Rosario queda a 8.300 kilómetros de Manhattan en una hipotética línea recta. Diez amigos atravesaron esa distancia para celebrar su trigésimo aniversario de graduación: del Instituto Politécnico Superior de la ciudad santafesina a la metrópolis cosmopolita. El 31 de octubre de 2017 sus vidas se convirtieron en recuerdos. En Nueva York, la memoria se manifiesta en un santuario precario a la vera de una ciclovía. En Rosario, un mural en una esquina, un cartel, una placa recordatoria y cinco árboles rinden homenaje en el Parque de la Arenera a Hernán Diego Mendoza, Diego Enrique Angelini, Alejandro Damián Pagnucco, Ariel Erlij y Hernán Ferrucci.
Los mató, en nombre de Alá, Sayfullo Habibullaevic Saipov. Era un martes de sol y los rosarinos paseaban en bicicleta por las inmediaciones de la Zona Cero, el perímetro donde ocurrieron los atentados contra las Torres Gemelas. Saipov había nacido en Uzbekistán hacía 29 años. Desde 2010 vivía legalmente en Paterson, Nueva Jersey, con su pareja y sus tres hijos. Allí alquiló una camioneta en la tienda Home Depot, cruzó el Puente George Washington y se dirigió al sur de Manhattan por el West Side Highway. A la altura del muelle 40 del río Hudson, comenzó su plan. Se incorporó al Hudson River Greenway, una ciclovía que custodia la extensión de la avenida y mira de costado el canal de agua que penetra en Nueva York.
Condujo un kilómetro y medio sin miramientos. Atropelló peatones y ciclistas. Se detuvo cuando estrelló su camioneta contra un ómnibus escolar que transportaba estudiantes con necesidades especiales. Se bajó del vehículo con una pistola de paintball y un rifle de aire comprimido. Gritaba “Allah -u-àkbar” (traducción: “Alá es el más grande”) sin reconocer órdenes de la policía. Un disparo en el abdomen interrumpió su raid. Había matado a ocho personas –cinco argentinos, dos estadounidenses y una belga– y herido a otras doce. El National September 11 Memorial, el monumento conmemorativo a las víctimas del atentado del 11 de septiembre de 2001, fue testigo del ataque terrorista.
En una primera confesión, dijo que de haber podido hubiese seguido con su matanza. Años después, en virtud de una estrategia de su defensa, alguien pediría la nulidad de su declaración. Ante el juez, se declaró inocente. La fiscalía entiende que no expresó muestras de arrepentimiento. En una carta a un periodista desde la cárcel, reivindicó al ISIS y veneró al líder del grupo yihadista del Estado Islámico, Abu Bakr al-Baghdadi. El propio presidente de los Estados Unidos Donald Trump exigió, a través de su cuenta de Twitter, la aplicación de la pena de muerte.
Se acerca la fecha del juicio: el 19 de abril de 2020. A la Corte Federal de Nueva York, asistirán y declararán los familiares de las víctimas. “Allí –calificó Juan Félix Marteau, representante legal de Ana Evans (viuda de Hernán Mendoza) y de sus tres hijos– se resolverá la responsabilidad penal del llamado ataque inspirado en ISIS que mató a cinco ciudadanos argentinos”. El letrado atendió el llamado de Infobae y argumentó: “La Fiscalía Federal de Nueva York solicitó al jefe de los procuradores que la acusación vaya acompañada de un pedido de pena de muerte. Este pedido fue confirmado por este funcionario que es la vez el ministro de Justicia. Legalmente un ataque terrorista de estas características, donde el imputado reivindica su accionar en nombre de ISIS, es merecedor de la pena capital”.
Los abogados de Saipoy ya le habían propuesto a la fiscalía una declaración de culpabilidad de su defendido a efectos de una reducción en la pena. No aceptaron. Por ahora, los esfuerzos por sortear la ejecución y atenuar la condena a cadena perpetua son estériles. “Suponemos que la defensa tratará de lograr en función de argumentos humanitarios la prisión perpetua”, consideró el abogado.
A tono con una maniobra de aparente benevolencia, dos representantes legales del acusado llegaron a Rosario provenientes de los Estados Unidos. Sin aviso previo, se dirigieron a las casas de las viudas. Tocaron la puerta: se presentaron como asistentes de la Defensoría Oficial, el organismo que asume la defensa del terrorista uzbeko. Sucedió a mediados de enero. Las vacaciones de verano y los impulsos de prevención impidieron los encuentros. Pero pudieron dejar sus credenciales: eran Claudia Ahumada Degrati, “forensic and clinical physiology”, y Mónica Giner, “chief investigator, office of the Federal Public Defender”.
La consulta inspiró sospechas. A los familiares les resultó una visita perturbadora, inquietante. Marteau repudió una práctica que, entiende, obedece a un plan de la defensa por aplacar la condena: “Nunca los familiares de las víctimas tuvieron una comunicación formal. Fue sorpresiva, con un llamado a la puerta de la casa y argumentando que la defensa se ponía a disposición de los familiares. Algo completamente inusual en los protocolos judiciales que impone la legislación argentina. Quedaron todos muy conmocionados por la visita de dos supuestas representantes de la defensa del atacante, no entendiendo bien qué objetivo perseguían. Fue intempestiva e injustificada”, calificó el abogado según los testimonios que recabó de las viudas de los fallecidos.
“Afortunadamente no estaba cuando estas mujeres llegaron –reveló Ana Evans, en diálogo con este medio–. Tuve suerte. No hubiese estado bueno encontrarnos. Tan solo saber lo que ocurrió en la puerta de mi casa, tan solo pensar en la hipotética situación, no sé lo que me hubiese pasado. Que te agarren así, en tu casa y con tus hijos, es complicado pensar cómo hubiese reaccionado”. “¿Qué buscaban, qué querían en mi casa? Dicen que el objetivo era saber cómo estábamos y si necesitábamos algo. Todo es engañoso. Lo que estoy segura es que no ofrecen ningún beneficio para nosotros”, relató la viuda de Hernán Mendoza.
Evans asegura que superaron un límite. Comprende que los abogados de un acusado pueden trazar estrategias para reducir la pena de su defendido. “Estoy segura de que sacaron fotos de mi casa y de mi barrio”, aseveró. En su casa no había nadie. En las casas de otras viudas, tomaron contacto con familiares cercanos. Incluso visitaron lugares de trabajo, donde las visitantes estadounidenses se habrían presentado como presuntas amigas.
“Estoy tranquila porque sé que va a haber justicia. Tengo mucha expectativa. Lo estoy esperando el juicio. Tengo la necesidad de que ya suceda y de que se revele toda la información de la causa”, narró Evans. Su necesidad, dice, radica en armar el rompecabezas de lo que realmente sucedió. La condena que pesa sobre el terrorista es algo que la excede y sobre lo que evita opinar. Su lema es el mismo que está en su foto de perfil de Whastapp, el mismo que decora cada plaqueta, cada homenaje a los cinco amigos rosarinos: “Que el amor venza al odio”.
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