A Dora, por ejemplo, le avisaron que la pava y el mate estaban en el armario. A la familia Martínez de Corralito le informaron que María Luisa estaba internada en una clínica. A Ceferino Quidel de Canteras Comallo le comunicaron que el cumpleaños de su hermana se suspendía por falta de dinero. A Pochi Reuque de Chacay Huarruca le pidieron que ayudara a un tal Millán a sacar una vaca empantanada. A Raúl Cainechu de El Mirador le reclamaron que le devolviera la piola a Félix lo antes posible. Al payador Irineo Aguilera, “donde se encuentre”, le recordaron la hora del encuentro y que no se olvidara la guitarra. A Daniel y Claudia del Paraje La Porteña le advirtieron, en cambio, que el señor Kily Gallardo no podrá asistir porque perdió su guitarra.
Uno de los más célebres estuvo dirigido a Adela Muñoz y a Carolina Morales de Pichi Leufu con fecha del 21 de diciembre de 1995. Le decían que mañana iba a ir Carlos: que lo esperaran con la yegua de su hermana en el río. Es la consigna que abre el libro de Jorge Piccini. Mensajes al poblador rural es un documento fotográfico de 96 páginas fruto de quince años de trabajo y es, también, una obra de teatro, un documental, una tesina, un objeto de estudio antropológico, la reseña de un universo fascinante y anacrónico, poco erosionado por el tiempo.
Son avisos. O cartas radiales. Llenan programas en emisoras nacionales que cubren cada metro cuadrado habitado de la Patagonia. Pueden durar diez, quince o veinte minutos de acuerdo a la cantidad de mensajes; pueden emitirse hasta cinco veces por día según cada señal; tienen diferentes denominaciones: en la LRA 17 Zapala (AM 710) se llama “Boletín comunitario y radio clasificados”, “Avisos y mensajes al poblador de la zona rural” en LRA 54 Ingeniero Jacobacci (AM 1370), “Gauchaditas” en LRA 11 Comodoro Rivadavia (AM 670) o “Servicio rural” en LRA 56 Perito Moreno (AM 860), por citar algunos ejemplos.
22 emisoras patagónicas de Radio Nacional reservan espacios de su vivo a la necesidad de comunicación de los pobladores rurales. “Es su red social”, comprendió Rubén Lagrás, trabajador de LRA 30 Radio Bariloche durante 38 años. Empezó como operador hasta que pasó al micrófono: fue locutor, se retiró en diciembre de 2018 con la condición de sostener su programa semanal Patagonia, camino y tiempo, que se emite hace 18 años. Antes recibía los mensajes en papelitos escritos, los transcribía, los descifraba, los interpretaba (“a veces eran casi jeroglíficos los que nos traían”, dijo con simpatía) y diagramaba la lectura del aire.
“Con el correr de los años me cayó la ficha de que la audiencia cautiva que teníamos era tremenda. Entonces propuse hacer un programa para la gente del campo, para ese público fiel que nos escuchaba siempre. Empecé a viajar a los distintos parajes para conocer sus historias y me involucré muchísimo más con ellos. Ahí entendí verdaderamente el laburo del servicio social”, graficó. Una vez, mientras le cocinaban torta frita y tomaba mate en la casa de un paisano, le brotó una epifanía. Vio el receptor de la radio arriba de un aparador precario, rústico, construido para un único fin: sostener el aparato. Notó que desde la antena crecía un alambre que atravesaba la ventana y llegaba hasta la punta más alta del rancho. “Habían improvisado una antena casera para escuchar un poquito mejor la radio”, comprendió. Otra vez, un señor interrumpió la entrevista y le pidió gentilmente permiso para hacer silencio mientras se emitía el servicio social: “Puso la radio sobre la mesa, se sentó en la silla y se quedó escuchando el programa con una actitud casi de solemnidad. Para ellos es un momento sagrado”.
Para Lagrás, los pobladores rurales le dedican su atención por las dudas, por si son ellos los destinatarios del mensaje, y porque es la única manera de enterarse lo que pasa a su alrededor, “porque así tienen la posibilidad de saber qué le pasa a la familia tal que vive a tantos kilómetros de distancia y que una vez conocieron porque trabajaron juntos en la esquila”, ejemplificó. Una suerte de bálsamo de su realidad, información relativa a su espectro, las cosas que le pasan a la gente que conoce y que vive en su entorno. Signos de ruralidades, vecinos a distancias, modernidad postergada y un vínculo especial con lo primitivo de la radio. Sin publicaciones, sin stories de Instagram, sin filtros, sin likes, sin plataformas digitales ni transferencia de material visual, pero una red social en definitiva, donde una comunidad interactúa con criterios comunes.
“Hay una connotación cultural muy fuerte detrás estos mensajes”, certificó Lagrás. En sus años de coordinador y locutor del servicio social, cometió furcios, se divirtió, alucinó con las microhistorias y aprendió a recitar con delicadeza y sin drama los avisos de una pérdida familiar o la postergación de visitas de los hospitales municipales a los parajes. Lo describe como un mundo fascinante y pintoresco, un bastión fundamental en el valor cultural de las radios patagónicas. Como una suerte de hechizo que lo hizo indagar sobre los remitentes y los destinatarios de los mensajes, lo mismo sucedió en 1998 con el fotógrafo Jorge Piccini.
Entrerriano criado en Santa Fe, a los 28 años se fue de mochilero al sur. Estaba recorriendo Bariloche a dedo cuando la radio de un camionero le enseñó que había gente que se hablaba por amplitud modulada. Y como fotógrafo, se interesó en retratar ese universo. Imaginó un ritual y lo comprobó: personas que detienen su actividad para colgarse de la radio durante el servicio social. En 2003 empezó a acompañar a los pobladores en la escucha del programa. Los fotografió, pero le faltaba algo. Quería recuperar los mensajes escritos a mano, antes de que existieran vías alternativas dominantes (hoy, como si fuese una paradoja, las radios suelen recibir los avisos por mail y Whatsapp). En 2018, conoció a Dorita Duré, ex trabajadora de Radio Nacional Bariloche. Ella había coleccionado los avisos de puño y letra. En la radio de Esquel, otros visionarios también tienen un archivo de papelitos caseros.
Los mensajes hablan de animales que murieron en invierno, ganado extraviado, gente que desconoce el paradero de sus hijos, denuncias de robo, consultas por cosas perdidas (ejemplo: tres dientes postizos), personas buscadas por la policía y actualizaciones sobre “lo convenido”, la estrategia semántica para no hacer público un acuerdo privado. El mundo de Piccini se diversificó. Consiguió más de 400 avisos; la selección para la publicación de su libro redujo la cifra a sesenta. El más antiguo, uno solicitado en carácter de mensaje urgente con fecha del 15 de abril de 1972 y firmado por el subcomisario Oscar Pérez. Dice: “Avise urgente a Alberto Sánchez que no vamos hoy por hallarme afectado, colitis”.
El año pasado publicó su libro. Se dedicó, desde entonces, a entregarle un ejemplar a cada poblador que había ido a visitar. La repercusión del público le inspiró un segundo trabajo que está en fase de desarrollo. Escritores anónimos y aficionados le compartieron relatos ficticios basados en la inverosimilitud de estos mensajes. Los avisos inspiraron la fantasía de cuentistas que, desinteresadamente, le enviaron sus textos al fotógrafo. Ahora, evalúa cómo compaginarlos y contarlos a través de su lente.
Los mensajes al poblador rural atraviesan las fronteras de cada expresión artística. Ana Laura Suárez Cassino es autora de la obra teatral homónima Mensajes al poblador rural que se estrenó en 2013 y que ahora planea volver a presentarse en abril de este año. “La obra habla de la vida corriente de personas que están aisladas y que necesitan comunicarse. Las historias que se cuentan son minúsculas. Tan insignificantes como superlativas, apoyadas más en lo que no se dice que otra cosa”, relató la licenciada en dirección escénica, abogada y gestora cultural. Nacida y crecida en Trelew, Chubut, sabe de qué se trata. “Sea quien fuere el oyente, es difícil no prestar atención a la voz del locutor cuando anuncia esos micro relatos tan llenos de ruralidad y, al mismo tiempo, desde el oído urbano, tan llenos de poesía -escribió una vez-. Se trata de cuentos fragmentados que se entretejen develando un mundo visible/audible detrás de ese vacío silencioso que se prefigura como desierto, sin un camino establecido para recorrerlos y ni siquiera un principio o fin”.
“La pérdida y el hallazgo de animales, la solidaridad, el motivo del viaje, la distancia de un pueblo a otro, las inclemencias climáticas, las sombras del atardecer y los vínculos familiares y sociales que se tejen en la inmaterialidad de un mensaje de radio reflejan la textura de la inmensidad patagónica y de quienes la habitan”, reparó. De esos avisos convertidos en relatos fantásticos, los que más saben, sin embargo, son los propios empleados de las radios patagónicas. Como con Lagrás, el locutor ya retirado, las historias se cuentan mejor en primera persona.
Gabriela Salamida nació en Bariloche, vivió en La Rioja y en Buenos Aires, donde se recibió de licenciada en comunicación social en la UBA. En 2009 volvió a su ciudad, con la tesis pendiente. Pensó en el primer Bariloche, en el área rural, en la estepa y en las ramificaciones sociales de la radio. “Había un sonido que algo me decía”, explicó. Su bitácora de tesina audiovisual se llamó Mensajes al poblador. Hace seis años trabaja en LRA 30 Radio Bariloche.
“Descubrí que la radio permitía recuperar un montón de relaciones sociales y productivas, revivir la historia y los orígenes de esta ciudad, que es similar a la historia de la Patagonia en general. La comunicación a través de las radios daba continuidad a la planificación de la llamada Campaña del Desierto y la ocupación del territorio nacional”, expresó. La vigencia del programa, apuntó la profesional, pone en evidencia dos situaciones: la falta de políticas de comunicación, entre ellas la escasa infraestructura para soportar Internet y cobertura telefónica, y las particularidades geográficas de la Patagonia, su extensión y su baja densidad de población. El acceso a cierta conectividad cambió las firmas.
Gabriela no cree en la extinción del programa. “Sigue siendo un recurso para vincular a los que están más alejados, metidos en la inmensidad patagónica. Ya es un hábito y una solución: hay un entramado de personas e instituciones que lo usan porque lo necesitan. Y encima tiene una mística especial. Las personas suelen escuchar FM locales pero en el horario de los mensajes cambian el dial”. Pero, reconoce, que la tecnología hizo que las formas y el contenido de los mensajes cambiaran.
Los avisos ya no llegan vía oral o mediante un papel escrito. Van por mail, Whatsapp o recitado por teléfono. Y lo que piden, cada vez con más frecuencia, es que enciendan el celular o que vayan a la señal. “La señal es un punto geográfico del mapa. ‘Voy a la señal’ es ir a un lugar específico -explicó-. Normalmente son los lugares más altos del paraje, a veces arriba de un árbol o en la casa más elevada. Conozco gente que tira el celular para arriba para que pesque la señal, escribe y lo vuelven a tirar para arriba para enviar el mensaje. O que se suben a una tranquera para elevar el brazo y hacer de antena”.
Liliana Quintana trabaja en LRA 59 Radio Nacional Gobernador Gregores, Santa Cruz, desde 1985. Cuando empezó, el servicio de cartas radiales ya tenía dos años de existencia. Su reflexión coincide con el análisis de Gabriela. Y compara los avisos de ayer con los de hoy. “El modo de comunicar los mensajes ha cambiado. Recuerdo mensajes de hace muchos años como ‘preparar los zorros estaqueados que va a pasar el comprador’ o ‘cuando baje al pueblo traer un asado de potranca’. En estos tiempos difundimos otro tipo de mensajes: ‘conectarse a la señal para hablar por Whatsapp’ o ‘estar atento para hacer la recarga del cable’. Porque a pesar del avance tecnológico, nada reemplaza el mensaje de la radio”.
Una vez le tocó leer uno de pedía que le enviaran cuanto antes la dentadura que se había olvidado en el aparador de la cocina. Pero como anécdota prefiere recordar un mensaje que también se difundió en la radio de Gobernador Gregores: “Estaba dirigido a una estancia de la zona. Decía ‘no regresamos esta semana, María está con contracciones’, aunque en verdad eran inyecciones y María, una abuela de ochenta años”. Lo califica como un servicio esencial, la posibilidad de conectar el pueblo con el campo, un compromiso de la radio. Ese mismo espíritu que la milonga Los mensajes de la radio del payador Mito Herrera lo resume en una rima: “Pare la oreja paisano amigo / preste atención pa’ que escuche bien / por ahí la radio larga el camino / algún mensaje que es para usted”.
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