Fue la fuga de detenidos políticos más grande que se haya registrado en el mundo. El lunes 6 de septiembre de 1971, a las 5 de la mañana, terminaron de evadirse del Penal de Punta Carretas, en Montevideo, 106 guerrilleros, casi todos integrantes del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN-T), y 5 presos comunes.
Toda la operación –que llevó el nombre de El Abuso– se realizó en total silencio y sin disparar un solo tiro.
La noticia fue portada de cientos de diarios, no sólo de Uruguay sino de casi todo el planeta. Entre los evadidos se contaban cuatro dirigentes históricos de la organización guerrillera: Raúl Sendic (El Bebe), José Mujica (Pepe), Eleuterio Fernández Huidobro (El Ñato) y Jorge Amílcar Manera Lluberas, un ingeniero civil que resultó clave a la hora de planificar y llevar a cabo la fuga.
Pero la evasión no sólo fue noticia por la importancia de los dirigentes fugados sino por su espectacularidad: durante 30 días, sin ser descubiertos, los tupamaros presos habían creado –con herramientas muy precarias, fabricadas dentro del penal- una red de boquetes que intercomunicaban todas las celdas del primero, el segundo y el tercer piso del penal, habían hecho 2 agujeros en el piso de las últimas celdas de cada piso para deslizarse hacia la planta baja, y habían cavado un túnel de 40 metros, desde la celda número 73 –la última de la planta baja– por debajo del muro de la cárcel y de la calle hasta llegar a una casa ubicada en la vereda de enfrente.
Nadie los vio, nadie los escuchó y nadie descubrió la fuga hasta que los 106 evadidos y todos los guerrilleros que habían dado apoyo y logística del exterior ya estaban lejos del penal, en distintas casas de seguridad distribuidas por toda la ciudad.
El ingeniero
Hace 20 años, uno de los periodistas de esta nota estaba sentado en Montevideo frente al ingeniero Jorge Manera Lluberas y su hijo Gabriel Manera Johnson. Ambos delgados y de pocas palabras. El ingeniero había pasado más de 13 años en cárceles uruguayas, su hijo había estado 9 años en cárceles argentinas. Cuando Gabriel había dejado Uruguay a los 17 años decidió unirse a los Montoneros. Al recuperar la libertad, estaba centrado en luchar por la libertad de su padre.
Manera Lluberas fue quien tuvo a su cargo la parte técnica de construcción del túnel para la fuga. Parco de palabras hizo un gesto con las manos para transmitir lo que hubiera sucedido si, tras casi 30 días de hacer el túnel, los excavadores hubieran pifiado por algunos centímetros el boquete que debían abrir hacia arriba, hacia una casa ocupada por un comando que, a su vez tenía unos excavadores que en unas pocas horas cavaron a la expectativa de que ambos boquetes coincidieran con precisión.
Manera Lluberas movía una mano de arriba hacia abajo. La otra en sentido inverso. Su sonrisa lo decía todo. Túnel y boquetes salieron bien. Los presos pudieron salir. Su hijo Gabriel cebaba el mate y también tuvo una mueca de satisfacción.
Los Tupamaros
El Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros había surgido a principios de la década de los ’60, a partir de la confluencia de militantes de partidos legales de izquierda en apoyo a la huelga de los cañeros uruguayos, donde Raúl “el Bebe” Sendic tuvo un rol protagónico. Sendic era miembro del Partido Socialista y se radicalizó tras la Revolución Cubana de 1959.
“Los primeros integrantes formábamos parte de fuerzas políticas legales, pero a su vez nos juntamos en estas actividades con el intento de construir algo que sirviera para luchar y resistir clandestinamente si se nos venía la dictadura. Naturalmente teníamos diferencias de puntos de vista, pero había una unidad en los hechos”, recordaría años después José “Pepe” Mujica.
La primera acción de los Tupamaros fue, precisamente, el robo de armas de guerra –propiedad del Ejército uruguayo- en el Club de Tiro de Nueva Helvecia, una localidad cercana a Colonia, para armar los grupos de autodefensa de los cañeros. Corría 1963 y en varios países de América Latina se formaban grupos armados rurales. Tupamaros fue distinto: fueron los iniciadores de la guerrilla urbana.
Para la segunda mitad de los ’60 y principios de los ‘70, los Tupamaros no sólo habían crecido en número de militantes sino que también se habían hecho notorios por sus operaciones sofisticadas, desde copamientos de comisarías para obtener armas, robos de bancos en busca de fondos y secuestros de funcionarios extranjeros, desde diplomáticos hasta agentes de la CIA encubiertos en la embajada norteamericana. Tanto la espectacularidad de sus acciones como los comunicados enviados a la prensa, les permitió estar presentes en la opinión pública.
Su golpe más espectacular fue la toma de la ciudad de Pando, el 8 de octubre de 1969, cuando un numeroso grupo de guerrilleros llegó en una caravana fúnebre y copó la comisaría, el cuartel de bomberos, la central telefónica y tres bancos, de los cuales obtuvieron el equivalente a 357.000 dólares.
La operación se realizó en apenas 20 minutos, pero durante la huida algunos de los vehículos utilizados por el comando fueron interceptados por la policía, que logró capturar a una veintena de guerrilleros. Raúl Sendic –el jefe máximo de los Tupamaros– logró romper el cerco pero tiempo después fue capturado.
La vida política de ese país laico, democrático, de gente amable, había cambiado: Jorge Pacheco Areco había ganado las elecciones en 1967 pero las protestas sociales y el accionar tupamaro motorizaron una fuerte represión. A Pacheco Areco lo seguiría después Juan María Bordaberry, quien se convirtió en el artífice de una dictadura que al principio lo tuvo como la cara civil para convertirse luego en una dictadura militar que duró hasta 1985.
La gran evasión
Para principios de 1971 toda la cúpula tupamara y cientos de militantes de la organización estaban presos. La mayoría de las mujeres estaban en la cárcel de Cabildo, en el Centro de Montevideo, mientras que más de cien hombres –entre ellos los máximos dirigentes– habían sido concentrados en el viejo Penal de Punta Carretas.
La cárcel de Punta Carretas se inauguró en 1915 en una zona que por entonces estaba en las afueras de Montevideo, para alojar a delincuentes peligrosos bajo máximas condiciones de seguridad.
Pocos años después fue lugar de alojamiento forzado de presos políticos. A fines de la década del ’20 ya había allí una decena de anarquistas que habían sido detenidos por el asalto de una casa de cambio de la capital uruguaya.
No permanecieron mucho tiempo en Punta Carretas. El 18 de marzo de 1931 se fugaron por un túnel que sus compañeros cavaron desde un local de venta de leña y carbón que habían montado como fachada en un local cercano al penal. El hecho tuvo mucha repercusión en la época y se lo conoció como “La fuga de la carbonería”.
Para fines de los ’60, cuando los militantes tupamaros y de otras organizaciones más pequeñas empezaron a ser concentrados en el penal, Punta Carretas distaba mucho de ser la moderna cárcel construida a principios de siglo. La estructura edilicia estaba deteriorada y la argamasa de las paredes podía removerse con facilidad.
Eso resultaría clave para la planificación y la ejecución de la fuga del 6 de septiembre de 1971.
“Fugarse, primer deber de un preso político”
Para los tupamaros detenidos la fuga fue una posibilidad que evaluaron desde el primer momento. “Fugarse para retomar la lucha” no sólo era una consigna del MLN sino de todas las organizaciones guerrilleras de América Latina.
Apenas fueron concentrados en el penal –después de las caídas por la toma de Pando– formaron la Comisión Aspirina, integrada por un reducido grupo que estudiaría todas las alternativas posibles para la evasión.
En los meses siguientes se hicieron dos planes, pensando en sacar a los presos por grupos que operarán desde el exterior de la cárcel.
El primero de ellos, la Operación Mangangá, fue descartado rápidamente por el tiempo que llevaría su implementación. Consistía en alquilar un local a cuatro cuadras de la cárcel y desde allí cavar un túnel hasta ella, por el cual se fugarían los presos.
El segundo, la Operación Gallo, que sólo permitiría la fuga de unos 10 guerrilleros, se llevó a la práctica pero fracasó. Un comando de Tupamaros cavó un túnel hacia la cloaca que pasaba cerca del penal y allí armó una base -con herramientas, bolsas de dormir y municiones– para desde ese punto seguir haciendo un túnel hacia el penal. La maniobra fue descubierta cuando una inundación arrasó con todos los elementos que había en la base y las bolsas de dormir aparecieron flotando en la superficie.
Ese fracaso estuvo a punto de abortar cualquier otra posibilidad de evasión. El gobierno uruguayo empezó a planificar el traslado de los detenidos a la cárcel de la Isla de Flores, en el Río de La Plata, desde donde sería imposible la fuga.
A los tupamaros presos les quedaba poco tiempo. Fue entonces cuando se plantearon la pregunta que daría lugar a la Operación Abuso: ¿Y si lo hacemos desde adentro?
Agujeros en las paredes y el piso
En los papeles, la fuga parecía trabajosa pero sencilla. Los presos políticos estaban alojados en las celdas del primer y segundo piso del penal. Como primer paso, abrirían boquetes en las paredes de las celdas, para intercomunicarlas y armar un “pasillo” que los llevara hasta la última de cada planta. Agujerear las paredes –incluso con elementos muy precarios como cubiertos y alambres– no sería difícil: la argamasa se desprendía con facilidad.
Para tapar los agujeros utilizaron posters que conseguían lo les traían sus familiares en las visitas: equipos de fútbol, actrices, y modelos empezaron a poblar las paredes de las celdas. También colgaban la ropa de ganchos para dificultar más la visión de los carceleros.
También abrieron boquetes en los pisos de las últimas celdas del segundo y del primer piso para poder llegar a la última de la planta baja, la Celda 73, donde había un preso común al que habían convencido con la promesa de que podría fugarse con ellos.
“Estaba medio pirado”, recordaría mucho después Pepe Mujica. El preso común se apellidaba Salazar pero todos lo llamaban Arión, sin que se supiera el origen del apodo. Tenía obsesión por los Ovnis y decía que se comunicaba con los extraterrestres. Así y todo, los tupamaros evaluaron que era confiable, porque el tipo se mostraba solidario y discreto.
Desde la celda de Arión se empezaría a cavar el túnel, de unos 40 metros, que los llevaría debajo de una casa ubicada enfrente de la cárcel y que oportunamente sería copada por un comando de Tupamaros para abrir un boquete en el piso e interconectarlo con el túnel.
“A los Tupamaros búsquenles papeles”
Ocultar los escombros de las paredes y la tierra del túnel sería más difícil. Decidieron esconderlos debajo de las camas de las celdas y cubrirlos extendiendo las cobijas hasta el piso. De todos modos, el problema serían las requisas. La única solución era sobornar a los carceleros.
No sólo les dieron dinero sino también supuestos “documentos” de la organización. “A los Tupamaros búsquenles papeles, les pedían a los guardias y nosotros les dimos papeles para que quedaran bien con los jefes”, recordará años después Jorge Zabalza, uno de los guerrilleros evadidos.
A cambio lograron que las requisas se hicieran cada 30 días, mayor plazo no pudieron conseguir.
En un mes debían hacer todo. Pusieron manos a la obra, con el fantasma de un posible traslado a la Isla de Flores que les quitaría definitivamente la posibilidad de recuperar la libertad.
Ingeniería con casi nada
“La construcción del túnel comenzó el 11 de agosto de 1971, después de las siete de la mañana, cuando terminó el control de presos en las celdas. En verdad, habíamos comenzado a desarrollar el plan mucho antes, cuando empezamos a abrir los huecos entre celda y celda que nos permitirían formar un gran corredor interno por el que pasaríamos todos hasta la celda 73. Una última parte consistía en abrir huecos en los techos de algunas celdas para conectar los pisos”, relató Eleuterio Fernández Huidobro muchos años después.
A través de un preso común que hacía tareas en la cárcel y podía moverse con cierta libertad obtuvieron unos viejos planos del penal, donde también figuraba la profundidad de los cimientos.
Pero aún con los planos, la construcción del túnel sería una labor compleja. Pero el comité de la fuga contaba con un hombre providencial para planificarlo y diseñarlo: Jorge Amílcar Manera Lluberas, un ingeniero civil que había sido fundador de Tupamaros y era uno de sus máximos dirigentes.
El ingeniero no sólo hizo los cálculos en base a los planos, también ideó herramientas para poder hacer el túnel. “Manera Lluberas hizo una cantidad de instrumentos caseros que permitían tomar mediciones para mantener la línea recta y calcular los metros” recuerda Jorge Zabalza en su relato de la fuga. “Había hecho un aparato, un nivel. Con eso yo establecía la línea, ponía una varilla en el techo del túnel, clavada con alambre y así calculábamos”, coincide en el relato el tupamaro Julio Marenales.
El túnel y los obstáculos
Con las directivas de Manera Lluberas el túnel avanzaba, pero no sin dificultades. Había un primer tramo desde el piso de la celda 73, de unos 50 centímetros de ancho, con unos cuatro metros de profundidad. Desde allí debía continuar en línea recta por tierra blanda, pero se encontró con los cimientos del muro, sobre una placa de grava. De avanzar 4 metros por días, pasaron a hacer apenas 10 centímetros diarios hasta que pudieron sortearlo.
Trabajaban en equipos de 3: uno de los presos cavaba con una herramienta improvisada con alambre, otro metía la tierra en una bolsa y un tercero la llevaba hacía el boquete de la celda 73 para que los de arriba lo izaran. A medía que el túnel se iba haciendo más extenso encontraron otra dificultad: la falta de aire. Debieron reducir los turnos de los equipos porque se ahogaban rápidamente.
Un primer alivio llegó cuando encontraron el viejo túnel que los anarquistas habían construido en 1931 desde la carbonería. Allí había un poco de oxígeno, aunque no mucho. Finalmente llegaron a una cloaca, que los inundó con un aire fétido pero que se iba renovando.
El 4 de septiembre de 1971, 24 días y 40 metros después de iniciar la excavación, estaban debajo de la casa. Tenían que seguir hacia arriba, pero antes debían recibir una señal.
El recuerdo de Pepe Mujica
A esa altura ya no sabían que hacer con la tierra. “Buscamos establecer todo un mecanismo complejo dentro de la cárcel, por el cual empezamos la obra e íbamos trasladando la tierra, la íbamos comprimiendo debajo de las camas y como teníamos unas cobijas, la tapábamos. Teníamos calculados los metros cúbicos. A último momento nos llegaba al cogote y tuvimos que poner tierra en lugares inverosímiles”, contaría Pepe Mujica muchos años después.
De todos modos, los habrían descubierto de no ser por los sobornos a los guardias. Mujica recuerda que antes de tomar la iniciativa fueron estudiando las posibles debilidades de cada uno. "Cuando buscábamos los puntos débiles que tenían los carceleros, nos dimos cuenta de que el de uno de ellos era la plata. Entonces teníamos una consigna: ‘Todo el poder a Luquini’, y luquini quería decir plata en la jerga que hablábamos”, explicó al contar la fuga.
Los centímetros de la incertidumbre
La fuga debía concretarse el 5 de septiembre a la madrugada, pero un hecho fortuito obligó a postergarla: el militante tupamaro que debía armar la logística y las citas para llevar a los fugados a casas seguras tuvo un accidente en moto. Cómo los organizadores del exterior no sabían si lo habían detenido o no, decidieron cambiar todas las citas, lo que les llevó 24 horas.
Finalmente, la noche del 5 los presos recibieron la señal de que las dos casas ubicadas frente a la prisión ya estaban tomadas por los guerrilleros que daban el apoyo externo. Así, desde el túnel, los presos ya podían hacer el tramo final: excavar hacia arriba de la primera casa. La señal para que hicieran ese último tramo era llama de un encendedor desde una ventana de esa casa.
Al mismo tiempo, decenas de militantes de Tupamaros iniciaron manifestaciones y actos relámpago en el barrio La Teja, en el otro extremo de la ciudad, para distraer a las fuerzas policiales.
“Mientras se iba perforando la tierra hacia arriba yo pensaba que si fallábamos por apenas 50 centímetros al boquete que iban a hacer desde el piso de la casa nos íbamos a quedar en la cárcel para siempre”, recordaría años después Jorge Manera Lluberas.
Su preocupación resultó infundada. Uno de los integrantes del comando que había tomado la casa estaba escuchando con un estetoscopio y pudo ubicar el lugar exacto desde donde sacaban la tierra desde abajo. Recién entonces, desde arriba abrieron el boquete que debía coincidir con el agujero que abrían desde abajo.
Eran casi las 5 de la mañana del lunes 6 de septiembre. De a uno, 111 presos fueron izados a través del agujero. Una vez en la primera casa, pasaban a una segunda que estaba atrás – tomada por otro comando de Tupamaros– donde se cambiaban la ropa y recibían armas y dinero.
Los máximos dirigentes se fueron rápidamente en dos autos. El resto de los evadidos se distribuyeron en dos camiones que los fueron dejando en citas ya fijadas en distintos lugares de la ciudad, donde los esperaban autos para llevarlos a casa seguras.
En el penal se enteraron de la fuga cuando llegaba la hora “del recuento”. Tan sigiloso fue todo. Tan preciso el mecanismo de relojería para lograr la libertad. Los 111 “se habían abusado” de quienes los tenían encerrados.
Padre tupamaro e hijo montonero
Jorge Amílcar Manera Lluberas, el ingeniero del túnel, fue capturado nuevamente en 1972 y permaneció más de 10 años preso.
Poco después de la fuga de Punta Carretas, su hijo Gabriel fue detenido por su militancia en Tupamaros y al ser liberado cruzó a la Argentina, donde se incorporó a Montoneros. Lo detuvieron en 1975 y estuvo preso hasta el final de la dictadura. Cuando lo liberaron viajó a Francia, donde inició una fuerte campaña para conseguir la libertad de su padre, que había sido capturado nuevamente, y de los demás presos políticos uruguayos.
Como resultado de esa campaña, el abril de 1984 el Comité de Derechos Humanos del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, luego de analizar denuncias presentadas y respuestas del gobierno uruguayo, dictaminó la constatación de varias violaciones al Pacto. En función de la lucha de su hijo y de otras tantas campañas por el resto de los prisioneros, con el fin de la dictadura uruguaya los tupamaros y otros presos políticos quedaron en libertad en 1985.
De la fuga de Punta Carretas, Gabriel Manera tiene el recuerdo nítido de una visita que le hizo a su padre pocos días antes de la evasión. En ese encuentro, los dos debieron guardar secretos.
-Yo había empezado a militar en Tupamaros -cuenta a estos cronistas-, pero no podía decírselo bajo la mirada de los guardias. Él ya estaba en pleno proceso de la fuga y tampoco podía decirme nada.
Jorge Amílcar Manera Lloberas, el ingeniero del túnel de Punta Carretas, tiene hoy 90 años y vive en Uruguay.
La cárcel de la que se evadió con otros 110 presos ya no existe: en ese lugar se levanta ahora el paseo de compras más famoso de Montevideo.
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