El oculista que envió Roosevelt para “salvar” a un presidente argentino que se había quedado ciego

En mayo de 1942, el presidente de los Estados Unidos le pidió a un célebre oftalmólogo que viajara a Buenos Aires para tratar a Roberto Marcelino Ortiz, quien había perdido la visión dos años antes a causa de una diabetes y se encontraba de licencia. Fue durante la Segunda Guerra Mundial y a Roosevelt le interesaba que retomara su cargo el hombre a quien consideraba pro-aliado

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El presidente Roberto Marcelino Ortiz, quedó ciego en 1940 a causa de la diabetes. Entonces pidió licencia y dejó su lugar al vicepresidente, Ramón Castillo, con quien estaba enfrentado
El presidente Roberto Marcelino Ortiz, quedó ciego en 1940 a causa de la diabetes. Entonces pidió licencia y dejó su lugar al vicepresidente, Ramón Castillo, con quien estaba enfrentado

Esta historia transcurre en 1942, mientras los argentinos están pendientes de un drama político y personal que se prolonga. Su protagonista es el presidente Roberto Marcelino Ortiz, quien en julio de 1940 quedó ciego a causa de la diabetes. Entonces pidió licencia y dejó su lugar al vicepresidente, Ramón S. Castillo, con quien está enfrentado.

Ortiz, sin embargo, no se resigna: lejos de renunciar, cuando su salud lo permite recibe dirigentes en su residencia de la calle Suipacha y Santa Fe, mientras sueña con recuperar la vista y volver a tomar el mando.

La información sobre la salud del presidente se maneja durante todo el tiempo con hermetismo, lo que favorece la circulación de una amplia gama de rumores intencionados: algunos sostienen que Ortiz está recuperado y a punto de retomar la presidencia; otros, que ya sabe que su mal no tiene cura y renunciará sin más demoras. Pero han pasado casi dos años y la tensión no resuelve.

La fórmula Ortiz-Castillo ganó las elecciones de 1937 de manera fraudulenta -es el tiempo que los historiadores llamaron Década Infame-, pero durante sus dos años de gobierno el primero ha realizado significativos gestos de apertura democrática, que fueron suspendidos por el segundo ni bien se hizo cargo de la presidencia. Como si todo eso no bastara, las luchas de poder del escenario local se desarrollan con el telón de fondo de la Segunda Guerra Mundial, que tiene un impacto profundo en la viva social y política del país.

Castillo es apoyado por sectores pro-nazis, que claman que Ortiz no está en condiciones físicas de retomar el cargo y exigen que renuncie de una buena vez. Pero los pro-aliados, que ven en Ortiz a uno de los suyos, se ilusionan con la aparición de algún tratamiento médico hasta entonces desconocido que le devuelva la vista al mandatario y le permita hacerse cargo nuevamente del país.

Es entonces cuando entra en escena un actor inesperado: Franklin Delano Roosevelt. El presidente de los Estados Unidos conoce personalmente a Ortiz desde diciembre de 1936, cuando visitó Buenos Aires y el argentino era ministro de Hacienda del presidente Agustín P. Justo. Pero no son, por supuesto, cuestiones personales sino políticas las que interesan en la Casa Blanca. A esa altura, después del ataque japonés a Pearl Harbor en diciembre de 1941, Estados Unidos ya es un protagonista principal en la guerra y presiona sin sutilezas a los países latinoamericanos para que se vuelquen de su lado. Argentina, sin embargo, mantiene una neutralidad que para muchos tienen olor a cercanía con el Eje.

Franklin Delano Roosevelt conocía personalmente a Ortiz desde diciembre de 1936, cuando había visitado Buenos Aires y el argentino era ministro de Hacienda del presidente Agustín P. Justo. Su interés porque vuelva a ocupar la presidencia no es personal sino política (FDR Presidential Library & Museum)
Franklin Delano Roosevelt conocía personalmente a Ortiz desde diciembre de 1936, cuando había visitado Buenos Aires y el argentino era ministro de Hacienda del presidente Agustín P. Justo. Su interés porque vuelva a ocupar la presidencia no es personal sino política (FDR Presidential Library & Museum)

Roosevelt necesita que Ortiz vuelva a la presidencia y para ello debe encontrar la forma de devolverle la vista. Así decide pedirle que viaje a Buenos Aires al mejor oftalmólogo de los Estados Unidos, con la consigna de que haga todo lo que esté a su alcance. Se abre entonces un tiempo breve pero particular de la historia argentina, que mezcla las intrigas políticas locales e internacionales con la situación límite de un político tenaz y un hombre sometido por la enfermedad, que en el vértigo de esas semanas encontrará un final abrupto para su larga lucha, renunciará a la presidencia y, extenuado, sobrevivirá apenas tres semanas.

Roosevelt: “He lamentado sinceramente su enfermedad”

En la tarde del lunes 11 de mayo de 1942 fueron recibidos en Buenos Aires el oftalmólogo español radicado en Estados Unidos Ramón Castroviejo y su secretaria, Gertrude Henchel. El avión que los traía de Miami aterrizó en el aeródromo Rivadavia, del partido de Morón, que unos años antes había sido rebautizado por el Congreso Nacional como Seis de Septiembre, en homenaje a la fecha del golpe militar de 1930, del que el gobierno de Ortiz-Castillo era de alguna manera deudor político.

Con sólo 37 años, Castroviejo ya era una autoridad mundial. Nacido en Logroño, se había recibido de médico en Madrid para luego trasladarse a Estados Unidos, donde se había especializado en cirugía ocular y trabajado en los centros de salud más prestigiosos. Sus logros eran extraordinarios. En su patria de adopción, explicó a los argentinos el diario La Razón, Castroviejo se había lanzado “con éxito al trasplante de córneas, dando luz a los ojos de quienes habían vivido siempre en un mundo de tinieblas”.

La expectativa que rodeaba la llegada de Castroviejo era enorme. En el aeródromo lo esperaban familiares de Ortiz, médicos del equipo que lo trataba, partidarios del presidente enfermo y, por supuesto, periodistas.

Con sólo 37 años, Castroviejo ya era una autoridad mundial. Nacido en Logroño, se había recibido de médico en Madrid para luego trasladarse a Estados Unidos, donde se había especializado en cirugía ocular y trabajado en los centros de salud más prestigiosos
Con sólo 37 años, Castroviejo ya era una autoridad mundial. Nacido en Logroño, se había recibido de médico en Madrid para luego trasladarse a Estados Unidos, donde se había especializado en cirugía ocular y trabajado en los centros de salud más prestigiosos

Pero el oftalmólogo la prioridad era bajar el nivel de ansiedad y aplacar la susceptibilidad de los médicos argentinos. Se negó entonces a hacer declaraciones y, en cambio, entregó a través de su secretaria un comunicado en el que dijo: La información de que soy capaz de hacer milagros es una blasfemia, y en salvaguarda del prestigio de mis colegas argentinos, por los que tengo el mayor respeto y admiración, debo aclarar que ellos se encuentran capacitados como el que más, para resolver los problemas de nuestra especialidad”.

El diario La Razón reveló que sólo una intervención personal de Roosevelt había posibilitado el viaje de Castroviejo a la Argentina, debido a que el oftalmólogo -quien era estadounidense nacionalizado- había sido incluido poco antes en un decreto de reclutamiento para las operaciones militares de la Segunda Guerra Mundial y por lo tanto no estaba autorizado a abandonar el país.

El propio Castroviejo confirmaría en una carta enviada a Félix Luna en 1978 que “el presidente Roosevelt intervino en las gestiones previas a mi viaje”. El historiador incluyó esa carta en el apéndice de su libro Ortiz. Reportaje a la Argentina opulenta, publicado ese mismo año.

La gestión para el viaje de Castroviejo a la Argentina la había iniciado, en realidad, Jorge Ortiz, uno de los hijos del presidente argentino, quien había viajado en marzo de 1942 a Estados Unidos. Además de ver al oftalmólogo en Nueva York, Jorge Ortiz fue en ese viaje a Washington con una carta de su padre para Roosevelt, quien lo recibió en la Casa Blanca. El presidente norteamericano respondió a su colega argentino con un afectuoso mensaje en el que lo calificó como “uno de los estadistas más destacados del Nuevo Mundo” y afirmó: “He lamentado sinceramente su enfermedad, que por desgracia lo ha sorprendido en un momento tan crítico para todas las repúblicas americanas”.

Intrigas, celos y una tensa junta médica

La importancia para el gobierno de Estados Unidos del viaje de Castroviejo a la Argentina está también reflejada en el hecho de que, durante su estadía en Buenos Aires, el oftalmólogo visitó con frecuencia al embajador norteamericano Norman Armour. Este, a su vez, mantuvo todo el tiempo al tanto informado al Departamento de Estado de las novedades sobre el estado de salud de Ortiz que le transmitía el médico.

El profesional pasó su primera noche en Buenos Aires en el Plaza Hotel y al otro día visitó por primera vez a Ortiz en lo que entonces era el palacio presidencial, en Suipacha 1032, hoy sede de la Conferencia Episcopal. Allí esquivó a los periodistas, en lo que sería su conducta habitual en la Argentina, a pesar de que había cronistas que hasta se le metían en el ascensor del hotel.

Roberto Ortiz y Ramón Castillo
Roberto Ortiz y Ramón Castillo

Durante las semanas que pasó en nuestro país, Castroviejo alternó las visitas a Ortiz con actividades académicas y eventos científicos, ya que su presencia despertó un enorme interés de la comunidad médica local.

Su trabajo, sin embargo, parece haber quedado preso de las intrigas políticas y los celos profesionales de los médicos locales que atendían a Ortiz. Se suponía que el afamado oftalmólogo había viajado con la intención de operar al presidente o, al menos, determinar si era factible realizar una operación con la que se intentaría que recuperara la vista.

Documentos de la embajada americana revelan que, a principios de junio, luego de casi un mes en Buenos Aires, Castroviejo todavía consideraba que era posible operar a Ortiz. Sin embargo, el 5 de ese mes, un título de La Razón indicaba: “No logró superar las conclusiones de nuestra ciencia médica el doctor Castroviejo: partirá sin operar al presidente Ortiz”.

Por esas horas el español se enteró de detalles trascendentales de la salud de Ortiz que hasta entonces le habían ocultado -como un ataque al corazón sufrido a principios de mayo- y que complicaban el cuadro general del paciente, hasta hacer imposible la operación.

Finalmente, en una tensa junta médica realizada en la residencia de la calle Suipacha el 18 de junio, encabezada por Castroviejo, se decidió definitivamente que nada podía hacerse para intentar aliviar la situación de Ortiz.

“Si he conservado mi investidura durante estos dos largos años ha sido porque tenía el convencimiento de que no estaban agotados los recursos para aliviar mi organismo, quebrantado por una larga dolencia (…) Dios no lo ha querido y acato su voluntad”, indicó Ortiz en su mensaje final
“Si he conservado mi investidura durante estos dos largos años ha sido porque tenía el convencimiento de que no estaban agotados los recursos para aliviar mi organismo, quebrantado por una larga dolencia (…) Dios no lo ha querido y acato su voluntad”, indicó Ortiz en su mensaje final

A partir de ese día, los acontecimientos se suceden con vértigo. Esa misma tarde, Castroviejo transmitió la noticia al presidente y su familia. “El Dr. Ortiz recibió con mucha entereza mi comunicación y no me acuerdo cuáles fueron las palabras exactas que pronunció en aquella triste ocasión, pero creo que manifestó su intención de retirarse de la presidencia sin demora”, recordó el oftalmólogo en carta a Félix Luna, 36 años después.

Esa noche Castroviejo no durmió en el hotel Plaza y a la mañana siguiente, sin que se enteraran los medios de comunicación, partió en avión hacia Estados Unidos, luego de casi 40 días en la Argentina. Las tensiones del fracaso de su esperada misión en Buenos Aires fueron reflejadas en las crónicas de la época.

“En los círculos médicos argentinos ha causado mala impresión la actitud del doctor Castroviejo, al salir del país sin despedirse de sus colegas ni de las instituciones científicas que lo colmaron de agasajos y atenciones”, se contó en el diario El Mundo.

Todavía Roosevelt hizo un último intento por ayudar a Ortiz, tal vez por cortesía o por simples razones humanitarias: el 22 de junio le envió un telegrama a su colega argentino en el que lo invitó a viajar a Estados Unidos para recibir tratamiento médico. Pero Ortiz ya era consciente entonces de que no había nada más que hacer. El 24 anunció al país su renuncia a la presidencia, que había asumido el 20 de febrero de 1938 por un período de seis años pero sólo había ejercido hasta el 3 de julio de 1940.

“Si he conservado mi investidura durante estos dos largos años ha sido porque tenía el convencimiento de que no estaban agotados los recursos para aliviar mi organismo, quebrantado por una larga dolencia (…) Dios no lo ha querido y acato su voluntad”, indicó en su mensaje final.

La última noche Castroviejo no durmió en el hotel Plaza y a la mañana siguiente, sin que se enteraran los medios de comunicación, partió en avión hacia Estados Unidos, luego de casi 40 días en la Argentina. Las tensiones del fracaso de su esperada misión en Buenos Aires fueron reflejadas en las crónicas de la época
La última noche Castroviejo no durmió en el hotel Plaza y a la mañana siguiente, sin que se enteraran los medios de comunicación, partió en avión hacia Estados Unidos, luego de casi 40 días en la Argentina. Las tensiones del fracaso de su esperada misión en Buenos Aires fueron reflejadas en las crónicas de la época

A pesar de haber llegado al poder en una elección fraudulenta, durante su corto gobierno Ortiz había avanzado, en distintas elecciones provinciales, en el combate de las prácticas delictivas con las que se sostenía en el poder la Concordancia, la coalición de radicales antipersonalistas y conservadores que él representaba. Su máximo gesto, en ese sentido, había sido la intervención en 1940 a la provincia de Buenos Aires que gobernaba el filo-fascista Manuel Fresco.

“Pretendo haber hecho honor a mi promesa de restablecer las libertades públicas, de retornar a la verdad y pureza electoral y contribuir a la vida institucional de la Nación”, se despidió Ortiz. Con el ascenso de Castillo, el fraude había vuelto en toda su dimensión.

Ortiz dejó ese mismo día el palacio presidencial de Suipacha para volver a su departamento de Callao entre Córdoba y Paraguay. Allí murió, por una complicación pulmonar, el 15 de julio de 1942, apenas tres semanas después de su renuncia.

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