficción y “me excitaba muchísimo con eso. Sentía pulsión sexual leyendo, yo qué sé... Drácula”, dice a Infobae la española Anneke Necro, antes de contar por qué de adulta decidió ingresar en el porno como actriz y directora y las razones por las que ahora decidió apartarse de la industria tradicional para reconvertirse en una “activista del deseo”.
Creció, siguió leyendo la ciencia ficción de Ursula K. Le Guin, el terror de Poe y Lovecraft y sintiéndose “rara”. “Esas eran mis fantasías. Todos esos monstruos del abismo a mí me daban ganas de follar”. En el porno mainstream o tradicional, sin embargo, seguía sin encontrar nada de lo que a ella le resultaba excitante.
Ese porno -sigue- sólo le mostraba escenas de personas heterosexuales y cisgénero (no trans, es decir, cuando la identidad de género se corresponde con la genitalidad biológica) reproduciendo, por lo general, roles estereotipados y funcionales a lo que se conoce como “la cultura falocéntrica”: el hombre negro es el de pene enorme, el deseo de las mujeres resumido a la penetración y la ausencia de los hombres trans, por poner otro ejemplo, por ser hombres con vagina y no con penes. Cuando había algo distinto, también era estereotipado: las travestis y mujeres trans siempre objetos de fantasías inconfesables de los hombres, nunca sujetas de sus deseos.
“Yo seguía intentando ver porno, porque era lo que hacía todo el mundo en mi colegio, pero seguía sin excitarme. Llegó un momento que, siendo cada vez más mayor, mi sexualidad cambió. O sea, tuvo que adaptarse a lo que se suponía que era lo normal”, recuerda. Como nunca había visto en el porno tradicional lo que a ella le excitaba fue “un shock emocional” cuando descubrió el mundo del BDSM -Bondage (inmovilización con cuerdas, cadenas, esposas), Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo-, al que ahora considera “mi vida”.
“Pasé tiempo luchando contra eso. Las parejas se ponían fatales con este asunto, como que no entendían. ‘¿Es que te pasa algo?’, ‘¿tienes un trauma?’. Y no, mira, yo qué sé, simplemente me gusta. Si bien no creo que la función de la pornografía sea educar, sí pienso que crea tendencias y, sobre todo, expectativas y culpabilidad. Y aquí es donde yo hago una crítica desde el feminismo: ¿cuál es nuestra verdadera sexualidad y cuál es la que hemos adquirido a base de intentar encorsetarnos en lo que se supone que es ‘normal’, que es tener una sexualidad heterosexual básica, de penetración y ya?”.
Anneke no sólo no cree que la función de la pornografía sea educar sino que no está de acuerdo con que el porno sea “una escuela de violadores”. El tema se viene debatiendo hace unos años, especialmente después de la publicidad del famoso “Salón Erótico Barcelona”, que sostiene que el “porno machista” es una “fábrica de violadores”
“No creo que sea una fábrica de violadores sino que la falta de educación sexual y aprender con el porno puede hacer que mucha gente tenga una visión distorsionada de la sexualidad y de las relaciones. Pero violaciones y cosas terribles sucedían mucho antes del porno”, dice.
Así y todo, tiene una mirada crítica y no le quita cierta responsabilidad. De hecho le parece “peligrosísimo” que la moda ya no sea que las actrices sean bombas pulposas o femme fatales sino teens (mujeres con aspecto de menores de edad, con poco busto y cuerpos de niñas) y cada vez más sumisas. Y se horroriza con que se muestre BDSM gratis y abierto para cualquiera. “Eso no me parece normal. Porque si no te explican el contexto de lo que está sucediendo allí te puedes pensar que es normal atar e inmovilizar a una persona entre cuatro”.
De empleada de una funeraria a “activista del deseo”
Antes de ser lo que es hoy -Dominatrix profesional, estilista y directora de porno-, Anneke Necro atendió un negocio, fue camarera, trabajó en una funeraria, fue stripper y se metió a actuar y dirigir en el mundo del cine porno.
Se considera trabajadora sexual -lo cuenta en el documental ‘¿Qué coño está pasando?’, que está en Netflix-, no sólo porque uno de sus trabajos es que le paguen por dominar a alguien a quien le excita ejercer un rol de sumisión sino porque durante el rodaje todavía actuaba y considera que las actrices porno también son “sex workers”.
“Entré en la pornografía, entre otros motivos, por las ganas de experimentar con mi sexualidad, con mi cuerpo, probar otra cosa a nivel sexual. Pero me dí cuenta de que el porno es un espacio muy cerrado. Hay un montón de límites, y eso me sorprendió muchísimo”, cuenta.
No sólo se refiere a algunas prácticas sino también a la diversidad de cuerpos e identidades de género que no están representadas: “¿Dónde está el deseo de las mujeres y varones trans, de las mujeres y hombres mayores, de quienes no ven contado su deseo cuando ven una vagina, un pene y una eyaculación?”.
Anneke actuó, dirigió y financió sus proyectos alternativos autogestionados trabajando como “cam girl”, es decir, haciendo shows a través de una cámara para quienes pagan para verla. Con muchos interrogantes y harta de que las actrices porno tengan “condiciones laborales inexistentes, lo que redunda en una falta total de derechos”, Anneke empezó a delinear un nuevo camino.
“Después de años trabajando en el porno, delante y detrás de las cámaras, he decidido apartarme de la industria como actriz para hacer activismo del deseo desde una perspectiva feminista e inclusiva”, cuenta en su página.
Lo que cree es que “educarnos en un deseo donde el pilar principal sea el consentimiento, las relaciones horizontales, la seguridad, la sinceridad y entender la importancia de los cuidados y los límites personales al igual que respetar las líneas rojas de los demás, nos puede llevar a comprender la complejidad de las relaciones y el mundo que nos rodea, porque lo sexual es político”.
El cambio
¿Por qué “activista del deseo”? ¿Por qué quiere crear un ‘culto al deseo disidente’? “Creo que con esta irrupción de un montón de partidos de extrema derecha por todo el mundo se está volviendo a un discurso anti sexual, incluso hay una batalla dentro del feminismo entre trabajadoras sexuales con las mujeres abolicionistas”, explica. “Estoy viendo un panorama en el que creo que es necesario empezar a reivindicar el deseo. Y el deseo es mucho más que la sexualidad”, sigue.
Y es que, en España, quienes creen que la prostitución es explotación sexual y no trabajo también creen que la industria del porno es otro ámbito de explotación de las mujeres y que, por lo tanto, el “porno feminista” no existe.
En Argentina el debate público entre quienes creen que la prostitución es trabajo y reclaman derechos laborales y quienes creen que hay un “mito de libre elección” y claman por su abolición, comenzó recién hace dos semanas, luego de que Jimena Barón promocionara su disco “puta” y destapara una olla a presión. No es, por supuesto, un tema nuevo para los feminismos pero la discusión pública es tan incipiente que todavía no le puso la lupa al porno.
Anneke sabe, por su trabajo como Dominatrix profesional, que hay muchas personas que viven el BDSM de manera oculta, secreta, al margen de sus familias. “No me gusta decir que contratan mis servicios porque el BDSM es distinto. La persona sumisa siempre es la que presta el servicio a la persona dominante. Para pasar un rato conmigo una persona sumisa tiene que pagar un precio económico para que yo me interese. Es un juego de sumisión o de sadomasoquismo, y ya está”.
Dice que el BDSM estuvo siempre en las sombras pero que, desde hace unos años, comenzaron a entrar a Europa discursos más feministas o queer y hubo un cambio generacional, por lo que más gente se anima a hablar abiertamente sobre sus fantasías de sumisión y dominación. En ese contexto, está mejor visto que haya Dóminas profesionales, cuando antes “parecía un horror cobrar por eso”.
“El hecho de que personas que venimos de entornos politizados o feministas hayamos entrado a la escena del BDSM ha hecho que irrumpiéramos con nuevas ideas. No digo que la práctica BDSM sea feminista o empoderante por sí sola pero si tú tienes una mirada machista cualquier práctica sexual la harás desde ese prisma. Si eres feminista da igual que estés practicando sexo convencional o sadomasoquista, tus herramientas de género y las teorías que tengas harán que se trate de un juego y de que las relaciones sexuales sean consensuadas”.
El consenso, explica, es clave: “Se trata de un juego de roles. Cuando hay un sometimiento se está dando en el marco de un consenso y donde se han pactado un montón de límites y se ha hablado muchísimo antes de una sesión. Es un sometimiento ficcionado: cuando entramos a una mazmorra y decimos ‘oye queremos jugar’ ahí si que hay un juego performático donde una persona es dominante y la otra sumisa, y se puede jugar a un nivel más suave o más alto. Pero si me voy a tomar algo después de una sesión no los voy a tratar como si fueran mis sumisos porque no es el contexto acordado”.
Para “reivindicar el deseo” creó un podcast y pensó más en hablar que en mostrar escenas de sexo explícitas. “El porno es un medio súper válido para mostrar el deseo pero, a la vez, mucha gente si no ve una vagina y una eyaculación es como que no acaban de entender por dónde va. Por eso creo que tenemos que empezar a hablar de las cosas que suceden y qué significa el deseo: descifrar qué es lo que deseamos, cómo lo deseamos, de dónde viene. Tengo la sensación de que por religión, por la sociedad, por política y tal, nos han escondido tanto nuestro propio deseo y nuestro propio cuerpo que hay que crear un culto al deseo disidente”.
Es una posición política, sostiene, “como comprar en un centro comercial o a la señora del almacén de la esquina: todo lo que hacemos tiene una repercusión política, marca quien eres. Lo mismo pasa con la sexualidad: puedes decir ‘voy a seguir mirando el mismo porno de siempre y a tratar de que no se note que me gusta el BDSM’ o ver qué te gusta, cuál es tu deseo y poder vivirlo sin culpas. Me encantaría poder liberar a la gente de sus prejuicios y que puedan vivir la sexualidad de una forma más ética, más consensuada, más libre. Que puedan hablar sobre lo que les gusta, lo que necesitan y sobre lo que pueden dar”.
Su familia conoce su trabajo y lo respeta. No porque se dediquen a lo mismo -su mamá trabaja en una oficina y su papá en otra- sino “porque es una familia súper politizada y creo que ven que yo me lo tomo muy en serio y para mí también es una discusión política. No sé si lo entienden pero vamos, también hay cosas que yo no entiendo de ellos”, se ríe.
SEGUÍ LEYENDO: