La vida después del calvario: cómo fue volver a casa para el chico acusado por los rugbiers de matar a Fernando

Después de cuatro días en prisión incriminado por el asesinato de Villa Gesell, Pablo Ventura (21) regresó a su casa en Zárate. Infobae lo acompañó en su vuelta al club de remo donde pasa gran parte de sus días. Todavía flota una pregunta en su cabeza: “¿Por qué dijeron que fui yo?”

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Otra vez en el río: tras ser acusado por el asesinato de Fernando Báez Sosa, Pablo Ventura regresó a su vida en libertad (Franco Fafasuli)
Otra vez en el río: tras ser acusado por el asesinato de Fernando Báez Sosa, Pablo Ventura regresó a su vida en libertad (Franco Fafasuli)

Pablo Ventura no quiere salir mucho de su casa. Volvió a su barrio hace menos de dos días y casi ni asomó sus dos metros de inmensidad a la calle. Está impactado con la repercusión (“viralización”, dice él, como buen centennial) que tuvo su detención injusta por el crimen de Fernando. Es parte del shock total. Un día como todos los demás amaneció en su cama de Zárate, con su papá y su mamá, pero lo terminó en un calabozo improvisado de la DDI de Villa Gesell, esposado y vigilado por dos agentes de la Bonaerense que lo miraban como se mira a un asesino.

Y ahora poco menos que Ventura es una celebridad en Zárate. Al golpe de su señalamiento maligno por parte de los presuntos verdaderos matadores de Báez Sosa se le sumó el vértigo de la fama repentina. Su cuenta de Instagram pasó de 2 mil seguidores a 24 mil: 12 veces más, un salto por el que más de un “influencer” entregaría un riñón. Incluso aparecieron perfiles falsos con su cara. Pablo enumera todo lo que le pasó en los últimos días y repite la palabra “locura” muchas veces.

Y pareciera que con razón. Todo es demencial. La gente lo saluda por la calle y justamente por eso, porque todo lo que tiene de alto lo tiene de tímido y perfil bajo, este chico de 21 años todavía no se animaba a volver a su club, donde hace lo que ama, que es remar en el cauce del majestuoso río Paraná, con el puente símbolo de fondo y el ritmo de la ciudad allá arriba, a lo lejos.

En la guardería de los botes que usa Pablo para remar todos los días: su sueño, competir en un Juego Olímpico (Franco Fafasuli)
En la guardería de los botes que usa Pablo para remar todos los días: su sueño, competir en un Juego Olímpico (Franco Fafasuli)

Por eso estiró el regreso al Club Náutico Zárate, donde pasa sus días desde muy pequeño cuando empezó a ir a la colonia y se hizo amigo de los amigos que tiene hasta la actualidad, los primeros que pasaron el filtro y entraron a su casa a saludarlo la noche del miércoles, un día después de la vuelta en libertad.

Estiró pero no tanto el retorno. Este jueves reapareció en el club con Infobae y con José María, su papá, el hombre que dejó la piel por sacar del calabozo a su hijo y que casi se mata (literalmente) el día que la Policía se llevó a Pablo sin decir a dónde ni por qué.

Pero antes de la historia del padre, la del hijo.

Pablo Ventura no parece un chico de emoción fácil. Al menos no en público. Sin embargo, su piel se enrojece y su voz tiembla un poco cuando caminamos hasta la entrada del club y ya a 100 metros de llegar alguien toca bocina, y la voz de un chico lo saluda desde un auto y todos lo miran y una mujer bronceada con una mochila en su espalda se le acerca con tono maternal y le dice a él, pero también al padre: “Te felicito, los felicito. Es una alegría enorme para todos. Tuvieron mucha fuerza. No te conozco pero creeme que me puso muy feliz verte en libertad”.

Desde que regresó de los cuatro días en prisión en Villa Gesell, los vecinos de Zárate lo felicitan (Franco Fafasuli)
Desde que regresó de los cuatro días en prisión en Villa Gesell, los vecinos de Zárate lo felicitan (Franco Fafasuli)

Y Pablo se agacha hasta la altura de la socia del club y se abrazan. Y lo mismo le ocurre a cada paso que da de ahora en más: un muchacho de su edad se le cuelga y le palmea la espalda, dos mujeres lo saludan con gestos respetuosos, como quien aborda a una víctima de un hecho gravísimo. Todavía no entró al club y Pablo ya saludó a cinco personas. Cuando un día normal de la era anterior a la locura que le contará a sus nietos, hubiese saludado quizás a uno.

La mujer de seguridad del club acepta que Infobae entre a registrar el regreso de este joven socio tristemente célebre. Pasa José María, pasan los periodistas y Pablo se queda quieto en la garita, al final. Con pudor y candidez le avisa a la vigiladora que no tiene el carnet pero que es socio, que si quiere le dice su número, casi le suplica que le crea. La mujer sonríe con ternura y habilita el molinete.

Pablo sugiere hacer las fotos en el canal por donde salen las embarcaciones. Es porque allí pasará más desapercibido que en la playa, donde una veintena de privilegiados toma sol y tereré en la orilla del río, con sus cuerpos bronceados y su curiosidad intacta: todos cogotean cuando Ventura aparece con su padre, un cronista y un fotógrafo. Y él lo sufre un poco. O mucho. Nunca se sabrá.

Con sus compañeros del Náutico, el remero olímpico Agustín Silvestro y "El Topo" en el gimnasio del club (Franco Fafasuli)
Con sus compañeros del Náutico, el remero olímpico Agustín Silvestro y "El Topo" en el gimnasio del club (Franco Fafasuli)

“Es una locura”, repite el chico una vez más. Es que dice Pablo que jamás tuvo un problema con nadie: nunca estuvo demorado, ni aprehendido. “Siempre traté de mantenerme alejado de los quilombos y las peleas”, comenta. E inmediatamente, como si pensara en voz alta: “El año pasado fui a Gesell. Este año no iba a ir pero mirá si estaba allá... no estaríamos acá ahora”.

Haber estado en Zárate y tener cómo comprobarlo le valió cuatro días de prisión antes de la falta de mérito en la causa. Eso no quiere decir que está libre de culpa y cargo, no por ahora (esa instancia judicial se llama sobreseimiento), pero se especula que cuando estén los resultados oficiales de las pericias telefónicas Ventura vuelva a tener limpio su prontuario definitivamente.

Apenas llegó, Pablo recibió en su casa a sus mejores amigos y amigas
Apenas llegó, Pablo recibió en su casa a sus mejores amigos y amigas

Después de una foto en un puente peatonal del club, pintoresco como todo puente, Pablo se apura a volver al gimnasio donde su compañero, el remero olímpico Agustín Silvestro, agita sus músculos en pleno entrenamiento para la clasificación a los Juegos de Tokio junto a otro amigo, apodado “El Topo”. Los tres se abrazan, se hacen chistes. “No me contestabas el celular, vos que no lo soltás nunca, ahí me asusté de verdad”, le dice Topo, entre risas y asombros.

Lo del Topo fue cuando la Policía se lo había llevado de su casa. Le tocaron la puerta, le dijeron que venían a buscarlo por un hecho en la Costa. “Pensé que se referían a la costanera de acá, que yo había estado con una amiga, pero no entendía”, sonríe ahora y levanta los ojos. “Ahí me dijeron que era en Gesell. Y yo para todo esto no estaba enterado (de la muerte de Fernando). Me llevan a Campana y me empiezan a explicar. Me hablaban pero no decían nada concreto. De ahí a Chascomús y cambiaron de auto y me llevaron a Gesell. Sin saber qué había pasado. Y ahí me explicaron que me habían acusado, que yo me había fugado de un asesinato. Imaginate. Pero les dije que era imposible y respondían ‘eso lo tendrás que responder vos’”, relata Pablo sobre las primeras escenas de su pesadilla.

Franco, José María y el presidente del club Náutico Zárate (Franco Fafasuli)
Franco, José María y el presidente del club Náutico Zárate (Franco Fafasuli)

Mientras eso ocurría, José María Ventura, su papá, vivió uno de los momentos más terribles que un padre puede vivir. Subió a su auto y fue atrás del móvil policial que se llevaba a su hijo, pero en la rotonda de Campana y la ruta 9 uno de los neumáticos de su auto reventó y el coche dio no uno sino tres trompos con la fortuna de que no pasó en esos segundos locos otro vehículo. “Hubiera muerto”, dice serio don Ventura. Justo ese día hubiera muerto, cuando su hijo se iba a un lugar donde nunca había estado, esposado como cualquier criminal.

José María fue a las comisarías de Madariaga, de Gesell, después a Pinamar, luego a Dolores, otra vez a Madariaga y nadie le sabía decir qué pasaba porque desconocían la historia de Pablo vinculada a la muerte de Báez Sosa. Hasta que un subcomisario con células de humanidad vivas en su cuerpo le dijo al padre, siete horas después de salir de su casa, accidentarse con el auto, volver a cambiar la rueda, salir a la costa y recorrer cuatro ciudades desesperado: “Frená, pará un poquito, calmate porque te vas a morir o vas a matar a alguien. Yo te averiguo dónde está”. Y le pasó el dato. Pablo estaba en la DDI de Villa Gesell.

“Menos mal, yo a esa altura empecé a pensar si realmente era la Policía la que se lo llevó de casa. Habían pasado nueve horas y media”, suspira el hombre.

Con mamá Marisa y papá José María (Franco Fafasuli)
Con mamá Marisa y papá José María (Franco Fafasuli)

Afuera, su papá, buscando. Adentro, él, preso. Como un asesino: “Fueron como ocho horas de locura. Yo pensaba que quizá iba a testificar por algo pero no sabía por qué. No tenía idea de lo que había pasado. Y era el asesinato de un pibe. Ahí me puse nervioso, triste, tuve bronca, todo junto. Te agarra una mezcla de todo y no sabía qué decir”.

“Hasta el día de hoy no sé quién me nombró”, les dice a sus amigos remeros, pero eso es todo. Luego la conversación con ellos pasa por el estado físico de su compañero Silvestro, por el estado calamitoso de la cancha nacional de remo de Tigre o trivialidades como cualquier grupo de amigos, como si nada hubiera ocurrido.

Cada tanto Pablo se toca las muñecas. Todavía recuerda la sensación de estar apretado y atrapado por las esposas. Ventura tomó noción real de lo que es eso. “Son pesadas”, dice. Y vuelve a sus días encerrado, mientras -él no lo sabía- algunos medios lo acusaban de haberse fugado de la casa de los asesinos con la ayuda de su papá.

De vuelta al club donde se crió (Franco Fafasuli)
De vuelta al club donde se crió (Franco Fafasuli)

“Fue realmente una locura. Los primeros tres días fueron un infierno. Incomunicado totalmente. Nadie me hablaba, me miraban como si fuera un asesino y eso fue horrible. Al tercer día se empezaron a dar cuenta que era buen pibe, quizá con la intuición de los policías. Yo siempre les decía que no sé qué pasó porque estaba en Zárate y me empezaron a creer. Estuve cuatro días esposado, solo me las sacaban para ir al baño. Me vigilaban las 24 horas. No era un calabozo, era como un aula de una escuela, una habitación grande, con una puerta y siempre uno o dos vigilándome 24 horas. Me acostumbré, tristemente, a ese lugar. Pero nunca pude relajarme. Sólo cuando me liberaron. Ahí recién pensé que ya estaba. Recién ahí tomé noción de qué estaba pasando en el país. Cuando me liberan ahí tomé conciencia. Tan viral se hizo esto. Me sentía shockeado. Vi todos los medios y quedé mal. Estaban todas las cámaras, se empujaban, era de noche, me rodeaban. Fue una locura, realmente”, dice de un tirón.

Ventura se fue de la Policía agradecido por el trato que le dieron los agentes. “Siempre fueron con respeto. Un día que mi papá estuvo a full y no me pudo llevar comida una chica policía me trajo un té con unas galletitas, yo lo valoro eso. Si bien fue muy feo, dentro de todo lo malo, no la pasé tan tan tan tan mal como podría haberlo pasado. Estoy agradecido a la DDI de Gesell”, comenta, tranquilo.

“Cuando volví fue caer de a poco. Acá me encontré con mi mamá, algunos amigos y vecinos me recibieron y realmente me di cuenta que en Zárate me creyeron en todo momento”, comenta mientras recorremos el club Náutico y Pablo se sienta sobre unas maderas de cara al sol, que lo hace estornudar. De su mamá Marisa heredó las formas del rostro y la pasión por la farmacia, que cursa en una universidad privada de Buenos Aires, y a la que le dedica seis horas diarias de viaje en colectivo, además del tiempo de estudio en casa.

(Franco Fafasuli)
(Franco Fafasuli)

Pablo volvió al club y es como si recuperara de a poco el espíritu que una maldad insólita le arrebató. Vuelve a sus vacaciones, que seguirán hasta principios de marzo, cuando retome la cursada. Dice que pudo resistir sin volverse loco los cuatro días atrapado en la mentira y el calabozo gracias a que estaba seguro de la verdad y al remo. “El entrenamiento es durísimo. Terminás vomitando, o peor. Es duro, pero te enseña a soportar lo peor”, explica Pablo, en tono casi zen, sobre “los valores” de este deporte. Se subió a un bote por primera vez a los seis años y nunca más dejó. “No hubiera apostado por él por el nivel de exigencia del entrenamiento, pero acá lo ves”, comenta José María, orgullo de pecho inflado.

En el club algunos se acercan pero todos lo miran de lejos. Se siente una atracción. Y él no pidió nada. Todos sus amigos lo quieren ver, pero Pablo dosifica. Estaba tan incómodo en el calabozo como en el centro de la escena en libertad. “Ayer vinieron mis amigos más cercanos. Hablamos de todo, para distraernos, necesitaba relajar. Hablamos de la típica, de cómo la pasaste, cómo te trataron. Y después hablamos de cualquier tipo de cosas, me decían que había salido en al tele por todos lados”, se ríe.

Nadie le pregunta, sin embargo, sobre los verdaderos sospechosos de matar a Fernando. Pasa alrededor suyo lo que ocurre en Zárate. Prefieren no hablar de eso. Pablo no tiene problemas, dice lo que piensa sobre estos diez jóvenes de su edad a los que conocía de vista que lo acusaron de algo que no hizo.

(Franco Fafasuli)
(Franco Fafasuli)

Ventura asegura que nunca hubo una pelea entre ellos, “ni una puteada, simplemente una vez me miró mal Enzo Comelli, pero después nunca más”, explica, hace un silencio y reafirma: “Tampoco fue algo como para que me incriminen un asesinato que no cometí. No sé, nunca tuve relación con ninguno, ni los tengo en las redes sociales. Ninguno nunca me enfrentó para decirme algo, tenemos amigos distintos, ni uno en común, somos totalmente diferentes”.

“Tenían fama de que a la salida de los boliches hacían maldades”, jura que es todo lo que sabía de los diez detenidos antes de que algunos de ellos mataran a Fernando. Maldades como la que le hicieron a él.

José María mueve la cabeza de un lado para el otro, como diciendo “no”. Dos padres de los 10 lo llamaron para pedirle disculpas por la incriminación injusta de su hijo. Cuenta José María que pensó en aceptar el llamado como algo bueno y las disculpas, pero al final no, porque en un momento los dos padres, en llamadas distintas, le dijeron que, de todos modos, sus hijos les habían jurado que nadie dijo el nombre de Pablo. Y el ánimo de Ventura padre se transforma. Los insultó, “como si hubiera caído una paloma mensajera a la fiscalía y dejó un papelito con el nombre de mi hijo”, dice, incrédulo y enojado.

(Franco Fafasuli)
(Franco Fafasuli)

Pablo sonríe con timidez. “Son pibes que nunca peleaban de a uno, siempre en grupo y contra el más débil”, suelta. Está más distendido, comienza a volver a casa.

Al fin y al cabo, el tiempo pasa más rápido de lo que se percibe y pronto Ventura se alejará temporalmente de los hechos, en libertad, y con la verdad a cuestas, y verá, quién sabe, esta experiencia como una prueba o una anécdota. Quizá, para siempre, como un bote sobre el Paraná, flote en su mente una pregunta, que Pablo expresa cuando nos vamos del club, mientras más gente lo saluda: “Mirá, no tengo rencor ni odio, pero hasta el día de hoy me pregunto por qué dijeron mi nombre. No tengo idea, no sé por qué lo hicieron”.

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