El argentino que vive entre guerras, epidemias y catástrofes: “Soy el médico de las personas más olvidadas del mundo”

Andrés Carot es integrante de de Médicos sin Fronteras, una organización que asiste a gente amenazada por conflictos armados, violencia, epidemias y desastres naturales. De su Córdoba natal a su primera misión en Nigeria, que le cambió la vida. “Lo más difícil es cuando uno vuelve a casa y sabe que esas personas quedan allí”

Entrevista a Andrés Carot, Médicos sin Fronteras

“Mi sueño era ser el médico de las personas más olvidadas del mundo. Y lo estoy cumpliendo”. Andrés Carot no disimula su emoción cuando lanza la frase que lo define.

El camino que recorre hoy viajando de país en país, asistiendo a gente que necesita todo para sobrevivir, empezó mucho antes. Fue cuando en 2003 recibió su título de médico por la Universidad Nacional de Córdoba, cuando cinco años más tarde terminó su residencia en cirugía general y cuando por primera vez empezó a colaborar en una ONG que se ocupaba de los niños en situación de calle. “Ahí me di cuenta de que ayudar a poblaciones vulnerables era lo que más me motivaba y entusiasmaba”, recuerda.

Cursando la carrera de Medicina conoció la existencia de Médicos Sin Fronteras (MSF), una organización de acción médico-humanitaria que asiste a personas amenazadas por conflictos armados, violencia, epidemias o enfermedades, desastres naturales y excluidos de la atención médica. Andrés se contactó con ellos, pasó un proceso de selección y formación y se unió a la ONG con el firme propósito de salvar vidas.

MSF cuenta con más de 43.000 personas en el mundo en más de 150 países, es una organización sin fines de lucro y logra su independencia financiera gracias a los 6 millones de socios que la sostienen.

Andrés Carot vive desde hace diez años como un nómade saltando de un continente a otro: “Trabajo aproximadamente seis meses al año en cada misión”, cuenta. Las tragedias del mundo ya lo llevaron a Haití, Venezuela, Sierra Leona, Sudán del Sur, Etiopía, Camerún, India, Afganistán, Yemen, Siria, Irak.

—¿Cuál fue tu primer destino con Médicos sin Fronteras?

—Nigeria. Fue una epidemia de meningitis. Si bien yo soy cirujano, en ese momento Nigeria estaba padeciendo una epidemia tremenda y hacían falta muchos recursos humanos, así que tuve que estudiar unas guías de meningitis y partí. Lo que tenía que hacer era recorrer centros médicos, hospitales grandes y rurales, centros comunitarios, para ver cuántos casos de meningitis había. Y al mismo tiempo, en lugares donde no había médicos, dar cursos básicos de cómo hacer el diagnóstico de la meningitis, qué medicamentos recetar y dar soporte a la gente.

—¿Qué es lo que más te gusta de este trabajo?

—En este trabajo uno trasciende. La patria pasa a ser el mundo, ya no es el país. A mí me afecta por igual una crisis en Argentina que una crisis en Sudán del Sur. A nivel humano me golpea igual. Es un trabajo que, por un lado, es sumamente gratificante. Trabajé en varios lugares con conflictos armados... Y a pesar de las distancias, todos amamos de la misma forma, todos queremos paz, todos necesitamos comida, todos necesitamos un techo y todos necesitamos asistencia médica. Entonces, es ahí donde yo vivo el nexo en el terreno. Por eso, más allá de las barreras idiomáticas, no me resulta difícil comunicarme con la gente. Entrás a la sala de desnutridos severos y tenés chiquitos que están muy mal y con caritas muy apáticas, pero bueno, uno entra y sonríe y hace juegos. Y a los que están más animados los hacés dibujar... Esos pequeños actos levantan un montón a la gente, a los padres, a los nenes y a uno también.

—¿Cómo es volver después de ver tanto dolor?

—En las primeras misiones es difícil cuando uno vuelve a su casa. Porque llegás de una guerra y el principal problema de tu mejor amigo es que no puede cambiar el auto. Entonces es como que te da mucha bronca, no podés creer que el otro se preocupe por cosas tan banales. Pero bueno, a medida que vas recorriendo este camino -y tu vida también- te das cuenta de que si tu mejor amigo no vivió lo que yo viví no puedo hacer que se sensibilice con eso. En Médicos sin Fronteras hay un grupo de salud mental para nosotros, que tenemos charlas cuando volvemos, para manejar también la frustración. Cuando estás asistiendo a estas poblaciones donde hay mucha necesidad y te vas, sabés que esa gente va a seguir ahí... Uno vuelve a su lugar, a vivir una mejor vida, y siente como una especie de culpa.

—No te gusta el termino ayudar...

—No me gusta usar la palabra ayudar porque es como que uno da y no recibe. Yo voy a colaborar. A trabajar con otro. Yo voy a hacer mi trabajo, ser cirujano en otras poblaciones. Lo vivo sin lástima, mis pacientes no me dan lástima. Sí, obviamente, me da bronca que sufran cosas tan tremendas que nunca me tocó sufrir. En Médicos sin Fronteras hacemos lo que llamamos “acción humanitaria”. Que dentro de la ayuda internacional vendría a ser como una organización más emergencista, nos encargamos de las emergencias. No nos encargamos de los problemas estructurales, ni de los países, sino que ayudamos a una población determinada. Damos una mano para intentar que esa población salga de ese momento de crisis.

—¿Qué fue lo más difícil que te tocó vivir?

—Lo más difícil puede haber sido la primera misión por el desconocimiento. Imaginate que yo fui con mi mochilita a salvar el mundo y así no es la vida. Mi primera vez fue en África... Llegué a un país a trabajar en un equipo muy grande, como se trabaja en Médicos sin Fronteras, con muchos perfiles muy diferentes. Trabajar en un idioma diferente... Entonces te vas encontrando con tus límites en cada paso. Es como que uno piensa que la tiene re clara y después te das cuenta de que no es así. Entonces ahí tenés que bajar la cabeza, tenés que aprender a preguntar, tenés que dejarte ayudar. Y eso fue al principio lo más complicado. Después, conocer algunas situaciones de vida de los pacientes... Pero personalmente creo que lo más jodido para mí fue mi primera misión.

—¿Qué aprendiste en estas experiencias?

—Aprendí a ser un agradecido a la vida, principalmente. La verdad, agradezco la suerte que tuve. Yo creo que haciendo este trabajo uno se da cuenta de la suerte que tiene. En mi caso particular tuve mucha suerte de nacer en una familia que me pudo contener, que me pudo dar mucho amor, que me pudo mandar a la universidad para estudiar. Y que hay mucha gente que quizás personalmente le ha puesto muchas más pilas que yo, pero no tienen esas condiciones, viven en un campo de desplazados, viviendo una vida totalmente indigna. Por eso solo me queda agradecer. Y colaborar.

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