El rito clásico de escribir cartas a una compañera de banco, a un esposo que había llegado en barco o todavía estaba en Italia, el papel en el que se podía declarar el fuego de la pasión a un amante fugaz, confesar un deseo prohibido a un actor, ser anónima/o por un rato en el que los suspiros tomaban letra viva se perdió. Pero, en realidad, vive más que nunca. Hoy los DM de Twitter, los mensajes privados de Facebook, el chat de Instragram, los correos de Telegram y, por sobre todo, el whatsapp (que asemeja un cordón umbilical con el propio oxígeno de tan vital que parece en la vida moderna) se usan más que nunca.
No se escribe menos, se escribe más. Pero si bien los chat hot hacen arder las noches de soledad o de previa, las citas son más fáciles de coordinar, los amores a distancia se acercan y los océanos se navegan en una huella de segundos, la confusión, el agobio o el desprecio se llevan el top ten en las sensaciones que vuelven a la pantalla una pulsión de ansiedad, deseo y desprecio.
El 14 de febrero es San Valentín y se desata una guerra de corazones. Por un lado, el mercado comercial ofrece bombones en caja roja (yo creo que a los bombones siempre hay que decirles que sí), ositos de peluche al por mayor, citas en hoteles alojamiento, escapadas románticas y cenas a la luz de las velas o de la cuenta.
Por otro lado, el cuestionamiento al 14 de febrero como una fecha for export, sin raigambre en la tradición nacional y que exacerba las imágenes más recurrentes del amor romántico clásico (y como todo clásico siempre machista) de una pareja a la que se entrega todo, que es para siempre, que es lo más importante y que conlleva una pasión arrasadora e irracional que completa a una mujer que, sin ese corazón, esa cita, ese llamado, no es una mujer completa.
Y, además, que deja a las y a los (pero especialmente a las mujeres sin pareja) en el lugar de fracasadas a las que nadie llama, ninguno invita, no tienen con quien brindar o terminar la noche abrazadas. En fin, una catástrofe emocional fomentada por una sociedad que, cada vez, se mueve menos por amor pero que demoniza a quienes no son amadas a la luz social.
Sin embargo, es una buena idea proponer volver a escribir cartas de amor -tal vez en vez de comprar costosos regalos o, además de los chocolates y la cena (porque comer chocolate siempre es bienvenido)- que, en lo posible sean de tinta, con el pulso como latido genuino de quien la escribe y que impliquen una declaración sin mil idas y vueltas y confusiones entre la estridencia del entusiasmo y la decepción de la clavada del visto.
Pero, además, escribir es pensar y pensarse. Y, en ese sentido, en el contexto de una reformulación al amor desde el feminismo escribir es una manera de buscar palabras, formas y sentimientos que inspiren a relaciones en construcción, con igualdad, cuidado, compañerismo, admiración y disfrute mutuo.
La filósofa Diana Maffía hace talleres de cartas de amor desde hace más de tres años como un paso de análisis crítico al amor romántico y una necesidad en el contexto de la lucha contra la violencia machista que da lugar a encuentros en el Centro Cultural Tierra Violeta. Por un lado, los temas van variando –puede ocupar el centro de la escena los besos, el carnaval, la política- y con videos, poesías, textos académicos, análisis de cartas de personajes históricos se va llevando el espacio para pensar y sentirse a través de los mandatos de género y el deseo de compartir.
“Parece doblemente contradictorio y anacrónico pensar en cartas de amor feministas. Anacrónico porque parece que ya nadie escribe cartas de amor. El correo postal sólo nos trae facturas de servicios, resúmenes bancarios y publicidades. Y aún eso está en retroceso. La materialidad de la escritura está casi perdida como hábito, el propio lenguaje de las emociones ha retrocedido hasta el nivel de los emoticones, y con el avance tecnológico también la duda y el arrepentimiento que se revelaban en la letra manuscrita con sus tachaduras y temblores, desaparece sin dejar huella. La escritura perdió el espesor de la temporalidad para adoptar el de la inmediatez. Y la expectativa que hace unas décadas implicaba días y días de espera de una respuesta, la imaginación a mil sobre cómo habría sido recibida nuestra carta y qué provocaría como retorno, adoptó también la exigencia de lo instantáneo y la angustia y sobreinterpretación de la clavada del visto", subraya Maffía, Directora de Tierra Violeta.
¿Las cartas de amor, los feminismos y el romanticismo son planetas que se chocan o pueden girar juntos en busca de nuevos rumbos afectivos? “Lo aparentemente contradictorio resulta de vincular las cartas con el ideal de amor romántico, el que pone a las mujeres en un lugar de incompletitud hasta que ‘al amor no se asoma’, el que nos hace dependientes de un varón que sea nuestra ‘media naranja’ hasta para ser un cítrico completo. Se nos hace sentir y creer desde pequeñas que el lugar de la mujer es el de una princesa que espera a ‘su’ príncipe. Azul, por si fuera poco”, destaca Maffía.
Y describe ese amor que nos vendieron en los cuentos de princesas, novelas de la tarde y mandatos familiares: “El que nos hace besar sapos y pitufos en la esperanza de que aparecerá un signo exterior con estrellas doradas que nos diga que es el amor, que debería ser la respuesta y la satisfacción de todos nuestros deseos, no sólo el deseo heterosexual monógamo que espere realizarse en la maternidad y la familia, sino la felicidad recluida en la intimidad y el rol doméstico y de cuidado, no como trabajo no pago sino como expresión de amor conyugal y maternal. Ese es el erotismo permitido y bajo control".
“Ya nadie escribe cartas, de las verdaderas, de puño y letra, cargadas de vacilaciones y suspiros, cartas apasionadas, cartas de amor maternal, cartas de amigas. Del correo llueven propuestas publicitarias, avisos de bancos y boletas de impuestos. Los avances de la técnica desbordan nuestra intimidad. ¿Por qué? Porque hay una comunicación intensa, personal e intransferible que la tecnología todavía no sabe trasmitir. Es el temblor que la mano imprime a la letra”, escribió la filósofa Clara Kuschnir (conocida como Clara Fontana), en el libro “Ya nadie escribe cartas de amor, filosofía de la vida cotidiana”, de Editorial Antigua.
En ese sentido, retomar la materialidad de la escritura, con ejemplos de cartas de amor es volver a promover un diálogo con menos sobredosis de frecuencia y de expectativas insatisfechas (si siempre se está escribiendo nunca se está escribiendo y si se escribe una carta no se esperan ni muchos mensajes de forma permanente ni se deja de enviar un texto sentido y reconocido). Tampoco se trata de demonizar la tecnología ni la brevedad. Un tuit puede ser una carta de amor, un posteo de Instagram o una notita en la heladera.
Las cartas de amor no son solo de amor, también cartas de política o de como el compañerismo de ideales estuvo, a lo largo de la historia, asociado a un enamoramiento con sentido subjetivo y social. El 14 de octubre de 1945 Juan Domingo Perón escribió desde la Isla Martín García una carta dirigida a la Señorita Eva Duarte con el encabezado “Mi tesoro adorado”.
Esta semana la canciller alemana Ángela Merkel le preguntó al Presidente Alberto Fernández “¿Qué es el peronismo?”. La respuesta es, casi, una explicación de la política argentina que no tiene una sino mil respuestas y, tal vez, ninguna. Pero la búsqueda a esa pregunta no está desligada de las emociones que se trasmiten en la carta de Perón a Evita.
En la carta que cuelga de las paredes del Museo Evita él le dice: “Solo cuando nos alejamos de las personas queridas podemos medir el cariño. Desde el día que te dejé allí con el dolor más grande que puedas imaginar no he podido tranquilizar mi triste corazón. Hoy sé cuánto te quiero y que no puedo vivir sin vos. Esta inmensa soledad solo está llena de tu recuerdo”. Después de esas líneas vino el 17 de octubre que cambió la historia argentina.
Hay una clave que se puede leer hoy como una ausencia: “Solo cuando nos alejamos de las personas queridas podemos medir el cariño”. ¿Cuándo nos alejamos hoy de las personas queridas? La hiper conexión genera una presencia tan constante y una demanda tan latente que el cariño se evapora.
Tal vez sea otra buena razón para reivindicar el pulso de la tinta y la dedicación absoluta a pensar en el otro/a con una carta sentida y no multiplicada en cien mensajes diarios. “Mis últimas palabras de esta carta quiero que sean para recomendarte calma y tranquilidad. Muchos pero muchos besos y recuerdos para mi chinita querida”, dice Perón para terminar. Puede ser una buena inspiración.
Es cierto que las cartas de amor tienen un tono épico y romántico que hoy serían difíciles de imitar a fuerza de no quedar empalagoso o posesivo. El 17 de julio de 1796 Napoleón Bonaparte escribe a Josefina de Beauharnais: “Desde que te dejé he estado constantemente triste, mi felicidad reside en estar cerca de ti; mi memoria evoca a cada instante tus besos, tus lágrimas, tus cariñosos celos y los encantos Josefina reavivan sin cesar una llama viva y ardiente en mi corazón y mis sentidos”.
El 16 de abril de 1789, Wolfang Amadeus Mozart le dice a Constanze Weber, en una carta que es reproducida en el libro “Grandes cartas de amor”, con selección y coordinación de Elizabete Agostinho, de Editorial El Ateneo: “1º Te pido que no estes triste; 2º que cuides de tu salud y no te fíes del aire primaveral; 3ª que no salgas a pie tu sola -o mejor aún- que no salgas a pie en absoluto; 4ª que no tengas ninguna duda sobre mi amor, pues no te he escrito una sola carta sin haber colocado frente a mí a tu querido retrato. 5ª te pido que no descuides tu conducta no solo por tu honor y por el mío, sino igualmente por las apariencias”.
No hay música que alcance para que las palabras de Mozart en el Siglo XXI no hagan ruido. En ese sentido el gran desafío es cómo reinventar el amor que extraña, piensa e inspira sin caer en las ataduras del romanticismo como forma de sometimiento en el que, siempre, es la doncella la que tiene que comportarse para que no hablen mal de ella.
“¿Cómo se ha repensado el amor feminista? -se pregunta Maffía-. De muchas maneras que comienzan por explicitar los modos de violencia que derivan como riesgos y contracara de la dependencia del amor romántico. Como rebeldía a ser poseídas como patrimonio, controladas hasta perder la noción misma de libertad. Amores libres y gozosos, plurales y sin condicionamiento, “amores compañeros” como los llama Coral Herrera Gómez, esos amores con los que crecemos en alegría y solidaridad, en cuidado y búsquedas en común. Amores que no se agotan en lo erótico y lo íntimo sino que avanzan juntos en lo político de la vida en común. Amores que dejan respirar, reír y experimentar a pleno los dones de la vida”, expande una idea del amor que no replique la misma pluma con la que se le cerraron las puertas vitales a las mujeres.
“Esta gloria que es caminar juntos por la vida, las manos enlazadas, es obra de la voluntad de la clarividencia y de la espontaneidad de los sentimientos. Nos hemos ganado nuestro derecho al amor”, escribe Mika Etchebéhère, la argentina que tuvo rango de capitana durante la Guerra Civil española, en 1936, a su gran amor Hippolyte, en una recreación de Elsa Osorio en el libro “Mika”, de Seix Barral.
Por eso, Maffía apuesta al regreso a la escritura, no por nostalgia, sino por una apuesta al futuro: “Y yo creo que sí, que podemos retomar la escritura en sus distintos soportes para expresar de muchos modos estos amores. Porque el lenguaje mismo les imprime una expansión que en la sorpresa de lo inesperado e incluso en la contradicción a nuestras expectativas, nos asegura que allí hay otra persona que nos roba el aliento por un instante y nos da vida amorosa con su deseo”.
Más información: FB: CentroCulturalTierraVioleta – IG: @cctierravioleta – TW: @tierra_violeta – YT: CanalTierraVioleta / Web: www.tierra-violeta.com.ar – Agenda: www.tierra-violeta.com.ar/cc/
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