En el momento en que un sicario lo incriminó en el asesinato por encargo de su socio, Robert Evans era el productor estrella de Hollywood, un niño mimado de la industria del cine, playboy empedernido y glamoroso huésped de fiestas que reunían al jetset del 7° arte californiano. Judicialmente, Evans salió indemne de esa acusación, no se rindió, volvió y hasta fue homenajeado por la Academia, pero nunca pudo recuperar su sitial privilegiado en ese ambiente.
Esta historia no es sólo de resiliencia; también es una muestra de los vasos comunicantes entre el crimen organizado y la industria del entretenimiento; en ella se cruzan personajes públicos como el propio Evans y su malogrado socio, Roy Radin, con elementos de la mafia de los casinos y hoteles de Las Vegas, como Joe Cusumano o Anthony Spilotra, a quien Joe Pesci dio vida en el film Casino. Hasta el llamado Rey del Porno, Larry Flynt, creador de la revista Hustler, tiene un rol en esta trama que no es de película pero merecería serlo.
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El 13 de septiembre de 1984, una atractiva rubia recoge en una limusina a Roy Radin, que pese a sus jóvenes 33 años, ya es un multimillonario promotor de conciertos de rock y espectáculos de variedades. Unas cuadras más adelante, el elegante Cadillac dobla en una calle secundaria, la mujer desciende y dos sicarios suben al asiento trasero, uno a cada lado de Radin que recién entonces comprende que ha caído en una trampa. La rubia lo estaba llevando de paseo a la muerte. Un rato después es ejecutado de 12 tiros. Los matones arrojan el cuerpo acribillado en un barranco.
Para comprender la conmoción que causaría en Hollywood este crimen mafioso, baste señalar que Roy Radin, además de no provenir del mundo del hampa, acababa de asociarse ni más ni menos que con Robert Evans, el hombre que había salvado a la Paramount de la quiebra y la había llevado al tope del ránking de productoras de cine. Evans era extremadamente popular en el ambiente del Hollywood de los años 70: aparecía siempre en las noticias del espectáculo no sólo por los éxitos de taquilla que producía, sino también por su estilo de vida. Todavía estaba fresco en el recuerdo del público su casamiento, en 1969, con la hermosa Ali MacGraw, a la que poco después lanzó al estrellato con Love Story (1970). La pareja se divorció en 1972, pero MacGraw es la madre del único hijo de Evans, a pesar de que éste se casó siete veces.
En 1966, Evans (36 años) fue contratado por la Paramount Pictures. El nombramiento de un productor sin experiencia sorprendió a todos. Hasta entonces, éste sólo había tenido pequeños roles en unas pocas películas. Pero pronto el ejecutivo novato acalló las críticas con una sucesión de éxitos de taquilla: “Paint Your Wagon” (con Clint Eastwood), “Darling Lili” (Rock Hudson y Julie Andrews), “Catch-22″ y “Tropic of Cancer”.
Le siguieron títulos que hoy son clásicos: El bebé de Rosemary, Descalzos en el parque, Extraña pareja, Goodbye Columbus, Romeo y Julieta, etcétera. En sólo 5 años, a fines de 1971, la Paramount pasó del último puesto al número 1 entre los grandes estudios.
Y faltaba Love Story. Y, en 1972, El Padrino I, y en 1974, El Padrino II, Marathon Man, Sérpico, Chinatown...
Evans se volvió leyenda.
Cuando conoció a Radin, en 1982, Evans ya se había lanzado como productor independiente, y con el mismo éxito: su primera apuesta había sido Chinatown, de Roman Polanski, protagonizada por Faye Dunaway y Jack Nicholson.
A diferencia de Evans, Roy Radin estaba apenas dando sus primeros pasos en la industria del cine. Los millones que había ganado con el vodevil y el rock quería invertirlos en películas. Juntos iban a producir un nuevo film de Francis Ford Coppola, The Cotton Club, con Richard Gere, Diane Lane y Nicolas Cage en el elenco.
¿Qué sucedió para que, antes del inicio del rodaje, uno de los socios productores fuera ejecutado, en lo que aparecía como un ajuste de cuentas con la firma de la mafia?
Evans y Radin tenían en común algo más que el amor al cine: ambos le compraban la cocaína a la misma persona, Karen DeLane Jacobs, que se hacía llamar Lanie.
Esta rubia atractiva, oriunda de Alabama, se había convertido en dealer para narcotraficantes de Miami, donde había vivido varios años, antes de mudarse a Los Ángeles. Actores, directores y productores de la floreciente industria del cine eran el mercado ideal para el tipo de negocio al que se dedicaba Lanie. Ella no era una dealer de poca monta. Cada seis semanas recibía 10 kilos de cocaína desde Florida...
Pronto Robert Evans, con quien vivió un breve romance, se convirtió en uno de sus clientes, como consumidor y como atento proveedor de los invitados a las concurridas fiestas en su mansión y a los intérpretes de sus películas.
Lanie también era la dealer de Roy Radin para los músicos que sponsoreaba, y cuando supo que éste quería invertir en la industria del cine, y que Evans buscaba capitales para financiar The Cotton Club, selos puso en contacto. Lo que prometía ser una fructífera asociación pronto derivó en un drama que se resolvió del modo más violento.
Cuando años después el caso llegó a la justicia, la prensa lo llamó “The Cotton Club Murder”.
El argumento de la película se inspiraba en una época de oro del crimen organizado: la Prohibition, cuando el contrabando de alcohol hizo la fortuna de muchos gángsters. La originalidad de The Cotton Club es que era también un musical: la trama transcurría en un célebre club de jazz de Harlem cuyo dueño era el gángster neoyorquino Owney (The Killer) Madden -encarnado por Bob Hoskins-, un sitio frecuentado por muchas celebrities, como Charles Chaplin, Gloria Swanson, Mae West, George Gershwin, Judy Garland, Duke Ellington, Louis Armstrong, Count Basie… y también por la crème de la mafia de la costa este.
La película reunía al equipo que, doce años antes, había realizado El Padrino, con Evans como productor, Coppola como director y Mario Puzo como guionista. Una fórmula para el éxito.
VIDEO: TRAILER DE THE COTTON CLUB
Evans, alejado de la Paramount, buscaba inversores para la película. Cuando conoció a Radin, no dudó en asociarse con él. Ambos crearon una productora y acordaron ser socios a partes iguales. Pero Lanie Jacobs creía que Radin le debía no sólo una comisión, sino una buena tajada del negocio: la mitad de su parte. Roy se negó rotundamente.
En momentos en que Lanie Jacobs acumulaba un creciente rencor contra Radin, se produjo un robo en el departamento de la rubia: alguien le sustrajo una gran cantidad de efectivo -270 mil dólares- y 10 kilos de cocaína. Es imaginable el problema que esto le suponía a quien debía rendir cuentas a superiores de poca tolerancia.
Por alguna razón, o por pura paranoia, Lanie pensó que Roy Radin estaba detrás del hurto.
Tres semanas antes del asesinato, en abril de 1983, Robert Evans convocó a Lanie y a Roy a una comida en su departamento con la intención de mediar entre ellos. La mediación fracasó y la cena degeneró rápidamente en una discusión a gritos entre Jacobs y Radin. Ella se marchó llorando.
Pero no por debilidad, precisamente. Menos de tres semanas después, Radin era historia.
Cuando el plan para su venganza estuvo armado, Lanie llamó a Roy fingiendo que deseaba solucionar el entuerto, y lo invitó a una cena de reconciliación en un restaurante de Beverly Hills, La Scala. Radin había recibido amenazas telefónicas, por lo que había contratado a un guardaespaldas. Aquella noche, no del todo confiado, le ordenó al hombre que lo siguiera en su vehículo.
Elegantemente vestido, subió a la limusina de Jacobs que lo pasó a buscar por el Hollywood Regency Hotel. Al volante, un amigo de Jacobs, Bobby Lowe.
Era el atardecer del 13 de mayo de 1983. En una parada intermedia, la mujer descendió y, sin previo aviso, subieron al vehículo los ejecutores: William (Bobby) Mentzer, el nuevo amante de Lanie Jacob, y Alex Marti. Es posible imaginar el pánico que habrá invadido al pobre Radin. Tal vez lo interrogaron primero poco amablemente sobre el destino de lo que supuestamente había robado. El ladrón había sido en realidad uno de los transportistas de Miami. Pero Lanie lo supo demasiado tarde.
El custodio de Radin, distraído, los había perdido de vista. Despreocupado, se fue a cenar y se olvidó del tema hasta el día siguiente. El cuerpo de Roy Radin fue encontrado recién un mes después, de modo casual.
Había muchas pistas para la policía de Los Ángeles. Y desde el primer momento, los investigadores se hicieron una composición de lugar acerca de lo sucedido. Sin embargo, no tenían pruebas para arrestar y procesar a los culpables. Dejaron el caso, que no se resolvería hasta 5 años después.
Entretanto, alguien más sabía -o podía suponer- cuál era el móvil y quién la autora intelectual del crimen. Era Robert Evans, testigo del odio de Karen “Lanie” Jacobs hacia su malogrado socio.
Lo invadió el pánico. Pensó que sería la próxima víctima. Un testigo molesto a eliminar.
Aterrorizado, buscó la única protección posible: la de criminales más poderosos que la asesina de Roy Radin. Fue a ver a un abogado de Hollywood, Sidney Korshak, que lo puso en contacto con los hermanos Eddie y Freddie Doumani, propietarios de hoteles y casinos e inversiones inmobiliarias en Las Vegas; muy posiblemente, la cara presentable de los verdaderos dueños de esos negocios.
Para la mafia, siempre fue atractiva la inversión en la industria del espectáculo: no sólo porque son negocios de contabilidad difusa y millonaria sino porque permiten comprar cierta respetabilidad.
Los Doumani abren la billetera e invierten 50 millones de dólares de los 60 que demandaba en total la realización de The Cotton Club.
Según el FBI, parte de esa millonaria inversión pertenecía a Anthony Spilotro [en Casino, Joe Pesci interpreta a un personaje inspirado en él, Nicholas Santoro]. Spilotro era jefe del equipo de vigilancia de varios casinos en las Vegas. Joey Cusumano, compinche y subordinado de Spilotro, frecuentaba el set de filmación de The Cotton Club, para cuidar su “inversión”.
La película vio la luz en diciembre de 1984. Las críticas fueron buenas pero la recaudación, escasa. El híbrido entre film de gángsters y musical, que costó 60 millones, sólo recaudó 25.
Fue el primer traspié importante de Robert Evans; en el plano cinematográfico, vale aclarar. Con la justicia ya había tenido uno, aunque menor: en 1980 se había declarado culpable en un caso de cocaína, tras quedar complicado en una redada antidrogas. Condenado a un año de prisión, evitó la cárcel con una probation: el juez le pidió que, aprovechando su fama, grabara mensajes contra la droga.
Esto le había costado a Evans varios titulares bochornosos. Pero su fama empresarial seguía siendo sólida.
El fiasco de The Cotton Club en cambio lo dejó mal parado para encajar, cuatro años después, el estallido de la verdad del caso Roy Radin, que se produjo de modo casual.
Los tres killers de Roy Radin habían trabajado un tiempo como guardaespaldas de Larry Flynt, pionero del porno en los Estados Unidos, centro de escándalos mayúsculos y juicios por obscenidad. En 1978, un atentado lo había dejado paralítico. Necesitaba protección. Entre sus custodios, estaban los tres futuros asesinos de Roy Radin.
En 1988, cinco años después del crimen, Billy Rider, cuñado y jefe de la seguridad de Larry Flynt, se presentó ante la policía de Los Ángeles y declaró haber escuchado, durante una partida de poker, a Mentzer y Marti alardear sobre cómo habían asesinado a Radin. Los investigadores le pidieron que llevara un micrófono oculto a la siguiente partida. Rider aceptó.
En octubre de 1988, Karen Lanie Jacobs, Mentzer, Marti y Bobby Lowe -el chofer de la limusina- fueron arrestados por el homicidio de Radin, y en marzo de 1991 condenados a cadena perpetua.
Al ser arrestado, Lowe declaró que Robert Evans estaba al tanto de la conspiración para liquidar a Roy Radin. El productor fue investigado y citado a las audiencias preliminares del juicio. Se escudó en la 5a enmienda para no declarar. Su salvación vino -paradójicamente- de la misma mujer que lo arrastró al barro: Karen Jacobs declaró bajo juramento que él no sabía absolutamente nada del crimen.
Robert Evans salió judicialmente indemne pero su carrera quedó manchada para siempre. Como él mismo dijo, pasó “de leyenda a leproso”. “Las puertas se cerraron sobre mí en silencio”, escribió años después. Ya nadie le devolvía las llamadas.
A los financistas peso pesado de The Cotton Club les fue mucho peor: sobre todo a Spilotro que fue ejecutado junto a su hermano menor en junio en 1986 de un modo brutal por orden de sus propios jefes, hartos de su comportamiento inorgánico, tal como lo refleja crudamente el film de Martin Scorsese.
Poco después, en 1987, Joey Cusumano fue condenado por las actividades delictivas que desplegó a las órdenes de Anthony Spilotro. Pocos meses después de ser liberado, en 1990, sufrió un intento de asesinato: recibió un par de balazos en el hombro cuando volvía a su casa en los suburbios de Las Vegas.
Robert Evans, con el tiempo, pudo volver. De hecho, siguió produciendo películas en Hollywood durante dos décadas más. En 1991, fue reincorporado como productor en la Paramount, aunque ya no con un cargo ejecutivo. De esta segunda etapa no quedan títulos memorables; sí éxitos de taquilla: “Sliver”, “Jade”, “The Phantom”, “The Saint” y “Perdidos en Nueva York".
Su última producción, en 2003, año en que se retiró, fue la comedia romántica “Cómo perder un chico en 10 días”, protagonizada por Matthew McConaughey y Kate Hudson, que costó 50 millones de dólares de presupuesto y recaudó 180 millones.
En 1994, escribió su autobiografía. El título, The Kid stays in the picture, alude a un episodio en los comienzos de su carrera. Robert Evans tenía el rol del joven torero junto a Ava Gardner en el film Fiesta (1957), basado en un libro de Ernest Hemingway. Al parecer, otros actores del film le pidieron al productor, Darryl F. Zanuck, que echara a Evans, pero el ejecutivo envió un telegrama que decía: “The kid stays in the picture” (El chico se queda en la película).
En 2002, un documental basado en su autobiografía y con su propia voz en el relato en off implicó una reinvención del personaje. Fue la ocasión para un justo recuerdo de los grandes títulos que dejó para la historia del cine, de los artistas a los que lanzó a la fama con sus films y de las grandes sumas que le hizo ganar a los estudios Paramount.
Su amigo Dustin Hoffman, protagonista de Marathon Man, lo parodió en el rol de productor de películas que hizo para el film Wag the Dog (1997). Y luego Evans se parodió a sí mismo en Kid Notorious (2003), serie de dibujos animados para adultos inspirada en su legendaria vida en Hollywood.
En el año 2012, Hollywood le hizo un homenaje a su trayectoria.
Robert Evans murió el 26 de octubre de 2019, a los 89 años, cuando ya había vuelto a ser leyenda.
VIDEO: EL HOMENAJE DEL CINE A ROBERT EVANS
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