Atrapada entre los fierros del tren solo quería escuchar a su hija: “Esperaba ese ‘mami aquí estoy’ que nunca llegó”

Norma Barrientos y Karina Altamirano, de 14 años, viajaban en el tren de la línea Sarmiento que chocó en la estación de Once hace 8 años. Karina murió en la tragedia. Su madre la recuerda con dolor, y relata cómo fue ese viaje y el horror de estar atrapada una hora antes del rescate

Sobreviviente y madre de victima de la tragedia de Once: Norma Barrientos recuerda a su hija Karina

Karina estaba ansiosa. El sábado le iba a presentar a su papá a Facundo, su novio. No estaba convencida de hacerlo pero había sido un pedido de su mamá, que al principio se negaba a llamarlo novio y, protectora, prefería, un amigovio. “Primero me lo presentó a mí, un muchacho divino. Pero le dije que el papá también tenía que conocerlo”, cuenta Norma. Pero el 22 de febrero de 2012, un miércoles, hace ocho años, madre e hija subieron al tren que chocó en la estación de Once.

Karina Altamirano fue una de las 52 personas que murieron en la tragedia y Norma Barrientos una de las 789 heridas.

Norma estuvo una hora en el piso del primer vagón atrapada entre fierros y con una pila de personas sobre ella. Cuando la sacaron solo preguntaba por su hija. De madrugada, en una cama del hospital Ramos Mejía se enteró que Karina, de 14 años, había muerto. “Yo siempre digo que el palpito de la mamá nunca falla cuando un hijo te está necesitando o tenés un mal presentimiento. Entonces yo decía: ‘Señor, por favor que no sea lo que yo estoy pensando’. Y después a las 4 de la mañana suena el teléfono, atiende mi pareja. Él pensó que yo estaba durmiendo, y le digo quién era, y él no pudo hablar, no atinó a nada. Empezó a llorar y no hacía falta que me dijera nada”, recuerda Norma frente a Infobae.

Hoy se cumplen 8 años de la tragedia de Once, del dolor de las familias que perdieron a padres, madres, hermanos e hijos. Un dolor que sigue muy presente. “Lo único que me gustaría es que esté de verdad conmigo. Nunca puedo soñar con ella, ¿sabes? Todos me dicen ‘eso porque vos siempre la tenes acá’´”, dice Norma y se toca la cabeza: “Vivo siempre con Karina esto, Karina lo otro. A veces parezco loca, no sé. Hablo con ella: ‘Ay Karina, no encuentro tal cosa’. Y voy para allá y digo: ‘Mirá dónde estaba, gracias Karina, ¿Qué haría sin vos?’. Capaz que yo lo hago por el mismo dolor que tengo. A veces le pido a Dios que me haga soñar con ella”.

Norma es empleada doméstica, tiene 54 años y una gran familia: 5 hijos y 10 nietos, uno de los cuales falleció el año pasado. Vive en la localidad de Moreno, en el oeste del conurbano bonaerense, zona de donde eran la mayoría de las víctimas. En el living de su casa, Norma tiene un altar hecho con dos sillas en el que hay fotos de Karina con sus hermanos, de sus sobrinos y con su papá. También acomoda allí los zapatos y dos vestidos que Karina usaba para bailar folklore. “Le gustaba mucho y bailaba re bien. Tal es así que siempre la ponían en primera fila. También amaba el reggaetón y a Daddy Yankee”, recuerda. Y dice muy bajo: “Iba a cumplir 15 años el 13 de abril”.

El altar que Norma hizo para Karina (Gastón Taylor)

Karina está en todos lados. En la remera que usa Norma, en una gigantografía, en un imán de la heladera y en una calcomanía pegada en la cocina que pide justicia por las víctimas de Once.

Y a ocho años, Norma vuelve a recordar ese trágico 22 de febrero de 2012.

“Ese 22 de febrero yo tenía que ir a trabajar a Once y ella estaba conmigo. Estaba pasando los días de vacaciones y ella insistía en que quería venir conmigo. Y yo le digo: ‘No, Karina, quédate porque hace mucho calor... para qué vas a venir, quédate’”. Pero Karina insistió. “Cuando llegamos a la estación de Moreno era un mundo de gente. Por el murmullo de la gente ya habían pasado uno o dos trenes llenos, y en otro que vino nos metió la avalancha a la fuerza. En Morón se levanta una señora y me da el asiento. ´Señora, ¿quiere sentarse?'. ‘Si, si gracias’. Entonces le digo a mi hija. 'Sentate vos Karina, que a mí me toquen no importa, pero a vos no, sentate”, revela con precisión cada uno de los detalles de ese día.

Norma cuenta que en la línea Sarmiento se viajaba mal, siempre: “Como animales”. Y que el tren funcionaba peor. “Pero uno lo toma porque toda la vida fue lo mismo, entonces te acostumbrás a viajar así”, dice. Madre e hija estaban en el primer vagón. La cantidad de gente que entraba hizo que Norma fuese llevada hasta la puerta de la cabina del maquinista. “Yo alcanzo a escuchar cuando el motorman dice: ‘Los frenos no me responden’. Pero fuerte. No se si ellos tienen un handy. Eso lo escuché patente pero nunca pensé que iba a pasar semejante cosa”, vuelve a decir incrédula de lo que vendría.

Norma Barrientos (Gastón Taylor)

El tren siguió su recorrido. Cuando salió de Caballito, la estación anterior a Once, Norma sintió algo extraño: “Me pareció en un momento como que iba demasiado rápido y yo dije ‘cuándo va a parar este muchacho’, miré así y ahí fue el estruendo en Once”.

A partir de ahí fue todo dolor y solo querer saber que Karina estaba bien. “Yo me quedé atrapada abajo, en el suelo, con un montón de personas arriba, pero consciente Y yo lo único repetía el nombre de ella ´Kari, Kari´ y nada. Le pedí a Dios que así como estaba yo, que también estuviera ella. En el medio de los gritos estaba esperando también ese ‘mami aquí estoy’”, recuerda.

“Mientras tanto tenía los gritos en mi cabeza, personas que se quejaban como yo de mi pierna. Decía 'mi pierna, mi pierna’ porque era un dolor que no aguantaba. Otros decían ‘mi cabeza, mi mano’. Todo un llanterío, un griterío. Y después lo único que quería era que me saquen y saber de mi nena. Y no me podían sacar. Y cuando iban sacando, sacando, quedó un muchacho nada más arriba mío... El pibe me pegaba con su codo en la espalda, porque estaba muy nervioso, y yo sentía que me estaba desvaneciendo. Le dije: ‘Muchacho, no me pegues más porque me estas lastimando mucho la espalda’. Él me respondió: ‘Bueno, perdoná señora, pero sabe que.. -y me empezó a acariciar el pelo-... que si no se apuran y nos sacan nos vamos a morir, señora, nos vamos a morir”, repasa con el mismo dolor de esa mañana.

Norma tiene otros dos recuerdos de ese momento entre fierros y gente aplastada: “Los bomberos tiraban agua porque hacia muchísimo calor y en un momento se me estaba secando la garganta y abrí la boca como abren los pajaritos... Y ese chorrito parece que me ayudó a resistir. También me acuerdo que había un hombre de esos gordotes, como obeso, que en un momento yo estaba agarrada de su pierna que estaba calentita y después estaba fría. Y ahí ya no pensé en nada. Por eso no me podían sacar, porque era como un tapón el pobre hombre”.

Entonces llegó el instante en que la pudieron rescatar: “Siento los tijerones que cortan los fierros pero calientes. Y yo pensé: ‘Estos me van a cortar a mí’. Porque supuestamente para ellos todos los que estábamos abajo estábamos muertos. Entonces le agarré a un bombero el pantalón y le grité ‘¡señor, señor!’. El hombre entonces dijo: ‘Esperen, dejen todo, hay una señora viva’. Ahí pararon todo y trabajaron hasta que me lograron sacar”.

Junto a uno de sus hijos frente al altar de Karina

A Norma la pusieron en una camilla, le preguntaron su nombre y ella pidió por su hija. Le contestaron que se quedara tranquila que debía estar en un hospital. La llevaron al Ramos Mejía donde la curaron, le atendieron la pierna. Para ella las horas pasaban y pasaban y la angustia de no saber de Karina se le hacia carne. Fue entonces cuando de madrugada llegó el llamado con la noticia de que Karina estaba muerta.

"Es algo que uno no se lo hubiera esperado nunca porque no era el momento de ella, estaba en toda su adolescencia, con un montón de perspectivas”, se lamenta tratando de buscar un por qué. A Norma le hubiese gustado recuperar el teléfono celular de su hija, donde tenía fotos sus amigos y hermanos. También el monedero que llevó esa mañana. Pero no estaban entre las cosas que se sacaron del tren.

Divertida, con muchas amigas, coqueta, amante del folklore y el reggaetón, Karina era muy compinche de Cintia y Viviana, dos de sus hermanas. Llegó a conocer Bastian, el hijo de Cintia.

“Todos los días me acuerdo de ella”, repite Norma que es un caso único de la tragedia: fue sobreviviente y familiar de víctima. Pero lo que le pasó a ella no le importa, a pesar que estuvo 6 meses en silla de ruedas y que todavía tiene dolores en su pierna izquierda.

“Me enojo con todo el mundo”, cuenta . Y ese todo el mundo es la justicia y la política. “Ya son 8 años y todavía estamos esperando las condenas”, reprocha. Por la tragedia de Once hubo dos juicios en los que fueron condenadas 21 personas entre ex funcionarios, empresarios y el maquinista del tren. Se determinó que el tren funcionaba en mal estado y que el dinero que el Estado destinó al servicio no se aplicó. También responsabilizó al maquinista. Pero ninguna de esas condenas están firmes ya que en distintas instancias están bajo revisión.

“Nada me va a devolver a mi hija. Lo único que uno pide es justicia para que este no vuelva a pasar. Uno pide por todo el pueblo, porque todo el mundo viaja en el tren. Uno hace esto para que no quede en el olvido”, reclama Norma, que declaró como testigo en el primer juicio oral, una experiencia que recuerda con angustia: “Me preguntaban cómo era el color del humo cuando fue el impacto. Si tenía que contestarle tenía ser una maleducada. Y le dije que no me acordaba porque estaba debajo de todo”.

La mamá de Karina fue invitada por la entonces presidenta Cristina Kirchner a la Casa Rosada: “Miró la foto y me dijo ‘qué hermosa que era tu nena’. Hay cosas que no las tolerás. No fui para eso, porque ya sé que era linda. ¿Y por qué no hiciste algo? me daba ganas de decirle. Eso me da bronca. Y después nos hablaba del tiempo del corralito, que el dinero para arreglar los trenes estaba.'¿Qué pasó con la plata? ¿No saben ustedes? Yo tampoco', nos decía. No fui para escuchar eso”.

Ailin, de siete años, entra al living y abraza a su abuela. “Tiene las facciones de Karina. Ailin de bebé era igual a ella”, asegura Norma. Siempre y en todo momento está Karina. “Los nietos son los que me hacen a veces revivir un poco. Porque son traviesos, que vengan con 'abuela esto, lo otro’ me hacen olvidar un poco”, dice.

El primer vagón del tren en el que viajaban Norma y Karina

Norma tiene un método para tratar de no pensar: busca cansarse para dormir temprano. “Hace 8 años de esto pero no logro descansar como cualquier otra persona. Tengo insomnio. Mi cabeza está a toda hora pensando en que no lo podés creer. Al principio iba mucho al cementerio, pero actualmente me pasa que no puedo ir demasiado. No puedo creer que mi hija esté ahí... Me dan ganas de excavar todo y querer verla. Se me pasan muchas cosas raras por la cabeza. Ella ya no va a volver y me duele demasiado”.

Norma le hace upa a Mía, de siete meses, otra de sus nietas, y la sonrisa le vuelve a la cara. “La verdad es que me encanaría que a veces Karina viniera a visitarme un ratito y después se fuera. Pero bueno, no va a pasar. Así que me quedo con todos los mejores recuerdos de ella, con sus risas lindas. Ella siempre vivía riéndose de todo a carcajadas”.

Hoy a las 8:30 Norma va a estar en la estación de Once en un nuevo aniversario de la tragedia. Va a estar por ella, por su hija, para que no se olvide, para que no vuelva a pasar, para que la corrupción no vuelva a matar.

Ese sábado que Karina tenía que ir con su novio Facundo a la casa del padre para presentarlo, fue su velatorio. El chico llevó una corona que decía: “Siempre te recordaré. Facu, tu novio”.

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