“Estar vivo es un regalo”, eso descubrió Fermín Wingerter, con apenas 20 años y a más de 9 mil kilómetros de su casa en Paraná. Fue en Nueva Zelanda después sentir que que la vida se le iba en un segundo cuando quedó casi aplastado por una camioneta con acoplado. El brutal accidente le ocasionó una grave lesión en la médula espinal. Y ya no pudo volver a caminar.
Con un poder de resiliencia único, lejos de detenerse y poner el foco en todo lo perdido, Fermín se centra en todo lo alcanzado. Hace un año que está en silla de ruedas, pero eso no lo impide a cumplir sus metas. Cursa con éxito la carrera que siempre soñó, bioingeniería, y con una celeridad asombrosa retomó su amor por los deportes y practica básquet adaptado.
Cuando estaba a punto de terminar la escuela secundaria, allá por 2017, Fermincho ,-como le dice su familia, padres y tres hermanos mayores- ideó un viaje para “ampliar mi mapa de vida”. No quiso hacerlo solo, decidió ir con su amigo de la infancia Mateo Manucci. El destino elegido fue Nueva Zelanda.
Se anotaron en el sistema de visas de la embajada y con todo en marcha, los trámites, las despedidas y la planificación, sacaron el pasaje sin fecha de regreso. En marzo de 2018 partieron. “El objetivo era hacer un intercambio. Vivir una experiencia en el exterior, conocer un poco más el mundo para algún día volver a Paraná”, le cuenta Fermín a Infobae.
Un viaje lleno de sueños
La primera parada de esa aventura adolescente fue el Norte de la isla. “Vivimos tres meses en un hostel. Entre los paisajes más alucinantes, compartimos la vida con gente muy distinta, otra parte del aprendizaje. Laburamos recolectando kiwis, basura y hasta en un laboratorio”, recuerda.
El itinerario siguió por el Sudeste Asiático, en cada parada iban coleccionado experiencias. “Con cada cambio de destino volvíamos a romper con lo que ya se había convertido en habitual y nos sentíamos cómodos”. Al tiempo llegaron las visitas. “Vinieron mis padres y amigos para hacer una viaje en casa rodante". Luego de esas maravillosas vacaciones en familia, ellos volvieron al Norte de Nueva Zelanda para trabajar, juntar algo de plata y partir en busca de nuevas aventuras.
La pesadilla
El 22 de septiembre de 2018 se despertó a las tres de la mañana como lo hacía desde hacía meses por las exigencias del trabajo en el campo. “ Ordeñé el primer lote de vacas, desayuné y volví a la rutina de llevar los terneros a su establo. Mi compañero le tocaba manejar la camioneta que llevaba un trailer. Yo estaba parado en el enganche. La noche anterior había llovido, yo tenía puestas mis botas de lluvia y me resbalé... en ese segundo logró cubrir la cabeza y no moverme: “No tuve tiempo ni de gritar”.
El acoplado le pasó por encima: ”el eje me pega en la espalda, me dobla y me hace un sanguchito. Ante el shock, la primera sensación fue no sentir las piernas seguido de un miedo a que la ambulancia no llegara a tiempo”.
Pero la historia fue otra. En 30 minutos un helicóptero lo sacó de ahí y lo trasladó al hospital de Christchurch. Los dueños de la granja mostraron su costado insensible: el compañero de Fermín,un joven uruguayo, se tuvo que quedar a terminar la jornada laboral.
Lo que siguió después fue vertiginoso. "Ahí empezó la locura”, recuerda Fermín. “Me metieron en un quirófano y me operaron. Estaba sólo con Mateo. No tuve tiempo para pensar nada”.
Del otro lado del océano sonaba el teléfono en la casa de los Wingert. Atendió Eduardo, el padre de Fermín. “'¿Tenés un minuto para hablar, Babin? Soy Mateo', me dijo. Y se hizo un largo silencio. Me corrió un frío por la espalda... tenía el presentimiento de que algo oscuro se avecinaba”, recuerda Eduardo uno de los peores días de su vida.
Recién tres días después del accidente logró llegar a Nueva Zelanda. Mientras tanto Fermín recibía la peor noticia. “Entra un médico, me hace unos exámenes, al rato vuelve con un enfermero y en inglés me dice: ‘No sé quien te acompaña, pero vos no vas a volver a caminar nunca más’. Ahí sentí que toda mi vida se iba a pique... decidí no concentrarme en ese diagnóstico”.
En diciembre de 2018 lo derivaron a una clínica especializada en lesiones de médula espinal. A pesar de los desalentadores pronósticos médicos Fermín hizo una recuperación en tiempo récord. “Tres meses de terapia psicológica y motriz para recuperar la autonomía”, dice.
Fermín siempre tuvo una gran pasión por los deportes. “Tenía una vida activa jugaba al fútbol y a Muay Thai (boxeo tailandés). También era amante del surf. Sin frenos, un mes antes de volver a casa pude hasta meterme al mar con la tabla".
La vuelta a Paraná
En diciembre de 2019 finalmente regresó a su casa. Fue otro golpe. “Me choqué cara a cara con mi nueva realidad. Por un lado sentí la felicidad de encontrarme con los seres queridos, pero yo no era el mismo ”.
La fortaleza pujante de Fermín queda plasmado en pequeños grandes logros. Hoy su rutina es bien distinta a la que había imaginado, se divide entre el básquet adaptado, la facultad y la etapa de rehabilitación intensiva. “El básquet fue nuevo para mí, me encantó desde el primer momento. El deporte me hace muy bien, es mi momento de disfrute. Entreno tres veces a la semana, soy parte de la Liga Juvenil. Quiero seguir por este camino” .
También maneja su propio auto, algo que le brinda autonomía para ir a la Universidad en Oro Verde: “Conocí a un bioingeniero en Nueva Zelanda, eso me llevó a la decidir estudiar la carrera. Y me encanta. Está muy relacionada con mi accidente”.
Fiel a su espíritu, deja un mensaje positivo: “Es cuestión de cambiar la mirada. Soy bastante optimista... Obvio que tengo mis momentos de bajón, pero cuando aparecen trato de superarlos viendo todo lo que tengo y no lo que me falta”.
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