“Que sean gente de bien, que estudien”. Eso desea Alejandro Rolón para sus hijos. El hombre, que se dedica a la construcción, vive con su esposa y sus hijos Verónica (13), José Luis (12), Richard (9) y Máximo(7) en el Barrio 31, en Retiro. Y encontró en el taekwondo el vehículo para que alcancen su sueño. “Les enseña respeto y valores”, dice.
Así, tres veces por semana los hijos de Alejandro toman clases de este deporte oriental, en el que la Argentina tiene tradición: en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, la única medalla dorada de nuestra delegación la obtuvo el taekwondista Sebastián Crismanich. Desde hace un año y medio, los chicos están becados en un gimnasio de Tortuguitas, muy lejos de su casa, y sólo pagan torneos que no cubre el instituto al que van. Y los sábados entrenan con el “sabonim” (profesor) Federico Figari, un campeón argentino que además da clases en el propio Barrio 31.
Según Figari, “una de las tantas cosas que da el taekwondo es la perseverancia. Cuando a uno no le sale algo, debe intentarlo y repetirlo la mayor cantidad de veces hasta lograrlo. Luego enseña a tener autocontrol al presentarse situaciones de violencia. Cuando uno aprende a defenderse y practica permanentemente un arte marcial no hace falta pelear. Todo el tiempo estamos entrenando eso. Yo siempre digo que nuestro deporte tiene violencia, pero controlada. Y además se aprende el respeto, no solamente cuando se practica el taekwondo, sino también fuera de la clase”.
Este arte marcial demanda muchas horas de entrenamiento para adquirir una técnica correcta. Por lo tanto, el rol de los padres, como en este caso Alejandro, es muy importante. Además de llevarlos y traerlos -un viaje que demanda una hora y media- su papel es apoyarlos y animarlos a sus hijos, sin exigirles por demás o hacer comparaciones que puedan desalentarlos. “En el deporte, la gente es por lo general mucho más sana. Es una actividad que a mis hijos los van a llevar por un mejor camino”, afirma Alejandro.
Desde que empezaron con este arte marcial, la vida de los chicos cambió, asegura el padre: “No tienen malas juntas, son mas estudiosos y responsables en el colegio y ademas lograron mejores amistades”.
-¿Porque elegiste el Taekwondo para tus hijos?
-Todo empezó a través de una señora del barrio que me comentó que sus hijos practicaban este arte marcial, y me pareció muy bueno que mis hijos también lo hicieran para darles una mejor calidad de vida.
-¿Qué fue lo que más te llamó la atención de este deporte?
-Las artes marciales les dan otra clase de formación a los chicos. Les enseñan respeto y valores. Tienen otras amistades. Salen del barrio y ven otra vida.
-¿Cómo los mejoró el taekwondo?
-Cambió un montón nuestra la rutina. Ellos están muy entusiasmados, cuando llega el horario de ir a taekwondo ya están todos preparados, con sus bolsos, sus protectores, sus aguas, y vamos. Les gusta. Yo los incentivo también, les digo que el deporte siempre es bueno. Los lleva por otro camino a los chicos.
-¿Te da tranquilidad que sepan este deporte?
-Sí, aparte de aprender algo bueno, les da otro pensamiento, no los deja pensar en otras cosas, en cosas malas. Uno tiene que decirles a los chicos que ocupen la mente, que no piensen en boludeces. Nosotros como papás somos muy estrictos. Ellos no van sin permiso a ningún lado. Y cuando salen van siempre acompañados por la mamá o los llevo yo. Al almacén que está enfrente de casa van solos, pero después a ningún lado.
-¿Qué es lo que más te da orgullo de ellos?
-Mis hijos son muy buenos. Respetuosos, educados, de bien, inocentes, no tienen maldad. Eso me pone orgulloso.
-¿Qué soñás para tus hijos?
-Lo mejor. Las cosas que yo no tuve. Yo por ellos doy todo, hasta mi vida. Quiero que sean gente de bien, que sean alguien en un futuro, no ignorantes como yo o la mamá. Quiero que sean profesionales.
-¿Qué es lo más difícil de ser padre?
-Y, es complicado (risas). Uno no sabe qué será del futuro de ellos. Yo espero su bien. El miedo, como papá, es que, por ahí, qué sé yo... si me llega a pasar algo ahora que se crezcan sin mi. O que le pase algo a la mamá. Ojalá nunca suceda, pero mi miedo ese, que antes que todos ellos sean grandes les falte uno de los dos.
-¿Cuánto hace que vivís en el barrio?
-Doce años. Cinco alquilé, y hace siete que compré una casa.
-¿Cómo es vivir en “La 31”?
-Es un barrio normal. Por ahí la gente de afuera lo ve con otros ojos, pero la realidad no es así. Inseguridad hay en todos lados, no acá en la villa solo. Inclusive yo me siento más seguro en el barrio que afuera.
-¿Te molestan esos comentarios?
-No, a mí no me afectan, yo sé qué clase de persona soy. Conozco a mucha gente que es gente buena acá. El 98, 99% del barrio son trabajadores. Vos venís acá a la hora pico, a la mañana, es intransitable la salida. Y a la tarde también, gente que va a trabajar. Hay personas que hacen cosas malas, por supuesto, pero la gente de afuera sólo ve eso, lo malo del barrio. Y no lo bueno.
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