Treinta y ocho años atrás, Teresa Pinto (55) se fue de Cochabamba, su ciudad natal en Bolivia, porque allí la vida era muy difícil. Había crecido en el campo y con apenas 9 años había empezado a trabajar la tierra. Lo que cosechaban apenas alcanzaba para comer. Había noches en que el hambre la mantenía despierta, con sus ojitos de niña clavados en el oscuro techo de chapa. Le habría gustado estudiar, pero nunca pudo ir a la escuela. Su vida siempre fue trabajo duro, manos llagadas y piel curtida.
El primer embarazo la hizo entender que la hija en camino merecía un mejor futuro, y junto a su marido se mudaron a Buenos Aires. Las cosas no fueron como las había soñado, pero siguió trabajando y criando a sus hijos agradeciendo la salud y el pan de cada día.
Años más tarde la vida la llevó a Lomas de Zamora. Y allí conoció las necesidades de las niñas y niños de del barrio Esperanza, que no podían comer todos los días. Como un viaje en el tiempo, volvió a su infancia. A ese sufrimiento de no tener nada para comer. Lloró por el recuerdo y por el hambre de estos chicos. Pero secó sus lágrimas y, luchadora al fin, decidió con lo poco que tenía cambiar su pequeño mundo: ella iba a poner un plato de comida en la mesa de esos chicos.
“Sé lo que es pasar hambre, no tener qué comer... No quiero que haya chicos que sientan lo que padecí, por eso fundé este comedor”, dice Teresa a Infobae.
Simple y contundente. Así hablará durante la entrevista. Y luego volverá a trabajar en su huerta, para cosechar las verduras con las que más tarde preparará las comidas que desde hace casi dos décadas vende para afrontar los gastos del comedor infantil. Un comedor al que hoy llegan cada día 70 menores.
Pero no solo es comida. Allí, además de alimentarse, socializan y comparten actividades que los alejan de las calles: “También juegan al fútbol, chicas y chicos. Esa una manera más de contenerlos”, afirma.
La historia del comedor “Los niños de Esperanza”
Fundó el comedor en la casa que compartía con sus seis hijos cuando la Argentina vivía la terrible crisis económica del 2001 que terminó con la renuncia del presidente Fernando de La Rúa. Las imágenes del barrio La Esperanza, abrazado por el Río Matanza y la Cuenca Matanza Riachuelo y sus desbordes, eran desgarradoras. Pobreza extrema, familias enteras que pasaban días completos sin comer, niños sin ropas ni calzados. Cada vez que llovía un poco fuerte, se inundaban: cuatro veces le tocó ver cómo sus vecinos eran golpeados despiadadamente por las aguas y se quedaban sin nada.
Esas imágenes empujaron a Teresa cuando dudaba y se preguntaba qué hacer ante tanta desolación. “Cuando llegué el barrio era un asentamiento y tuve que arrancar con muy poco. Ni siquiera había agua. En esa época, cuando algunos papás se iban a trabajar, yo me quedaba cuidando a los chicos que entonces eran pocos. Y así arranqué con una pequeña huerta para empezar a darles de comer. El trabajo de huerta es lo que me gusta y lo que sé hacer".
Luego de esas primeras inundaciones, Teresa comenzó a conocer las necesidades del sur del Conurbano bonaerense. Su deseo de hacer algo tomó forma y el proyecto del comedor avanzó mientras criaba a sus hijos y atendía los reclamos de sus pequeños vecinos.
“Llegué embarazada hace unos 38 años. En Cochabamba empecé a trabajar en las chacras en la cría de animales, que era un trabajo normal en el campo, y no pude estudiar. Tuve crianza de campo y una vida muy dura. ¡Hasta comí tierra por hambre porque tenía la panza vacía y me dolía! ¡Sé qué es tener hambre! Estando en este barrio vi a los chicos que necesitaban comer, que me pedían comida, y me partió el corazón... Es feo estar así, vivir en esa pobreza. Yo sé lo que se siente, por eso lo hago. Yo les doy lo que puedo, pero de corazón”, asegura emocionada.
" Tuve crianza de campo y una vida muy dura. ¡Hasta comí tierra por hambre porque tenía la panza vacía y me dolía! ¡Sé qué es tener hambre!".
La mujer cuenta que muchas veces “el dinero para darles de comer a los chicos salió de mi bolsillo, pero los ayudo porque me encanta. Por suerte, desde hace 6 años la secretaría de Desarrollo Social de la Municipalidad de Lomas de Zamora nos dona un poco de mercadería para hacerles de comer... aunque hay cosas que compro siempre como el gas”.
A los productos de la huerta, que ella misma siembra y cosecha, “los vendo para comprar lo que falte para el comedor. También tengo algunas gallinas y uso sus huevos para la comida de los chicos o los vendo porque me da vergüenza salir a pedir cosas. Ya coseché lechuga y acelga, y las vendí a algunos vecinos del barrio que ya saben que tengo la huerta y me compran, pero sobre todo vendo comida".
"Actualmente tengo uvas -dice contenta-. Con las que ya coseché hace poco hice guarapo (una bebida similar al vino) para vender y dentro de poco cosecharé choclo para las humitas que voy a vender. Todo el dinero lo uso para comprar comida para el comedor y solventar sus gastos”.
El comedor está ubicado en el barrio Esperanza, Lomas de Zamora. Teresa creó una huerta cerca del Riachuelo y vende sus productos para afrontar las necesidades del lugar.
“Cuando llegué a Buenos Aires viví un tiempo en Claypole y me ganaba la vida lavando ropa ajena en mi casa. Con lo que me pagaban iba caminando al Mercado Central para buscar comida y darle a los chicos. Después aprendí costura y empecé a coser ropa de noche, también en mi casa... la que yo solita construí porque durante un tiempo trabajé en albañilería. A la calle casi no salía para trabajar, lo hacía siempre en mi casa mientras criaba a mis hijos".
La vida de Teresa nunca fue fácil. Puso en marcha el proyecto del comedor, levantó una cancha de fútbol en un terreno pelado para que nadie del barrio sufriera, pero la que sufría puertas adentro era ella.
“Fui víctima del machismo. Mi ex marido me golpeaba, me maltrataba. En tres oportunidades intentó matarme y lo denuncié. Hace 15 años nos separamos, pero vivía en mi casa y las cosas se pusieron muy feas. Desde hace un año tiene una medida perimetral por lo que hoy, en ese sentido, estoy tranquila", revela conmovida.
Fue víctima de violencia de género. El hombre con el que tuvo seis hijo intentó matarla. Lo denunció y ahora él tiene una medida perimetral.
¿Qué le falta hoy al comedor? Teresa pide ayuda con humildad: donaciones de alimentos y también zapatillas o botines para los chicos que entrenan en la canchita. “Los que quieran colaborar se pueden comunicar vía Facebook con el nombre del comedor La Esperanza”, dice. Y cuenta: “Siempre salgo a buscar zapatillas donde tiran basura, a veces saco algo en buen estado y las dejo en condiciones para los chicos. Algunos de los que llegan piden calzados, otros no porque les da vergüenza, pero vienen descalzos o con las zapatillas muy rotas”, admite.
Antes de volver a la huerta cuenta ilusionada que desde el martes 28 de enero los chicos están viviendo el verano de una manera muy especial. “Empezamos una colonia para que 50 niños disfruten de la pileta en un complejo gratuito. La municipalidad nos presta un colectivo para el traslado. Además de darles de comer es importante verlos sonreír".
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