En 2005, cuando tenía 69 años, Jorge Bergoglio fue papable. Hacía 4 años que era cardenal y obtuvo 40 votos cuando 115 cardenales debían elegir al sucesor del polaco Karol Wojtyla. Muchos, con el diario del lunes, cuando la fumata blanca fue a favor del alemán Joseph Ratzinger con 77 votos, dijeron que era casi imposible que un jesuita latinoamericano quedara al frente del Vaticano. Sin embargo, 8 años después, los mismos analistas tuvieron que desdecirse: el miércoles 13 de marzo de 2013, el cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, era designado sucesor de Ratzinger. Y esta vez con 90 cardenales que levantaron su mano por el peronista argentino.
En medio de esos dos cónclaves en la Capilla Sixtina, en noviembre de 2010, Bergoglio debió declarar ante la Justicia en carácter de testigo por una causa que implicaba delitos cometidos durante la última dictadura.
El foco de interés del tribunal era preguntarle al arzobispo qué sabía sobre el secuestro de los también jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics ocurrido en mayo de 1976, dos meses después del golpe de Estado. Ambos sacerdotes habían sido secuestrados por una patota de la ESMA y luego liberados en una compleja trama de peleas sórdidas entre el jefe naval Emilio Massera y el ministro de Economía José “Joe” Martínez de Hoz, aliado estratégico del dictador Jorge Videla. Ambos jesuitas fueron puestos en libertad después de dos tensas conversaciones entre Bergoglio y Massera.
El testimonio del cardenal Bergoglio
Cuando los jueces del TOF 5, junto a la fiscalía, abogados querellantes y defensores se trasladaron a la sede del Arzobispado porteño, al lado de la Catedral, Bergoglio declaró durante cuatro horas que fueron grabadas en video por el tribunal.
En un momento, le preguntaron al entonces cardenal por Esther Ballestrino de Careaga, la madre de Plaza de Mayo secuestrada junto a Mary Ponce del Bianco en la Iglesia de la Santa Cruz el 8 de diciembre de 1977. Allí, durante una misa, también fueron sacadas por la fuerza otras 8 personas. El operativo criminal fue también perpetrado por una patota de la ESMA de la que tuvo activa participación Alfredo “el Ángel Rubio” Astiz. La salvajada fue completada por los marinos dos días después con el secuestro de otra Madre de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor, y de la monja francesa Leonie Duquet. Otra religiosa, Alice Domon, había sido sacada por la noche de la iglesia.
“Los doce de la Santa Cruz”, así se recuerda a ese grupo que, pocos días después, fue “trasladado”, como solían decir los marinos cuando echaban personas vivas al mar.
El joven químico y su jefa revolucionaria
En sus primeros pasos como técnico químico, a los 17 años, Bergoglio había trabajado con la bioquímica y farmacéutica Esther Ballestrino de Careaga, quien se había escapado de Paraguay, tras la guerra civil de 1947 en la que el dictador Higinio Morinigo derrotó a liberales, comunistas y a militantes del Partido Revolucionario Febrerista, al que pertenecía Ballestrino. Buenos Aires fue el refugio de esa mujer, que se casó con el también febrerista Raymundo Careaga, tuvo tres hijas y desarrolló su profesión.
-¿Qué recuerda de los tiempos en que trabajaron juntos? –preguntó una funcionaria judicial en el juicio.
Bergoglio, con voz pausada y gesto muy tenso, contestó:
-Una mujer que me enseñó a trabajar, a ser exacto en los análisis… Una mujer que me inició en el conocimiento de la política. Ella era del partido Febrerista paraguayo. Me hacía leer cosas. Le debo mucho a esa mujer. Una vez me llamó y me dijo: "¿Podés venir a mi casa, que mi suegra está mal y quiero que le des la extremaunción?”. Me pareció raro porque no eran creyentes, aunque la suegra era medio “piadosona”. Y me pidió “dónde podíamos esconder la biblioteca” porque estaba vigilada. Ya habían tomado presa a su hija y la habían liberado. Son tres hijas. La recuerdo como una gran mujer, tanto ella como la señora de Bianco y también Azucena Villaflor que luego fue “trasladada”. Yo di permiso para que fueran sepultadas en la iglesia de la Santa Cruz.
Cuando la funcionaria le preguntó “en qué época”, Bergoglio respondió que no podía precisarla. Aunque no es difícil cifrarla: Ana María Careaga, la tercera de las hijas de Esther, fue secuestrada -y no “tomada presa” como dijo Bergoglio- cuando tenía 16 años, en junio de 1977, y llevada al “Club Atlético”, un centro de detención clandestino regenteado por la Policía Federal y ubicado a pocas cuadras de la casa Rosada.
Ana estaba embarazada de tres meses pero nunca se los dijo a sus captores. La liberaron, pero desde el año anterior estaba desaparecido su yerno Manuel Carlos Cuevas. Esther Ballestrino, le mandó un telegrama a Jorge Fernández, el compañero de su hija Ana.
“Ana con nosotros recuperada. Embarazo normal. Telefoneá”, decía el mensaje telegráfico. La madre y la criatura por nacer estaban bien.
Volver para luchar
Con sus tres hijas, en octubre de 1977, viajó a Brasil y luego a Suecia. Cuando vio que sus hijas quedaban a resguardo, la comprometida Esther tomó una decisión:
-Voy a seguir hasta que aparezcan todos.
De inmediato regresó a Buenos Aires para recuperar a los compañeros de dos de sus hijas. No había terminado aquel tremendo año y pronto terminaría su vida, tras ser secuestrada en una misa, arrojada al mar a fines de diciembre.
Bergoglio, en la audiencia, aunque conmovido, usó la palabra “trasladada”. Tal vez fue una mala jugada del inconsciente, quizá para conjurar el espanto. Traslado, en la jerga naval, era la manera de designar cruel pena de muerte ilegal arrojando las víctimas al mar desde los aviones. También dice que a Ana la llevaron presa y no fue así: fue secuestrada de modo ilegal y torturada en un centro clandestino
El 10 de enero de 1978, Esther Ballestrino hubiera cumplido 60 años. La dictadura no se lo permitió.
La biblioteca comprometedora
Como una jugarreta del destino, en el crudo invierno sueco, Ana María Careaga tuvo a su hija Ana Silvia Fernández, casi en simultáneo con el secuestro y la muerte de su madre.
-Para mí diciembre fue un mes horrible hasta que nació mi segundo hijo el 25 de diciembre de 2013 –cuenta a Infobae Ana Silvia, hoy licenciada en Administración y madre de dos hijos-. En aquel momento, los exiliados tenían derecho a hacer dos llamadas de larga distancia. La primera la usaron para avisar que habían llegado. Guardaron la segunda para contarles que yo había nacido.
Eso fue el 11 de diciembre de 1977, pero cuando lo hicieron su padre y sus tías se enteraron de lo peor: Esther había sido secuestrada tres días antes.
En marzo de 1984, pocos meses después de que Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, Ana y su hija Anita volvieron a Buenos Aires. Anita fue a una escuela pública en Constitución, luego al Carlos Pellegrini y finalmente a Ciencias Económicas en la UBA.
-Mi mamá pudo criarme con alegría –dice, que no es poco.
Ana, además de darle alegría a su hija, quería saber cosas de su madre. En los ‘80, Bergoglio pasaba parte de su tiempo en el Colegio del Salvador, un instituto de los jesuitas ubicado en Callao y Lavalle, en el barrio porteño de Balvanera.
-La biblioteca de mis padres era inmensa –recuerda Ana Careaga a estos cronistas-. Ocupaba una pared completa. Estaban las obras completas de Marx, de Engels, de Lenin, además de libros de pedagogía y literatura.
Ana le preguntó a Bergoglio qué había hecho con esos libros.
-Me dijo que se deshizo de ellos. No me dijo que los hubiera quemado. Por la cantidad que eran me resultaría raro que los mandara a quemar.
Podía resultar un sabor amargo para Ana pero eso fue lo que le dijo.
Muchos años después volvería a verse con Bergoglio convertido en Francisco. Fue el sábado 11 de julio de 2015 en la Nunciatura de Asunción, durante la gira papal. Ana fue con su hermana Carmen y ambas con sus compañeros. El Papa les había mandado una carta el 8 de diciembre de 2014, justo 37 años después del secuestro de la madre de ellas y de su primera jefa de trabajo como químico. Ellas le llevaron una foto donde estaban la bioquímica y aquel pibe que a los 17 años había conseguido su primer trabajo.
La nieta de Esther y un intercambio epistolar
-Cuando el Papa nos invitó a Asunción, yo no podía viajar. Además yo no soy religiosa. Mantenía distancia, aunque me parecía interesante el discurso del nuevo Papa y que se reivindicara a mi abuela en los pasillos del Vaticano –dice Ana Fernández.
Aunque no fue, la nieta de Esther Ballestrino sí le envió una carta para agradecerle la invitación y también una remera. En esa carta, tal como Ana Fernández relató a estos cronistas, le explicó el significado doloroso que el mes de diciembre tiene para ella. El 8 la secuestraron a su abuela y el 11 nació ella en Suecia allá por 1977.
Tuvieron que pasar los años para recibir un bálsamo sobre ese mes: cuando ella cumplía 36 y nacía su segundo hijo justo en el día en que los cristianos celebran la Navidad.
-La particularidad de la remera que le regalé al Papa es que tiene “un código de realidad aumentada” -algo similar a un QR- a la altura del corazón. Entonces, cuando se le pone un celular o algún otro dispositivo que pueda leerlo, proyecta unas imágenes, un video donde están él y mi abuela. La verdad es que lo mandé pensando en que debe recibir tantos regalos, tantas cartas, que jamás me iba a contestar.
Sin embargo, Bergoglio le contestó con una carta manuscrita: “Le agradezco su carta del pasado 8, que recibí en Paraguay. Gracias también por la remera y su significado. Su abuela, Esther, me habló bastante de la detención de su mamá y la valentía que tuvo para afrontar esa situación con apenas 16 años. Ese relato me quedó muy grabado”, le dijo el Papa a Anita Fernández.
Más abajo, el Papa agregó: “Gracias también por lo que me dice en la carta sobre el mes de diciembre”.
El manuscrito también decía: “Recuerdo bien a Raimundo (Careaga, esposo de Esther) y también a la mamá de él, ‘la abuela’. Varias veces la vi en la casa de Hamburgo, la primera vez me perdí en ese laberinto de (el barrio porteño) Parque Chas”, agregó, porque allí vivían y allí estaba la biblioteca que Esther le dio.
"Me dio alegría encontrar a Mabel y a su mamá en Asunción. Nos sacamos fotos y el viernes salieron para allá (las fotos) vía Nunciatura. Supongo que ellos las enviaron por correo, pero si quisieras mañana pueden llamar a la Nunciatura y pasar a buscarlas, para evitar el riesgo de que se pierdan", señala Francisco, mostrando su personal atención a los detalles.
“Añadí también dos publicaciones del Observatore Romano (periódico oficial del Vaticano), una sobre Esther y otra sobre el encuentro en Paraguay”. El Papa, al final le dijo: “Nuevamente, gracias por escribirme. Le pido por favor que rece por mí. Que Jesús la bendiga y la Virgen santa la cuide. Cordialmente. Francisco”.
Netflix, realidad y ficción
Ana Careaga, la madre de Anita es psicóloga y psicoanalista. Seguramente eligió una profesión que le permitiera bucear en lo insondable de la historia que le tocó vivir.
Netflix lo ven miles, cientos de miles de personas. Pero no son los mismos los ojos de un espectador involucrado con una ficción que la hija de la mujer encarnada por una actriz. En el caso de Llamame Francisco, donde Rodrigo De la Serna es el Papa, Mercedes Morán hace el papel de Esther Ballestrino de Careaga.
-Es fuerte ver eso –dice Ana Careaga-. Yo sé qué es una ficción, pero lo mismo mi impulso es buscar algo más, tratar de saber algo nuevo… Es la presencia de la ausencia.
También en Los dos Papas, la película dirigida por Fernando Meirelles y protagonizada por Anthony Hopkins (en el papel de Benedicto XVI) y Jonathan Price (como el Papa Francisco), la relación entre Bergogio y Esther Ballestrino de Careaga (encarnada por María Ucedo) ocupa un lugar importante en la trama, donde se reflejan los inicios del futuro Papa como técnico químico bajo los órdenes de Esther y también el episodio de la biblioteca familiar.
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