El nombre de una amiga que me hace sentir inteligente, el apellido de una amiga que me hace sentir audaz: Gloria Pose. Con partes de las mujeres que me cuidan todos los días, armé el pseudónimo que usé para hacerme pasar por una mujer que necesitaba abortar.
No fue fácil encontrarlos. Me dijeron que se llaman Centros de Ayuda a la Mujer o CAM, pero cuando puse las palabras en Google aparecieron servicios públicos que se dedican a atender casos de violencia de género. Lo mismo cuando tipeé “estoy embarazada y no quiero tenerlo” y otras frases similares. Recordé haber leído noticias sobre organizaciones que captan a mujeres con embarazos no intencionales mediante mensajes ambiguos y luego las quieren convencer de no abortar. Las busqué, así encontré las webs camslatinoamerica.com y embarazoinesperado.com.
En las dos pedían datos personales para iniciar un chat, ninguna ofrecía datos de contacto. En openDemocracy, la organización que me encargó el trabajo, me habían dicho que podía buscarlos en el directorio de Heartbeat International. Ahí encontré un listado de números de celular, sin página web, sin domicilio, sin nombre.
Llamé al teléfono que aparecía y el contestador automático me derivó a otro. Cuando me comuniqué, les dije que tenía una “situación complicada” y que me habían dicho que ellos me podían ayudar. Inmediatamente, me preguntaron de cuánto estaba. Les dije que de 6 semanas. Me pasaron otro número, de una filial en la capital (ellos eran de zona norte). Tardé bastante en poder comunicarme hasta que finalmente logré que me dieran un turno y una dirección.
Para no parecer yo, me vestí con la ropa más genérica que tengo y cuando vi el look completo sentí que no parecía nadie, me doblé la remera adentro del pantalón para abultar la zona del abdomen y salí, conforme con sentir que había logrado ocultar cualquier atisbo de mi personalidad. Mientras caminaba desde el subte, configuré mi teléfono para compartir mi ubicación en el chat que tengo con mis amigas del Club del Libro. Será porque leemos muchas novelas juntas, pero sentíamos un peligro inminente y mi trabajo parecía el de Mata Hari.
Para descomprimir los nervios, le hablé por Instagram a alguien que me gustaba. Cuando me preguntó qué hacía le respondí. “Me encargaron parte de una investigación sobre organizaciones anti derechos con financiamiento internacional. Publican mensajes que te hacen creer que te van a ayudar a abortar y cuando llegás te quieren convencer de que no. Tengo que hacerme pasar por embarazada y grabarlos”. Creo que no fue un mensaje muy seductor porque no hablamos más.
Los nervios resultaron ser útiles. Cuando entré a la oficina pulcra del centro porteño me temblaba la voz. Agradecí que mis papás consideren que las habilidades artísticas son una parte importante de la educación y me hayan mandado a una escuela primaria con teatro obligatorio. Usé los nervios para que parecieran angustia. Tragué fuerte varias veces para que se me secara la boca, hundí el pecho, exhalé en suspiros, tensé las manos. Mientras esperaba, abrí la aplicación de la grabadora de voz y puse el teléfono con el micrófono hacia afuera en el bolsillo del frente de mi camisa. Aproveché ese rato para ir al baño y sacar algunas fotos. El lugar, como mi atuendo, brillaba por la ausencia de señas particulares. Solo había un cartel que decía EMERGENCIAS MÉDICAS y un número de teléfono. Eso me asustó.
Cuando entré a la sala de entrevistas me recibió una mujer extranjera con acento de algún país de Centroamérica y un hombre que casi no habló. Me pidieron mis datos y llenaron una ficha. Me preguntaron de cuánto estaba. Les dije que de 5 o 6 semanas. Ahí me preguntaron la fecha de mi última menstruación. Como no llegué a hacer el cálculo tan rápido, contesté que no me acordaba, pero que sabía cuándo había quedado embarazada. Entonces, les conté la historia de Gloria.
Les dije que había estado mucho tiempo en una relación con un violento y que había logrado salir e irme a vivir sola. Que sabía cuándo había quedado embarazada porque fue un día en que él había aparecido, que había accedido a tener sexo luego de que me amenazara, por miedo. Y que no quería continuar con el embarazo por la misma razón, que me había costado mucho terminar esa relación y que no quería que nada me ligara a esa persona.
Ahí me preguntaron cuándo fue ese encuentro e, inexplicablemente, me dijeron que estaba embarazada de 10 semanas y no de 6 como yo creía. Es cierto que mi cálculo rápido (otra vez) fue impreciso, pero querían a todas luces marearme estableciendo una fecha de ovulación probable 2 semanas antes del encuentro. Después de casi 5 años dando talleres sobre menstruación, todavía no entiendo cómo pude frenar la reacción espontánea de corregirlos. Se ve que los nervios me quitaban todo reflejo posible, tal vez soy mejor actriz de lo que creo. O más probablemente, mi oficio ya está adherido a mi inconsciente y lo registré como uno de sus trucos: hacerte creer que llevás más tiempo de gestación que el que llevás.
Cuando terminó mi relato, me dijeron que sea cual fuera la decisión que tomara respecto a mi embarazo, tenía derecho a hacerlo de manera informada. Ahí vino lo más difícil. Pusieron un video en el que, uno a uno, iban apareciendo como ciertos los mitos que refuté en el segundo capítulo de mi libro. No dejaban ningún cliché afuera: ilustraciones de fetos completamente formados siendo desmembrados en el útero, testimonios de mujeres que habían abortado y padecían un sinfín de trastornos psicológicos, un médico que aseguraba que los abortos podían traer infertilidad.
Acostumbrada al humor sarcástico de Twitter, esto parecía un video parodia. Para no perder la compostura, me acordé de cuando mis amigas me contaron que en la escuela les habían puesto videos similares. Me las imaginé chiquitas, con miedo, con culpa. Se me cayeron unas lágrimas de impotencia. Cuando levanté la vista observé las expresiones complacientes de mis interlocutores y me di cuenta de que el llanto funcionaba: creían que me habían asustado.
Después del video, manifestaron que su objetivo no era juzgar mi decisión sino darme herramientas para que no haga algo que me dañe. La mujer, que se presentó como psicóloga, me dijo que la violencia que había padecido no podía justificarse y que nadie la merecía, pero que en este momento era una víctima y que si abortaba iba a construir un círculo de violencia, porque era un acto violento contra mí y mi bebé. No pude contener el llanto. Las lágrimas continuaron surtiendo efecto. Esta mujer jamás mencionó que acceder a tener relaciones sexuales bajo amenaza puede considerarse como violación y que, en ese caso, me correspondía acceder a un aborto legal.
En cambio, me dijo que habían decidido fundar la organización al ver los devastadores efectos que los abortos surtían sobre la salud mental de las mujeres. Habló de estrés traumático postaborto, un término que ha sido descartado por las academias de psiquiatría luego de numerosos estudios que mostraron su inexistencia.
Luego, llegaron los ofrecimientos. Me dijeron que tenían abogados para ayudarme a lidiar con mi ex (dicho sea de paso, en otro error de cálculo, cuando me preguntaron cómo se llamaba, lo primero que atiné a decir fue el nombre de mi papá: teléfono para Freud). Me contaron que tenían una bolsa de trabajo y que enseñaban a hacer bombones de chocolate para que pudiera arrancar mi emprendimiento, que me regalaban la capacitación y los materiales. Me informaron que contaban con cochecitos y pañales. Para todas las objeciones o dificultades que pudiera tener respecto a gestar o criar ellos proveían una solución sin pedir nada a cambio.
Antes de irme, me dijeron que “cualquiera fuera mi decisión” (constantemente remarcaban esta frase), lo primero que había que hacer era confirmar el embarazo. Les dije que no tenía cobertura médica y me dieron un papel tipo recetario que decía “ecografía Gloria el 26/12 a las 8:30” y una dirección particular con el apellido de un doctor. Sin sello, sin matrícula. También un folleto en el que aparecían listadas la necesidad de transfusiones de sangre y lesiones en el intestino y la vejiga como posibles consecuencias físicas de un aborto.
En él, anotaron mi número de ficha: 7415. Me despidieron diciéndome “eso quiere decir que eres la mamá número 7415 que viene aquí. La mayoría decidió continuar su embarazo y hoy son muy felices”. Cuando escuché la palabra mamá me puse a llorar de nuevo. El hechizo de las lágrimas los envalentonó para asestar su último golpe. La mujer se me acercó y me dijo: “Puedo notar que eres una personita muy dulce por cómo te conmueves, tú no quieres hacer daño”.
Puse especial empeño en salir lento porque quería correr. Llegué a la vereda y corté la grabación. Le avisé a mis amigas que estaba bien. Casi llegando al subte, recibí un llamado, me había olvidado el paraguas. Lo fui a buscar porque lo compré en un viaje pero además porque no quería dejar rastros. La chica nerviosa que lloraba se había ido y había vuelto la espía, lista para contar la anécdota en la cena.
Por qué acepté una misión encubierta
Mi vida es hablar sobre ciencia de forma que parezca que estoy hablando de otra cosa. Para eso, animar sobremesas es una habilidad central. Sin embargo, no acepté esta misión encubierta para tener una buena historia. Lo hice para mostrar que hay organizaciones con financiamiento internacional que operan para obstaculizar derechos.
Como yo hubo otras. Durante 9 meses, mujeres de 18 países diferentes nos hicimos pasar por embarazadas. Grabamos, fotografiamos y documentamos el accionar de Heartbeat International y de Human Life International, dos organizaciones que aseguran tener vínculos estrechos con la administración de Donald Trump. En iglesias, hospitales, refugios para mujeres y áreas cercanas a campus universitarios escuchamos y analizamos las operaciones de más de 60 centros. Todos ellos se presentan online como proveedores de información o servicios de aborto.
Luego, facilitan información falsa por medio de activistas u orientadores sin calificación médica. En el folleto que me dieron mencionan riesgo de muerte, infecciones y hemorragias, perforación del útero e infertilidad, todas complicaciones asociadas a abortos inseguros y clandestinos que de ninguna manera se condicen con la evidencia disponible respecto a abortos farmacológicos o con aspiración manual endouterina (ambas técnicas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud). En Italia, fueron más creativos y aseguraron que mientras el aborto causa cáncer, parir puede curar la leucemia.
Al ser consultada respecto a los hallazgos de la investigación, la diputada nacional Mónica Macha sostuvo que: “Las estrategias de esta organización demuestran la manipulación y el engaño al cual someten a las mujeres que se acercan. Son prácticas entramadas, organizadas, muy peligrosas que usan espacios claves como las consejerías para manipular y cercenar su poder de decisión. No fortalecen a nadie, no informan ni asesoran, no producen un andamiaje para que se tome una decisión, sino que de forma tendenciosa y deliberada buscan asustar, crear pánico, y empujar a decisiones basadas en información falsa y trampas ideológicas. El objetivo está claro y es impedir la autonomía de las mujeres, obligarlas a una maternidad no deseada y utilizar señuelos económicos, materiales y psicológicos para inducirlas a decisiones que no son producto de su deseo ni de su planificación, que no expresan su voluntad, sino que son conducidas a la maternidad”.
Según las declaraciones tributarias de Heartbeat en Estados Unidos que analizó openDemocracy, la organización entregó a la red CAM, cuya sede está en México, al menos 25.000 dólares desde 2012. En esos formularios se establece un “programa conjunto de afiliación” con la red CAM (Centros de Ayuda a la Mujer), de la que Heartbeat también es socia, estableciendo que “todos los fondos dirigidos a CAM son para entrenamiento, consultas y apoyo a nuestros afiliados comunes”. No hay detalles específicos de gastos en Argentina, pero en las declaraciones financieras de 2013 y 2014 figura que un miembro del grupo viajó al país a una conferencia de CAM.
HLI asegura que gastó unos 920.000 dólares en América Central y el Caribe en 2008-2014, y más de 230.000 en América Latina en 2015-2017. No está claro cuánto de ese dinero fue a la red CAM, pero su logo aparece de manera prominente en la página principal del sitio web de CAM, junto al de Heartbeat. A su vez, en las declaraciones financieras de la organización figuran gastos por 2.17 millones de dólares en América Latina descritos como donaciones a grupos no identificados.
Macha se refirió a la circulación de fondos desde el exterior al afirmar que “esta investigación también desenmascara los intereses internacionales para impedir que se adquieran nuevos derechos que fortalezcan a las mujeres en sus luchas. Este tipo de intervenciones buscan de forma deliberada maniatar la fuerza feminista. Obligan a la maternidad, creen que las mujeres no podemos decidir sobre nuestro cuerpo”.
En nuestro país, hay leyes y regulaciones (como la Ley de Parto Respetado y la Ley de Derechos del Paciente) que establecen la obligación de brindar información clara, precisa, suficiente, apropiada y por escrito, incluyendo de manera específica aquello concerniente a embarazos, partos y abortos legales. La información o publicidad confusa o engañosa sobre productos y servicios está prohibida.
Estos aspectos del marco jurídico son centrales para entender que estos grupos no son simples activistas que luchan por sus convicciones y exponen su punto de vista, sino organizaciones con financiamiento internacional que impiden el ejercicio de derechos mediante una acción coordinada basada en la información falsa y la manipulación.
“El primer paso es hacer visible el accionar de estas instituciones. No permitir que operen en las sombras y en silencio. La única forma de que lleven a cabo su objetivo es siempre y cuando sean invisibles o se camuflen en otras intenciones o funciones sociales. Hay que develar sus intenciones. Operan casi al modo de una secta que se aprovecha de un momento de angustia o duda. Y después es clave que la justicia investigue el grado de legalidad de sus procedimientos”, afirmó la diputada Macha al ser consultada sobre el rol que debieran asumir las autoridades.
En respuesta a las preguntas de openDemocracy, Heartbeat sostuvo que “nos adherimos firmemente a nuestro Compromiso de Cuidado”, que obliga a los afiliados a la exactitud en la información y la publicidad. “Diferentes países tienen sus culturas y diversas formas de comunicarse, pero sigue siendo un hecho que el aborto entraña riesgos para las mujeres”, sostuvo la organización. “Con amor y verdad, nuestro objetivo es ayudar a que la clienta entienda el aborto de manera más cabal para que pueda tomar una decisión realmente informada”, añadió. En América Latina, la red CAM no respondió nuestras preguntas, y tampoco lo hicieron los centros que nuestras periodistas visitaron en Argentina, Costa Rica, Ecuador y México. HLI también se abstuvo de hacer comentarios.
La investigación completa de openDemocracy está disponible aquí. Los datos tienen el valor de nuestras historias, son intrépidos, el producto de las experiencias de un grupo de mujeres en la boca del lobo. Para mí, esta fue otra instancia de activismo feminista, una que me hizo menos ingenua y más inescrupulosa. Vi la perversión del cercenamiento de derechos, del aprovechamiento de la vulnerabilidad de una forma que no había visto antes. Ahora sé que no se trata solamente del devenir de una violencia sistémica, de sacar ventaja a la ignorancia o de pensar distinto. Hay esfuerzos y capitales concretos destinados a impedir el acceso a la información y la salud que, más allá de nuestra posición respecto al aborto, deben ser repudiados.
Agostina Mileo es comunicadora científica, editora de Ciencia y coordinadora de la campaña #MenstruAcción en Economía Femini(s)ta. Además es autora del libro “Que la ciencia te acompañe (a luchar por tus derechos)” (Debate, 2018)
En Twitter es La Barbie Científica- @Bcientifica
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