La chica, de 18 años, no quería saber nada con casarse con ese señor mayor, amigo de su papá. Martín Gregorio de Alzaga tenía 50 años, era inmensamente rico y el casamiento era perfecto para estrechar lazos que iban más allá de los sentimientos.
El apellido Alzaga era uno de los que se repetía en los libros de historia. Su abuelo, Martín, había tenido una actuación destacada durante las invasiones inglesas y había sido fusilado en julio de 1812 cuando el secretario Bernardino Rivadavia lo involucró en una conspiración para derrocar al Primer Triunvirato, aunque nunca aparecieron pruebas concretas.
Felicitas, que había nacido en Buenos Aires el 26 de febrero de 1846, poco pudo hacer ante el matrimonio arreglado por su padre y el 2 de junio de 1864 se casó.
Tuvieron dos hijos. Félix Francisco, muerto a los 3 años víctima de la epidemia de fiebre amarilla y Martín, quien falleció al nacer, curiosamente al día siguiente del fallecimiento de Alzaga, ocurrido el 1 de marzo de 1870, afectado profundamente por la muerte de su pequeño hijo.
Felicitas, de 24 años, se transformó en una hermosa viuda, dueña de una importante fortuna y de miles de hectáreas de campo, principalmente en la provincia de Buenos Aires. Pretendientes no le faltaron. El poeta Carlos Guido Spano la había descripto como “la mujer más hermosa de la República”, según destaca el historiador Enrique Puccia en su libro Barracas. Su historia y sus tradiciones 1536-1936.
Uno de los que estaba atraído por ella se llamaba Enrique Ocampo, también de una familia porteña de renombre. Sería el tío abuelo de la escritora Victoria Ocampo. Enrique la visitaba con la esperanza de poder llegar a formalizar una relación, aunque Felicitas mantenía una distancia amistosa.
Un encuentro de película
Felicitas amaba el campo. Solía pasar temporadas en su estancia La Postrera, en el partido de Castelli, donde se criaban ovejas. Tenía además miles de hectáreas, que iban desde el río Salado hasta el actual partido de General Madariaga.
Pero La Postrera era su favorita. Esos campos habían pertenecido a Ambrosio Crámer, quien había sido muerto en la revolución de los Libres del Sud, en 1837. Su nombre Postrera obedece que cuando se estableció, estaba en los confines de la civilización y era el último mojón frente a las tierras dominada por el indígena.
También, para el que transita la ruta 2 camino a Mar del Plata, a la altura del kilómetro 168, a mano derecha verá un castillo que, si bien fue construido años después de la muerte de Felicitas, se encuentra dentro de la estancia La Raquel, otra de sus posesiones que heredaría de su marido.
Una tarde, paseando con su carruaje por tierras alejadas de su estancia, la sorprendió una tormenta y se perdió. De pronto, se cruzó con un jinete que la tranquilizó y la acompañó en el regreso. Se llamaba Samuel Sáenz Valiente, era joven y estanciero.
Y el flechazo fue mutuo.
Trágico final
La pareja anunció su compromiso para el 29 de enero de 1872. La fiesta se haría en la casa de descanso que los Guerrero poseían en Barracas, junto a la Calle Larga, que era el antiguo nombre de la avenida Montes de Oca.
Tenía días agitados por delante. Estaba organizando la inauguración de un puente de hierro sobre el Río Salado, cercano a La Postrera, lo que permitiría transitar aún con crecidas. Sería un acto importante, en el mismo campo, al que concurriría el gobernador bonaerense, Emilio Castro.
Ese día, Felicitas había ido al centro a realizar unas compras. Cuando regresó, ya estaban los invitados, a los que le anunciaría su casamiento. Antes de subir a sus habitaciones a cambiarse, le avisaron que la esperaba Enrique Ocampo, para hablarle en privado. Pensó en darle cualquier excusa para evitarlo, pero finalmente asintió en verlo.
Luego de saludar a su prometido y a los invitados, se dirigió a la sala donde un atribulado Ocampo la esperaba. Felicitas no quiso que su amiga Albina la acompañase, aunque uno de sus hermanos y un primo, Demaría, aguardarían atentos detrás de una ventana.
Ambos discutieron. Escucharon que Ocampo le preguntaba a Felicitas si se iba a casar con él o con Samuel y ante la respuesta evidente, sacó un revólver y amenazó que, si no se casaba con él, no lo haría con nadie.
Felicitas intentó escapar de la sala, pero recibió un tiro en la espalda y cayó desplomada. Su hermano y su primo entraron y las versiones de lo que ocurrió difieren. Una, que Ocampo se suicidó, otra que los dos hombres lo mataron. Aparentemente, el cuerpo de Ocampo presentaba más de un orificio de bala. El juez Ángel Carranza dictaminó que el hombre se había suicidado, y el caso fue cerrado.
El proyectil que había herido mortalmente a la muchacha había ingresado por arriba de su omóplato derecho y había afectado la columna y el pulmón. Felicitas agonizó unas horas y falleció en la madrugada del día siguiente, 30 de enero. Fue velada en la casa familiar de México 524, en el barrio de San Telmo y enterrada en el Cementerio de la Recoleta.
La ironía del destino quiso que su cortejo fúnebre coincidiera, en la entrada de la necrópolis, con el de su asesino, Ocampo.
La iglesia que la recuerda
Los padres de Felicitas, desconsolados, mandaron construir una iglesia en el lugar donde la habían matado. Así nació el 30 de enero de 1879 la iglesia de Santa Felicitas, frente a Plaza Colombia, en Barracas.
El templo conserva una estatua de Felicitas y de su esposo Martín. La tradición cuenta que las chicas que desean casarse, deben atar un pañuelo en las rejas de la iglesia. Y que a la mañana siguiente, si amanecen húmedos, es por las lágrimas de Felicitas, cuyo espectro suele verse en los aniversarios de su trágica muerte.
Es que aún su historia causa tristeza y melancolía en los visitantes que presienten que ella aún está allí. Buscando ser feliz.
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